CAPÍTULO: N°1
Era una noche de otoño, mi estación favorita. La casa del novio de mi mejor amiga, una reliquia arquitectónica del siglo XIX, estaba iluminada por las luces de las velas y las guirnaldas. Mis amigos me habían preparado una sorpresa increíble: un baile de cumpleaños en la casa, con música latina, flores y globos. La casa era una maravilla, con un estilo antiguo y elegante, que conservaba su esplendor original a pesar de las comodidades modernas. El ascensor, los paneles solares y el sistema de climatización eran solo algunos de los detalles que revelaban el lujo y el confort de la vivienda. La música latina se armonizaba con el sonido del agua de la fuente del patio, creando un ambiente mágico y acogedor.
Yo siempre había sido una soñadora, que amaba la fantasía, el amor, el romance y todo lo que había dentro. Aquella noche, me sentí como una princesa, rodeada de mis amigos, que me querían y me apoyaban.
Me encontraba en mi silla de ruedas, en el centro de la celebración, disfrutando del momento. Era una silla eléctrica, con un mando a distancia que me permitía controlarla con facilidad. Podía mover mis pies normalmente, y caminar un poco si alguien me sujetaba, pero solita no podía porque perdía el equilibrio. Era una condición con la que había nacido, pero que no me había impedido vivir mi vida. A pesar de mi limitación, no me sentía diferente a los demás. Me gustaba bailar, reír y divertirme como cualquier otra chica de mi edad. Elegí usar una silla de ruedas eléctrica porque era más cómoda y me daba más libertad que una silla de ruedas normal. Era mi elección, y estaba feliz con ella.
Todo estaba en pleno apogeo cuando, de repente, la puerta se abrió y Simón entró en la fiesta. La habitación pareció detenerse por un instante. Mi corazón latía más rápido al verlo, y una extraña tensión se apoderó del aire. Simón había sido mi novio, hasta que me dejó hace unos quince días atrás, sin darme ninguna explicación. Todavía lo quería, pero él ya no sentía lo mismo por mí. Simón era como un huracán, que arrasaba con todo a su paso, y yo era una hoja seca, que se dejaba llevar por el viento.
Simón no venía solo. Estaba acompañado de una mujer rubia, que se pavoneaba a su lado como si fuera la reina de la fiesta. Con el cabello recogido en una cola alta y larga, que le daba un aire de sofisticación y elegancia. Llevaba un vestido rojo que era una llama ardiente sobre su piel, que resaltaba su bronceado y su figura. El vestido se ceñía a su cuerpo como una segunda piel, dejando poco a la imaginación y resaltando sus curvas peligrosas. Sus pies se elevaban sobre unos tacones brillantes, que eran como estrellas fugaces en la noche. Los tacones medían unos 15 centímetros, lo que le daba una altura imponente y una actitud arrogante. Su rostro era una obra de arte, con unos ojos azules que eran dos luceros y una boca que era una cereza tentadora. Su maquillaje era intenso y sofisticado, con unos labios rojos que eran una invitación al pecado y unos ojos ahumados que eran una trampa mortal. Para completar su look, llevaba unas uñas largas y perfectas, pintadas del mismo color que su vestido, que eran como garras afiladas. También lucía unos pendientes de diamantes, que eran como gotas de hielo en sus orejas. Parecía una chica guapa, un modelo de revista, pero también malvada, muy malvada. Era una loba con piel de cordero, una serpiente con escamas de seda, una flor con espinas venenosas. Yo la odiaba, la odiaba con toda mi alma. ¿Qué tenía ella que yo no tuviera? ¿Por qué Simón la prefería a ella y no a mí? ¿Qué podía hacer yo para recuperarlo?
La vi acercarse a él, como una mariposa que buscaba su flor. Le sonrió con dulzura y le tomó de la mano, llevándolo a la pista de baile. Allí se fundió con él, como si fueran uno, y empezó a moverse al compás de la música. Sus caderas se mecían con gracia, sus brazos se enlazaban alrededor de su cuello, sus miradas se cruzaban con cariño. Él le correspondía, como hechizado, y la rodeaba por la cintura, acunando su cuerpo. La música se transformó, se hizo más lenta, más profunda, como si quisiera envolverlos en un abrazo. Se miraron a los ojos, se sonrieron con ternura, se acariciaron el rostro. Yo los miraba desde mi silla de ruedas, sintiendo una herida en el corazón. Los veía tan dichosos, tan unidos, tan completos. ¿Qué tenía ella que yo no tuviera? ¿Por qué él la escogía a ella y no a mí? ¿Cómo podía olvidar su mirada, su aroma, su tacto?
Mis amigos continuaban bailando y riendo, ajenos al torbellino de emociones que revolvía mi interior. Traté de concentrarme en la conversación, en las risas, pero cada movimiento de Simón y su nueva compañía resonaban en mi mente. Poco después, entre la multitud, mis ojos captaron la escena que me hizo perder el aliento: Simón sostenía a la mujer más cerca de lo que alguna vez lo hizo conmigo. Mi pecho se apretó con una mezcla de dolor y decepción. ¿Cómo podía haber encontrado tan rápidamente a alguien más?
