06:Nuevo novio

14:32 p.m

No sé si lo que me pasa está bien, pero no puedo evitarlo. Esa frase se repetía una y otra vez en mi mente mientras ajustaba la parte superior de mi bikini negro. Simple, clásico, pero lo suficientemente llamativo para no pasar desapercibido. Era mi elección predilecta, aunque también sabía que coincidía perfectamente con el short de baño de Eli, quien estaba despatarrado en el sillón de la sala como si fuera el dueño de mi casa.

Apolo, mi Chow chow, estaba acurrucado en su regazo, disfrutando de las atenciones que Eli le daba con toda la devoción del mundo. Parecía que Apolo adoraba más a Eli que a mí. Y aunque no lo admitiría, eso me daba un poquito de celos. Solo un poquito.

—Te lo digo en serio, Apolo me ama. ¿Verdad, campeón? —dijo Eli, alzando a mi perro como si fuera un trofeo.

Desde la entrada, apoyada contra el marco de la puerta, lo observé con una mezcla de fastidio y diversión. Su cabello despeinado, su sonrisa constante y ese aire despreocupado siempre lograban sacarme de quicio... aunque también hacían que no pudiera dejar de mirarlo.

—No sé quién es más infantil de los dos —solté mientras caminaba hacia él, mis pies descalzos resonando sobre el piso de madera—. Dejá a mi perro. Te lo advierto, antes de que me arrepienta de haberte invitado.

Él levantó la vista y me regaló una de esas sonrisas burlonas que siempre me sacaban de quicio.

—Ah, claro. Porque vos nunca me invitás por amor. Admitilo, Tory. Me traés para combinar conmigo en tus fotos. Soy tu accesorio favorito.

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír.

—Insoportable.Sos insoportable, ¿sabías? —respondí, cruzándome de brazos.

Apolo decidió que ya había tenido suficiente de los dos y, con un pequeño bufido, saltó del regazo de Eli para ir a su rincón favorito. Mientras tanto, el castaño se puso de pie y me recorrió con la mirada, evaluándome de pies a cabeza como si fuera un crítico de moda.

—Te falta algo —dijo, inclinando la cabeza con fingida seriedad—. Capaz un collar, o unos lentes de sol.

—¿Querés que te tire una sandalia o una almohada? Porque estoy a nada de hacerlo.

Él rió mientras yo agarraba la almohada más cercana, justo cuando una voz conocida rompió la tranquilidad.

—¿Qué están tramando? —Matías, mi hermano menor, entró a mi cuarto con su celular en una mano y una bolsa de papas fritas en la otra, mirándonos con una ceja arqueada—. Uh, ¿esto es una cita secreta? Cuñado, ¿no me avisaste?

Eli dejó escapar una carcajada mientras yo lo fulminaba con la mirada.

—Matías, no empieces.

Pero él no parecía dispuesto a detenerse.

—Dale. Ya podés admitir que están de novios y me dejan de esconder la verdad. Es re obvio. Siempre están juntos, se miran raro, y Apolo los ama a los dos por igual.

—¿Qué te pasa? —bufé, intentando mantener la calma—. Eli y yo somos amigos. Fin de la historia.

—¡Claro que no! —Matías hizo un gesto exagerado de incredulidad y se dirigió a Eli—. Vamos, cuñado. Decile la verdad a mi hermana. Yo puedo guardar secretos.

—Si me va a seguir llamando cuñado, ya puedo retirarme, ¿no? —dijo Eli, acomodándose en el sillón otra vez, aunque claramente disfrutaba de la incomodidad que me estaba causando.

—Vos también sos insoportable —mascullé, dándole un empujón en el hombro.

Pero Matías no parecía dispuesto a soltar el tema.

—Hablando de secretos, aviso que Addison y Robby están por llegar —soltó de repente, como si no acabara de tirar una bomba.

Mi corazón dio un salto. Addison y Robby. Especialmente Robby.

—¿Y qué? —traté de sonar indiferente mientras caminaba hacia la ventana, pero sentí cómo mi sonrisa empezaba a escaparse.

—¿Qué qué? —Matías me señaló con una papa frita—. Siempre te ponés rara cuando viene Robby. Más feliz. ¿Qué onda con eso?

Abrí la boca para protestar, pero Eli, siempre rápido, intervino con una sonrisa despreocupada.

—Es por Addison. Obvio. Se aman, como primas que son. Una relación pura, sin celos ni competencia.

—Sí, claro —dijo Matías, mirándome con los ojos entrecerrados—. ¿Y entonces por qué sonreís más cuando Robby está cerca?

Me tensé, pero Eli tomó la palabra antes de que pudiera responder.

