3
—Hora de levantarse, pequeños demonios —les digo a mis sobrinos, haciéndoles cosquillas.
Avery empieza a reírse como una loca, revolviéndose en la cama doble de la habitación de invitados, y Lucas se pone a gritar, enfadado por que lo haya despertado así. Solo espero que el bebé que Jill está esperando tenga el carácter de Avery, porque Lucas puede ser insoportable cuando se lo propone.
Yo de verdad que no entiendo a Jillian. Pocos días antes de Navidad, Avery ya tendrá nueve años, y a Lucas le faltan tres meses para cumplir los siete. Los adoro, pero siendo sincera son insoportables —aunque sé que es por la edad, además del hecho de que estén mimadísimos—, y a Jill no se le ocurre nada mejor que tener otro hijo. Yo creo que este embarazo es el típico bebé para salvar el matrimonio, pero es que si yo fuera ella ya habría mandado al imbécil de Brandon a tomar viento hace años. No sé cómo lo soporta. Es una de esas personas que te absorbe las ganas de vivir.
Les preparo un desayuno sano a los niños, motivo por el cual se quejan hasta la saciedad, diciendo que no se lo van a comer, y tengo que prometerles un baño en la piscina como recompensa para que se terminen el maldito desayuno. Juro que algún día tendré una charla con Jill —con Brandon no voy ni a intentarlo, porque seguro que ni siquiera sabe lo que comen sus hijos— para que empiece a darle importancia a lo que le da de comer a mis sobrinos. Estoy segura de que les da la primera porquería que encuentra para desayunar, y mira que tienen dinero para comer cosas decentes.
Dejo que se bañen en la piscina, entre gritos y risas, mientras me siento en una de las hamacas con el portátil en las piernas para empezar a organizar mi agenda. Ayer estuve hablando con Caesar, mi mánager, de los eventos y citas que tengo en los próximos días, así que ahora toca ponerlo todo en orden para que no se me olvide nada.
Cuando Jill por fin se digna a presentarse en mi casa para llevarse a los niños, tiene esa sonrisa en la cara que indica que ha echado un polvo decente con Brandon —algo que solo pasa una vez cada mucho tiempo— y vuelve a tener esperanzas de que su matrimonio salga bien.
—Te dije que vinieras a las nueve —le recuerdo, porque el reloj del recibidor marca las diez menos cuarto y en poco más de una hora empezará a llegar el equipo de maquillaje de la revista para la que tengo la entrevista.
—Estaba ocupada. —Me guiña un ojo y tengo que reprimir el impulso de fingir arcadas—. Ya sabes a lo que me refiero.
—Sí, sí, me alegro mucho —miento mientras los niños entran en el coche de mi hermana—, pero no vuelvas a llegar tarde. Nos vemos pronto, ¿vale? Dile a mamá que iré a verla mañana, o pasado.
—Díselo tú —contesta con su habitual tono cortante, y quiero darle un puñetazo pero se salva porque estoy en contra de la violencia y porque elige ese momento para subirse al coche.
Me despido de los niños con la mano, sonriéndoles, y cuando ya se han ido y la valla de mi jardín está cerrada, vuelvo al interior.
A las once en punto mi casa empieza a llenarse de gente. En la entrevista que subirán a su web y a YouTube solo saldré yo, acompañada de la voz del entrevistador, pero hay tranquilamente diez personas detrás encargándose de que todo salga perfecto. Caesar también viene para asegurarse de que todo va como está planeado, y me da un beso en la frente cuando llega.
Me hacen un maquillaje natural y sencillo, dándome un poco más de color —apenas he tenido tiempo para tomar el sol últimamente— y, cuando estoy lista, empieza la entrevista. Ya me han pasado el guión antes, pero siempre añaden nuevas preguntas de última hora, y tengo que reprimir una carcajada cuando, después de preguntarme por mi vida, mis logros y la película en la que estoy trabajando, el nombre de Oliver Hawthorne aparece en el tema de conversación.
—Corren rumores de que Oliver Hawthorne y usted no tienen una muy buena relación —dice él. No suelen preguntarme esto en las entrevistas porque saben que no contesto a cosas tan personales pero, no sé por qué, hoy me apetece contestar—. ¿Cómo es estar trabajando en una película con él, y ni más ni menos que en un romance?
Sonrío y las palabras, que ya tenía actuadas para cuando cayera esta pregunta, aunque no estaba en el guión, empiezan a salir con fluidez de mi boca. Si es que soy una actriz brutal.
—Oliver y yo tenemos muy buena relación, aunque mucha gente se esfuerce en demostrar lo contrario —digo—. Es un muy buen actor y es un placer trabajar con él.