No pude soportarlo por más tiempo. Necesitaba tomar aire fresco. Con la excusa de necesitar un momento para mí, me alejé de la pista de baile. Nadie notó mi retirada entre la efervescencia de la fiesta. Con un simple gesto, activé el mando de mi silla y me dirigí hacia la salida. Salí al aire fresco de la noche, y la sensación helada del viento me golpeó, una bienvenida distracción para mis pensamientos tumultuosos. Pero la tensión no disminuyó; al contrario, parecía aumentar con cada respiración.
Sentí la necesidad de alejarme un poco más, sumergirme en la quietud de la noche para desentrañar mis emociones. Me adentré en el jardín, que era una extensión de la belleza y el lujo de la casa. Había flores de todos los colores, árboles frondosos, fuentes y estatuas. Era un lugar de ensueño, pero yo no podía disfrutarlo.
Me sentía desolada y confundida, como si hubiera perdido una parte de mí misma. ¿Cómo podía seguir enamorada de Simón, mi ex novio, que me había dejado hace quince días por otra chica? ¿Qué es lo que estaba sucediendo? ¿Qué sentía él por mí? ¿Qué sentía yo por él? ¿Podría recuperar su amor? ¿O tendría que olvidarlo para siempre? Me quede perdida mirando hacia el horizonte ahogándome poco a poco en este mar de preguntas sin respuesta. Sentí un suave y cálido líquido cayendo de mis ojos que se deslizaban hacia mis mejillas, como diamantes que se desprendían.
El tiempo pasaba, y yo seguía en mi silla de ruedas, frente a la fuente. El agua me rozaba la cara a veces por la suave brisa que venía, pero no me importaba. Estaba tan absorta en mis pensamientos, que no me percataba de nada más. Solo podía pensar en Simón, en lo que había visto, en lo que sentía. Las lágrimas seguían cayendo por mis mejillas, como diamantes que se desprendían de mis ojos. Eran el reflejo de mi dolor, de mi desamor, de mi desesperación. Me sentía desolada y confundida, como si hubiera perdido una parte de mí misma, y las mismas preguntas daban vueltas una y otra vez sin cesar en mi mente. Miré el horizonte, buscando una respuesta, una esperanza, una señal. Pero solo vi la oscuridad de la noche, que se cernía sobre mí como una amenaza. Me sentí sola y abandonada, como si nadie me quisiera, como si nadie me entendiera.
Fue entonces cuando sentí una mano en mi hombro, que me sobresaltó. Era María, mi amiga leal, que había notado mi ausencia. Se acercó a mí con un rostro preocupado. María era mi mejor amiga desde que me mudé aquí hace como cinco años. Ella siempre había estado a mi lado, apoyándome y animándome. Ella sabía lo que Simón significaba para mí, y lo mal que lo había pasado cuando me dejó.
"—Luna, ¿todo bien? Juan te vio salir y me avisó. ¿Qué pasó?"
Preguntó María, su voz llena de inquietud. Suspiré, tratando de forjar una sonrisa en mi rostro mientras la tensión persistía en el aire.
"—Vi... Vi... vi a Simón... estaba bailando con otra... Demasiado cerca."
Confesé rápidamente, sintiendo un nudo en la garganta. María me miró con comprensión, sus ojos reflejando la preocupación y la determinación.
"—Entiendo, Luna, pero ¿qué quieres hacer ahora?"
Preguntó María con inquietud. La miré con cara pensativa, sin saber qué responder.
"—No lo sé, María... No sé qué pensar, no sé qué hacer... Solamente quiero alejarme de la fiesta y de él."
Dije con sinceridad.
"— ¿Quieres irte a casa?"
Ofreció, colocando una mano reconfortante en mi hombro. Asentí con gratitud, agradecida por su apoyo incondicional en ese momento difícil.
"—Sí, por favor. ¿Me acompañas?"
Pedí, sintiendo un leve alivio al saber que no tendría que enfrentar esto sola.
María asintió con una suave sonrisa, y juntas nos dirigimos hacia la salida. Mientras caminábamos, sentí que una parte de mí se quedaba atrás, en el jardín, junto a la fuente, donde había llorado por Simón. ¿Qué había pasado entre nosotros? ¿Qué había hecho yo para que me dejara? ¿Qué podía hacer para curar mi corazón?
Mientras avanzábamos hacia la puerta de salida de la casa de Juan, di media vuelta para poder hacer un poco de espacio para salir con la silla. Y ahí, ahí... mis ojos cruzaron una escena que me partió el corazón, que me dejó sin aliento, que me heló la sangre. Podía sentir los pulsos de mi corazón detenerse y volver a latir con rapidez, como si quisiera escapar de mi pecho. En una esquina lo vi... vi a Simón con esta muchacha... Besándose apasionadamente, sin importarles nada más, sin darse cuenta de mi presencia.
Después de la terrible escena que había presenciado, solo quería salir de allí lo más rápido posible. No podía soportar ver a Simón con otra mujer, besándose como si yo no existiera. Sentí un vacío en el pecho, una herida que no sanaba.
