Amanecer 1
Su tío lo había llamado a su presencia. Se reuniría con él nada más el cielo comenzara a iluminarse. Los sirvientes lo despertaron sin disimulo y velozmente lo ayudaron a vestirse apropiadamente para la audiencia. Escogieron un arreglo color naranja con adornos dorados, algo que hiciera juego con sus cabellos pelirrojos y sus ojos color ámbar. Por supuesto, las joyas fueron el detalle que proclamó su estatus, su elegancia y su porte, tan abundantes y lujosas, pero diminutas en comparación a su belleza y su radiante sonrisa, cuya luz iluminaba a cualquiera que tuviera la suerte de cruzarse en su camino. Ni la fastuosidad en su atuendo, ni lo elaborado de los adornos, eran suficientes para eclipsar su remarcada alegría y sus amables facciones, únicas en todo el palacio.
Ese pensamiento y opinión se hallaban profundamente arraigados en el corazón de todos los que bajo el techo del soberano vivían, pues cada uno de ellos concordaba que desde que el príncipe Bart había llegado a aquel gigantesco palacio, el optimismo y las brillantes mañanas llenas de alegría y jocosidad se habían vuelto la bendición del diario y el alivio contra cualquier mal.
Bart y su hermano Thaddeus llegaron al palacio hacía más de diez años. La repentina muerte de sus padres, los gobernantes de Fassia, fue el detonante de su largo traslado. El único rey reinante, Barry, de la familia real Allen, los acogió candorosamente con los brazos abiertos y la mayor de las comprensiones y empatías. Bajo sus alas los mantuvo criándolos, educándolos, velando por ellos y por su bienestar. Vigiló su crecimiento a través de todas las personas que se encargaban de servirles, de profesarles conocimiento, de inculcarles valores y buenas maneras. Los vio adoptar su propia personalidad y decidir sus propios caminos. No le fue difícil, por supuesto, encariñarse con ellos y quererlos como si fueran sus propios hijos.
Así entonces, con ese mismo amor paternal y natural preocupación por alguna de sus crías, el rey Barry había tomado aquella decisión. Decisión que estaba por anunciarle al menor de los hermanos y que por mucho lo emocionaba, pues el destino de Bart estaba por cambiar y él deseaba de todo corazón que fuera para bien de todos, sobre todo para aquel de su amado sobrino.
Al fin preparado para la audiencia, Bart se miraba nervioso en el espejo. Por alguna razón no podía calmar el ritmo de su respiración ni el de sus latidos. Se frotaba las manos aguardando el llamado final para dirigirse a la sala real. Observaba en el reflejo su tímida expresión. Hacía muecas para destensar su quijada y mostrarse menos ansioso, pero no lo lograba de momento, pues no dejaba de pensar en las razones para haber sido convocado. Era la primera vez que su tío lo llamaba de forma tan solemne y eso de verdad lo estaba desconcertando.
A pesar de convivir con él desde hacía años, las formalidades que implicaban mensajes oficiales, o ceremonias especiales, nunca habían sido necesarias entre ellos. Por supuesto, respetaba y aplicaba los tradicionales saludos y reverencias, así también la forma en dirigirse y conversar, por lo que ser citado por medio de ese llamado atiborrado de protocolos y firmas lo estaba alterando en cierta medida.
Uno de los criados hizo sonar la puerta. El momento había concluyentemente llegado. Bart salió de su habitación ya dispuesto y con la cara en alto. Saludó a su escolta sonriente mientras emprendía el camino a su llamada. Comenzó su marcha siendo reverenciado por todos aquellos que se encontraba en los pasillos. El muchacho respondía dedicándoles su cara más alegre. De ese modo mostró su gracia, andando con soltura y candidez. Conforme avanzaba, sus nervios disminuían, pero no sus dudas o sus temores. Aun así, no se permitió el dejar de sonreír y retraer sus saludos.
Dobló la esquina todavía con la mirada en alto. Su escolta lo seguía de cerca andando a su paso. Bart se tomaba el tiempo para llegar, por lo que disimuló bastante bien su ansiedad con su ligero caminar. Así se mantuvo al llegar al corredor, en cuyo final se encontraba la sala principal. Tragó saliva pesadamente al ver la puerta de madera, pero no atrasó su llegada. Sin embargo, a dos ventanales de alcanzar la puerta, una silueta bastante familiar se atravesó en su dirección. Bart se detuvo estrepitosamente, inclusive esquivando un posible choque debido a la repentina aparición frente a sí.
