Capítulo 12
En esta ocasión especial, en vez de ir a uno de los establecimientos de estética minimalista, menú sofisticado e ingreso restringido que tanto le gustaban, Charles decidió innovar y llevar a Jacob al restaurante favorito de su hermano menor: Il Banchetto —un lugar alejado del centro de la ciudad, que servía apenas comida italiana—.
El espacio poseía un ambiente cálido, familiar y rústico. Además, su comida era deliciosa, los precios eran accesibles, y por eso era un punto de encuentro popular entre las parejas jóvenes de la capital.
El profesor, al pisar ahí, se enamoró de inmediato del lugar.
—¡Bruno tiene muy buen gusto!
—No, diría eso. Solo detesta la haute cuisine y puede comerse un camión de pasta si lo dejamos. Así que prefiere lugares como este, más hogareños y generosos, que pueden saciar al monstruo hambriento que vive en su estómago.
—Pues confieso que tampoco soy un fan ávido de lugares muy sofisticados y lujosos. Valoro más el sabor y el tamaño de la comida que su presentación. Así que si buscas "clase", no la encontrarás conmigo. También tengo un monstruo en mi estómago —dijo Jacob con un tono cómico, aunque no mentía —. Mamá en la otra mano, ama los restaurantes finos. Obvio es que no vamos a menudo, porque son excesivamente caros, pero cuando lo hacemos ella se siente en las nubes.
—Hm. Voy a tener eso en mente —Charles comentó y, aunque en su voz se notó todavía un poco su resentimiento hacia a la mujer, Jacob logró percibir que él estaba haciendo un genuino esfuerzo en perdonarla—. Cuando vaya a Merchant los llevaré a ambos a un lugar que conozco, cerca de la plaza central, llamado Blue Lagoon. Están especializados en frutos del mar y las presentaciones de cada plato son súper ingeniosas. Te terminará gustando.
—¿Estás pensando en la presentación y no en lo mucho que podremos comer? —El profesor se rio—. Sí, tú y ella definitivamente se llevarán bien.
—Ojalá... —El pintor respiró hondo y cubrió su rostro con una sonrisa educada, queriendo disfrazar su propia incertidumbre—. En fin... ¿Vamos a buscar a nuestra mesa? Bruno ya está aquí; me escribió mientras veníamos a camino y me avisó que había llegado.
—Dale. Pero tú lideras el camino, porque no sé dónde está nada.
Charles asintió y comenzó a moverse por el restaurante junto a Jacob, quien le seguía la sombra como un can obediente. Los dos cruzaron el primer piso con pasos apurados, subieron las escaleras, y llegaron al segundo. Ambos espacios estaban llenísimos, y su presentación era la misma: incontables mesas de madera cubiertas con pañuelos rojos, fotografías y pinturas decorando las paredes, luces amarillentas colgando del techo y un enjambre de meseros, volando de un lado al otro. El muchacho al que buscaban estaba sentado en una de dichas mesas, en el centro del vasto escenario, y tenía al menú ya en sus manos.
Por estar de espaldas, Jacob no le pudo ver la cara hasta que se acercaron lo suficiente a él. Fue entonces cuando el joven se percató de su presencia, se levantó con una expresión entusiasmada y los saludó con una sacudida de manos firme y amistosa.
Bruno tenía los mismos ojos hipnóticos de su hermano mayor y el mismo cabello negro. Pero su nariz era más fina, su mandíbula un poco más redondeada, y su voz, menos grave.
—Es un placer conocerte al fin, John... ¡No, espera! ¡Perdón! ¡Jacob! ¡Es un placer, Jacob!
—Como te dije, él sabe sobre nuestros sueños —Charles sonrió ante el nerviosismo del chico y sacudió la cabeza.
Pero el profesor más una vez no fue capaz de actuar con normalidad ante un conocido del pintor, ni de responder con naturalidad a sus palabras.
Porque de golpe, más memorias le surgieron en la mente.
—¿De verdad te tienes que ir, Johnny?
Jonathan no supo qué decirle a su hermano menor. Benedict tenía apenas 13 años cuando decidió irse de casa. Era demasiado pequeño para entender el real peso de los motivos que lo motivaron a marcharse.