Lo de que es un actor buenísimo no es mentira en absoluto. Oliver tiene mucho talento, y eso no se puede negar. Tampoco diré que sea mala persona, simplemente no congeniamos, eso es todo. ¿Que me pone de los nervios? Sí. ¿Que hemos discutido más de una vez? También, pero eso no significa que lo considere una mala persona.
Cuando todo el equipo ya se ha ido, preparo algo de comer para Caesar y para mí, y nos ponemos en la enorme mesa del comedor.
—Has estado estupenda, como siempre —me dice con una sonrisa—. Debo decir que no me esperaba que contestaras la pregunta sobre Oliver, pero lo has solucionado bien. Eres muy mentirosilla tú, eh.
Me echo a reír y doy un trago a mi copa de vino.
—Lo que sea por la película —contesto—. Los productores ya me pueden estar agradecidos. Por cierto, esta noche salgo con Payton y Destiny, ¿te apuntas?
El plan era salir ayer, pero tuve que cancelarlo porque eso de llevarme a los niños a uno de los mejores clubs de Los Ángeles no sonaba como una buena idea.
—Tendré que decir que no —me dice, apenado—. Deon y yo estamos hasta arriba de trabajo. No te cases nunca, Caroline. Puede que el día de la boda sea precioso, pero los meses de preparación son para pegarse un tiro.
—¿Ya habéis elegido los vestidos de las damas de honor? —pregunto, sonriendo al recordar cuando me pidió que yo fuera una de ellas.
—Ojalá. —Suspira—. He visto tantos vestidos preciosos que no sé cuál elegir.
—¿Quieres que te acompañe algún día? —le propongo—. Tengo buen gusto para estas cosas, ya lo sabes.
—Pues te lo agradecería —accede sin pensárselo dos veces—. Necesito a una it girl para guiarme en este proceso.
Sonrío y bebo algo más de vino antes de levantarme del sofá para empezar a hacer la comida.
—¿Te quedas a comer? —le pregunto.
—Nunca le digo que no a la comida de Caroline Noel —contesta él, guiñándome un ojo.
Comemos sin ninguna prisa, ya que por suerte hoy solo tengo dos cosas en la agenda. La entrevista ya está hecha, y todavía me quedan varias horas hasta que me vaya a Delirium con Payton. Mientras comemos, Caesar me cuenta sobre su boda. La verdad es que hace un par de meses que, cuando no estamos hablando de trabajo, solo habla de este tema, pero lo comprendo porque organizar una boda debe de ser muy absorbente.
Solo recordar cómo estaban mis hermanas casadas antes de sus bodas, se me ponen los pelos de punta. Jillian estaba histérica durante la última semana, me gritó más de una vez e incluso estuvimos días sin hablarnos porque yo me negaba a tolerar que, por muy estresada que estuviera, me tratara así. Eliza, mi otra hermana casada, fue algo más tranquila, pero la vi llorar varias veces y me rompió el corazón, más que nada porque ella no suele ser tan sentimental.
A las siete de la tarde, Caesar sigue aquí. Hemos visto un par de películas ñoñas y ahora está echado en mi sofá quejándose de que no quiere irse, porque dice que necesita un descanso de sus "obligaciones prematrimoniales" —que vienen a resumirse en organizar la boda—. Lo miro hacer una pataleta cual niño pequeño y no puedo evitar recordar los primeros meses después de conocerlo. Al empezar a ser mi mánager, actuaba todo serio y formal, pero en realidad es un dramático al que le van más las bromas y el cotilleo que ninguna otra cosa.
Cuando Caesar ya se ha cansado de quejarse y solo está echado a mi sofá mirando al infinto como si su vida fuera un asco, suena el timbre. Ni siquiera necesito mirar por las cámaras saber quién es y, efectivamente, cuando miro veo el coche de Payton en la puerta. Empieza a pitar el cláxon y suelto una carcajada antes de presionar el botón de las puertas del exterior. Entra en el terreno a toda velocidad y aparca donde le da la real gana, aunque al menos esta vez ha tenido la decencia de respetar la zona de césped y dejar el coche en la de piedra, porque hace un par de meses aparcó encima de los arbustos de lavanda que tanto me gustaban.
La muy rubia y demente Payton Williams sale de su flamante coche —porque ya ha arreglado todas las abolladuras que le ha hecho en el año que hace que lo tiene— y se agacha tanto que puedo ver que lleva un tanga rojo de encaje para coger algo del asiento trasero. Saca una caja de pizza y camina hacia mí saludándome con la mano, como si no la hubiera visto entrar con el espectáculo que ha montado.