Agregué una velocidad alta a mi silla y me moví rápidamente hacia la salida. María salió tras de mí, Cogiendo en sus manos Las bolsas de regalos Que me regalaron nuestros amigos. A lo lejos Podía escuchar como Juan nos llamaba, corriendo a toda velocidad Para intentar al cansarnos.
"—Oigan..., oigan chicas espéren..."
Gritó Juan a lo lejos, mientras avanzamos hacia el aparta coches. Freni bruscamente. La mirada de María se cruzó con la mía. Ella entendió lo que quería decirle. No quería dar explicaciones a Juan. No por ahora... María me guiñó el ojo con complicidad. Juan se acercó a nosotras con cara de preocupación, dirigió sus ojos verdes a mí y preguntó.
"— ¿Luna, por qué te vas de tu fiesta? Aún es temprano."
Dijo Juan con sorpresa. Hice una mueca, apartando mis ojos de su mirada. Murmurando para mí misma.
"—Ahm... Ahm... Juan... no ahora..."
Respondí con evasión. María podía sentir mi incomodidad para responder a Juan, Así que tomo la palabra Diciendo.
"—Juan cariño, Luna y yo tenemos que irnos a otro lugar. Para seguir nuestro festejo. Pero solamente entre sabes mejores amigas."
Explicó María con una voz encantadora, seguida de un guiño y un besito en la mejilla de Juan.
Juan pareció confundido, pero no insistió más. Nos deseó una buena noche y se despidió con un abrazo para mí y rozó los labios de María con un suave beso.
María y yo nos alejamos de la casa, buscando un medio de transporte para irnos. Por suerte, encontramos una parada de autobús cerca, y subimos al primero que pasó.
Durante el trayecto, María intentó animarme con algunas bromas y anécdotas, pero yo apenas le prestaba atención. Estaba sumida en mis pensamientos, recordando a Simón y lo que había pasado entre nosotros.
"—Luna, ¿quieres hablar de ello?"
Preguntó María una vez más, esta vez con suavidad, mientras nos bajábamos del autobús.
Negué con la cabeza.
"—No ahora. Solo quiero llegar a casa y dejar esto atrás por un rato."
Admití, agradecida por su comprensión.
María asintió, respetando mi deseo de silencio. Ella caminó a mi lado, mientras yo manejaba mi silla de ruedas con destreza.
Compartimos solo palabras ligeras para distraer la mente, mientras nos alejábamos de la parada de autobuses. A medida que avanzábamos, sentí el apoyo silencioso de María, una amiga que estaba allí para mí en los momentos más difíciles.
Nos desplazábamos juntas por las tranquilas calles de Valencia, el aire fresco de la noche acariciando nuestros rostros. Yo miraba las fachadas de los edificios, buscando algún detalle que me llamara la atención. María seguía el ritmo de mis movimientos, sin perderme de vista. Mientras yo seguía algo distraída, María parecía notar mi estado de ánimo y decidió hacer algo al respecto.
"— ¿Estás entre las nubes, Luna?"
Preguntó con una sonrisa preocupada. Asentí con un suspiro.
"—mmm... Sí, solo un poco distraída."
"—vamos a cambiar eso."
Respondió María con determinación, sacando su teléfono y poniendo una canción, una melodía alegre que siempre conseguía levantar el ánimo.
"—Ohhhh, esa es mi canción favorita."
Exclamé, sintiendo un destello de alegría en medio de mi confusión. María metió un auricular en su oído y el otro en el mío, compartiendo la música que fluía desde su dispositivo.
La canción se mezclaba con el suave murmullo del río Turia, que fluía cerca de nuestro barrio de la Serrería. Las luces de la ciudad bailaban en la oscuridad, creando un ambiente mágico y acogedor. Yo tarareaba la canción, sintiendo cómo me llenaba de optimismo. María me miraba con ternura, sabiendo lo mucho que me gustaba esa canción. Cada paso que dábamos nos acercaba más a casa, y poco a poco, la tensión de la noche se iba disipando. La música nos envolvía, alejando temporalmente las preocupaciones y los pensamientos pesados.
"—Mira, Luna, ¿recuerdas cuando solíamos bailar esta canción en casa?"
María recordó con una sonrisa nostálgica.
"—Así es, solíamos hacerlo todo el tiempo"
Respondí, con una mezcla de tristeza y alegría por aquellos tiempos pasados.
El río Turia se extendía a nuestro lado, convertido en un hermoso parque que llenaba el aire con el suave murmullo del agua y el susurro de las hojas de los árboles. Las luces de la ciudad se reflejaban en su superficie, creando un espectáculo de destellos brillantes en la oscuridad de la noche. A medida que avanzábamos por las calles de nuestro barrio, el ambiente se volvía más familiar y reconfortante. Podía ver las siluetas de los edificios que conocía de memoria, los comercios que frecuentaba, los vecinos que saludaba. Sentía que estaba cerca de mi hogar, de mi refugio, de mi lugar en el mundo.
"—Gracias por estar aquí conmigo, María. Realmente lo aprecio."