—Porque Robby trae buena vibra, Mati. Vos sos chico, no entendés esas cosas.

—Tengo diez, Eli. Dejá de tratarme como un bebé —refunfuñó el castaño antes de encogerse de hombros—. Igual no importa. Yo sé la verdad. Pero ustedes sigan con su cita secreta.

Con una última mirada cargada de dramatismo, salió de la sala dejándonos a solas.

Eli, obviamente divertido, se cruzó de brazos mientras me miraba.

—Bueno, ¿y ahora qué? ¿Vas a seguir negando que Robby te afecta o lo vamos a discutir seriamente?

—Cerrá la boca —dije, aunque mi tono no era tan firme como me hubiera gustado.

Eli se encogió de hombros y me siguió hasta la ventana. Afuera, el auto de Addison se estacionaba, y la vi bajar con esa sonrisa amplia y su cabello perfectamente arreglado. Pero mis ojos no tardaron en encontrarlo a él.

Robby salió del auto con las manos en los bolsillos de su jean, luciendo tan casual y despreocupado que parecía inmune al caos que siempre traía consigo. Su presencia era como un imán.

—Ahí viene tu novio —susurró Eli, inclinándose hacia mí con una sonrisa maliciosa—. O bueno, el novio de tu prima. Detalles, detalles...

—Callate —respondí, dándole un empujón, aunque no podía apartar los ojos de Robby.

Él levantó la vista en dirección a la ventana, y por un segundo, nuestros ojos se cruzaron. Sentí que mi corazón se aceleraba, como si alguien hubiera encendido un interruptor en mi pecho. Había algo en su mirada que me desconcertaba. Era seriedad, pero también... algo más.

La puerta principal se abrió y Addison entró con su habitual energía, pero no podía concentrarme en ella. Robby estaba justo detrás, y aunque no dijo nada, su presencia llenaba el ambiente. Esto iba a ser complicado. Muy complicado.

La voz de mi madre resonaba alegre desde el piso de abajo, junto con el tono acelerado de Matías, quien seguramente ya estaba molestando Robby o, peor, a Addison. Sus pasos resonaron en las escaleras, y me puse rígida al escuchar cómo ambos se apresuraban para darles la bienvenida.

Eli, mientras tanto, estaba apoyado contra el marco de la puerta de mi habitación, entretenido inspeccionando sus uñas como si el universo entero no estuviera a punto de colapsar. Siempre parecía estar demasiado relajado, incluso cuando el caos estaba a punto de explotar.

—Bajemos, ¿no? —sugirió, su tono cargado con esa mezcla de humor y burla que lo caracterizaba—. Hay que saludar a tus "invitados de honor".

No podía dejarlo. No así, no ahora, no sin un plan. Antes de que pudiera dar un paso más, me acerqué y lo agarré del brazo. Él me miró con una ceja alzada, claramente divertido, como si mi toque confirmara algo que él ya sospechaba.

—No. No vas a bajar. —Mi voz salió firme, pero por dentro sentía que mi corazón estaba a mil por hora.

—¿Y eso por qué? —preguntó, su tono cargado de curiosidad teatral—. ¿No querés que Robby y yo compartamos un momento de "hermandad masculina"? Capaz le saco una sonrisa.

—Eli, por favor, callate un poco. —Me pasé una mano por el cabello, sintiendo cómo la ansiedad comenzaba a tomar el control. Sabía que tenía que decirlo rápido, antes de que él decidiera bajar solo para molestar—. Necesito que me ayudes con algo.

Eso captó su atención. Sus ojos me estudiaron con esa intensidad que siempre tenía cuando sospechaba que yo estaba metida en algún drama jugoso. Cruzó los brazos, inclinándose un poco hacia mí.

—¿Ayudarte? ¿Cómo? Esto suena interesante. Decime más.

—Quiero que finjamos que... que somos algo. —Las palabras salieron en un susurro, como si pronunciarlas en voz alta hiciera todo esto más real. Sus ojos se abrieron apenas, y luego apareció esa sonrisa, esa maldita sonrisa que siempre me hacía querer lanzarle algo.

—¿Algo? ¿Qué clase de "algo"? —preguntó, disfrutando claramente de mi incomodidad.

—Algo. Ya sabés. Como si estuviéramos... juntos. —El calor subió a mis mejillas, y aparté la mirada. Esto era una locura. Definitivamente una locura. Pero no tenía otra opción. Mi madre adoraba a Eli. Y Matías, bueno, ya vivía diciéndome que éramos novios a escondidas. Pero más importante que todo eso: Robby. Hace menos de una semana me había estado insinuando, y ahora lo quería helado, sin palabras, viendo cómo yo estaba abrazada a alguien que él odiaba. Porque sí, Robby odiaba a Eli. No lo decía, pero se notaba. Su mandíbula se tensaba cada vez que Eli hacía algún comentario sarcástico, y sus respuestas siempre eran cortas, frías.