Su postura anti-monárquica. Sus principios éticos distintos. Su religiosidad libre-pensadora y claro, su oculta y nunca discutida homosexualidad. Cosas que lo mantenían siempre bajo la hoja de una guillotina, esperando un fin sanguinario y dramático para su vida. Fin que —por más que sus discusiones parecieran indicar lo contrario— él no quería compartir con sus parientes.
—Sí. Tengo que hacerlo. —Fueron las palabras simples y relajadas que terminó empleando para apaciguar al chico, aunque su sonrisa luctuosa dejó a entender lo falsa que era su serenidad y lo mucho que la idea no le atraía—. Pero siempre puedes venir a visitarme.
—¿Lo juras? —Benedict lo abrazó.
—Sí, Ben... lo juro.
Y dicha oferta fue completamente sincera. La puerta de su hogar siempre estuvo bien abierta para él.
Pero en los años que la prosiguieron pocas fueron las ocasiones en las que el niño de verdad la aprovechó. No porque no quisiera ver a su hermano, sino porque los Silverman no lo dejaban.
Eso es, hasta su última visita, que fue incentivada al máximo por sus resentidos y crueles padres:
—¡Ya que defiendes tanto a ese malnacido, anda a ver en persona el tipo de perversidades que realiza junto a ese maricón de la nobleza! —gritó el señor Silverman, en un lapso de furia—. ¡¿No lo idealizas tanto?! ¡Pues anda a ver cómo se arrodilla ante ese maldito y le chupa los huevos con orgullo!...
Cosas peores fueron dichas de ahí en adelante. Y efectivamente, Benedict lo fue a visitar, aunque apenas para confrontarlo respecto a cada una de ellas y luego ofenderlo con el vocabulario más bajo y pérfido que alguna vez había usado, por encontrar a la verdad de los hechos repugnante.
Dicha tarde de amargura se convirtió en la que él más pasó a odiar, en toda su vida. Porque meses después la guerra de independencia empezó, y la casa de su hermano fue intencionalmente incendiada.
Cuando el joven se enteró de lo ocurrido, el corazón del Jonathan ya no latía.
Benedict corrió a los escombros humeantes justo a tiempo de oír el grito despavorido y desesperado del señor Quentin-Brookes, anunciando la muerte del escritor y del barón.
Vio, en persona, como el cadáver ennegrecido de su hermano fue removido de los destrozos, abrazado con el de su novio.
Confrontado con la dura realidad de la escena, el muchacho cayó de rodillas al suelo, en un estado de pasmo preocupante. Al despertarse de su lúgubre y pesaroso asombro, maldijo a Dios como si Él tuviera culpa por la maldad humana, sollozó en vano por una vida que ya no regresaría, y se lamentó por una relación que ahora era imposible de arreglar.
El espíritu de Jonathan, flotando a su lado junto a Leopold, lo perdonó.
Pero Benedict nunca logró perdonarse a sí mismo.
Y por eso, al reencarnar, el impacto de su remordimiento se volvió físico, doloroso y tangible: Su cuerpo lo maldijo con un cáncer de pulmón, haciéndolo sentir en la piel el mismo agobio sufrido por su hermano mayor antes de morir; el querer respirar y no poder.
Al regresar a sí, nuevamente Jacob se sintió mareado, al punto de perder el equilibrio. Su cabeza le dolió, el suelo a sus pies pareció temblar, y sus mejillas se pusieron traslúcidas de tan pálidas.
Charles, aprensivo, lo hizo sentarse y otra vez le consiguió un vaso de agua.
—¿Estás bien? —Bruno indagó, tan nervioso como el pintor.
—S-Sí... —El profesor respiró hondo—. Solo me a-acordé de algo.
—¿En serio? —La curiosidad del más joven de los hermanos Moran hizo desaparecer a su previa tensión—. ¿Tiene que ver conmigo?
—Hey, dale un poco de espacio...
—No, e-está bien... —Jacob detuvo a Charles, mientras recibía de su parte el vaso—. N-No me molesta hablar al respecto... en especial porque sí... sí tenía que ver contigo, Bruno...
—¿En serio? —El estudiante sonrió de oreja a oreja, entusiasmado—. ¿Y qué viste?
—Sonará muy loco...
—Nada más loco de lo que Charlie aquí ya me ha contado hasta ahora...
—Hey.
