4

Aterrizo en Nueva York con el tiempo justo. Son las siete y cuarto de la tarde, y tengo que estar en Brooklyn para cenar en menos de una hora. Afortunadamente, he conseguido que una empresa me traslade las maletas desde el aeropuerto hasta el hotel, porque ir arrastrándolas por media Nueva York suena como una idea pésima.

Tras asegurarme de que mis maletas están de camino al hotel, consigo coger un taxi rápidamente y le doy la dirección de donde vive mi hermana, Eliza. Ella detesta la impuntualidad, y no me atrevería a llegar tarde. Al ser solo un año menor que yo, es probablemente la hermana con la que más relación tengo, lo que significa que he vivido su furia más de una vez, y no quiero desatarla. Da bastante miedo cuando se enfada.

El viaje en taxi es ameno y tranquilo. Observo cómo los suburbios empiezan a tomar la característica forma caótica y siempre llena de la ciudad a través de la ventana, y mi móvil vibra justo cuando estamos pasando por el barrio judío, lo que significa que estamos cerca de mi destino. Lo saco del bolsillo de mi chaqueta y veo un mensaje que me hace sonreír. Es de Bart, que tiene un nombre no muy atractivo pero una labia que encandila a cualquiera, y me dice que lo pasó genial anoche. No llegamos a hacer nada sexual porque era una fiesta en su casa y tenía que estar por los demás invitados, pero charlamos un buen rato y hubo más de un roce.

Voy a contestar cuando el taxista me informa de que hemos llegado a la calle de Brooklyn en la que vive mi hermana desde hace tres años. Aprovecho para mirar la hora y compruebo con satisfacción que todavía tengo diez minutos de margen.

Le doy las gracias al taxista y pago el importe correspondiente. Cojo mi bolso, en el que llevo cosas básicas como mi neceser y la cartera, junto con la bolsa en la que llevo el vino —Eliza siempre dice que echa de menos el vino que compramos en el mercado que se hace los sábados en Calabasas y, aunque se lo enviamos a menudo, sé que hace mucho que no lo toma—, y salgo del coche después de ponerme unas gafas de sol, para que se reduzcan las posibilidades de que alguien me reconozca.

Que no es como si fuera a visitar a mi hermana en secreto, pero agradecería poder tener un poco de intimidad, especialmente cuando voy a ver a mi familia.

El taxi se va, dejándome en la abarrotada calle de casas adosadas. Así como yo siempre he buscado la tranquilidad, el vivir en sitios apartados, seguramente debido a que me pasé la infancia y adolescencia en el ojo del público, a Eliza le encanta estar rodeada de gente. Eligió vivir en esta zona, a parte de porque su mujer es de aquí, por lo llena de vida que está. Puede salir a tomar algo al lado de su casa, es una zona llena de restaurantes y, como siempre se le ha dado muy bien hacer amigos, tiene mucha vida social. Además, tiene un restaurante de comida hawaiana junto con su mujer, Malia. Malia se encarga de crear los platos, ya que su familia es originaria de Maui, y Eliza, que estudió empresariales, lleva las cuentas.

Algo que siempre me ha encantado de Nueva York, y especialmente de esta zona, es la variedad de gente que hay. La mezcla cultural es impresionante, y en cierto modo no me extraña que mi hermana sea tan feliz aquí. No es para mí, porque hay demasiada gente, pero puedo entender por qué le gusta.

Camino hacia las escaleras de piedra que llevan a la puerta de la casa de mi hermana, y llamo al timbre. Apenas tengo que esperar un par de segundos hasta que escucho unos pasos ligeros pero seguros que corren hacia la puerta.

—¡Mami! —grita una voz infantil que llevaba demasiado tiempo sin escuchar—. ¡Han llamado al timbe!

—¡Voy! —escucho que exclama Malia desde algún lugar de la casa.

Asumo que no le tienen permitido a Kaia, mi sobrina de tres años, abrir la puerta —cosa que me parece muy bien—, así que tengo que esperar un poco más hasta que la puerta se abre.

Malia me da una sonrisa, y se acerca para abrazarme, pero su hija es más rápida y salta encima de mí con emoción.

—¡Tía Caloline! —me saluda, entusiasmada.

—Hola, monstruo. —La estrecho contra mi pecho y la zarandeo un poco, haciendo que ría, antes de dejarla en el suelo. Entonces me dirijo a su madre—. Malia, ¿cómo estás?

Sonrío antes de abrazarla. Después se aparta para dejarme entrar, y cierra la puerta detrás de mí. Caminamos hacia la cocina, donde esperaba encontrar a Eliza, pero no está por ningún lado. La encimera está ocupada con mil cosas diferentes que asumo que están usando para cocinar lo que parece arroz con verduras varias, así que dejo la bolsa con el vino en el suelo.

—¿Y mi hermana? —inquiero, mirando a Malia.

—Haciendo mil cosas a la vez, como siempre —contesta ella, divertida.

No tengo ni idea de cómo lo ha hecho, pero de repente escucho una risa infantil y me giro para ver a Kaia sujetando una de las botellas de vino como quien sujetaría un bebé.

—¡Nos vamos a bolachal! —grita, y hago el amago de quitársela pero Eliza es más rápida, seguramente porque ya está acostumbrada a las locuras de su hija, y aparece por la puerta del pasillo para coger la botella rápidamente y dejarla en el único hueco que queda en la encimera.