-¡Thaddeus! –Exclamó Bart soltando su impresión-. No hagas eso, me asustaste... -Habló retrocediendo un par de pasos-.
-¡Buenos días! –Saludó el hermano-.
-¿Qué haces aquí? Creí que habías salido a cazar con los soldados. –Anunció reacomodándose el tocado-.
-Sí, pero volví ayer. –Anunció avanzando en el corredor, rodeando al más joven mientras lanzaba una mirada repleta de juicio sobre el atuendo que portaba-.
-Me da gusto ver que regresaste con bien... -Expresó Bart sintiéndose incómodo por la vista penetrante de su hermano-.
-Gracias. También me da gusto verte. –Habló Thaddeus al terminar de escudriñar al menor-.
-¿Qué quieres? ¿Por qué me ves así? –Inquirió Bart ya un poco molesto por la crítica visual-.
-Relájate, hermanito. Sólo admiro tu belleza enmarcada en tales atavíos. ¡Te ves realmente bien!
-Seguro... -Respondió sarcástico, suspirando, desviando su mirada en señal de fastidio-.
-Aunque yo no hubiera elegido ese atuendo para ver a nuestra majestad.
-¡¿Qué?! ¡¿Por qué no?! ¡Es nuevo y está hecho con una tela única y...! ¡Espera... ¿cómo sabes que voy a ver al rey?! -Preguntó intrigado-.
-Bueno... estás vestido con tus mejores ropas y estás dirigiéndote a la sala real donde curiosamente vi a nuestro tío entrar.
Bart se hundió de hombros callando cualquier réplica.
-Así que no te detengo más... -Añadió Thad palmeando el hombro del menor-. Pero para la próxima, no escojas ese color tan llamativo; con tu hermosa cara es suficiente. –Comentó llevando su mano hacia la pequeña peineta que Bart portaba y sostenía su velo-. Pero en lo personal, yo no la mostraría tanto... -Explicó jalando la tela volátil para cubrir la mitad del rostro del muchacho-. No querrás atraer a las personas equivocadas, ¿o sí? –Agregó mientras reacomodaba el tocado-.
-¿Per-personas equivocadas? ¿De qué hablas? –Inquirió todavía más intrigado, más dudoso, inclusive, con un hueco temeroso en el estómago que nacía por aquellas palabras-.
-Sólo hazme caso y mantén un bajo perfil... Ya sabes, ahora que estarás ca... -Thad atoró su enunciado. Se cubrió la boca dando un paso atrás-.
-¿Qu-qué? ¿Ahora que estaré qué...? –Insistió Bart persiguiendo a su hermano-.
-No, nada. No dije nada. Es mejor que su majestad te de las noticias.
-¿Qué? ¡Thad, ¿de qué hablas?! –Expresó afligiendo su gesto-.
-Anda, ve, no hagas esperar al rey y al consejo.
-¡¿Consejo?! ¡¿También están ahí?!
-¡Claro!, ¿no lo sabías?
-Pero, ¿por qué? ¿Qué sucede? ¿Por qué me mandó a hablar a mí?
-Descuida, no tengas miedo. Esto cambiará tu vida para mejor.
-¡¿Qué!? ¡¿Tú sabes?!
-No diré nada. Ahora vete. –Indicó Thad postrándose a la espalda de Bart, empujándolo mientras reacomodaba la caída del velo-.
-¡¿Qué?! ¡No, espera! ¡Tú sabes lo que sucede! ¡Dime qué pasa!
-Por supuesto que no. ¡La sorpresa te la va dar el propio rey!
-¡No, pero...! –Exclamaba en tanto trataba de resistirse al avance, pero Thaddeus fue inquisitivo en sus empujones-.
Al cabo de unos segundos, arribaron a las puertas donde los guardias las abrieron de par a par. Para entonces, la escolta de Bart se enfiló para verlo entrar mientras Thaddeus desaparecía tan rápido como había llegado. Bart quiso reclamar lo antes dicho, pero su nombre fue pronunciado para anunciar su llegada. Debió entonces respirar profundo y quitarse el velo de la cara antes de entrar.
En cuanto puso un pie adentro, todo el mundo se reverenció. Efectivamente, toda la sala estaba colmada por los miembros del consejo y algunos integrantes de la corte. Bart suspiró intimidado. Saludó conforme iba llegando, aunque con sólo un movimiento vertical de cabeza. Les dirigía una mirada amable, rápida, pero muy bien intencionada.