—Espero que no sea de pepperoni —le advierto antes incluso de saludarla, y ella rueda los ojos.
—No, pero tampoco es la hawaiana esa asquerosa que te gusta a ti —contesta, haciendo una mueca de asco—. Venga, déjame pasar, que tengo frío.
Omito recordarle que estamos en Malibú a principios de octubre y hace un día espléndido, así que esto dista mucho del frío —no como el que hacía en Maine, que parecía eso la Antártida—, porque a ella le encanta exagerar. Me aparto de la puerta y ella entra, con sus deportivas puestas cuando estoy segura de que lleva unos tacones en el bolso.
—¡Caesar! —escucho que exclama, ya en el salón, mientras yo sigo en el recibidor cerrando la puerta, y empiezan a hablar como si hiciera dos años, y no dos semanas, que no se ven.
—Pues no, nena, no podré venir —suspira Caesar cuando llego al salón y me siento en el sofá, a su lado, antes de servirme otra copa de vino.
—¿No será que Deon no te deja salir, no? —le pregunta ella, señalándolo con un dedo, y Caesar ríe—. ¡Que no me entere yo!
—No, mujer, no —le dice él—. Llevo una semana de mucho estrés entre el trabajo y la boda, y quiero descansar... Principalmente, porque mañana tengo que elegir el pastel.
Sonrío al ver a Payton tan radical con ese tema. Ella siempre ha tenido las cosas muy claras en ese tema, es capaz de ver cuándo alguien está intentando manipularla, y siempre que se da cuenta, lo corta de raíz. Es probablemente eso lo que la hace decir esas cosas con tanta convicción, aunque a veces se lo tome a broma, y seguramente también tenga que ver con lo que me pasó a mí.
—¡Ay, el pastel! —exclama ella, emocionada, olvidándose de todo el tema de Deon no dejando salir a Caesar, cosa que dudo mucho porque Deon es genial... Aunque nunca se sabe—. Qué guay. ¿Puedo ir a probar pasteles con vosotros?
—No creo, porque estará su madre y será muy familiar, pero puedo guardarte lo que sobre —le dice él.
—Cariño, no creo que te dejen llevarte las sobras —le digo. Caesar es muy formal para algunas cosas y muy bruto para otras, y no hay punto intermedio.
Él me mira haciendo un puchero, como si acabara de arruinarle la diversión, y me echo a reír.
Tres horas más tarde, estoy bailando con Payton en Delirium. Me gusta venir aquí porque es un club que, si bien no es exclusivo del todo, no permite que nadie entre con el teléfono móvil: lo tienes que dejar en la entrada. Eso nos permite, a mí y a la gente conocida como yo, hacer más o menos lo que queramos.
Hace rato que noto sus ojos examinándome. Le regalo alguna mirada de vez en cuando, pero por ahora me centro en bailar con mi amiga. Es un hombre alto, moreno, y guapo. Lo mejor es que me mira, pero es sutil. No está comiéndome con los ojos, está mirándome como si fuera algo sumamente interesante. Es bastante probable que sepa quién soy, pero no se le nota. Puede que no mire películas. Puede que le dé igual todo este mundo. Ojalá.
Finalmente, se atreve a dar el paso y se acerca. Lo hace de una forma amable, sin ser invasivo, sin tocar sin permiso. Y entonces abre la boca y lo jode todo.
—No sabía yo que Caroline Noel venía por aquí.
No lo negaré: hace un tiempo me gustaba que la gente con la que me acostaba ya me conociera. Me ponía en una situación de superioridad y, estando yo pasando por una época en la que pocas cosas me hacían sentir segura, lo disfrutaba. Luego me di cuenta de que, a largo plazo, esa dinámica solo me hacía sentir mal, así que lo dejé. El sexo empezó a ser mejor porque era algo mutuo, éramos dos personas —yo y quien fuera esa noche— disfrutándonos al mismo nivel. Puede sonar imposible, pero existe gente a la que le da igual todo el mundo de las celebridades, y muchos ni siquiera saben quién soy. Ahora me cuesta mucho más encontrar a alguien con quien me sienta cómoda en el sexo, pero prefiero hacerlo menos y disfrutarlo más.
Así que termino volviendo a mi casa sola. Payton es la que me deja delante de mi puerta, porque ella hace años que no bebe, así que siempre está lista para conducir. Tampoco es como si necesitara el alcohol, ella ya es suficientemente activa y alocada de por sí.
—Nos vemos pronto, Line —me dice, usando el mote que me puso en primaria, y sonrío.
—Nos vemos, Pay —contesto, y me despido de ella con la mano antes de entrar en el terreno de mi casa.
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