—¡Vamooos! —Bruno insistió—. ¡No puedes dejarme colgado ahora!
Jacob, viéndose atascado en una situación incómoda, tragó más agua y se ajustó sus lentes sobre el rostro.
—Okay, entonces... Siéntense, los dos.. y les cuento todo.
Y esto hizo... a medias.
Mientras esperaban a que algún mesero viniera a pedirles su orden, él explicó lo que había visto, omitiendo la parte final. No quería que Bruno se culpara por ofensas que ni recordaba haber dicho, y que no reflejaban su carácter actual en lo absoluto. Charles, por su parte, no sabía que su hermano y Benedict solían ser la misma persona —lo que le resultó ser un alivio al maestro, porque eso implicaba también su falta de conocimiento respecto a los comentarios agresivos que él les había dedicado—.
Dicha ignorancia confirmó, además, una de las teorías de Jacob; unque ambos supieran muchas cosas sobre sus existencias anteriores, jamás lograrían acordarse de ellas en su totalidad. Los detalles de su romance eran claros y compartidos, pero otros datos más alejados del mismo se volvían borrosos, apenas entendibles.
Suponía que esto se debía al hecho de que ambos ahora compartían hogares con quienes solían ser sus enemigos.
No le sorprendería si algún día descubrieran que los padres actuales de Charles y Bruno también solían ser conocidos suyos. Todo sobre sus vidas —presentes y pasadas— de alguna manera u otra parecía estar conectado.
—Quisiera poder recordar tantas cosas como ustedes... Suena como algo tan interesante, eso de irse a dormir y despertar en otro mundo. —el estudiante dijo, fascinado—. Pero no logro soñar con nada coherente. O estoy atascado en situaciones súper surreales, o me duermo como una piedra y solo veo negro toda la noche.
Jacob quiso decirle, justo en ese momento, que dicha habilidad lo era necesariamente un beneficio, porque no todo era nostalgia y alegría cuando cerraba los ojos. Con frecuencia soñaba con su muerte y se despertaba al borde de un ataque de pánico, o se acordaba de las centenas de mentiras que tuvo que contar, de las injurias que tuvo que sufrir, de los ataques, amenazas, y chantajes realizados por terceros, con el mero objetivo de castigarlo y debilitarlo...
Amaba al barón, a Charles, y aceptaba cada una de esas horrendas pesadillas con gusto para poder verlo, pero... no podía decir que eran agradables.
Y el propio artista —a juzgar por la mirada entristecida que compartió con él, así que su hermano acabó de hablar— parecía sentirse de manera similar.
No negarían que sus sueños eran útiles —porque al fin y al cabo ahí los dos estaban, vivos y respirando, hablando sobre ellos frente a frente—, pero no afirmarían que eran del todo placenteros tampoco.
De todas formas, no tuvieron que pensar sobre este asunto por un tiempo extendido. El mesero llegó, les pidió su orden y se marchó. Luego de esto Bruno movió la conversación adelante, sin percibir su momentáneo desánimo.
—¿Estás de vacaciones, cierto?
—Sí... —Jacob aclaró la garganta—. Vine aquí a la capital solo para conocer al Museo Jonathan Silverman. Me voy en dos días más.
—¿Y tienes planes de volver?
—Si el dinero me alcanza, el próximo año quiero venir con mi madre.
Bruno le dio un golpe al hombro de su hermano mayor.
—¿Y por qué no los vas a buscar tú con el avión de papá? En vez de hacerlo ahorrar todo un año...
—Porque acabas de decirlo muy bien, el avión es de papá.
—Casi no lo usa, Charlie. Y estoy seguro de que, si le pides permiso, él te lo presta.
—¿Avión? —Jacob, ojiplático, los miró a los dos como si de pronto ya no fueran humanos.
El pintor suspiró, sabiendo que de ahí en adelante ya no podría huir del título de "niño rico" que el profesor insistía en otorgarle.
—Mi padre tiene un Cessna Citation Excel. Es un avión ejecutivo que usa cuando tiene que hacer viajes de negocios a otros lados del país...
—¡Lo que es nunca, porque prefiere enviar a su asesor en primera clase que prestarle el maldito avión!
—Quiere reducir su huella de carbono...