Eli me miró en silencio durante un segundo más, antes de que una risa baja escapara de sus labios.

—Ah, ya entiendo. Esto es por Robby, ¿no? —Dio un paso hacia mí, su voz más baja ahora—. Querés que piense que estás con alguien más. Y, encima, alguien como yo. Bien jugado, Nichols.

—No es solo por Robby —mentí rápidamente, aunque ni yo me lo creía—.

—¿Y Matías? —preguntó, todavía disfrutando del espectáculo—. Porque no puedo esperar a que me llame "cuñado" con esa sonrisa de fanático.

—Eso también ayuda. —Suspiré, sosteniéndole la mirada—. Por favor, Eli. Solo fingí. Un par de abrazos, unas sonrisas, y listo.

Él se quedó en silencio, evaluándome con esa expresión que hacía que pareciera que podía ver más allá de lo que yo estaba diciendo. Luego, sonrió de nuevo, pero esta vez era una sonrisa más suave, menos burlona.

—Bueno, ¿por qué no? —Se encogió de hombros como si esto fuera solo un juego para él—. Pero, si vamos a hacer esto, lo hacemos bien. Vos me pediste ayuda, así que seguime.

—¿Qué significa eso? —pregunté, mi ansiedad subiendo un poco más.

—Significa que vos tenés que actuar igual de convincente que yo. Si vamos a hacerlo, quiero que Robby crea que soy tu gran amor. Y eso implica que vas a tener que sonreírme, mirarme con esos ojitos que hacés cuando estás nerviosa, capaz hasta agarrarme de la mano.

—No hago esos ojitos —protesté, aunque sabía que estaba perdiendo la discusión.

—Claro que sí. —Eli me dio un golpecito en la frente con el dedo, y luego tomó mi mano, entrelazando nuestros dedos como si fuera lo más natural del mundo—. Listo. Ahora vamos. Cuanto más tardemos, más sospechoso va a parecer.

No pude decir nada más porque Eli ya estaba tirando de mí, llevándome hacia las escaleras. Sus dedos cálidos contra los míos se sentían extraños, pero no desagradables. Era demasiado convincente para mi gusto, pero no podía echarme atrás ahora.

Bajamos juntos, y lo primero que vi fue la expresión de mi madre, que se iluminó al vernos. Grace estaba parada junto a Addison y Robby, su sonrisa amplia y aprobadora.

—¡Ay, pero miren qué lindos que están! —exclamó mi madre, llevándose una mano al pecho como si estuviera viendo una película romántica.

Matías, por supuesto, no tardó en intervenir.

—¿Viste, ma? Te dije que ellos tenían algo. Siempre lo supe. ¿Cuñado, cómo estás? —dijo, dándole un golpe amistoso en el hombro a Eli, quien solo rió.

Addison miró la escena con curiosidad, mientras que Robby... Robby tenía la mandíbula tensa, sus ojos fijos en nuestras manos entrelazadas. No dijo nada, pero la forma en que sus labios se apretaron me dio la respuesta que estaba buscando. Esto iba a ser interesante.

La situación era tan incómoda como yo había imaginado, pero, a la vez, había algo de divertido en todo esto. Abrazada al brazo de Eli, podía sentir cómo él disfrutaba del momento, especialmente porque Robby nos estaba mirando con esa ceja alzada, como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Su mandíbula estaba tensa, y aunque no decía nada, su silencio lo decía todo.

Eli, por supuesto, no ayudaba. Lo veía sonreír cínicamente hacia Robby, esa sonrisa que gritaba "estoy disfrutando esto más de lo que debería". Por un momento, pensé que Robby iba a decir algo, que iba a lanzarse al ataque con una de sus típicas respuestas rápidas y sarcásticas, pero se contuvo. Probablemente porque Addison estaba aferrada a él como si fuera un accesorio indispensable en su burbuja de moda, maquillaje y desfiles. Si algo he aprendido es que Addison no sabe existir sin tener la atención de todos a su alrededor.

—Entonces, Robby, ¿hace cuánto estás en Miyagi-Do? —preguntó mi madre, y su tono cargado de interés me hizo apretar los labios. Claro, porque ella siempre quiere saber cada detalle de las personas que me rodean. ¿Por qué no preguntarle a Eli, su favorito? Pero no, por algún motivo Robby tenía que ser el centro de atención en ese momento.

