Sarah y Jean VI (Final)

El sonido de la música llenaba la sala. Jean subía por las escaleras en dirección a una salida que pocos conocían y que daba a una terraza. Uno de sus objetivos era fumarse un cigarro, algo que llevaba rato deseando; el otro, tenía que ver con la chica que iba cogida de su mano.

Sarah seguía bailando mientras se alejaban de la multitud. Estaba contenta, muy contenta. Hacía tiempo que no se sentía tan viva, tan enérgica, tan feliz, tan ella.

Salieron al exterior y Sarah sonrió al encontrarse en una terraza que daba una vista increíble de la ciudad. Habían decidido salir en la ciudad más cercana al pueblo en el que vivía Jean, y que a su vez quedaba aún más lejos de la ciudad donde vivían sus familias y Steve, algo que hacía sentirse aún más libre a Sarah.

—Oh, es precioso —dijo, asombrada.

—Sabía que te gustaría —contestó Jean, soltando la mano de la rubia para pasarla por sus hombros y dejar un beso en su sien.

Sarah apoyó su cabeza en el pecho del moreno e inhaló su aroma. Jean se encendía un cigarro de mientras, y Sarah cerró los ojos, sintiendo el viento jugar con su pelo y el frío acariciar sus piernas.

¿Quién se lo iba a decir? Estuvo meses preocupándose por tener la boda perfecta y, el día antes de esta, estaba con Jean en la terraza de una discoteca. Llevaba dos semanas con él y se sentía más viva que nunca, pero la culpa la comía por dentro. Intentaba no pensar en ello, intentaba seguir siendo egoísta, como nunca lo había sido y como sabía que necesitaba serlo, pero a veces no podía evitarlo. Y eso no era lo único que le preocupaba.

—¿En qué piensas? —le preguntó él.

Ella lo miró, encontrándose con los ojos de Jean mirándola con curiosidad.

—Jean... ¿Qué es esto? —preguntó la rubia, y al ver la confusión en el rostro de él, aclaró— ¿Qué somos?

Jean relajó su expresión y respondió a la duda de la chica con tranquilidad.

—Somos Sarah y Jean, y esto es la terraza de un club.

La rubia rodó los ojos, pensando que Jean estaba jugando con ella.

—Hablo en serio, Jean.

—Yo también.

—¿Es una broma? —espetó Sarah, enfurecida—. No me digas que vamos a volver a lo de hace cuatro años.

La mención del motivo de su separación le dolió a Jean, pero se mantuvo firme en sus principios.

—Sarah, sigo pensando igual —dijo él, intentando mantener la calma—. Nunca he dejado de hacerlo. No me gusta ponerle nombre a las cosas, no lo veo necesario. Te quiero, y eso es todo lo que debería importar.

—Eres... ¿Cómo has podido?

—¿Cómo he podido qué? —preguntó, incrédulo, al deducir a lo que se refería la rubia—. Sarah, yo no me he aprovechado de ti en ningún momento, no te atrevas a decir...

—No quería decir eso. —Ella negó con la cabeza— Solo... Me has hecho ilusionarme otra vez, Jean.

—Y tú a mí también —contestó él, con dureza—. No eres la única herida aquí, Sarah, yo estoy enamorado de una mujer prometida, y me siento como si solo fuera tu vía de escape, tu momento de placer antes de volver con Steve.

—¡No voy a volver con Steve! —exclamó—. No le quiero, pero... sigo queriendo un futuro, quiero a alguien que se comprometa, Jean, no una persona que simplemente quiera acostarse conmigo y con otras también.

Jean suspiró y se pasó una mano por el pelo antes de dar una calada al cigarro, que se había consumido casi por completo mientras discutían. Sintió el humo inundar sus pulmones y lo expulsó lentamente, intentando pensar con claridad.


***


Llegaron a casa a las cuatro de la mañana. Suzy, que había salido con ellos —junto con dos amigos más— y no había bebido nada, los dejó en casa. Ellos tampoco es que hubieran bebido mucho, pero con un par de cervezas Jean ya prefería no coger el coche. Se despidieron de la alegre chica del pelo gris, y entraron en la casa de Jean sumidos en un tenso silencio. La discusión que habían tenido menos de una hora atrás seguía latente, y ninguno de los dos quería ceder.

