Sarah y Jean III
A menos de quinientos metros de donde Jean acababa de encontrar el regalo perfecto para su madre junto con Jimmy, se encontraba Sarah.
Estaba en la tienda de vestidos de novia, con dolor de espalda y mucha fatiga, tanto física como mental.
—Que no, que yo creo que el primero que se ha probado le quedaba mucho mejor —dijo su madre, Jolene.
—Por favor, mira el que lleva puesto ahora, ¡está preciosa! —contestó Katherine, su suegra.
—Me va a explotar la cabeza —susurró Laura, sentada al lado de Sarah, mientras que ella solo podía mirar al suelo—. Pero yo creo que deberías quedarte con el primero, te hacía unas tetas de infarto.
La broma de su amiga consiguió sacarle una sonrisa a la desanimada Sarah.
—Sarah, ¿con cuál quieres quedarte? —le preguntó su madre.
Sarah suspiró.
—No lo sé, mamá, solo quiero irme a casa —respondió sinceramente—. Llevamos aquí tres horas, no puedo más.
—Pero debes elegir uno, hija, queda un mes y medio para la boda y todavía no tienes vestido.
—Entonces el primero, me quedaré con el primero. —Hizo caso al consejo de su amiga.
Su madre sonrió con satisfacción al ver que le había ganado la batalla a su consuegra.
—Genial, vamos a pagar y así puedes ir a descansar.
—Gracias —contestó la rubia.
Se quitó el vestido, que fue guardado en una bonita caja, y después de que su madre pagara por fin Sarah se fue a casa. Para evitar que Steve pudiera llegar a ver el vestido, su madre se lo llevó a su casa.
—Ya estoy en casa —exclamó Sarah al entrar por la puerta, agotada.
Steve apareció en el recibidor con una gran sonrisa, y besó los labios de Sarah.
—Hola, preciosa, ¿cómo ha ido? —preguntó—. ¿Ya tienes vestido?
—Así es. —Sarah sonrió.
—No puedo esperar a verlo —contestó Steve, acariciando el hombro de su prometida.
—Tendrás que esperar —contestó ella, acariciando la mano de Steve sobre su hombro—. Si no te importa, creo que iré a acostarme, ha sido un día intenso.
—Claro, claro —dijo su futuro marido—. Yo voy a ir a la oficina un momento, ha surgido un problema y debo estar ahí, pero dudo que tarde mucho en volver.
—Está bien. ¿Qué querrás para cenar?
—Mmm... uno de tus deliciosos purés de patata no estaría mal. —Sonrió y dejó un beso en la frente de Sarah— Me voy, descansa un rato.
En cuanto Steve se fue, Sarah fue a la cocina para beber un vaso de agua antes de irse a la cama. Pasó por el salón y vio que había una manta tirada por ahí, varios periódicos y la mesilla desordenada. Suspiró y lo puso todo en su sitio, bien ordenado. Al llegar a la cocina vio que ya sería hora de limpiarla un poco, así que descartó la idea de echarse, por muy cansada que estuviera, y cogió los productos de limpieza y se puso a ello.
Cuando Steve llegó Sarah estaba echada en la cama, leyendo. Había dejado la cena preparada encima de la mesa, él solo tenía que calentársela. Escuchó el sonido del microondas y siguió leyendo una de esas novelas románticas que tanto le gustaba. Sonrió con cansancio al pensar en que ella pronto también viviría su propia novela. Pronto se casaría con Steve y formarían una familia.
A la mañana siguiente, Steve salió de casa temprano para ir a trabajar. Sarah se permitió dormir media hora más, pero tenía que arreglar la casa e ir a solucionar algunas cosas más de la boda. Ese día, concretamente, tocaba centrarse en la elección de vestidos de las damas de honor. Iría con Laura y la hermana de Steve, Daisy, que honestamente no le caía demasiado bien, pero a su prometido le hacía ilusión que fuera una de las damas de honor.
Antes de salir, Sarah ordenó su habitación, fregó los restos de la cena de ayer, limpió la cocina y el salón y aprovechó para darle un repaso al cuarto de baño. Entonces se arregló y salió hacia la tienda de vestidos.
—Me gusta este color —dijo Daisy, mirando un vestido color fucsia.
—Jesús, como entremos con eso a la iglesia le haremos daño en los ojos a mucha gente —contestó Laura, mirando el vestido con horror.
—Es bonito —replicó la hermana de Steve.
—¿Dónde están las chicas guapas? —se escuchó una voz tras el tintineo de la puerta de la tienda, y las tres se giraron para encontrarse con Daniel, el hermano mayor de Steve y Daisy.
—¡Danny, esto es solo para chicas! —se quejó la menor de los Gareth.
—Pasaba por aquí y he venido a ver cómo estábais. —Se encogió de hombros— Hola, futura cuñada. Hola, Laura, hoy estás especialmente guapa.
—Que te jodan, Daniel —contestó Laura ante otra de los intentos de ligue de Daniel Gareth.
—Siempre tan agresiva. —Rió— Me gusta.
—Me da igual que te guste —murmuró ella, con rabia—. ¿Te puedes ir ya?
—Vale, fiera, solo me pasaba a saludar —dijo él antes de irse.
Una vez Daniel se había ido, Daisy se giró hacia Laura.
—No tenías por qué ser tan desagradable con Danny, le gustas, ¿qué tiene de malo? —se quejó.
—Que él a mí no me gusta, y parece que no lo entiende o no lo quiere aceptar —replicó.