—Unos años ya. —Robby esbozó una pequeña sonrisa que parecía más un trámite que un gesto genuino. Su tono era educado, distante, como si estuviera midiendo cada palabra. Pero incluso en esa frialdad, su mirada no podía evitar desviarse hacia mí. O, bueno, hacia mí y Eli, que no era lo mismo.

—¿Miyagi-Do? Eso es lo de las plantas y todo eso, ¿no? —intervino Addison, acomodándose un mechón de cabello detrás de la oreja mientras hablaba con un tono exageradamente dulce. Miró a Robby como si él acabara de inventar la meditación y el equilibrio mental.

—No son solo plantas —respondió Robby, con una leve sonrisa que parecía más una concesión que otra cosa—. También se trata de defensa, aprender a mantener la calma y a evitar conflictos innecesarios.

—Que aburrido —comentó Eli, sin perder la oportunidad de lanzarse al ataque—. Mirá, Addison, lo mío es mucho más emocionante. En Cobra Kai enseñamos a pelear. Sin rodeos. Sin esperar. Sin reglas aburridas de "calma".

—Interesante... —respondió Addison, aunque claramente no estaba interesada. Su mirada ya había vuelto a su teléfono, como si el tema no fuera lo suficientemente importante para mantener su atención.

Mientras tanto, Matías estaba más emocionado que nadie.

—¡Mamá, mamá, mirá! ¡Robby hace karate y Eli también! —gritó, saltando alrededor de ellos con una energía que parecía inagotable. Después giró hacia los chicos, mirándolos con los ojos brillantes—. ¿Me enseñan algo? ¡Quiero aprender a dar patadas como en las películas!

Eli soltó una carcajada, claramente encantado con el caos que Matías estaba provocando.

—Yo puedo enseñarte a dar las mejores patadas...—Se inclinó un poco para estar a la altura de mi hermano menor—. Pero tenés que prometer que no las vas a usar contra tú hermana. Aunque, pensándolo bien, capaz se lo merece.

—¡Hey! —protesté, dándole un pequeño golpe en el brazo. No iba a mentir, el comentario me hizo sonreír. Esa era una de las cosas que más me sacaban de quicio de Eli: siempre lograba hacerme reír aunque no quisiera.

Matías, por su parte, estaba encantado con la idea. Robby, en cambio, mantuvo su expresión neutral, pero no pudo evitar intervenir.

—O también podés aprender algo más que patadas. En mi dojo, no todo es ofensiva. A veces, lo mejor que podés hacer es evitar la pelea. —Miró a Eli al decir esto, y aunque su tono era calmado, había un desafío claro en sus palabras.

—¿Evitar la pelea? —Eli arqueó una ceja, fingiendo estar confundido—. ¿Y dónde está la diversión en eso? Mirá, Matías, te voy a enseñar algo que realmente vas a disfrutar.

Y, antes de que pudiera detenerlos, ambos ya estaban en el patio, listos para mostrarle a Matías un poco de sus habilidades. Me dejé caer en uno de los sillones del patio, cruzando los brazos mientras los miraba.

No podía creer que esto estuviera pasando. Eli y Robby, juntos, intentando no matarse mientras mi hermano pequeño los trataba como si fueran sus ídolos personales. Addison seguía completamente absorta en su mundo, hablando con mi madre sobre alguna colección de moda o algo igual de irrelevante. Robby parecía ignorarla en su mayoría, aunque se aseguraba de que su atención volviera a ella cada vez que sentía que no estaba siendo lo suficientemente novio presente.

Mientras los miraba jugar, mi atención se centró inevitablemente en Robby. Había algo en la manera en la que se movía que era hipnótico. Era tan fluido, tan seguro. Se notaba que había pasado años perfeccionando cada movimiento, y aunque Matías estaba más ocupado intentando imitarlo, yo no podía dejar de observarlo. Tenía esa mezcla de fuerza y control que lo hacía parecer invencible.

—Nuestros novios están bastante ocupados...—comentó Addison de repente, apareciendo a mi lado con una sonrisa maliciosa. Su tono era juguetón, pero había algo en sus palabras que me hizo tensarme.

—La están pasando bien.—respondí rápidamente, mirando hacia otro lado.

—Claro, claro. Pero, si te soy honesta, Eli parece mucho más interesado en vos que en Matías.

Rodé los ojos, pero no pude evitar mirar hacia ellos. Eli, como si supiera que lo estaba mirando, giró la cabeza y me lanzó un guiño rápido antes de volver a concentrarse en el juego. No sabía si reírme o esconderme. Esto iba a ser un largo día.

Matías, por supuesto, no parecía notar nada. Estaba demasiado ocupado intentando copiar los movimientos de Eli y Robby.

—¿Y si jugamos a la pelota? —sugirió finalmente, dejando caer los brazos con un suspiro dramático—. ¡Me gusta más la pelota que las patadas!

