Sarah y Jean I

Aviso: como ya he advertido, esta historia corta tiene un contenido sexual mucho más explícito que el de las otras historias.


Sarah y Jean habían sido grandes amigos desde hacía años, concretamente desde que ella tenía catorce años y él, dieciocho. La diferencia de edad nunca había sido un problema para su amistad, pues Sarah era muy madura, pero sí lo había sido para ser algo más que amigos, cosa que ella estuvo lamentando durante mucho tiempo. Le había gustado Jean desde que lo conoció, pero con el tiempo aprendió a conformarse con su amistad, ya que él no parecía fijarse en la pequeña Sarah. Pasaron cuatro años en los que Sarah tuvo que ver cómo decenas de chicas pasaban por la cama de su amor platónico, sufriendo en silencio sin que él se diera cuenta, ya que la consideraba su hermanita pequeña.

Una noche, cuando Sarah ya era una adulta de dieciocho años y Jean, a sus veintidós años, estaba en la universidad, salieron de fiesta a una discoteca de la ciudad con las amigas del instituto de Sarah, en el que estaba cursando el último año, y los amigos de la universidad de Jean. Sarah recientemente había empezado a desarrollar sentimientos por un chico de su clase, Steve, que parecían ser correspondidos, y todo apuntaba a que había logrado olvidarse de su enamoramiento por su amigo.

—¡Sarah! —exclamó Laura, una de sus mejores amigas.— Baja de tu nube, ¡esto está lleno de tíos buenos!

—Me gusta Steve, Laura, ¿recuerdas? —contestó Sarah rodando los ojos.

—Ya, claro, te gusta Steve pero no has dejado de comerte a Jean con la mirada en toda la noche —dijo Laura sonriendo con malicia.

—No digas tonterías. Lo de Jean y yo es imposible, nunca tendría nada con él —se excusó, avergonzada.— No quiero arruinar nuestra amistad. Además, yo quiero estar con Steve.

—De acuerdo, sigue engañándote a ti misma —contestó Laura encogiéndose de hombros antes de irse a pedir bebidas.

Sarah volvió a encerrarse en su mundo, presa de sus pensamientos, para evitar ver cómo Jean se movía junto a una pelirroja en la pista de baile. Ella quería a Steve, lo tenía muy claro, pero por más que lo intentara sabía que el dolor que le provocaba ver a Jean con otras chicas nunca iba a desaparecer. Sacudió la cabeza intentando evadirse de todos esos pensamientos negativos, y caminó hacia la barra, donde se encontraban Laura y otras amigas suyas del instituto. Laura sonrió al verla y le entregó un vaso de vodka con cola, que Sarah se terminó en tres tragos.

Una hora más tarde el ambiente había cambiado mucho. Laura había desaparecido hacía rato con un moreno, y Sarah bailaba con Logan, un amigo de la universidad de Jean. Había bebido mucho y, aunque sabía que al día siguiente iba a lamentarlo con la resaca, le daba igual porque en ese momento no pensaba en él, le daba igual lo que estuviera haciendo. El muy idiota de Jean, pese a ser uno de sus mejores amigos, apenas le había hecho caso esa noche, había estado muy ocupado con la pelirroja.

Jean salió del baño con una sonrisa de satisfacción. Había pasado un buen rato con la pelirroja, aunque no hubieran pasado de besos y roces. Incluso casi le había hecho olvidarse de las incontrolables ganas que tenía de estar entre las piernas de la pequeña Sarah, algo que no debía hacer si quería conservar su amistad. Él sabía que Sarah había estado enamorada de él, pero Jean no podía prometerle más que un polvo, y prefería conservar su gran amistad a arruinarlo todo en una noche.

Se metió en la pista de baile, dispuesto a buscar a sus amigos para decirles que se iba a casa, cuando se encontró con una imagen que le hizo apretar los puños y la mandíbula hasta el punto de sentir que si no se relajaba iba a hacerse daño. La dulce e inocente Sarah bailaba con Logan, que era muy amigo suyo pero tenía fama de utilizar a las mujeres como objetos. Jean sintió los celos y la rabia apoderarse de su cuerpo, y se acercó a ellos caminando en grandes zancadas.

—Suéltala, Logan —dijo una vez estuvo delante de la pareja.