—Lo que es muy responsable, ¡pero un par de viajes al año no harían tanto daño así! —Bruno insistió, haciendo a su hermano respirar hondo de nuevo—. ¿Sabes qué, cobarde? Si tú no hablas con nuestro viejo, ¡yo lo haré! Al final de cuentas, no le niega nada a su hijo querido que tuvo cáncer... —Él hizo una cara angelical, falsa y cómica, que no condijo muy bien con la seriedad del tema, pero que aun así logró sacarle una risa a su hermano mayor.
—Eres un tonto...
—Manipulador, no tonto.
—¿Y crees que eso es algo de lo que estar orgulloso?
—¡Deberías estar agradeciéndome! ¡Te estoy consiguiendo un jet privado!...
Los dos siguieron discutiendo, sin realmente demostrar rabia uno por el otro. Jacob sonrió hasta reírse, divirtiéndose más y más con cada nueva línea dicha, al punto de volverse rojo de tanto carcajear.
Al final, los tres terminaron discutiendo.
Pero, dentro de todo, fue una buena noche.
Así que la cena terminó, Bruno se despidió de ambos con abrazos apretados y una promesa de conseguir el permiso del señor Moran para utilizar el avión. Charles no se veía muy contento por la idea —y luego le explicó a Jacob que no era por tener una mala relación con su padre, sino por no querer ser dependiente de él en lo absoluto—, pero terminó aceptándola.
Al final, hacerlo le permitiría verse más seguido con el hombre al que amaba.
—Tu hermano es muy simpático —el profesor dijo, mientras el moreno lo acompañaba de vuelta a su hotel—. Y demasiado chistoso, Dios mío...
—Sí, tiene una vena humorística que no sé de dónde salió... Nadie en mi familia es así. Los Moran solemos ser muy... serios. Y pesimistas. Pero Bruno, no lo sé, él vive en otra realidad. Siempre se está riendo de todo; tirando chistes por doquier... Dice que culpa al cáncer por ello, pero en verdad él siempre ha sido así, antes mismo de enfermarse.
—Me alegra ver que le tienes tanto cariño a él y a tus demás familiares, pese a sus diferencias... —Jacob contempló, metiendo su mano libre en el bolsillo de su pantalón, mientras la otra seguía siendo sostenida por la de Charles—. Comparando tu vida privada de ahora con la anterior, pues... no hay comparación. Incluso con sus problemas, todos se llevan bien.
—Sí... —El artista asintió—. Dentro de todo, no queremos matarnos... Al menos no literalmente.
—Eso... ¿Fue un chiste?
—Un intento de chiste.
Jacob igual soltó una risa incrédula y sacudió la cabeza.
—Eso es progreso.
—Lo es. Pero... Ehm...
—¿Qué?
—Ahora que estamos los dos a solas... —Charles lo miró mientras seguían caminando, a paso lento—. Dime la verdad.
—¿Sobre?
—¿Qué viste durante ese recuerdo que tuviste con mi hermano?
Jacob intentó fingir ignorancia:
—¿A qué te refieres?
—Conozco tus expresiones. Y sé que viste algo más serio de lo que nos contaste.
—Yo no... yo... Argh... —El profesor hizo una mueca ligeramente irritada y sacudió la cabeza—. Detesto que me conozcas tan bien. Nunca te puedo ocultar nada, ni después de ciento sesenta años... —divagó y luego suspiró—. ¿De verdad quieres saber lo que vi?
—Sí.
Jacob apartó la mirada y respiró hondo.
—Pues, como les dije... Bruno solía ser Benedict, mi hermano. Eso no era mentira.
—Pero algo más escondes.
—Voy a ello... —Pausó al pintor—. Era mi hermano y, hacia el final de mi vida, descubrió mi relación contigo...
—¿Lo hizo?
—Sí. Y vino a mi casa a llamarme de pederasta y acusarme de ser un degenerado.
Charles, al contemplar el peso de dichas acusaciones, paró de caminar por un instante.
—¿Hablas en serio?
—Quisiera estar mintiendo, pero no lo hago... Hey —Jacob notó que el artista había arrugado su rostro y llevado la mano libre a su tez—, ¿estás bien?
—Yo... —Pestañeó, hablando con cierta dificultad—. Yo me a-acordé...
—¿De su visita?
—Hm. —Charles volvió a mirarlo a los ojos—. Él... ¿Él de verdad dijo todo eso?