Robby y Eli intercambiaron miradas. Por un momento, pensé que ninguno de los dos iba a aceptar, pero para mi sorpresa, ambos asintieron.

—Dale, enano, traé la pelota —dijo Eli, sonriendo.

—Pero prepárate para perder —añadió Robby, dejando escapar una pequeña sonrisa.

Mientras ellos jugaban con mi hermano, yo seguí observándolos desde mi lugar. Mi mirada volvía a Robby una y otra vez, y aunque odiaba admitirlo, estaba embobada. Había algo en su risa, en cómo se inclinaba para hablar con Matías o cómo se movía para esquivar los intentos de mi hermano que hacía que todo lo demás desapareciera por un momento.

16:46 p.m

La incomodidad del momento me golpeaba como una ola que no dejaba de romper contra mí. El sonido de la puerta corrediza que conectaba con el comedor me hizo desviar la vista, pero no lo suficiente como para apartarme del todo de lo que estaba ocurriendo. Robby y yo estábamos solos en el patio trasero, y aunque parecía un escenario cualquiera, sentía que cada segundo se estiraba hasta hacerse interminable.

Intentaba mantener la compostura, fingir que no me importaba que él estuviera ahí, sin camiseta, con el torso brillante de sudor por el improvisado partido que había jugado con Matías. Pero, por dentro, los nervios me estaban haciendo pedazos. Era casi cómico, porque yo no solía perder el control así de fácil. Sin embargo, algo en la manera en que él se movía, en la forma en que parecía tan consciente de sí mismo, hacía que todo en mí se descontrolara.

Mis ojos, traicioneros como siempre, se habían detenido más de la cuenta en su abdomen. Por más que intentaba racionalizarlo, era imposible ignorar lo trabajado que estaba su cuerpo. Incluso desde donde estaba, apoyada en una de las columnas del porche, podía ver cómo los músculos de su torso se marcaban con cada respiración. Y lo peor era que él lo sabía. Claro que lo sabía.

Robby dejó de mover la pelota con los pies y se apoyó contra el poste del arco improvisado con una despreocupación que parecía ensayada. Cruzó los brazos sobre el pecho y, por un segundo, tuve la absurda sensación de que estaba posando. Su sonrisa ladina no tardó en aparecer, y, en ese instante, supe que estaba perdido para mí cualquier intento de negar que lo había estado mirando.

—No creo que a tu novio le guste que mires con esa cara —dijo de repente, rompiendo el silencio con un tono burlón que me hizo sentir como si acabara de ser atrapada robando un banco.

Mi reacción fue instantánea. Sentí cómo la sangre abandonaba mi rostro, dejándome pálida como un fantasma. Me quedé en blanco por unos segundos, intentando procesar lo que había dicho y, sobre todo, cómo debía responder.

—No es mi novio —contesté al final, demasiado rápido, mientras jugaba nerviosa con un mechón de mi pelo. Mi voz sonó más alta de lo que habría querido, como si necesitara convencerlo a él, y de paso, convencerme a mí misma.

Robby soltó una carcajada sarcástica, una de esas que usaba para demostrar que no me creía ni una palabra.

—¿No? —arremetió, arqueando una ceja con esa expresión que hacía cuando estaba disfrutando demasiado de una conversación a mi costa—. Por cómo te le pegas, juraría que sí lo son.

Respiré hondo, intentando mantener la calma, pero su comentario había tocado una fibra sensible. Lo odiaba por eso, por su capacidad de encontrar justo lo que sabía que me haría reaccionar.

—¿Y por qué te molesta? —repliqué, esforzándome por sonar más segura de lo que realmente me sentía. Mis palabras parecieron descolocarlo por un segundo, lo suficiente como para que su sonrisa se desvaneciera por un instante.

Lo vi fruncir el ceño, su mirada estudiándome como si intentara descifrar algo oculto en mi rostro. Ese tipo de atención me ponía nerviosa, pero también me hacía sentir una adrenalina que no podía explicar.

—No me molesta —respondió finalmente, encogiéndose de hombros con una indiferencia que claramente estaba fingiendo—. Me parece raro que hace menos de una semana te me estuvieras insinuando, te besaras con el chino ese, y ahora estés haciendo tu papel de novia perfecta.

Sus palabras me golpearon como un balde de agua fría, dejándome boquiabierta. Sabía exactamente a qué se refería, y la forma en que lo había dicho, como si fuera un observador imparcial en lugar de alguien que claramente tenía algo que decir al respecto, me hizo hervir la sangre.