—¡Pero si todas las chicas se mueren por Danny! Deberías estar agradecida porque se haya fijado en ti.
—Uy, sí, qué honor. —Laura rodó los ojos.
—Basta, chicas —pidió Sarah—. Tenemos que elegir esto rápido, tengo que ir a casa pronto para preparar la comida.
—¿Steve no sabe preparársela solo? —preguntó Laura sarcásticamente.
—Él trabaja todo el día —replicó Sarah.
—¡Stevie trabaja muy duro para mantener a Sarah! —se quejó Daisy.
Laura decidió dejar estar el tema. Sabía que nunca conseguiría que Sarah saliera del mundo en el que se estaba metiendo. Había leído demasiadas historias de amor con chicas estúpidas y dóciles.
Al final el color elegido fue un azul claro, el único color en el que tanto Laura como Daisy estuvieron más o menos de acuerdo. El vestido lo eligió Sarah —aunque, evidentemente, Laura y Daisy tenían que estar de acuerdo—, y tras dos horas y media en la tienda, consiguieron tenerlo solucionado.
Por la tarde, tras haber comido y dormido un poco de siesta con Steve, cuando este se fue a trabajar, el teléfono de la casa sonó.
—¿Diga? —preguntó Sarah.
—Hey, soy Laura —dijo su amiga al otro lado de la línea—. ¿Salimos de compras hoy?
—Tengo mucho que hacer, Laura...
—No me pongas excusas —la interrumpió—. Steve puede prepararse la cena solo por un día. Incluso puedes dejársela preparada. Va, que hace mucho que no salimos juntas, y necesitas aliviar estrés.
—No tengo estrés.
—Por favor, si se te ve en la cara. Seguro que ni siquiera puedes aliviarlo follando. Adivino, ¿Steve trabaja mucho y está cansado?
—Eso no es asunto tuyo —replicó la rubia, molesta.
—Como sea —Laura prosiguió—, ¿a las cinco en el pub James?
—¿No habías dicho compras?
—Sí, sí, es para quedar en un sitio concreto —dijo, pero no sonaba muy honesta.
Fueron de compras. Comparon lencería, vestidos, zapatos, accesorios... Y a Sarah le hacía falta. Le hacía falta salir con su amiga para algo que no fuera relacionado con la boda. Había dejado una nota en casa para Steve avisando de que estaría fuera, y esperaba que no se lo tomara mal.
Al final terminaron en el pub James, pero esa vez dentro. Sarah solo tomó un refresco mientras que Laura eligió una cerveza.
—¿Estás segura de todo esto? —le preguntó Laura de repente.
—¿De qué?
—De todo esto. De la boda, de Steve, de no ir a la Universidad como querías, de casarte a los veintidós años, de vivir solo para tener la comida de Steve preparada cuando él llegue a casa —contestó su amiga con honestidad.
—Eso no es verdad —replicó Sarah—. No vivo solo para eso.
—Y, ¿para qué vives?
Sarah calló. No sabía qué conestar, y eso hizo que una nube de ansiedad ocupara su pecho. Entró en pánico, y como no sabía qué hacer, se enfadó.
—¡Es mi vida! —exclamó— Yo sé lo que me hago.
Laura solo se la quedó mirando. No contestó, solo la miró y, tras un largo silencio, habló.
—¿Te acuerdas de Jean? —preguntó.
—No quiero hablar de él ahora —dijo Sarah, apartando la mirada—. Me rompió el corazón.
—No, no lo hizo. Te rompió las expectativas, no el corazón.
—Mira, no quiero seguir con esto —murmuró, levantándose—. Te quejas de que casi no nos vemos, pero cuando salimos solo haces que cuestionar mis decisiones. ¿Acaso no quieres que sea feliz?
—De hecho, te cuestiono porque quiero que seas feliz —fue lo último que Sarah aceptó oír antes de salir del pub.
Solo cruzar la puerta, se encontró con dos personas dirigiéndose a la entrada. Estaban hablando entre ellos, y no se dieron cuenta de que Sarah estaba delante hasta que uno de ellos, el que Sarah menos —o más— quería ver, desvió la mirada y sus ojos se encontraron.
—¿Sarah? —preguntó Jean, sorprendido.
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Yyy finalmente, aquí tenéis el capítulo 3.
¿Opiniones?
Por algún motivo al escribir esta historia me inspiré mucho en los años 80 en Estados Unidos, me gusta mucho la estética y la melancolía que desprende esa época. Por eso no tienen teléfonos móviles y tal.
Por cierto, he notado bastante inconformidad con el hecho de que la historia haya cambiado tanto respecto a la que estaba publicada en Passion, así que os dejaré los motivos por los que la he cambiado:
-Me gusta que mis novelas transmitan algún mensaje, y la primera historia de Sarah y Jean no transmitía ninguno, al menos no positivo.
-La relación de Sarah y Jean era muy tóxica, Sarah le perdonaba todo y Jean era un maldito idiota, y eso no me gustaba.
-Le metí un montón de mierda que no venía a cuento (embarazo, él rechazando al bebé, etc) y quedó una historia cliché a matar.
-Era sexo tooooodo el rato, a cada capítulo, y la historia parecía una excusa pobre para que hubiera escenas de sexo. Honestamente, si solo estáis leyendo esto por el sexo, ya os podéis ir. Hay muchas páginas porno por si alguien quiere calentarse, esto ya no es Passion, no son relatos eróticos, son historias desarrolladas.
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