XXXII

Ese viernes me salto la clase. Sé que es una actitud inmadura pero siento que necesito ese tiempo para saber cómo actuar. A decir verdad no saco nada en claro, pero aun así decido recoger mi orgullo e ir el lunes de la semana siguiente.

Llego antes de la hora para estar allí cuando ella llegue y así poder observar desde mi sitio sin llamar su atención, y así ocurre. Sara me invita a salir con ellos después de la clase y acepto para distraerme; un rato después, Blanca entra en el aula y, aunque estaba preparándome para ese momento, me duele de todas formas. No me dirige la mirada en ningún momento durante las dos horas de clase y cuando salgo de allí me siento agotada. Me acerco a Sara y Nico para irnos juntos y, mientras estamos cruzando el pasillo, un aroma que conozco bien perfuma el aire a mi izquierda un segundo antes de que Blanca pase por mi lado tan apresurada como siempre y desaparezca escaleras abajo.

Esto se repite muchas veces más durante las semanas siguientes. No es como si me ignorase, pero hace algo que me sienta aún peor: tratarme como al resto. Me saluda, a veces incluso me sonríe, y se despide de mí, al igual que de todos los demás. No hablamos de nada que no tenga que ver con pinturas, trabajo, arte en general, exceptuando algún qué tal que pasa por saludo aunque a veces parezca que tras sus ojos reside el deseo de una respuesta sincera.

Sara me invita a ir con ellos siempre que salen y casi siempre digo que sí. En ocasiones paso toda la clase sin intercambiar palabra alguna con ella, ni con Nico, ni con nadie. Creo que es mi forma de castigar a Blanca, realmente sigo resentida. No concibo cómo puede tenerse en tan poca estima como para querer alejar de su vida a la única persona que quiere ayudarla, sólo porque crea que le está haciendo un favor. No entiende que no es ningún favor. No entiende que yo ya no recuerdo en qué invertía mis tardes sólo un tiempo atrás, que se ha abierto paso en mi mundo desbaratándolo y no puede irse como si nada. Que quiero ser la que se preocupe por ella cuando ella se preocupa por todos.

***

La música está tan alta que no escucho mis pensamientos, lo cual termino agradeciendo. Almudena y Sara bailan juntas, especialmente juntas, como si nada más existiera a su alrededor, y veo tanta complicidad en sus ojos y sus movimientos que por un momento se me olvida el mareo. Aun así, no puedo decir que éste sea desagradable. No estoy pensando en Blanca y eso ya hace que valga la pena.

Me giro en la silla apoyándome de nuevo en la barra y vacío lo que queda de mi bebida mientras escucho la conversación de Sergio y Nico a mi lado, quienes hablan de cosas tan extrañas que parecen ser ajenos al sitio en el que están. No comprendo cómo pueden mantener una conversación en medio de todo el ruido y entenderse a la perfección.

– ¿No bailas? –me pregunta Carmen, quien acaba de volver del aseo.

Respondo con una mueca de rechazo y una sonrisa.

– Qué va, no es lo mío –contesto sacudiendo la cabeza.

– ¿Y eso qué más da? –replica ella.

Al advertir que no encuentro respuesta sonríe y me coge de las manos arrastrándome a la pista. Nada más levantarme noto que el suelo se mueve y que las luces son más intensas de lo normal.

– Oye, ¿qué haces? –protesto entre risas–. Déjame.

– Venga, deja de resistirte –se queja conduciéndome hasta donde están Sara y Almudena, quienes se acaban de separar de lo que me ha parecido un beso.

– ¡Julia! –exclama alegremente Sara saltando a abrazarme como si no hiciera diez minutos que nos vemos–. Vamos, ven a bailar.

Yo no me muevo del sitio, pero eso le basta para retomar su baile ahora conmigo mientras Almudena y Carmen están a su aire aunque cerca de nosotras. Sara baila a mi alrededor, cogiéndome de la mano a veces y arrancándome algunas risas. Su forma de moverse un tanto arrítmica me da a entender que está borracha, pero yo también lo estoy y cuando me doy cuenta estoy bailando con ella. Pronto nuestros cuerpos se rinden al juego, rozándose a veces con algún paso un poco más insinuante, y me doy cuenta de que la música nos da igual, de que todo me da igual, y me siento bien bajo su mirada intensa que se me clava ardiente en los ojos, y su sonrisa dulce que ahora es en parte provocativa, y su pelo corto saltarín me parece adorable, y su cuerpo me parece magnetizante.

– Vaya, Sara, te has ganado una copa por conseguir hacer bailar a Julia – dice casi gritando Sergio desde la barra.