—Bruno no... Benedict lo hizo.
—Son el mismo espíritu.
—Pero diferentes personas. Lo mismo que pasa con mi madre, pasa con él.
El pintor soltó el agarre que tenía en la palma del maestro, para poder masajearse la cara con ambas manos mientras exhalaba con frustración, y se deshacía de su molestia entre bufidos.
—¿Cómo seré capaz de mirarlo a la cara ahora?
—De la misma manera en la que yo lo hice. Sabiendo que él cambió y que ya pagó por sus crímenes.
—¿Y pagó? ¿De verdad lo hizo?
—Tuvo cáncer de pulmón cuando era un niño, Charles. Si eso no es pagar...
El pintor se removió las manos del rostro. Su expresión había pasado de contenta y serena a indignada. Su rabia sería temporal, eso Jacob lo sabía, pero ver a su grotesco fastidio retorcer a su delicado y hermoso semblante no fue placentero.
Tal vez, le debería haber mentido. Debería haber insistido en su historia, en vez de sincerarse tan rápido. Tal vez...
—Tienes razón. —El artista detuvo al carrusel de su dubitación de golpe—. Estoy siendo irracional... ¡No, peor! ¡Estoy siendo melodramático! —Corrió sus dedos por su cabello negro, endurecido por su gel—. Mi hermano no tiene por qué responder por los crímenes de Benedict. Y tu madre no tiene por qué responder por los crímenes de la baronesa. Eso ocurrió a más de un siglo atrás, y ya no son las mismas personas... ¡Ni nosotros, que recordamos nuestra historia mejor que nadie, somos las mismas personas!... —Gesticuló a seguir, exasperado—. Lo siento... mi mente está esparcida por doquier. ¡Debería estar disfrutando tu presencia aquí, en vez de estar perdiendo mi tiempo con cosas que francamente ya no importan!...
—Leopold —Jacob se vio inclinado a llamarlo por su viejo nombre—, estas cosas sí importan. Pero no de la manera en la que tú las percibes. —Llevó sus manos a sus hombros, para sostenerlo en un solo lugar y hacer con que Charles lo confrontara—. Estás pensando en lo que ellos hicieron en un pasado lejano, y no en un pasado cercano... Mi madre nos separó en nuestra otra vida, sí. Pero esta vez, fue ella quien nos unió. Ella me ayudó a encontrar el Museo, a viajar aquí, y a encontrarte a ti.... Bruno nos ofendió a los dos, sí. Pero hoy tuvimos una cena espectacular con él, y no fue nada más que amable con nosotros. ¡Hasta se ofreció a conseguirnos el avión de tu padre para que me vengas a visitar!
—Lo sé...
—Entonces deja de concentrarte en sus viejos equívocos, y concéntrate en sus nuevos aciertos. Porque tú y yo sabemos que nuestras vidas son demasiado cortas como para aferrarnos a rencores inútiles y superfluos.
El pintor tragó saliva. Sus ojos se volvieron húmedos y brillantes. Él bajó un poco el mentón y asintió, claramente conmovido por lo que había escuchado.
—S-Supongo... que me aferro a mi resentimiento porque... —Sacudió la cabeza—, Porque le temo a la posibilidad... de que todo se venga abajo de nuevo. De que todo se derrumbe. De que te pierda...
—No me vas a perder, —Jacob se acercó a su rostro—. Esté yo aquí o en Merchant, sigo siendo tuyo. Siempre seré tuyo. No quiero a nadie más, mientras me quieras a mí. Y hago mías las palabras que me dijiste por la mañana... No hay río, montaña, mar o cordillera que logrará separarme de ti.
—Júramelo —Charles le rogó.
—Lo juro —el profesor le contestó al instante, antes de besar al artista con un cariño que lo reconfortó tanto como lo calmó—, y ya que yo te vine a encontrar aquí, donde todo terminó, es hora de que tú me vayas a hallar al lugar donde todo reinició, al menos para mí...
—¿Qué?
—Ven a Merchant, cuando puedas... Si posible, pronto.
—Ya te dije que lo haré —Charles sonrió, pese a las lágrimas que aún se colgaban de sus ojos—. Cuando menos te lo esperes, allá estaré. —Tomó coraje y conectó sus labios de nuevo—. Lo prometo.
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