**"La Guerra por la Reliquia Sagrada"**
Al día siguiente, un rayo de sol se coló por las cortinas, un detalle curioso, ya que la barrera de nubes que había hecho con mi chakra no permitía que el sol tocara el suelo. Al abrir las ventanas, el viento trajo consigo varios pétalos de flor rosa que revolotearon dentro de la habitación, cubriendo el suelo con un manto de suaves colores. Miré con asombro cómo esos pétalos parecían cobrar vida mientras se asentaban a mi alrededor. Entonces, volví la mirada hacia el jardín. Los cerezos habían florecido en pleno invierno, como si el tiempo mismo hubiera cedido ante un poder desconocido.
Me quedé inmóvil, impactado por lo que estaba ocurriendo. No solo yo estaba asombrado; todos los sirvientes y guardias del castillo observaban el fenómeno con el mismo estupor. Pero mi atención se centró en una figura que se encontraba en el jardín: una mujer de cabello rosa, que, como los cerezos, parecía estar hecha de la misma esencia que los árboles que ahora adornaban la tierra. Su nombre, coincidentemente, era el mismo que el del árbol, un nombre ancestral, cargado de secretos olvidados.
Estuve unos segundos paralizado, admirando la paz y la serenidad que emanaba de ella. Me sentí como si estuviera nuevamente en uno de esos sueños inquietantes, aquellos en los que su rostro me era familiar y, sin embargo, tan distante. Pero de repente, un pétalo rosa tocó la comisura de mis labios. Lo toqué rápidamente con los dedos, como si fuera un vestigio de la visión, y al levantar la vista, la mujer sonrió ante el gesto. Algo en esa sonrisa me atravesó el corazón.
Sin pensarlo, tomé una vara y me apresuré a salir de mi alcoba. Mis pensamientos se agolpaban: <<¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué ahora, por qué ella?>>Bajé rápidamente las escaleras, ansioso por encontrar respuestas.
Al llegar al jardín, vi a Madara sentado en las escaleras que llevaban al gran jardín . Aunque generalmente siempre notaba mi presencia, esta vez no parecía haberse percatado de mí. Su mirada estaba fija en el baile etéreo de la mujer, como si un hechizo lo hubiera atrapado. Mi enojo creció, y sin previo aviso, me acerqué y tomé sus muñecas con fuerza. Él me miró, sorprendido, y se levantó lentamente, su rostro aún marcado por la fascinación.
—¿Quién eres? —le exigí, con voz temblorosa de rabia, aunque mi corazón latía con fuerza por otras razones.
Todo el castillo había quedado en silencio por mi actitud, pero Madara no dijo nada. Sólo se limitó a mirar a la mujer y, sin palabras, hizo que los sirvientes regresaran a sus puestos.
Finalmente, ella habló. Su voz era suave, pero cargada de una sabiduría y una tristeza insondables.
—Creo... que ya sabes la respuesta —dijo, como si todo estuviera decidido de antemano.
La solté lentamente, desconcertado. La mujer, sin moverse, parecía ver a través de mí, como si su mirada pudiera atravesar mi alma. Entonces, el silencio fue reemplazado por la respuesta que tanto temía escuchar.
—Tú... —exclamé, furioso—. ¡Me has estado perturbando en mis sueños y pensamientos! ¿Por qué?
Ella dio un paso adelante, y sus ojos brillaron con una luz que no pertenecía a este mundo.
—Te equivocas, querido rey. Cuando nos conocimos, ese recuerdo que tú llamas sueño fue real. Te salvé de la muerte, y aún me debes la vida. En ese momento nuestras almas se conectaron.
Me eché hacia atrás, confundido, mi mente luchaba por comprender sus palabras.
—¿Qué estás diciendo? —murmuré.
—Ese día venía con mi hermano. Nuestros padres tuvieron una visita con los tuyos para arreglar un compromiso entre nuestros reinos, pues esa fue la visión que tuve. Un compromiso, una unión, para evitar una guerra futura.
La mujer calló un momento, y pude ver en su rostro la carga de lo que no decía, como si cada palabra le costara más que la anterior.
—¿De qué visión hablas? —insistí, mi voz temblando.
Ella bajó la cabeza por un momento, respirando profundamente antes de hablar de nuevo.
—**"La Guerra por la Reliquia Sagrada"**. En un reino donde la magia está entrelazada con la nobleza, la reliquia más sagrada es el objeto que otorga al rey un poder divino para gobernar y proteger a su pueblo. Pero una antigua amenaza se alza, dispuesta a robar esa reliquia para destruir la dinastía y sumergir al reino en un caos interminable.
Su mirada se tornó sombría, como si estuviera recordando algo doloroso.
—La única forma de evitarlo es el compromiso con una dama que se asemeje en poder, pero si este acto no se lleva a cabo la otra de estar a mano es a través de un ritual en el que yo... debo sacrificar mi magia. Para salvar al rey, debo perder todo mi poder, todo lo que soy. Y cuando eso ocurra, seré desterrada a un mundo sin magia, sin destino. Sin vida, en cierto sentido.
Mis ojos se agrandaron por la magnitud de sus palabras. ¿Perdería su magia por mí? ¿Por el reino? ¿Y qué significaba todo esto para el futuro?
—¿Y yo qué tengo que ver en todo esto? —pregunté, sin poder comprender el alcance de lo que ella estaba diciendo.
—Yo... ya sé el futuro que se aproxima. Quise evitarlo, pero todo ha sido en vano. Vengo aquí para casarme contigo, de una forma muy banal e incluso poco afectiva, y así devolver la joya que has proclamado como tuya, antes de que sea demasiado tarde. El destino no puede ser alterado... pero podemos retrasarlo.
Un silencio sepulcral se instaló entre nosotros. Las palabras de la mujer golpearon mi corazón con la fuerza de una tormenta. Había algo en su mirada, algo que me decía que este momento era inevitable, que el futuro ya estaba escrito, y que todos debíamos pagar el precio.
El viento agitó nuevamente los pétalos del cerezo, y en ese momento, supe que nada sería igual.
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