Sara lanza una exclamación de júbilo que me da risa mientras levanta los brazos.

– La estaré esperando –le contesta guiñándome un ojo.

– Camarero, otra por aquí –se le escucha a él para luego dirigirse de nuevo a nosotras–. Aquí la tienes, premio por tu gran logro.

– ¡No seas exagerado! –ríe ella–. ¡Julia es adorable!

Yo también río, aunque hace rato que he dejado de entender el porqué, y Sara se abraza a mí para reforzar sus palabras. La sostengo por la cintura sin darme cuenta. Cuando se separa de mí, me mira a los ojos unos segundos que me parecen minutos y ensancha su sonrisa.

– Adorable –repite.

No me da tiempo a adivinar sus intenciones antes de que ella se acerque peligrosamente a mis labios y los roce con los suyos. Cuando se da cuenta de que está besando una boca petrificada se separa y me mira interrogante.

– ¿Qué pasa? –pregunta.

– Yo... Creí que estabas con Almudena –balbuceo.

Ella me mira sin entender.

– Os he visto besaros varias veces y pensé... Aunque claro, también pensé que ella estaba con Sergio, pero... Me duele la cabeza, no sé qué estoy diciendo.

Sara estalla en una carcajada y sacude la cabeza con ternura.

– Tienes razón –me dice.

– ¿En qué?

– En todo.

– ¿Estás con Almudena? –Ella contesta con un asentimiento de cabeza–. ¿Y ella está con Sergio?

– Claro.

Como ve que para mí no está tan claro, sonríe haciendo un gesto para quitarle importancia.

– No te preocupes por Almu, no tiene nada que ver –dice.

– ¿Ah, no? –pregunto confundida, casi más por el alcohol que por la situación.

Sara posa una mano en mi nuca y vuelve a acercarse despacio. No se lo impido y ella junta nuestros labios.

– Si quieres que pare, lo haré –me dice en voz baja.

¿Quiero que pare?, pienso. No lo sé. Mis manos siguen apoyadas en su cintura y descubro que no quiero. Es a partir de ese momento cuando todo empieza a fluir solo sin dejarme pensar con claridad. Ella, que se mueve cautelosamente, se olvida de que no estamos solas en cuanto soy yo quien la besa, baja la mano por mi brazo en forma de caricia hasta mi mano y se separa para tirar de mí. La sigo entre la gente hasta los aseos y, una vez allí, la puerta se cierra amortiguando el sonido.

Sara me arrincona contra la pared y busca mis labios con ansia, yo le correspondo mientras el eco de una canción empieza a resonar en mi mente. Sus manos viajan hasta mi cabeza enredándose en mi pelo y erizándome el vello de la nuca. El alcohol no me deja reconocer la melodía que mi memoria ha decidido superponer a la que sigue sonando al otro lado de la puerta y siento sus labios en mi cuello. Los ojos se me cierran y agarro los acordes de la canción. Es Nina Simone. El descontrol de nuestros movimientos no tiene nada que envidiar al que se desata en mi mente en ese instante. Blanca. Su baile de caderas. Sus piernas cuando se le abre la falda de más. Sus ojos oscuros que calan. Sus labios. Los labios de Sara. Se invierten los papeles cuando la agarro del cuello de la chaqueta para obligarla a girar conmigo hasta que es ella la que queda en la pared. Intercambiamos aliento mientras ella me mira, en parte sorprendida, y sonríe.

Sara tiene una sonrisa bonita, llena de luz, pero no puede compararse a la de Blanca; la suya alberga luz y oscuridad a partes iguales. Por eso, la imagino en los labios de Sara cuando la beso. Imagino las curvas de su cintura cuando la acaricio y casi consigo creerme que son suyas las manos que se cuelan por debajo de mi camiseta desesperadamente. Es esa fantasía la que me arranca un inesperado gemido.

Nos interrumpe la puerta abriéndose de golpe a nuestro lado y la música de fuera enseguida se filtra en los baños ahogando la canción que ya escuchaba lejana en mi interior y por tanto desorientándome. Entran Carmen y Almudena a retocarse el maquillaje y Sara y yo nos terminamos separando.

– ¿Os lo estáis montando sin mí? –dice Almudena mientras se repasa el carmín de los labios bajo la risueña mirada de Carmen, que está esperando a que se lo deje.

– Eso es –replica Sara con una mueca burlona.

Súbitamente me siento incómoda. Todo lo que acaba de pasar se me antoja como un simple sueño, uno entre Blanca y yo, y me siento tan confundida que, un rato después, decido poner una excusa mediocre e irme a casa.

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