—Kaia, ¿qué hemos hablado sobre coger cosas que no son tuyas? —le pregunta, arrodillándose delante de ella.

La pequeña suspira.

—Que no se hase —murmura.

—Pues a ver si lo recuerdas cuando quieras volver a coger algo —dice, levantándose, antes de girarse hacia mí—. Pero bueno, si es mi hermana, la actriz que no tiene tiempo para la familia.

Hace un movimiento dramático, llevándose una mano al pecho, y ruedo los ojos.

—Basta ya de imitar a mamá —le pido, y se echa a reír antes de abrazarme.

—Es que me hace mucha gracia, perdón —se defiende, divertida, y se separa del abrazo dejando sus manos en mis hombros—. ¿Cómo estás?

—Bien, contenta de veros. —Sonrío—. Kaia está enorme, y mira que hace... ¿Qué hará, dos meses que no la veo?

—Algo así, sí. Crece muy rápido, es horroroso.

Al parecer, Kaia ya ha cenado y está cerca de su hora de ir a dormir así que, después de jugar con ella un rato, Eliza se la lleva para acostarla. Cuando vuelve, nos servimos una copa para cada una en la cocina, mientras Malia termina de cocinar.

—Ayer me llamó mamá —comenta Eliza—. Dice que esta Navidad haremos un completo. ¿Addy vendrá?

—Eso parece —contesto—. A mí también me sorprendió cuando me lo dijo.

Addy —Adele— es la hermana que vino justo después de Eliza, y apenas sabemos nada de ella. Aunque nuestros padres nos intentaron inculcar la importancia de la familia de mil maneras distintas, ella parece que era inmune a esos intentos. Tampoco la culpo, porque siendo ocho hermanos la familia es un caos y ella es una persona muy independiente. Se mudó a Londres hará unos cinco años, creo que solo la he visto un par de veces desde entonces, y fue porque tuve que ir a Inglaterra por trabajo, pero ella no ha vuelto a Estados Unidos. A decir verdad, sé que está viva porque sube su arte a Instagram, donde es muy activa, y porque de vez en cuando le mando algún mensaje para ver cómo está, pero apenas hemos tenido contacto en los últimos años.

—Pues tendremos una Navidad movidita —comenta.

—Vas a tener que armarte de paciencia —le advierto.

—Tranquila, me tomaré diez infusiones relajantes y me limitaré a forzar una sonrisa cuando Jill diga alguna estupidez.

—No es tan horrible —le dice Malia, aunque puedo ver que le divierte la situación.

Eliza tiene mucho carácter, incluso más que yo, y por eso nos llevamos tan bien. A veces desearía ser como ella, porque no se corta un pelo marcando a Jill cuando intenta hacerle algún tipo de chantaje emocional, y eso es algo que yo nunca he aprendido a hacer.

Pasamos la cena charlando sobre su restaurante, mi película y la esperada cena de Navidad. No suelen gustarme los eventos familiares porque mi madre y Jill son personas que me cargan mucho, pero me hace ilusión que este año nos reunamos todos los hermanos. Cerca de mí solo viven Jill, Jordan y Sophia, así que no veo demasiado al resto.

Salgo de su casa a las once. Me habría quedado más, pero mañana tengo una reunión con el equipo de rodaje a las ocho, lo que significa que me va a tocar madrugar. Estoy acostumbrada a levantarme temprano, pero hoy voy más cansada de lo normal por el vuelo.

Llego al hotel poco más tarde, porque milagrosamente no había demasiado tráfico, y saludo a la gente del equipo que me voy encontrando en la entrada y los pasillos. Cuando por fin llego a mi la puerta de mi habitación, un ruido me distrae y veo a Oliver Hawthorne saliendo de la suya, que resulta que es la del lado.

—Ya ha llegado la princesa —me dice, con esa intención de burla que usa tan a menudo conmigo.

—Oliver —es mi único y seco saludo antes de entrar en la habitación.

Escucho cómo se ríe en cuanto cierro la puerta, y resisto el impulso de rodar los ojos, porque ya estoy acostumbrada a lidiar con él. Hace tres meses que estamos rodando esta película, además de que ya lo conocía de antes, aunque solo lo veía de vez en cuando, en alguna que otra gala o entrega de premios. Siempre ha tenido esta actitud de mierda conmigo, tratándome como si yo tuviera algún tipo de trato especial en la industria por tener los padres que tengo, y a veces puede ser agotador... Aunque debo admitir que yo tampoco he sido muy amable con él.

Estos días de rodaje van a ser tediosos, pero me consuela saber que ya queda poco para terminar la película.


______________

Capítulo dedicado a bell_954, que es su cumpleaños. ¡Muchas felicidades! :D

¡Por fin tenemos El precio de la fama de vuelta! Por ahora no habrá día de actualización fijo porque mi prioridad es terminar Cosas de rubios, pero le quedan pocos capítulos, así que en cuanto esté terminada pondré un día fijo para subir esta novela :) Por ahora, iré subiendo a medida que termine capítulos, y avisaré por Instagram (mi perfil es sirendreams).

¡Nos leemos pronto!

Claire

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top