Estaban a punto de dejar que sus diferencias les separaran. Otra vez.

Jean suspiró y dejó las llaves encima de la mesa de la cocina. Se sirvió un vaso de agua de la nevera mientras escuchó a Sarah ir hacia la habitación.

Estaban tan bien. Estaban genial, pero la realidad les había dado un golpe de nuevo. No culpaba a Sarah por haber sacado el tema, en absoluto, en algún momento habría tenido que salir, y más valía en ese momento que más tarde.

Se bebió el vaso de agua fría poco a poco y lo dejó en la encimera. Sacó el paquete de cigarros del bolsillo de su chaqueta, pero descartó la idea de fumarse uno. Ni siquiera le apetecía hacer eso.

Tenía que aclarar las cosas con ella, y lo sabía, pero le asustaba que esa fuera a ser la última vez que fueran a estar juntos. Nada le asustaba más en ese momento.

Se quitó la chaqueta, dejándola sobre el sofá, y entró en la habitación. La luz estaba apagada, pero podía distinguir a Sarah sentada en la cama gracias a la iluminación de la calle, que entraba por la ventana. Jean se preparó para hablar, pero Sarah se levantó en completo silencio y se acercó a él. Sus pequeñas manos se enredaron en el pelo oscuro de Jean, y sus fríos labios se presionaron contra los de él.

Jean no se esperaba eso en absoluto, pero le devolvió el beso con pasión y ganas. Ganas de saborearla otra vez, porque quizás sería la última. Las manos de Sarah tiraron de la camiseta de Jean hasta que él se separó del beso un momento y se la quitó con agilidad para volver a atacar los labios de ella. Sarah lo tuvo más fácil porque llevaba un vestido. Simplemente se bajó los tirantes y se quitó la prenda por los pies. Jean gimió ante la visión del cuerpo de la rubia; nunca iba a cansarse de ella. Por más que su destino fuera estar separados, por más que no consiguieran llegar a un acuerdo.

—Sarah —la llamó cuando las manos de ella encontraron la hebilla de su cinturón, y la rubia lo miró—. Te amo.

Ella sonrió y lo besó otra vez mientras le desabrochaba el cinturón. Jean la ayudó a quitarle los pantalones y ella acarició la erección que empezaba a formarse dentro de la ropa interior de Jean. El moreno gimió y besó el lóbulo de la oreja de su amada. Bajó sus besos a su cuello mientras Sarah jugaba con su polla, excitándolo cada vez más.

Sarah paró de repente y cogió su mano. Jean sonrió cuando ella lo llevó a la cama, y lo sentó en el borde de esta. Ella se quedó de pie y se quitó el sujetador, a lo que Jean reaccionó llevando sus manos a los perfectos pechos de la rubia. Jugó con ellos entre sus manos y se los llevó a la boca, haciendo que ella suspirara de placer.

Sarah no aguantó más. Se quitó las bragas y se sentó encima de Jean. Volvió a besarlo y restregó su húmedo centro contra el bulto en los bóxers de él. Jean gimió. Gimió y puso sus manos en las mejillas de Sarah para separarla de él y mirarla a los ojos.

—Te amo —repitió.

—Te necesito —contestó ella y, tras bajar su ropa interior, lo introdujo dentro de ella.

Jean soltó un gruñido y empezó a moverse. Sarah se movía a su vez, pero el hecho de que él también lo hiciera intensificaba las sensaciones. Pero entonces Jean cogió a Sarah de la cintura y la levantó, sacándola de encima suyo.

—¿Qué... qué pasa? —preguntó, insegura, pensando que había hecho algo mal.

—Condón —respondió él antes de levantarse y rebuscar en el cajón de la cómoda.

Sarah suspiró con alivio; al menos él lo había recordado.

Jean se colocó el plástico rápidamente y Sarah se giró en la cama, quedando boca abajo, y levantó un poco el culo de forma sugerente. El moreno se mordió el labio y se colocó encima de Sarah. Frotó la punta de su polla en su cálida entrada, y se introdujo en ella de una sola embestida.