Expresé con sinceridad.
"—Eso es lo que hacen las mejores amigas, ¿verdad? Estamos juntas en las buenas y en las malas."
Respondió María, abrazándome con cariño mientras continuábamos nuestro paseo por la noche valenciana.
Al llegar al edificio, María y yo nos detuvimos en la entrada, listas para subir al apartamento. María me acompañó hasta el ascensor, abriendo la puerta con su mano libre. Luego, me ayudó a entrar con la silla de ruedas, presionando el botón de mi piso.
Nada más entrar en el apartamento, fuimos a la cocina, donde preparamos una bandeja con dos tazas de verbena humeante y algunos dulces caseros. Mientras María servía el agua hirviendo en las tazas, yo elegía los dulces con esmero, buscando los que más me apetecían y los que mejor armonizaban. Los colocaba con mimo en la bandeja, como si fueran joyas de un tesoro.
Con la bandeja lista, nos dirigimos al pequeñito y privado balcón de mi habitación, donde nos aguardaban dos sillones acogedores y una vista maravillosa. El balcón era mi lugar favorito, mi oasis privado. Estaba decorado con cuerdas de luces que le daban un toque mágico y romántico. Había macetas con flores de colores que alegraban la vista y el olfato. Era un lugar para soñar y relajarse. El olor de las flores me envolvió de un cariñoso abrazo para mi mente tumultuosa.
Me desplacé con cuidado desde mi silla de ruedas a uno de los dos sillones que embellecían mi acogedor balcón. Eran redondos, como medias esferas, y tenían cojines de distintos colores que se fundían entre sí. Uno de ellos era de color beige, suave y esponjoso, mientras que el otro era de color lila, con un estampado de delicadas margaritas. Ambos armonizaban con el ambiente de mi habitación y me hacían sentir a gusto.
Me aposenté en el sillón lila, que era mi predilecto. Era cómodo y amplio. Me permitía cambiar de postura según mi estado de ánimo. A veces me recostaba, sintiendo la suavidad de los cojines y el respaldo. A veces me sentaba con las piernas cruzadas, apoyando los brazos en los laterales del sillón. A veces me abrazaba a un cojín, acurrucándome en el asiento. Era mi sillón, mi aliado, mi refugio. Desde él, podía admirar el cielo azul, las nubes esponjosas y los pájaros que planeaban por el aire. Me sentía como una de ellos, libre y feliz.
María, mi mejor amiga, me obsequió una taza de verbena, que me reconfortó las manos y el espíritu. El aroma de la infusión me llenó de calma y bienestar.
También trajo la bandeja con los dulces, que había escogido en la cocina y colocado según nuestro gusto. Que ahora reposaban en la mesita entre nosotras. Eran de mi madre, que los hacía con mucho cariño y que eran Nuestros favoritos. Ya que mi mamá quería a María como si fuese su propia hija. Mi hermana y la verdad es que sí lo somos, somos hermanas de distinta sangre, sabía que podía dar mi vida por ella y ella por la mía.
El balcón era mi lugar favorito de la casa. Estaba rodeado de plantas y flores que le daban vida y color. Tenía una vista preciosa de la ciudad, que se iluminaba con las luces de la noche. El aire era fresco y agradable, y me acariciaba el rostro. Para combatir el frío, tenía unas mantas ligeras que combinaban perfectamente con los sillones. Eran de color blanco y gris, y tenían un tacto suave y cálido. Me envolvía en una de ellas, y me sentía protegida y segura. En el borde del balcón, había unas guirnaldas de luz que descansaban delicadamente. Eran pequeñas y brillantes, y creaban un efecto mágico y romántico. Me encantaba mirarlas, y sentir que estaba en un cuento de hadas.
Pero ¿cómo podía creer en los cuentos de hadas? La realidad era que mi relación romántica era un desastre. Me invadía una sensación de estupidez por pensar en eso. La escena se repetía en mi mente, como un golpe. Había visto a Simón besando a esa chica. En mi propia fiesta de cumpleaños, ¿cómo se atrevía? No me tenía ningún respeto. ¿Por qué? ¿Qué había hecho yo? ¿Cómo había podido pasar eso? ¿Qué había hecho mal?
La furia me invadió mientras que la escena se repetía una y otra vez en mi mente tome un sorbo de verbena. Y luego que de mirando mi taza entre mis manos. Dándole vueltas y vueltas a todo eso, sin darme cuenta de que María me estaba mirando.
"— ¿Qué te parece si abrimos los regalos de tu fiesta ahora?" sugirió María, rompiendo el breve silencio con una sonrisa.
Asentí con entusiasmo, agradecida por la distracción que proporcionaría abrir los regalos. Sin embargo, en el fondo de mi mente, sentía una ligera aprensión por lo que podría encontrar entre ellos.
Mientras abría los regalos, mis manos temblaban de emoción y ansiedad. Había recibido tantas cosas maravillosas, desde libros que había estado deseando leer hasta joyería, que reflejaba mi estilo único. Sin embargo, entre los regalos envueltos con cuidado, vi un cuaderno. Al abrirlo, encontré una nota escrita con una letra que reconocí al instante como la de Simón. Mis manos se detuvieron por un momento, temblando ante la presencia de aquel papel que contenía palabras que sabía que podían cortar como cuchillos afilados.