—No me jodas, tío, nos lo estamos pasando bien —contestó Logan.

—¡Que la sueltes! —exclamó ya enfadado, y apartó a su amigo del cuerpo de Sarah.

—¡Déjame en paz! —chilló la rubia, enfadada.— ¿Ahora que has terminado de follarte a esa quieres molestarme a mí? Que te jodan, Jean, ya no soy una niña.

—Muy bien, tú lo has querido —dijo él. Cogió el pequeño cuerpo de Sarah, se lo puso en el hombro como si fuera un saco de patatas y se dirigió a la salida ignorando los puñetazos y los quejidos de la rubia.

—¡Suéltame, gilipollas! —gritaba.— Joder Jean, ¡eres un idiota!

El moreno no contestó, se dirigió a su coche, aparcado a dos calles de la discoteca, y una vez dentro sentó a Sarah en el asiento del copiloto.

—¿Dónde me llevas? —preguntó Sarah un poco más calmada.

—A casa, ya has tenido suficiente por hoy.

—Eso no lo decides tú, Jean...

—Sí, sí que lo hago porque tus padres han confiado en mí para cuidarte, y tú ibas a dejarte follar por ese gilipollas.

—¿Qué te importa si me lo follo o no? Además, ¡sólo estábamos bailando!

—Conozco a Logan, pequeña, créeme cuando te digo que él no iba a ser amable.

—¿Y si yo quería follármelo también? —le picó la rubia. Jean apretó con fuerza el volante, intentando calmarse para no acelerar la velocidad.

—Pero no querías. Siempre dices que no te gusta acostarte con personas a las que acabas de conocer, sé que luego te habrías arrepentido. Además, te gusta el tal Steve, ¿no?

Entonces Sarah se quedó muda, sin argumentos. Era verdad, a ella nunca le había gustado acostarse con personas a las que acababa de conocer. En realidad nunca había tenido ninguna intención de acostarse con Logan, él no era mucho más que un cuerpo bonito y Sarah necesitaba que hubiera algo detrás, una cabeza atractiva. Alguien como Jean.

Durante el trayecto, Sarah se quedó dormida. Jean la miraba mientras conducía. Se sentía mal por haber sido tan brusco con ella, pero no le había gustado nada el modo en que bailaba con Logan, no podía imaginarse a ese idiota acariciando el cuerpo que él tanto ansiaba acariciar, besando sus labios, moviéndose dentro de ella... Además, él no habría sido bueno con ella, y no podía soportar la idea de que alguien le hiciera daño a Sarah.

Hacía un buen rato que había decidido ir a su apartamento en vez de a la casa de Sarah, eran las tres de la mañana y la rubia estaba borracha, no quería que sus padres la vieran así porque le culparían a él por no haberla vigilado, y a ella le caería una buena bronca. Aparcó el coche delante de su apartamento y envió un mensaje a los padres de Sarah diciendo que su hija se quedaría en su casa, para que se quedaran tranquilos.

Acto seguido guardó el móvil en su bolsillo y cogió a la rubia en brazos para subirla a su apartamento. Estaba ya entrando en el piso cuando Sarah empezó a moverse entre sus brazos.

—¿Jean? —preguntó aturdida.

—Shh, tranquila pequeña, estás en mi apartamento, voy a llevarte a dormir.

La llevó hasta su habitación y la puso encima de la cama con sumo cuidado. Cuando se disponía a irse a dormir al sofá, Sarah le cogió de la camiseta.

—Jean... —murmuró, totalmente despierta.

—Dime —contestó él, nervioso por la mirada de Sarah.

—Ven aquí —dijo ella.

Jean, sin entender qué pretendía, se sentó en la cama, a su lado.

—¿Qué pas... —sus palabras fueron interrumpidas por la boca de Sarah encontrando la suya. Al principio Jean se quedó en shock, no sabía cómo actuar, se debatía entre hacer lo correcto o dejarse llevar. Pero cuando la traviesa lengua de Sarah empezó a abrirse paso en su boca, su cuerpo eligió por él. Cogió a la rubia, sin dejar de besarla, y la puso a horcajadas sobre él para poder sentirla mejor. Su lengua salió a conocer a la de ella y saboreó toda su boca, notando un dulce sabor a vodka y coca cola. Sarah jugaba con su cabello mientras mordía la lengua de Jean de vez en cuando, haciendo que el bulto que notaba rozando su sexo se hiciera más y más grande. Cogió las manos de Jean y las puso sobre sus pechos, dándole permiso para manosearlos y pellizcarlos por encima del sujetador mientras ella se movía en su regazo, restregándose contra el bulto de los pantalones de Jean. Pero, de repente, Jean pareció recapacitar y se apartó de Sarah, dejándola sobre la cama.

