Flatmates IV
John
—Una hamburguesa por un dólar es bastante sospechoso, ¿no crees? —comenta Thomas mientras mastica su comida.
—Pues bien que te la comes —contesto.
—A ti sí que te la comía, guapo —me guiña un ojo y me echo a reír.
—Cállate o vomitaré todo lo que acabo de comer.
—Vamos, si te encanta —dice—. Por cierto, ¿sigues enfadado con Léa?
—No estoy enfadado con Léa —suspiro—. Solo me da rabia que esté tan ciega.
—No es por ofender, pero tú estás igual de ciego con Catherine —contesta, y frunzo el ceño.
—No es verdad. Sé que Cathy y yo no estamos bien, pero todo irá mejor.
—La única manera de que vaya mejor es que deje de ser una loca controladora y paranoica, y los dos sabemos que eso no va a pasar.
—Thomas —digo, en tono de advertencia.
—Ah, sí, perdona, que "la amas" —rueda los ojos mientras hace comillas con los dedos—. Estás aún más ciego que Léa.
—Eso no es verdad —niego con la cabeza—. Además, ese no es el tema, el tema es que estoy preocupado por Léa. A saber lo que puede hacerle ese hijo de perra.
—Te gusta —dice Thomas, mirándome fijamente.
—¿Qué?
—Léa. Te gusta.
—P...pero ¿qué dices? —niego, repentinamente nervioso—. Yo amo a Catherine, solo me preocupo por Léa.
—Puedes "amar" a Catherine pero que te guste Léa, es perfectamente posible.
—No digas tonterías. Además, Léa está con Ryan.
—Perdonad... —dice una suave voz detrás de mí, y me giro para encontrarme a una chica de pelo largo recogido en una trenza y ojos verdes, sentada con dos chicas más—. ¿Por casualidad no estaréis hablando de Léa Rouquette?
—Sí —asiento, recordando su apellido de los papeles del alquiler del piso.
—Oh, dios, ¿ella está bien? —pregunta la chica, emocionada—. Perdonad, soy Maggie, solía ser la mejor amiga de Léa.
—¿Solías? —pregunto casi sin pensarlo.
—Cuando empezó a salir con Ryan dejó de llamarme para salir —contesta con tristeza—. Ahora hace casi un año que no sé nada de ella. ¿Está bien?
—No mucho —suspiro—. ¿Quieres sentarte con nosotros?
—Claro —asiente, y mira a las dos chicas que están con ellas—. ¿Os importa? Necesito hablar con ellos.
—No hay problema —sonríen, y Maggie se sienta con nosotros, al lado de Thomas, quien está rojo como un tomate.
Vaya, esto es interesante.
—Entonces... ¿Léa no está bien? —pregunta Maggie.
—Ryan no la trata bien —contesto.
—Ya me lo suponía —suspira—. Ryan no es trigo limpio, nunca lo ha sido, y aunque la advertí mil veces, ella no me hizo caso.
—Vaya, eso me suena —digo—. Hace una semana le dije que creía que Ryan no la trataba como se merecía, y no hemos hablado más desde entonces.
—¿Por qué no la trata como merece? —me pregunta.
—Le he oído gritarle muchas veces —explico—. Y una vez intentó forzarla a tener sexo y, cuando ella se negó, se dedicó a humillarla un buen rato. Mierda, está tan ciega.
—Si eso fuera lo peor... —murmura Maggie.
—¿Hay más?
—Tengo una amiga, que también conocía a Léa, que trabaja como camarera en el bar de un prostíbulo —dice—. Ha visto a Ryan ahí varias veces, y no iba precisamente a tomar algo.
—¿De verdad? —pregunto, sorprendido.
Se puede ser hijo de perra pero ¿tanto? Esto es demasiado.
—Sí —asiente—. Intenté ayudarla, pero eso solo sirvió para que se apartara de mí. Léa siempre ha tenido problemas de autoestima, ella es capaz de soportar lo que sea con tal de tener a alguien que la quiera, o que actúe como si la quisiera.