Comencé a leer la nota en voz baja para mí misma, y mientras avanzaba en las líneas escritas, pequeños diamantes escapaban de mis ojos, rodando por mis mejillas. La amargura de las palabras resonaba en el balcón.
María, al ver mi sufrimiento, me preguntó con preocupación:
"—Luna, ¿qué pasa?"
En silencio, le entregué la carta a María, permitiéndole leer las palabras hirientes de Simón.
"¡Feliz cumpleaños, Luna! Quiero que sepas que todo lo que vivimos juntos fue un maldito error. Yo nunca te amé. Cada momento a tu lado fue una maldita pérdida de tiempo. Nunca sentí ni un maldito segundo de felicidad a tu lado. Todo esto es tú culpa, Luna. Me arrepiento de haberme involucrado contigo, de haberte dado una sola maldita oportunidad. Que disfrutes de tu día, porque sabes que todo lo que tuvimos fue una maldita equivocación. Pero ahora, tuve la suerte de cruzarme con Amara. Ella es el amor de mi vida. Lo que tú nunca serás."
El aire se volvió denso y pesado mientras las palabras resonaban en el balcón, dejando una marca imborrable en mi corazón. En ese momento, me sentí sola y vulnerable, enfrentándome a la realidad de un amor que se desvaneció en amargura.
María leyó la carta en voz baja, y una sombra de indignación cruzó su rostro. Pude ver cómo sus ojos se llenaron de compasión y enojo al mismo tiempo. Mis lágrimas continuaban su curso mientras observaba a mi mejor amiga procesar las crueles palabras de Simón.
"—María, a veces me pregunto, ¿fue mi culpa haber amado a Simón tan profundamente y salir tan lastimada en el proceso?"
Musité entre sollozos, buscando respuestas en los ojos de mi confidente.
Ella apretó la carta en su mano, como si pudiera exprimir el veneno de las palabras.
"—Luna, no es tu culpa. Nadie merece ser tratado de esa manera. Simón está equivocado, y lo que escribió no define quién eres. Tú eres fuerte, Luna."
María me envolvió en un abrazo reconfortante, y por un momento, las palabras hirientes perdieron un poco de su poder. Mientras el aire fresco de la noche acariciaba nuestras caras, compartimos un silencio lleno de comprensión.
Decidimos posponer la apertura de los demás regalos, sumergiéndonos en la paz relativa de la noche. Con la nota de Simón ahora relegada a un rincón oscuro del balcón, nos sumergimos en la calidez del afecto de una amistad que resistía las tormentas del pasado.
El pequeño balcón se convirtió en nuestro refugio, y mientras compartíamos historias y risas, la noche recuperó su encanto. A pesar de las cicatrices emocionales que dejó la carta, la presencia de María se convirtió en el bálsamo que necesitaba para sanar en medio de la tormenta.
Una hora más tarde, María se despidió con un abrazo cálido y se alejó, dejándome sola en el balcón. La suave brisa nocturna susurraba secretos mientras me perdía en mis reflexiones.
Permanecí en el balcón, sumergida en mis pensamientos mientras la suave luz de la luna daba un brillo plateado a la habitación. La noche parecía cobrar vida, transformando mi pequeño rincón en un lugar de magia y misterio.
Después de un tiempo, decidí entrar a mi habitación. El frío de la noche se había vuelto intenso, y necesitaba el abrigo reconfortante de mi espacio personal. Me cambié a un pijama suave y cálido, preparándome para el descanso después de una noche tumultuosa.
Al acercarme a mi cama, encontré una pequeña caja colocada cuidadosamente sobre las sábanas. Con curiosidad, la abrí y descubrí un delicado collar plateado con un colgante en forma de Cuarto de Luna brillante. El destello de las pequeñas Perlas transparentes. Que cambiaban de color, según el ángulo de luz, que su color va desde el lila hasta un azul profundo. Iluminaba la habitación con destellos de luz mágica. Era un regalo hermoso y significativo.
Dentro de la caja, encontré una nota escrita a mano por María.
"Mi querida Lunita,
Te deseo un feliz cumpleaños. Te mereces todo lo bueno del mundo. Cuando vi este regalito, me hizo pensar en ti. Espero que te guste. Te quiero mucho...
Con todo mi cariño, María"
Guardé el collar entre las otras joyas en mi pequeña joyería, colocándolo con cuidado para que brillara junto a las demás. La nota de María, esa carta tan dulce y emotiva, la deposité con ternura en mi diario, donde guardo los momentos más preciados de mi vida. Cada objeto, cada palabra, se convirtieron en tesoros de nuestra amistad, y los atesoré como los tesoros que eran.