—¿Qué haces? —se quejó ella, frustrada.

—Esto no está bien, Sarah —contestó él, rompiendo el corazón de su amiga sin darse cuenta.— Estás ebria, y yo no me acuesto con chicas demasiado ebrias como para saber lo que hacen, y mucho menos lo haría contigo..

Dicho eso, el moreno se levantó y se fue de la habitación, dejando a una Sarah sola y confundida, con el corazón roto una vez más.


—————


A la mañana siguiente Sarah se levantó con un horrible dolor de cabeza. Se maldijo a sí misma por haber bebido tanto la noche anterior, y se levantó pesadamente de la cama. Entró al baño de la habitación y se miró al espejo, haciendo una mueca de desagrado al ver cómo lucía: la raya de ojos corrida por culpa de las lágrimas que no pudo reprimir la noche anterior cuando Jean se fue, el cabello despeinado y unas ojeras un poco notables que impedían esconder su malestar físico. Se quitó la ropa y se dio una ducha rápida, con una sola idea repitiéndose en su cabeza: seducir a Jean. La noche anterior había llorado de la frustración, pero pensaba saciarla esa mañana.

Salió de la ducha y se vistió con una camiseta de Jean que encontró en su armario, que le cubría poco los muslos, y un tanga que llevaba en el bolso de repuesto. Se miró en el espejo otra vez, encontrándose con una imagen mucho más convincente, y salió hacia el salón, encontrándose a Jean durmiendo en el sofá sólo con unos calzoncillos tipo bóxer apretados, que marcaban su dormido paquete. Empezó a hacerse el desayuno en la cocina, que estaba incluída en el salón, haciendo el mayor ruido posible para que el moreno se despertara. Y lo consiguió: un minuto después escuchó un gruñido y vio a Jean moviéndose en el sofá. Giró la cabeza otra vez hacia los fogones, donde estaba preparando una tortilla, y al poco rato los pasos de Jean llegaron hasta la cocina.

—Sarah, ¿qué...? —empezó, pero se sobresaltó al ver que la pequeña Sarah iba prácticamente enseñando el culo. Tragó saliva y rezó porque Sarah no se fijara en el bulto que empezaba a crecer en sus calzoncillos mientras él tenía pensamientos muy, muy sucios sobre ella. Luego continuó— ¿Qué haces? Me has despertado con tanto ruido.

—Estoy haciendo el desayuno —sonrió ella, satisfecha al notar que su semidesnudez había hecho efecto.— Siento si te he despertado.

—Eh... No pasa nada —contestó sentándose en uno de los taburetes de la isla de la cocina. Recuperó la compostura y le dedicó a la rubia una sonrisa burlona, como siempre hacía.— ¿Me has preparado algo, al menos?

—Todavía no, pero puedo prepararte lo que quieras —dijo ella provocativamente. Apagó los fogones y caminó hasta Jean para sentarse a horcajadas sobre él, haciendo que él tragara saliva otra vez, intentando controlarse.— ¿Qué te apetece comer, Jean? —le susurró al oído.

—Joder Sarah... —empezó, pero ella volvió a apoderarse de sus labios, como la noche anterior.

Solo que esa vez, el autocontrol de Jean había llegado a su límite. El moreno no pudo más y empezó a devorar la boca de su amiga, mordiendo y chupando sus labios con ferocidad. Sus manos se movían por todo el cuerpo de ella, hasta que llegó a su firme culo y lo apretó contra él, haciéndole notar su erección. Sarah gimió y empezó a restregarse contra su erección. Jean sentía que iban a explotarle los boxer, por fin tenía a Sarah a su merced y no quería pensar en las consecuencias, solo podía pensar en hundirse en su interior y hacerla gritar.

Sarah se deshizo de su camiseta, mostrándole a su amor sus firmes y grandes pechos, a lo que él reaccionó lanzándose a lamer y morder sus rosados pezones.

