VII
Cuando termina la clase siento como si acabara de empezar a conocer a Blanca. No se escuda bajo su habitual apariencia de profesora dura y exigente, sino que se la ve más relajada. Supongo que se debe al nivel de madurez de los alumnos en general, a que están allí porque quieren y son capaces de apreciar y disfrutar el arte como ella. Me parece que incluso su voz es distinta. Más transparente.
Esta sensación de comprender que una persona a la que creía conocer es en realidad un misterio para mí me deja una especie de vacío en el pecho.
Todos van abandonando la clase, incluso los más rezagados que se han acercado a hablar con Blanca antes de irse, y yo me dedico a observarlo todo a mi alrededor de camino a la salida.
– Pensé que ya no vendrías –escucho su voz desde la mesa.
La miro mientras se pone el abrigo.
– Yo también lo pensé, en algún momento.
– Me alegra que lo hayas hecho –dice ella colocándose el cuello del abrigo y sonríe–. ¿Te ha gustado?
– La verdad es que sí –admito con una media sonrisa.
– La de hoy ha sido una clase un poco aburrida; mucho hablar y poco pintar. Espera a ver las siguientes –me incita y, tras abrocharse los botones, coge su bolso–. Vámonos.
Salimos de clase y bajamos juntas las escaleras. Veo que ella continúa su camino directo a la puerta y yo miro a mi alrededor algo desorientada.
– Blanca... –la llamo.
Ella me mira sin detenerse pero al ver que yo estoy parada hace lo propio.
– ¿Dónde tengo que pagar?
Blanca se limita a hacer un gesto con la cabeza y tirar levemente de mi brazo para que siga andando, como si le hubiera hecho la pregunta más estúpida del mundo. Yo la sigo recelosa.
– No digas tonterías, hoy ha sido una clase de prueba –me contesta ella.
Salimos a la calle y el viento revuelve libremente los cabellos de Blanca, recordándome lo increíblemente atractiva que me resulta. Dirijo la vista al suelo para apartar tales pensamientos y el ritmo del sonido de sus tacones roba toda mi atención por unos segundos, hasta que ella rompe el hielo. Acabamos comentando algunos detalles del libro, pero apenas nos da tiempo porque enseguida nuestros caminos deben separarse.
– El próximo día te traigo una lista del material que vamos a necesitar –me dice, para añadir tras un silencio–. Va a haber próximo día, ¿verdad?
Me veo asintiendo y sonríe por respuesta.
– Genial. Nos vemos entonces.
Me da la sensación de que va a decir algo más pero parece cambiar de opinión y en su lugar me dedica una sonrisa como despedida. Se la devuelvo.
– Hasta el miércoles.
Nos despedimos con un gesto. Sin más ceremonias.
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