Después de guardar mis tesoros, me dirigí a mi escritorio, donde me esperaba mi computadora, mi fiel compañera de aventuras literarias. La cogí con delicadeza y la puse sobre mis rodillas. Luego, con un suave movimiento, manejé mi silla de ruedas eléctrica hacia la cama. Era una cama grande y cómoda, cubierta con sábanas y almohadas de color lila. Me gustaba ese color, me transmitía tranquilidad y paz. Con un poco de esfuerzo, me bajé de la silla y me apoyé en los pies. Aunque no podía caminar, podía mover las piernas lo suficiente como para subir a la cama.
Con una mano, me agarré al borde de la cama. Con la otra, me impulsé hacia arriba y me dejé caer sobre el colchón. Abrí las sábanas y me metí en la cama, sintiendo su suavidad y su calidez. Apagué las luces del candelabro, creando un ambiente más íntimo y acogedor. Encendí la luz de mi lámpara, que proyectaba una luz tenue y cálida. También encendí unas cuantas velas aromáticas, que desprendían un olor a vainilla y lavanda. Me encantaba ese aroma, me ayudaba a concentrarme y a inspirarme.
Me acomodé entre las almohadas y abrí la computadora. Estaba lista para escribir. Era una historia de fantasía y aventuras, ambientada en un reino mágico donde todo era posible. Mis dedos danzaban sobre el teclado, creando mundos y personajes con cada pulsación. Me sentía como una diosa, capaz de dar vida y forma a mis ideas. A mi alrededor, las cuerdas de luces que colgaban de la cabecera de hierro forjado de mi cama brillaban como estrellas. El hierro forjado era de color plateado, y tenía formas de flores y hojas. Era una cama hermosa, que me regaló mi abuela cuando era pequeña. Me sentía como en un cuento de hadas, rodeada de magia y belleza.
Sobre una de las mesitas de noche, había una pila de libros de fantasía, amor y romance que leía a menudo. Eran mis géneros favoritos de escritura y de lectura. Me transportaban a mundos maravillosos, donde el amor triunfaba sobre el mal y los sueños se hacían realidad. Frente a la cama, había una estantería de libros de los mismos géneros, que me gustaba mucho. Tenía una gran colección de libros, que iba ampliando cada vez que podía. Me encantaba leer y aprender de otros autores, que me inspiraban y me motivaban a seguir escribiendo.
El mundo de la novela que estaba escribiendo era un mundo submarino, donde vivían las sirenas y los tritones. Era un mundo lleno de magia y misterio, donde el océano escondía secretos ancestrales y peligros inimaginables. La protagonista era una princesa sirena que anhelaba conocer el mundo terrestre, y que se enamoraba de un joven humano que compartía su pasión por el mar. Su amor era prohibido y peligroso, pues ambos mundos estaban en guerra desde hacía siglos. Juntos, tendrían que enfrentarse a sus enemigos y descubrir la verdad sobre su pasado y su destino.
Esta novela era muy especial para mí, pues reflejaba algunos de mis deseos y temores. Me identificaba con la protagonista, que quería explorar el mundo y vivir aventuras, pero que también se sentía atrapada por sus circunstancias y sus limitaciones. También me identificaba con su amor por el mar, que era mi elemento favorito. El mar me fascinaba y me asustaba a la vez, pues escondía una belleza y una fuerza indescriptible. Me gustaría poder sumergirme en sus profundidades y descubrir sus secretos, como la protagonista de mi novela.
De pronto sentí un bloqueo, cómo si una pared invisible se levantara entre mi mente y mis dedos. Ya no me venían ideas, solo un vacío silencioso y oscuro. Una tensión se apoderó de mí, como una cuerda que se tensaba hasta el límite, incapaz de seguir escribiendo lo que mi alma anhelaba. Frustrada al no poder seguir plasmando mis emociones, cerré la computadora con furia, como si quisiera romperla, como si fuera la culpable de mi falta de inspiración. Me recosté en la cama, como una muñeca rota y abandonada, y me alojé entre mis almohadas, buscando un refugio, una protección, un consuelo. Perdida en mis pensamientos, me preguntaba qué hacer cuando la musa se niega a aparecer, cuando la inspiración se esconde y se burla de mí. Cerré los ojos, buscando desesperadamente una chispa de creatividad, una luz que me guiara en la oscuridad.
Entonces, como una película en mi mente, vi las escenas que me habían destrozado el alma. Vi la llegada de Simón a mi fiesta, con esa mujer rubia que se creía la reina de la noche. Vi cómo me miraba con desprecio, cómo me hacía sentir inferior, cómo me humillaba con su belleza y su elegancia. Era como una rosa roja, hermosa y llamativa, pero con espinas que me pinchaban y me hacían sangrar. Vi cómo Simón me ignoraba, cómo se dejaba seducir por ella, cómo se alejaba de mí. Era como un sol que se ocultaba tras el horizonte, dejándome en la sombra, en el frío, en la soledad. Vi cómo bailaban juntos, como si fueran la pareja perfecta, como si se amaran con locura. Era como un sueño hecho realidad, pero para ellos, no para mí. Yo era la espectadora, la intrusa, la indeseada. Vi cómo se besaban con pasión, como si yo no existiera, como si yo no importara. Era como una puñalada en el corazón, como un grito en el silencio, como una lágrima en el vacío. Vi cómo me traicionaba, cómo me engañaba, cómo me mentía. Era como una traición, una infidelidad, una mentira. Vi cómo me dejaba una carta cruel, cómo me decía que todo había sido un error, que nunca me había querido, que me odiaba. Era como una bomba que explotaba, como un fuego que quemaba, como un veneno que mataba. Vi cómo me abandonaba, cómo se iba con ella, cómo me olvidaba. Era como un adiós, un final, una muerte.
