¡Es ella!


Al llegar al palacio, los sirvientes se encargaron rápidamente de bajar los objetos del carruaje y llevarlos hasta su habitación. Frente a la entrada principal, Madara me esperaba, algo poco común en él, ya que generalmente era él quien dirigía las acciones desde las sombras. 

—Señor, lamento interrumpir tan repentinamente, pero los guardias han capturado a una bruja—. Las palabras de Madara me desconcertaron y, por un instante, mi ceño se frunció involuntariamente. Volteé para mirar a la mujer que venía conmigo. ¿Qué significaba eso de "bruja"?

Siempre había creído que aquellos que dominaban el chakra éramos pocos, una élite aislada que, en la mayoría de los casos, ni siquiera se relacionaba con las leyendas de magia antigua que solían oírse en los pueblos más lejanos.

—Llévenla a su cuarto y manténganla a salvo—. Ordené a los guardias, quienes la guiaron con la  mujer hasta sus aposentos. Luego, dirigí una mirada fija a Madara, haciendo un gesto con la mano para que me acompañara.

Mientras caminábamos hacia el salón, Madara me relató la historia que los guardias le habían contado. En uno de sus recorridos por un pueblo del sur, habían encontrado algo muy peculiar: pétalos de flor de cerezo, algo que no se veía en la región desde hacía años, ya que todos los árboles habían dejado de florecer. Siguiendo ese rastro, llegaron hasta ella, una mujer danzando en la quietud de la noche, moviéndose al ritmo del viento y la luna. Fue en ese instante cuando decidieron detenerla.

La historia me parecía trivial, casi como un cuento, pero debía comprobar por mí mismo la osadía de esta mujer.

Al entrar al salón, me detuve en seco. Ante mí, de rodillas y con las manos atadas a una cadena, estaba una mujer de cabellera larga, rosa como el amanecer. Su mirada estaba fija en el suelo, y su presencia, aunque cautiva, emanaba algo indescifrable que me desconcertó.

—Levántate, mujer vulgar—. Ordené, mi voz cargada de autoridad, mientras uno de los guardias tiraba de la cadena con fuerza. Ella intentó levantarse, pero cayó de nuevo. El sufrimiento en sus pies era evidente; sus pasos había sido forzados hasta aquí, y ahora sangraban.

Era ella, la misma mujer que había aparecido en mis sueños, que se infiltraba en mis pensamientos. Mi mente aún no lograba procesar la intensidad de esa conexión.

—Dinos tu nombre y qué eres en verdad—. Exigió Madara, su tono firme y desafiante.

Yo me mantuve en silencio, observando cada movimiento de la mujer. Ella levantó la mirada lentamente, desafiando a Madara con sus ojos color esmeralda, pero lo que me sorprendió fue su serenidad. En ese momento, un guardia, impaciente, tiró de la cadena con violencia, lo que provocó un quejido de dolor en ella.

—Mi nombre es Sakura—. Respondió con una calma que contrastaba con la tensión del ambiente. —Vengo de una región lejana, buscando algo que pertenece a mi hermano—. Su tono era tan tranquilo que provocó una risa nerviosa entre los presentes. Sus palabras parecían fuera de lugar, casi incoherentes.

—Puedes olvidarlo—. Finalmente, pude hablar, mi voz grave y llena de determinación. —Todo lo que entra en mis tierras me pertenece, al igual que tú y tu poder. Ahora me perteneces.

Volteé hacia Madara. —Cúrenla y vístanla con ropa adecuada. Será mi esclava, y su poder servirá para mis fines. No dejemos que tal fuerza se desperdicie.

Me di media vuelta, dispuesto a salir del salón, pero mis pensamientos se agolpaban, difíciles de calmar. Esa mujer, esa bruja, ¿qué era lo que buscaba realmente? Y, aún más inquietante, ¿qué significaba su presencia en mi vida?

A medida que caminaba hacia los jardines, algo extraordinario captó mi atención. Un pequeño ciervo se acercaba, cauteloso, hacia la mujer de cabello negro. Ella estaba sentada en el césped, su postura tranquila, casi hipnótica. Extendió su mano, y el ciervo, sin temor, apoyó su cabeza en ella, como si reconociera algo más allá de su naturaleza. Fue un momento tan extraño como hermoso, algo que jamás había presenciado.

En ese instante, una certeza me invadió: **ella** debía ser la reina de mi pueblo. No había duda alguna. Era la elegida, la clave que necesitaba para asegurar mi dominio, para gobernar con poder absoluto.

Baje la mirada con una sonrisa y un ligero camino de camelias rojas empezaban a nacer, pero no en la dirección de aquella mujer, las seguí hasta ver que habían creado un camino hasta la mujer de cabello rosa, pequeñas luciérnagas alumbraban su camino, mientras uno de los guardias la cargaba hasta una habitación.

Me quede mirando unos segundos cuando Madara apareció, no pude leer sus  labios  pero el guardia le entregó a Sakura haciendo que el la cargara, me quede asombrado por aquel gesto que había hecho, lo que hizo que mi pecho empezara un dolor que no podía explicar.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top