Sarah chilló. Esa era su posición favorita porque estimulaba a la perfección su punto G. Notaba un placer inmenso cada vez que Jean entraba en ella, y no podía dejar de gritar. Mordió la almohada en un intento de no sonar tan fuerte, pero Jean se la quitó bruscamente y se dejó llevar, haciendo todo el ruido que necesitaba.

Pronto Sarah estaba llegando al orgasmo, y a Jean le quedaba poco. Siguió embistiendo dentro de Sarah, provocándole a ella un placer casi insoportable, hasta que se dejó llevar y eyaculó en el preservativo mientras se abrazaba con fuerza al cuerpo de la rubia. Ella se incorporó sobre sus codos, giró la cabeza para dejar un beso en la frente de Jean, y habló.

—Te amo, Jean.

El moreno esperó unos segundos y salió de su interior. Se quitó el preservativo y lo tiró en el suelo de cualquier forma para luego suspirar.

—Te quiero, y me quieres —aclaró, y la rubia asintió con la cabeza—. Vamos a buscar un término medio.

—¿Un término medio?

—El amor es sacrificarse por el otro, y yo estoy dispuesto a ceder en algunas cosas, pero tú también debes hacerlo.

—Está bien —dijo ella, y se tomó unos segundos para pensar—. Lo único que voy a pedirte sí o sí es que estés solo conmigo.

Jean asintió.

—Me parece bien. Solo estaré con otras personas si tú quieres y si también participas —dijo, y Sarah se sonrojó con fuerza ante lo que él acababa de sugerir—. Pero no voy a casarme.

Sarah respiró hondo, pero asintió con la cabeza.

—Lo entiendo —asumió con lentitud—. Está bien. Y, sobre los hijos... Bueno, yo querría tener y sé que tú no, y evidentemente no te voy a obligar porque un hijo deben quererlo las dos personas, pero...

—Tenemos veintidós y veintiséis años —dijo él—. Yo no quiero ser padre ahora, pero en un futuro, ¿quién sabe? No suena tan mal.

Sarah sonrió al pensar en tener un hijo con Jean, pero el pensar que quizás ese día nunca llegaría le dolió.

—Está bien —dijo ella, y lo besó.


***


A la mañana siguiente, Jean se despertó solo en la cama. Le entró el pánico al ver que Sarah no estaba, pero luego pensó que estaría duchándose, haciendo el desayuno o mirando la televisión. Cualquier cosa.

Se quedó en la cama varios minutos, disfrutando de la sensación de su cuerpo adolorido, que le hacía recordar a la noche anterior. Tras llegar a un acuerdo, habían vuelto a hacerlo dos veces más, y terminaron durmiéndose del puro agotamiento. Quería dormirse así cada noche, con Sarah entre sus brazos tras haberle hecho el amor hasta no poder más.

Pasaron los minutos, y Jean seguía sin escuchar ningún sonido en casa. ¿Habría salido Sarah? Quizás necesitaba pensar; al fin y al cabo, hoy era el día en el que debería estar casándose con Steve.

Al acordarse de ello, se levantó de la cama de golpe.

Miró por todos lados, por toda la casa. No quería pensar que eso era lo que estaba ocurriendo, se negaba, por más que las señales fueran obvias: toda la ropa de Sarah, su chaqueta, sus zapatos, el peine que tenía en el baño, todo había desaparecido. Su coche tampoco estaba aparcado delante de la casa, como llevaba dos semanas estándolo.

Se negaba a creerlo. No podía haberlo dejado así, de ninguna manera. Estaba buscando alguna explicación racional, algo que le hiciera ver que se estaba comiendo demasiado la cabeza, pero entonces vio una pequeña nota con la caligrafía de Sarah, en la que solo había dos palabras.

Lo siento.


______________

Y aquí termina Sarah y Jean (no me matéis). La verdad es que ha quedado muy diferente a como era originalmente, pero estoy satisfecha con el resultado.

¿Qué os ha parecido la historia?

La siguiente que publicaré se llamará El pianista (no, no es la película de Roman Polanski jajaja).

Capítulo dedicado a lojma00 , ¡feliz cumpleaños!

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