—Joder Jean, no pares, sigue, ah —gemía ella desesperada por la necesidad acumulada en su clítoris.

Jean levantó a Sarah por las caderas y la puso encima de la fría isla de la cocina, erizando toda la piel de la rubia por el cambio de temperatura. Bajó su húmedo tanga y, sin más, hundió la cabeza en el dulce cöño de Sarah. Lamió, besó y chupó su clítoris con ansia, haciendo que Sarah gritara descontroladamente mientras se pellizcaba los pezones con una mano y, con la otra, revolvía el cabello de Jean, apretando su cabeza contra su sexo. Sus caderas se movían descontroladamente buscando más fricción en su clítoris, hasta que no pudo aguantarlo más y llegó al orgasmo.

El moreno abandonó su sexo después de limpiar todo el flujo que había salido con la lengua, y le dedicó a la rubia una sonrisa traviesa.

Sarah sonrió y bajó de la encimera de un salto. Se arrodilló frente al moreno, cogió su pölla con la mano, y se la metió en la boca desesperadamente. Jean disfrutó de la mamada, pero cuando Sarah empezó a chupársela más rápido tuvo que repasar toda la plantilla de jugadores de su equipo de baseball favorito para evitar correrse. Fue en vano. Estaba a punto de llegar al clímax cuando Sarah paró. Jean la miró, incrédulo.

—No quiero que te corras aún —dijo ella volviendo a subirse a la encimera.

Él se mordió el labio y, sin poder aguantarlo más, entró en Sarah de una sola embestida, muy profundamente. Sarah gritó de placer, y Jean empezó a moverse dentro de ella.

—Te siento tan bien, pequeña —le susurró.— No sabes cuántas veces he pensado en hundirme en tu dulce cöño.

—No pares Jean, por lo que más quieras... —suplicó ella una y otra vez, extasiada por los embistes de su amigo dentro de ella. Miró hacia abajo, admirando la gruesa polla de Jean entrando y saliendo, sin ningún condón por el medio ya que ella tomaba la pastilla —algo que Jean ya sabía—. El solo pensamiento Jean llenándola hizo que se corriera otra vez.

Jean notó cómo los músculos de la vagina de ella exprimían su pollä, pero se obligó a no correrse y continuar, dándose cuenta de que Sarah era multiorgásmica, quería hacer que se corriera todas las veces que su cuerpo lo permitiera.

El moreno bajó a Sarah de la encimera, saliendo de ella para darle un poco de tregua.

—Vamos a tu habitación —dijo ella, y empezó a caminar hacia allí.

En el pasillo, Jean no pudo resistir a la visión del culo desnudo de Sarah moviéndose al caminar, así que la empotró contra la puerta de su dormitorio y se la metió de golpe. Empezó a bombear dentro de ella con desesperación, buscando darle más placer a ella y sentirlo él también. La rubia, todavía sensible por el orgasmo, sollozaba y arañaba la espalda de Jean, pidiéndole más.

—Voy a llegar otra vez, Jean —avisó la rubia.

—Estoy a punto —contestó él.— Prepárate.

Sarah gritó al estallar por tercera vez y Jean no pudo evitar acompañarla entre gruñidos.

Los espasmos del orgasmo hicieron que las piernas de Jean fallaran y cayó al suelo con Sarah encima, sin salir de su interior. La rubia rió, extasiada por el orgasmo, y se levantó un poco para sacar el miembro de Jean de su interior.

Se quedaron echados en el suelo durante un buen rato. La cabeza de Sarah descansaba sobre el pecho de Jean, sintiendo como los latidos de su corazón volvían a su ritmo normal. Él miraba al techo, reflexionando sobre lo que acababa de pasar.

—Yo no puedo prometerte más que sexo, Sarah —dijo finalmente.— Sé cómo soy, no puedo ser solo de una mujer. Te podría decir de intentarlo, pero me importas demasiado como para hacerte daño. Preferiría... preferiría que esto no volviera a ocurrir.

Sarah sintió la tristeza ocupar su pecho. Ella sabía perfectamente que Jean nunca cambiaría por ella, él no quería atarse y siempre iba a ser así, pero había albergado alguna esperanza de que él estuviera dispuesto a una relación, esperanza que se destruyó al oír sus palabras.

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