Sentí un potente dolor, como si me clavaran mil agujas en el corazón. Sentí una rabia incontrolable, como si quisiera arrancarles los ojos a los dos. Sentí una tristeza infinita, como si nunca fuera a volver a sonreír. Sentí una impotencia total, como si no pudiera hacer nada para cambiar lo que había pasado.
Abrí los ojos, llorando sin consuelo. Las lágrimas empezaron a caer sobre mis mejillas, como una cascada, como una tormenta, como una inundación. Me di cuenta de que todo era verdad, de que no era una pesadilla, de que era mi realidad. Me di cuenta de que Simón me había roto el corazón, de que me había quitado la ilusión, de que me había robado la vida.
Me sentí vacía, sin ganas de nada. Me sentí sola, sin nadie que me quisiera. Me sentí perdida, sin rumbo ni destino.
No podía escribir, porque no tenía nada que decir. No podía escribir, porque no tenía nada que sentir. No podía escribir, porque no tenía nada que vivir.
Entonces, en medio de mi desesperación, de mi traición, de mi incertidumbre, tuve una idea. Una idea que quizás podría calmarme, que quizás podría ayudarme, que quizás podría salvarme. La idea era buscar el libro que había estado deseando leer durante tanto tiempo. Era una novela sobre una bruja y un Dios que se enamoraban en un mundo lleno de magia y peligros. Era una historia que me había llamado la atención, que me había despertado la curiosidad, que me había hecho sentir ganas de leerla. Pero nunca había podido encontrar el libro, ni en las librerías, ni en las bibliotecas, ni en internet. Era como si el libro fuera un tesoro escondido, un secreto guardado, un misterio por resolver.
Decidí cambiar de enfoque y embarcarme en la búsqueda de ese libro, una búsqueda que me llevaría a rincones desconocidos de la red. Tomé mi celular y comencé a redactar un anuncio, explicando mi búsqueda del libro perdido, y lo publiqué en los grupos en los que confiaba encontrar ayuda. Grupos de lectores, de escritores, de amantes de la fantasía. Grupos que compartían mi pasión por los libros, por las historias, por las aventuras. Con paciencia, esperé que alguien respondiera y me ofreciera alguna pista que pudiera acercarme al tan anhelado libro.
Después de unos minutos de expectativa y nerviosismo, mientras revisaba mi teléfono, una notificación vibrante interrumpió mis pensamientos, anunciando la llegada de un mensaje a mi aplicación de mensajería instantánea. Miré con curiosidad el número desconocido que aparecía en la pantalla, preguntándome quién podría estar detrás de ese mensaje. Era un número de un país extranjero, lo que hizo que mi corazón latiera con aún más fuerza de la emoción y la intriga. ¿Sería alguien que tenía el libro que yo buscaba? ¿Sería alguien que podía ayudarme a encontrarlo? ¿Sería alguien que cambiaría mi vida?
Con manos temblorosas, abrí el mensaje y leí las palabras que aparecían en la pantalla: "Hola, vi tu publicación en los grupos y quiero ayudarte. Encontré el libro que estás buscando, pero lo encontré en francés o en inglés. ¿Te interesa?"
Mi emoción se desbordó al leer estas palabras. No podía creer que alguien hubiera encontrado el libro que yo buscaba, el libro que me había obsesionado durante tanto tiempo, el libro que me había hecho sentir tantas cosas. Respondí rápidamente, expresando mi interés por el libro en francés, ya que era uno de los idiomas que dominaba.
La respuesta no tardó en llegar. A mi sorpresa, el mensaje no se limitaba a un simple libro, ¡sino que era toda una saga completa! Quedé sin palabras ante esta generosa oferta y, con gratitud, le envié un mensaje de agradecimiento, expresando mi entusiasmo por la oportunidad de sumergirme en esta fascinante saga.
Me sentí como si me hubieran regalado un tesoro, emocionada y agradecida por la generosidad de este desconocido. No sabía su nombre, pero su gesto amable me hizo sentir una conexión especial con él. Era como un hada madrina que había aparecido en mi vida, que me había concedido el deseo de encontrar el libro que tanto ansiaba. Tal vez fuera un lector como yo, que entendía lo que significaba amar un libro, que sabía lo que se sentía al buscar una historia que te llenara el alma, que quería compartir su pasión con otros lectores. O tal vez fuera solo un buen samaritano, que quería hacer una buena acción, que no esperaba nada a cambio. De cualquier forma, me había hecho el mejor regalo del mundo, y yo se lo agradecía con toda mi alma. O tal vez fuera algo más, algo que yo no podía imaginar, algo que yo no podía esperar... ¿Qué se escondía detrás de ese número desconocido? ¿Qué secretos guardaba ese mensaje misterioso? ¿Qué sentimientos despertaba en mí esa voz desconocida?