Entre sus saludos ceremoniosos, distinguía perfectamente a los dichosos asistentes. Reconoció de vista a los militares, a los nobles, a los señores feudales más acaudalados y poderosos de la región, así como a los representantes de las provincias bajo la luz del reino. Nadie fuera de lo común. O al menos eso creyó hasta cruzar su mirada con aquella del almirante Rayner, con quien últimamente había iniciado una relación más cercana y un poco más íntima.
De sólo recordar sus intenciones y los detalles que el joven Kyle había tenido con él, se sonrojó sobremanera. Aquellos recuerdos que exponencialmente fueron creciendo, lo traicionaron hasta hacerlo titubear en los saludos que aún le faltaba por dar. Mientras se sacudía mentalmente, no fue capaz de ignorar los momentos que recientemente había compartido con él. Ellos no habían ido más allá de paseos por el jardín, almuerzos, intercambio de pequeños obsequios o cartas. Nada pronunciadamente formal o esplendoroso, sólo algunos complementos de un cortejo natural y delicado.
Así como sus ojos se cruzaron, velozmente dejaron de verse, pues ambos sabían que revelar lo que apenas comenzaba no era muy apropiado y el rey no estaría del todo de acuerdo, ya que por él debían pasar todas las propuestas de los pretendientes y Kyle aún no estaba listo como para pedir al tutor de su hermosa ilusión, aquel consentimiento que le daría libertad para acercarse sin temor a su amado Bart. Así pues, ambos hicieron lo mejor para disimular ese expuesto saludo.
El pelirrojo continuó su desfile hasta colocarse frente al trono. Ahí le sonrió al tío Barry, reverenciándose como el caballero que era.
-¡Bienvenido! –Barry le exclamó dejando su asiento, corriendo hacia él para abrazarlo y darle un beso en cada mejilla-. ¡¿Cómo estás?! –Le preguntó tomando su mano para llevarlo a su asiento-.
-Muy bien, su majestad. Gracias por la invitación. –Le respondió amablemente-.
-No, gracias a ti por venir. Estoy muy contento de verte, Bart. –Exclamó colocando al muchacho junto a él-. Hoy es un gran día para ti. –Le dijo sin todavía soltar su mano-. Espero que a partir de hoy, sólo lleguen alegrías a tu vida. –Anunció casi susurrante, dirigiéndose exclusivamente al muchacho-.
Bart abrió sus ojos expectante del significado de aquellas palabras fuera de tono con la recepción. Entonces, antes de que pudiera decir algo, Barry se alejó pronunciándose en el centro de la sala. Alzó sus brazos pidiendo la atención de los presentes, así como de su silencio. Tomó aire y con su dulce voz comenzó a reír.
-¡Caballeros! –Habló iniciando su discurso, aún conservando su hilaridad-. ¡Seguramente se preguntarán el motivo de esta precipitosa junta, pero no teman, no estamos reunidos para anunciarles malas noticias! ¡Al contrario, los he reunido aquí para que compartan mi alegría y las buenas nuevas que aportarán prosperidad al reino en estos tiempos tan turbios! –Exclamó extendiendo su mano a uno de sus allegados, quien colocó en su mano un trozo de papel enrollado-. ¡Sé que están muy nerviosos por el avance del sultanato del sureste, que ciertamente no ha representado un solo problema para nuestra soberanía, y que sin embargo, nos ha puesto a pensar en cuanto al creciente poder que ha estado ganando en oriente! –Enunció quitando el cintillo que mantenía el rollo envuelto-. ¡Pero déjenme anunciarles que sus temores son infundados y con esto, ya no deberán tener razón de ser! –Expresó señalando el papel entre sus dedos-. ¡He aquí la solución para garantizar tiempos de paz en nuestro reino y sus alrededores! ¡He aquí la entrada a un mundo de buenas expectativas y de buena voluntad!
Sus revelaciones asombraron a todos aquellos que las escuchaban, incluido a Bart, que más que provocarle sorpresa, le dieron escalofríos y un extraño mal presentimiento; pues muy dentro de él, se preguntaba entonces la razón para su llamado, puesto que con él, nada tenían que ver los asuntos de estado.
-¡El sultán de Házari, gobernante de todo el imperio que está conquistando todo el este del continente, ha respondido a mi propuesta con grandes muestras de su acuerdo! –Afirmó mostrando el dichoso papel, que resultó ser una misiva bastante adornada con un sello rojo al final de sus letras-.
Cada uno de los miembros comenzó a expresar sus opiniones concordantes de manera contenta y alabadora. No esperaban un acto mejor de su gobernante, aunque de un momento a otro, empezaron a preguntarse sobre el desarrollo de los hechos que habían derivado en aquella reunión. Del mismo modo, se preguntaban por el contenido de la carta.