Decidí acercarme, cada paso medido, como si estuviera evaluando un terreno peligroso. Si Robby quería jugar, yo también sabía cómo hacerlo. Cuando estuve lo suficientemente cerca como para sentir el calor que emanaba su cuerpo, levanté la mano y dejé que mis dedos rozaran su abdomen. Apenas fue un toque, pero suficiente como para notar cómo sus músculos se tensaban bajo mi caricia.

—Me parezco un poco a vos, ¿no te parece? —dije, dejando que las palabras salieran en un susurro que bordeaba lo provocador.

La mandíbula de Robby se apretó, y por un instante, vi cómo su fachada de indiferencia se tambaleaba. Sus ojos se encontraron con los míos, y aunque intentaba mantener su usual aire de superioridad, había algo en su mirada que lo traicionaba.

—¿A mí? —preguntó finalmente, su tono más bajo, casi como si no quisiera que nadie más escuchara la conversación.

Mi sonrisa creció, arrogante y desafiante. Me encantaba ver que podía ponerlo en apuros, aunque fuera por unos segundos.

—Sí, a vos. —Di un paso más cerca, acortando aún más la distancia entre nosotros—. También soy buena para decir una cosa y hacer otra. ¿O me vas a decir que vos no jugás con las reglas según te convenga?

Robby soltó una risa seca, negando con la cabeza como si intentara sacudirse lo que acababa de ocurrir. Pero sus ojos no se apartaron de mis labios, aunque solo fuera por un instante.

—Lo que hagas con Eli no me importa. —Su voz sonaba más grave que antes, y aunque intentaba sonar despreocupado, no lo estaba logrando del todo—. Solo me sorprende.

—¿Te sorprende o te molesta? —ataqué de nuevo, disfrutando del poder de tener la sartén por el mango, al menos por una vez.

Antes de que pudiera responder, la puerta corrediza se abrió de golpe, rompiendo el momento como un cristal cayendo al suelo. Eli apareció en el patio, seguido de mi madre, Addison y Matías. Robby dio un paso atrás, recuperando su expresión neutral, y yo me alejé de él como si nada hubiera pasado. Pero el calor en mis mejillas era inconfundible, y sabía que Eli lo notaría.

—¿Todo bien acá afuera? —preguntó Eli, sus ojos pasando de mí a Robby y luego de vuelta a mí, con una sonrisa que ocultaba demasiadas preguntas.

—Sí, claro —respondí rápidamente, cruzándome de brazos para intentar parecer más relajada. Pero mi voz salió demasiado alta, y por la mirada de Eli, sabía que no me creía.

Robby

La imagen de Tory alejándose seguía fija en mi mente. Había algo en la forma en que caminaba, en su porte desafiante, que me resultaba imposible ignorar. No debería mirarla, no tenía sentido. Era la prima de mi novia, por Dios. Pero cuanto más intentaba apartar los ojos, más me costaba. Como si fuera un imán al que no podía resistirme.

—Robby. —La voz de Addison era cortante, como un cuchillo. Me giré hacia ella, encontrándome con su mirada gélida. Oh, no. Había notado algo.

—¿Qué? —Intenté sonar despreocupado, pero mi tono fue más defensivo de lo que planeaba.

—No me vengas con que. —Addison cruzó los brazos, fulminándome con la mirada—. ¿Por qué la estabas mirando así?

Me tensé al instante, buscando rápidamente una salida a la situación.

—¿A quién? —pregunté, fingiendo confusión, aunque ambos sabíamos exactamente a quién se refería.

—A Tory, Robby. ¿Te crees qué soy estupida? Llevás todo el día mirándola como si fuera... no sé, algo que no podés tener.

—Estás exagerando. —Me forcé a soltar una risa, pero sonó forzada incluso a mis oídos—. Ni siquiera la estaba mirando.

—Ah, claro. Entonces, ¿por qué te estás poniendo nervioso? —Addison dio un paso más cerca, su voz se tornó baja, amenazante—. Es mi prima. ¿De verdad pensás que no me voy a dar cuenta?

Me pasé una mano por el cabello, tratando de calmarme. Tenía que resolver esto antes de que explotara.

—Escuchame, Addison, no estaba mirándola de esa forma —dije, adoptando un tono más firme—. Apenas me di cuenta de que estaba ahí. Vos sos mi novia, no ella. Jamás se me cruzaría por la cabeza algo así.

Addison entrecerró los ojos, evaluándome. Sabía que no sería fácil convencerla, pero tenía que intentarlo.

—De verdad, amor. —Tomé sus manos, tratando de que me escuchara—. No hay nada entre Tory y yo. Nunca lo hubo, nunca lo habrá. Es solo tu prima, nada más.

Por un momento, parecía que iba a soltarme alguna otra acusación, pero finalmente exhaló con fuerza.

