El gran consejo
~Flashback~
—¿Y dime, cuál es esa reliquia?— Pregunté con enfado, mi voz temblando de frustración. Ella me miró con ternura, como si todo fuera sencillo, y suspiró suavemente.
—Aquella mujer de la cual te estás enamorando, aquella cuya mirada refleja la luna misma—. Las palabras de ella se clavaron en mi pecho, haciéndome cerrar los ojos con fuerza.
~Fin del flashback
¿Qué debía hacer? La mujer de la que me he enamorado está aquí, frente a mí, dispuesta a casarse conmigo. Pero al mismo tiempo, el espíritu de la luna habita en la mujer de cabello negro, de la cual sigue sin recordar su nombre, la mujer que ha hecho que mi reinado florezca a pasos agigantados, que me ha guiado y me ha otorgado poder. ¿Qué destino me espera?
—Señor, si me lo permite—. La voz de Madara interrumpió mis pensamientos, su tono grave y seguro. Lo miré con seriedad, esperando una solución, aunque en el fondo temía que sólo fuera otra complicación.
—Tengo una solución a sus problemas—. Me dijo con una calma perturbadora. —Debe contraer matrimonio con la mujer que en sus ojos tiene la luna—.
Me quedé en silencio, asombrado, sin poder procesar lo que acababa de decir. Madara, mi fiel consejero, me estaba sugiriendo que me casara con la mujer que, hasta ahora, ha sido mi mayor aliado y a la vez mi mayor dilema.
Si lo hacía, Sakura, perdería su poder para siempre. Lo sabía, lo sentía en lo más profundo de mí. He estado en muchas batallas, he enfrentado desafíos sin igual, pero nunca me había enfrentado a algo tan desgarrador como esto.
—¿Y qué haremos con la profecía?— Pregunté finalmente, el miedo asomándose en mi voz.
Madara sonrió de manera enigmática, su rostro duro e impasible.
—Eso no debería detenernos, su alteza. Esa profecía pertenece a otro reino. Usted tomará el control absoluto, gobernará sin oposición. El hermano de esa mujer es el más poderoso de su reino, pero ahora, usted tiene a ambas. Puede invadir su territorio y hacerse con el poder.
Un sudor frío recorrió mi espalda. Lo que me decía tenía sentido, pero algo en mi interior me retorcía.
—¿Hablas de casarme con ambas?—. Mi voz salió entrecortada, como si me costara creer lo que estaba oyendo.
Madara suspiró, como si la respuesta fuera obvia.
—Lamentablemente, sólo puede casarse con una. Pero si me permite—. Me miró fijamente, su tono tan sereno que me hizo sentir incómodo—. Yo podría sacrificarme por usted y casarme con Sakura.
Mis ojos se abrieron con incredulidad, la respiración me faltó por un instante.
—¿Tú, comprometerte con ella?— Exclamé, sin poder ocultar la sorpresa en mi voz.
Madara asintió con calma, como si se tratara de algo simple, algo que se pudiera decidir sin mayor problema.
—Claro, siendo mi esposa, me obedecerá sólo a mí. Y por ende, lo obedecerá a usted, mi rey.
Un amargo nudo se formó en mi estómago. Mis pensamientos se dispararon, tan rápidos como un rayo. ¿Por qué me sentía tan perturbado por esa propuesta? Madara estaba sugiriendo que se casara con ella, pero algo en mi pecho se revolvía ante la idea. ¿Era celos lo que sentía? ¿Celos de mi propio consejero?
La imagen de Madara junto a ella, tomándola en sus brazos, susurrándole palabras que sólo yo debía decirle, me invadió con furia. Pero no podía ser. ¿Por qué me importaba tanto? ¿Qué relación tenía todo esto con mi reinado, con el poder que Madara tan generosamente me ofrecía?
Mi mirada se desvió hacia Sakura. Ella, tan hermosa y enigmática, con esa calma que parecía sobrepasar cualquier guerra, cualquier batalla. ¿Era mi posesión lo que me impulsaba a sentir celos? ¿Era miedo a perderla, a que alguien más pudiera reclamarla? Mi mente no encontraba respuestas, pero una cosa era clara: si Madara se acercaba a ella de esa forma, algo en mí se rompería. No podía dejarlo.
Finalmente, respiré hondo, intentando calmar los pensamientos que me nublaban.
—No—. Respondí, con firmeza. —No permitiré que nadie más se acerque a ella. Ni tú, Madara. Ni nadie.
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