Mientras intercambiábamos mensajes, sentía que algo especial estaba pasando entre nosotros. Era como un milagro, una casualidad, una bendición. Me intrigaba saber quién era, cómo era, qué pensaba. Me preguntaba qué lo había impulsado a contactarme, qué lo había motivado a ofrecerme el libro, qué lo había hecho interesarse por mí.
Me preguntaba si tendríamos algo en común, si nos llevaríamos bien, si seríamos amigos. Me preguntaba si esto sería el comienzo de algo nuevo, o solo una ilusión, o solo un juego.
Sentía una mezcla de emociones, que me hacían sentir viva, pero también confundida. Sentía curiosidad y admiración, pero también miedo y duda. Sentía ilusión y esperanza, pero también cautela y prudencia. Sentía que estaba viviendo una aventura, pero también que estaba arriesgándome. Sentía que estaba empezando a vivir de nuevo, a soñar de nuevo.
Mientras hablábamos, sentía que el ambiente se llenaba de una energía especial, una energía que me hacía sentir bien, que me hacía sentir confianza, que me hacía sentir risas. Era como si hubiera una conexión entre nosotros, una conexión que traspasaba la pantalla, una conexión que nos unía. Era como si hubiera una magia entre nosotros, una magia que nos envolvía, una magia que nos transformaba. Era como si hubiera una chispa entre nosotros, una chispa que nos encendía, una chispa que nos atraía.
Desde ese instante, algo cambió entre nosotros. Empezamos a conocernos mejor a través de nuestros mensajes, que se sucedían sin pausa. A pesar de no saber nuestros nombres, nos abrimos el uno al otro, compartiendo nuestras emociones, nuestros intereses y nuestras vivencias.
La conversación fluyó con facilidad hasta bien entrada la noche, mostrando la conexión especial que se había creado entre dos desconocidos por una simple búsqueda de libros en internet.
Cada mensaje que nos enviábamos era como una chispa que iluminaba la oscuridad de lo desconocido, que nos hacía sentir curiosidad y admiración, que nos hacía querer saber más y más. Cada mensaje que nos enviábamos era como una caricia que acariciaba nuestro corazón, que nos hacía sentir ilusión y esperanza, que nos hacía querer sentir más y más.
Charlábamos de nuestras novelas preferidas, de los mundos que descubríamos a través de la lectura, de las historias que nos habían emocionado y de los sentimientos que nos habían atrapado. Descubrimos que teníamos mucho en común, que compartíamos el mismo gusto por la literatura, que nos apasionaban los mismos géneros, que nos identificábamos con los mismos personajes.
Y entonces, llegó el momento de decirnos adiós. La noche se había hecho larga, pero ninguno de los dos quería cortar la comunicación. Nos habíamos unido el uno al otro, nos habíamos vuelto indispensables el uno para el otro, nos habíamos cautivado el uno al otro. Nos dolía separarnos, nos entristecía despedirnos, nos asustaba olvidarnos. Al final, recibí un mensaje que decía:
La noche se desplegaba ante mí con sus misterios envueltos en sombras, una paleta de negros y azules que solo la luna sabía iluminar. En la soledad de mi habitación, después de una celebración de cumpleaños que había sido un torbellino de emociones, Entre el bullicio y las celebraciones, surgieron momentos tumultuosos que dejaron una sombra sobre la noche. Me encontraba frente a la pantalla del teléfono, contemplando las palabras de Tomás. Aunque nuestras almas se habían cruzado apenas unas horas antes, algo en su mensaje resonaba con una familiaridad sorprendente, como si nuestras vidas estuvieran destinadas a entrelazarse.
Me quité las gafas, esas ventanas a través de las cuales había observado el mundo, y las dejé junto al teléfono, ese objeto ahora cargado de un nuevo significado. Cerré los ojos, abrazando la almohada, permitiéndome sentir el peso del día que se desvanecía en un suspiro. El cansancio se mezclaba con una sensación de anticipación, un presagio de que algo en mi vida estaba a punto de cambiar.
Los libros que descansaban sobre el escritorio, regalos de amigos que conocían mi amor por las historias, parecían guardianes silenciosos de este momento de introspección. Pero en esta noche, la historia que más me cautivaba no estaba en sus páginas, sino en la posibilidad de lo que Tomás y yo podríamos compartir. A pesar de que nuestras miradas nunca se habían encontrado, la conexión que habíamos forjado en tan corto tiempo era innegable, un hilo invisible que nos unía más allá de la distancia física.
Con la mente aún danzando al ritmo de los mensajes intercambiados, me dejé caer en los brazos de Morfeo. No sabía cómo, pero algo en mi interior me decía que, después de esta noche, las cosas comenzarían a cambiar para bien. Era una intuición, un susurro del destino que me aseguraba que el encuentro con Tomás era solo el principio de un viaje inesperado y maravilloso.
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