—Espero que sea cierto, Robby. Porque si me entero de que pasa algo entre ustedes... —Dejó la amenaza en el aire, pero el mensaje estaba claro.

—No va a pasar nada —repetí, firme.

Ella asintió, aunque no parecía del todo convencida.

—Bueno, entonces dejá de mirarla. Porque te lo juro, Robby, lo noto.

—Está bien —dije, levantando las manos en señal de rendición. Con eso parecía que la conversación había terminado, pero yo sabía que Addison no lo iba a olvidar tan fácil.

Me quedé allí, mirando cómo se alejaba hacia la parrilla, claramente molesta. Tomé aire, tratando de recomponerme, pero mis ojos, casi por reflejo, buscaron a Tory de nuevo. Estaba al lado de Eli, apoyada en una mesa, con esa postura que decía que le importaba un carajo todo lo que pasara a su alrededor. Excepto que no era cierto. Conocía esa expresión en su cara: estaba tratando de ocultar que algo la molestaba.

La frustración burbujeó en mi interior. ¿Por qué me importaba tanto? ¿Por qué me afectaba verla con Eli, susurrándole algo al oído? Esto no era normal.

Matías apareció a mi lado, pateando una pelota con descuido. Siempre sabía cómo colarse en los momentos menos oportunos.

—¿Por qué siempre peleás con mi hermana? —preguntó, sin preámbulos.

Lo miré, sorprendido por lo directo de la pregunta.

—No peleamos siempre —respondí, aunque incluso a mí me sonó poco convincente.

—Sí lo hacen. Y es raro. Porque creo que te gusta. —Matías me miró con la inocencia de quien no tiene filtro, pero sus palabras me golpearon como un ladrillo.

—¿Qué? No digas pavadas. —Mi reacción fue demasiado rápida, demasiado exagerada.

—¿Entonces por qué la mirás tanto? —insistió, encogiéndose de hombros como si no entendiera el problema—. Si te gusta, deberías decírselo.

Rodé los ojos, buscando paciencia donde no la había.

—Andá a jugar, Matías. —Le di un empujón suave hacia Addison, que estaba en la parrilla, claramente controlando cada uno de mis movimientos.

Pero incluso mientras Matías se alejaba, no podía sacarme de la cabeza lo que había dicho. Porque, aunque no quería admitirlo, había algo de verdad en sus palabras. Algo que no sabía si quería aceptar o negar.

Mis ojos volvieron, casi sin querer, a buscar a Tory. Esta vez, Eli la había hecho reír. Esa sonrisa que solo sacaba cuando estaba cómoda, cuando bajaba sus defensas. Algo en mi interior se retorció, un extraño revoltijo de celos e incomodidad. ¿Qué me estaba pasando?

"Dejá de mirarla, idiota", me dije a mí mismo. Pero cuanto más lo intentaba, más difícil se hacía.

Me quedé inmóvil, con los brazos cruzados y la vista fija en el suelo. No podía dejar de preguntarme qué demonios me estaba pasando. Nunca en mi vida me había dejado marear por sentimientos, y mucho menos por alguien como Tory. Pero ahí estaba, como un idiota, cuestionando todo lo que creía saber sobre mí mismo.

Addison era perfecta. Lo sabía desde el día en que empezamos a salir. Ella era todo lo que siempre había querido: hermosa, inteligente, decidida. Tenía esa seguridad en sí misma que admiraba, y su mundo estaba ordenado, controlado. Estar con ella me hacía sentir estable, como si tuviera un plan, como si supiera exactamente a dónde iba.

Entonces, ¿por qué Tory tenía que aparecer y tirarlo todo por la borda?

Me pasé una mano por el cabello, frustrado. Tory no era como Addison. No era el tipo de chica que se acomodaba a nada ni a nadie. Era un caos. Un desastre impredecible que nunca dejaba de desafiarme, de hacerme cuestionar todo. Ni siquiera me caía bien la mayor parte del tiempo. Era demasiado arrogante, demasiado complicada. Pero había algo en ella. Algo que no podía ignorar, aunque quisiera.

¿Era la forma en que se movía? ¿La manera en que enfrentaba todo con esa mezcla de orgullo y rebeldía? ¿O era simplemente que sabía exactamente cómo sacarme de quicio? Fuera lo que fuera, estaba ahí, clavado en mi mente como una espina.

Miré hacia donde estaba ella, todavía hablando con Eli. Él le había dicho algo que la hizo rodar los ojos, pero también reírse un poco. Sentí una punzada de celos, aunque no quería admitirlo. No tenía derecho a sentirme así. No con Addison a mi lado.