-¡No necesito leer sus mentes para saber que requieren conocer los términos de la amistad que estoy buscando con el sultán de Házari! –Explicó para calmar las ansias de la audiencia-. ¡Como lo recordarán, en la celebración a la que fue invitado como miembro de honor, el sultán de Házari y yo conversamos un poco para buscar una alianza que garantizara nuestras fronteras y nuestras soberanías!
Las personas asintieron recordando el evento mencionado. Murmuraron respecto a la ocasión celebrada y a los encuentros que ahí se suscitaron.
-¡Aunque fue la primera vez que nos vimos, y en realidad me sorprendió saber que el gobernante de semejante imperio en oriente era realmente muy joven, eso no nos impidió hablar civilizadamente! ¡Al contrario, el sultán se portó muy amable y considerado, a pesar de estar en tierra extranjera y ser un evento poco ortodoxo! ¡Sin embargo, a partir de ese momento, supe que ambos podríamos llegar a un acuerdo que beneficiaría a nuestros pueblos! ¡Con ello, nació la idea de formalizar una alianza que nos otorgará ventajas comerciales y proteccionistas!
Los miembros del consejo y de la corte desplegaron su alegría con una serie de aplausos y estrechamientos de mano.
-¡Es en este punto que les presento el fuerte lazo que nos unirá con el imperio de Házari! –Exclamó desplazándose un par de pasos a un lado de Bart, a quien presentó reverenciándose-. ¡He aquí la llave a nuestra prosperidad, el salvador de nuestro reino, el muro que protegerá la libertad y la autonomía de todas nuestras tierras! ¡He aquí al príncipe elegido, al príncipe que llevará consigo todos nuestros agradecimientos y bendiciones! –Expresó acercándose-. ¡He aquí al príncipe que el sultán de Házari escogió para desposar! ¡El príncipe al que el sultán eligió para unir sus vidas! –Exclamó arrodillándose frente a Bart mientras tomaba su mano para besarla-. ¡He aquí a mi querido sobrino, Bartholomew, el de los ojos dorados! –Anunció dejando atónitos a sus oyentes, quienes no fueron talentosos para ocultar su sorpresa o su temor creciente, en vista de lo repentino de la decisión y sus posibles consecuencias-.
Al atender aquellas expresiones saliendo de la boca de su tío, lo último que llegó a sus pensamientos fue impregnarse de comprensión. Bart permaneció callado y petrificado. El beso que en su mano recibió se sintió frío y estremecedor. Por su cabeza atravesaron cientos de ideas que no hicieron su labor al tratar de ayudarlo a vislumbrar aquella revelación. Los segundos se escurrían crueles en aquel lugar para infortunio de la respiración de Bart, quien lentamente advertía su cuerpo lánguido, frágil, etéreo, a punto de desmayarse. Su sobrecogimiento fue tan grande que su sentido común y su capacidad para hablar se desvanecieron como el vaho en una tarde de lluvia.
Lo único que se le ocurrió para no desatinar su pésima reacción, fue pasar saliva y prepararse para el llanto. La noticia de verdad lo afectó hasta desear que todo hubiese sido un sueño. Sin embargo, al percibir las primeras lágrimas cristalinas en sus ojos, alzó inercialmente la cara dándose un par de instantes para recapacitar su renuencia, pero lo único que consiguió fue encontrar la expresión aprensiva que Kyle llevaba en su rostro. Fue entonces que el tiempo se detuvo torturándolo con más ideas sin sentido que le enfundaron temor y angustia. Una tan profunda que terminó por quitarle el aliento y enclaustrarlo en un vaivén que cubrió de negro su horizonte.
-¡Bart! –Gritó asustado el soberano-.
Pero fue demasiado tarde, la fortaleza del muchacho no le permitió más segundos de consciencia.
-¡Traigan a un médico! –Pidió el soberano angustiadamente-.
Pues escasamente logró atrapar al muchacho que se dejó llevar por la impresión, revelando de ese modo tan dramático, su supuesto consentimiento que no pudo refutar, ya que un desmayo, que casi lo tira de la silla, se atravesó en su temple dejándolo expuesto y en completa soledad con su nuevo destino.
Continuará...
Nota: Bueno, bienvenidos a este nuevo proyecto. Si les agrada, no olviden compartirlo y dejar sus comentarios. Ojalá os agrade tanto como a mí. Saludos.
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