Addison. Pensar en ella me hizo sentir una mezcla de culpa y enojo. La quería, lo sabía. Addison era todo lo que siempre había creído que necesitaba en mi vida. Pero ahora... ahora no estaba tan seguro. Desde que Tory había entrado en escena, todo estaba patas arriba. Mi mundo, mis emociones, mi relación... todo.

Me obligué a apartar la mirada de Tory, pero los pensamientos seguían ahí, implacables. ¿Qué pasaría si estuviera soltero? ¿Si no estuviera con Addison? ¿Me atrevería siquiera a intentar algo con Tory? La idea me desconcertó. ¿Qué tenía ella que me hacía replantearme tantas cosas? ¿Era solo la emoción de lo prohibido, lo diferente, lo qué no encajaba en mi vida perfectamente planificada? ¿O era algo más?

La confusión me golpeaba como una ola tras otra, y eso me hacía enojar aún más. Yo no era ese tipo de persona. No era alguien que se dejara arrastrar por emociones desordenadas. Mi vida siempre había sido una batalla controlada, un equilibrio cuidadoso entre lo que quería y lo que debía hacer. No había espacio para dudas, para sentimientos que complicaran las cosas. Y sin embargo, ahí estaba, perdiendo el control poco a poco.

Me aparté de la multitud, buscando un poco de aire fresco. La parrilla, las risas, las conversaciones... todo me resultaba insoportable en ese momento. Me apoyé contra un árbol, cerrando los ojos y respirando profundamente. Necesitaba calmarme, pensar con claridad.

Pero en lugar de claridad, lo único que aparecía en mi mente era ella. Tory, con esa sonrisa desafiante, con esa mirada que parecía retarme constantemente. ¿Qué era lo que veía en mí? Probablemente nada, y sin embargo, cada interacción con ella se sentía como una chispa, como si el aire entre nosotros estuviera siempre cargado de algo que ninguno de los dos quería admitir.

—¿Qué hacés acá escondido? —La voz de Tory me sacó de golpe de mis pensamientos. Abrí los ojos y ahí estaba, parada frente a mí con los brazos cruzados, mirándome con esa expresión de superioridad que tanto me irritaba.

—No estoy escondido —respondí, intentando sonar tranquilo, aunque mi tono traicionó mi nerviosismo.

—Ah, claro. —Rodó los ojos, acercándose un poco más—. Porque estar solo, detrás de un árbol, mientras todos los demás están comiendo no suena para nada como esconderse.

—¿Y vos qué hacés acá? —repliqué, ignorando su sarcasmo y tratando de recuperar el control de la conversación.

—Eli me cansó. Siempre habla de lo mismo. —Se encogió de hombros, como si no le importara en absoluto. Pero había algo en su tono, en la forma en que evitaba mirarme directamente, que me decía que no estaba siendo del todo honesta.

—¿Entonces venís a molestarme a mí?

—¿Molestarte? —Soltó una risa corta, seca—. No te creo tan importante, Robby.

—¿Ah, no? —repliqué, alzando una ceja. Era imposible no responderle cuando me provocaba así. Era como si supiera exactamente qué botones presionar.

Nos quedamos en silencio por un momento, mirándonos fijamente. Podía sentir la tensión en el aire, esa energía incómoda y electrizante que siempre surgía cuando estábamos cerca.

—¿Por qué siempre terminamos peleando? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio.

Tory pareció sorprendida por la pregunta. Por un instante, su máscara de indiferencia se resquebrajó, mostrando algo más, algo que no pude identificar del todo.

—No sé. —Su voz sonó más suave de lo que esperaba—. Supongo que es más fácil que... no sé, hablar de cosas reales.

—¿Cosas reales? —repetí, sin saber exactamente a qué se refería.

—Olvidalo. —Se dio la vuelta, como si fuera a irse, pero luego se detuvo—. Vos también me sacás de quicio, ¿sabés? No sé por qué. Pero lo hacés.

No supe qué decir. Las palabras se quedaron atascadas en mi garganta mientras la veía alejarse, su figura perdiéndose entre los árboles.

Me quedé allí, solo, sintiendo que algo dentro de mí había cambiado. No sabía qué era exactamente, pero estaba claro que no podía seguir ignorándolo.

Cuando volví con todos, Addison me estaba esperando, con una sonrisa tensa y una mirada que no dejaba lugar a dudas: todavía estaba molesta. Me acerqué, tomé su mano y fingí que todo estaba bien. Pero mientras la besaba en la mejilla y ella me hablaba de algo que no escuché, mi mente estaba en otra parte.

Estaba con Tory, con su risa, con su actitud desafiante, con esa extraña conexión que no podía explicar ni ignorar.

Y en ese momento, supe que tenía un problema. Un problema que no iba a desaparecer tan fácilmente.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top