—Pues John también la quiere —Thomas abre la boca por primera vez desde que ha llegado Maggie, y ya quiero golpearle.
—Cállate, no es verdad —me defiendo.
—Si la quieres, o simplemente te importa, sácala de ahí, de esa relación —me pide Maggie.
Léa
—Vaya, este lugar es precioso —comento, entusiasmada, observando el restaurante.
—Lo es, me lo recomendó Marcus —contesta Ryan, sonriendo.
Esta noche Ryan está siendo todo un caballero. Me ha pasado a buscar por el trabajo con su deportivo y me ha llevado a este restaurante con vistas al mar para celebrar que hoy hacemos dos años juntos.
Sonrío, mirando a mi novio, y pienso en que, después de todo, John no tenía razón. Ryan es bueno, aunque a veces se enfade, pero eso le pasa a todo el mundo.
Cenamos tranquilamente, hablando de muchas cosas diferentes.
—Bueno, parece que ya es hora de ir a casa —dice Ryan, mirando a su reloj—. ¿Has comido bien?
—Sí —asiento, entusiasmada.
—Bien —sonríe, y se dirige al camarero—. ¿Puede traernos la cuenta?
El hombre asiente y se va, para luego volver con una especie de librito donde supongo que estará la cuenta, nada barata. Ryan saca su cartera y me mira.
—Yo invito —dice, y en realidad ya me lo esperaba. Él siempre elige restaurantes caros, y es obvio que yo no puedo pagar ni un plato de ellos.
Ryan paga y salimos del restaurante para subirnos en su deportivo e ir a su mansión. Llegamos ahí en poco rato, y cuando entramos me llevo la no muy grata sorpresa de mi suegra sentada en el salón, en su sillón, leyendo un libro tranquilamente. En cuanto entramos, levanta la mirada y hace una mueca de disgusto.
—Hola —la saludo, fingiendo una sonrisa.
—Hola, hijo —ella saluda a su hijo, y luego me mira—. Léa.
—¿Cómo está? —le pregunto por cortesía.
—Asqueada —dice con la intención de humillarme, y aguanto la respiración unos segundos para intentar no resoplar.
—Bueno, mamá, nos vamos arriba, buenas noches —interrumpe Ryan, y realmente le estoy agradecida por ello.
Ella no contesta y vuelve la vista a su libro. Ryan y yo subimos a su habitación, y me siento en la cama sintiéndome cansada.
Él se acerca a mí con una sonrisa y me besa, profundizando el beso inmediatamente. Me echa atrás en la cama, poniéndose encima, pero me aparto.
—Ry, la verdad es que hoy no tengo muchas ganas... —murmuro, y él se levanta.
—¿De verdad? —dice, enfadado—. ¿Ni en nuestro aniversario?
—Ry, he tenido un día cansado, no me apetece.
—Pero si antes siempre hacías un esfuerzo, desde hace un tiempo ni siquiera eso haces —gruñe—. Estás con otro, ¿verdad? Y no me mientas.
—No estoy con nadie, Ryan —niego, asustada.
—¡No me mientas, perra! —grita, enfadado.
—No me hables así —le pido.
—¿Y cómo pretendes que te hable? A las zorras infieles como tú no voy a hablarles bien —dice, y noto las lágrimas picar mis ojos—. Si resultará que mi madre tenía razón, solo eres una zorra cazafortunas. Si no quieres follar, vete. Al fin y al cabo solo sirves para eso.
—P...pero estábamos bien —sollozo.
—Estábamos bien hasta que has decidido arruinarlo todo —contesta, enfadado.
—Lo siento...
—Vete, no quiero verte. Ya te las apañarás para volver a casa, yo me voy a que alguien haga lo que tú no has hecho.
—Ryan...
—¡Que te vayas! —grita, y cojo mi bolso para irme.
Salgo de la mansión y, tras atravesar la valla que separa el jardín de la calle, me siento en la acera y me echo a llorar. Y no lloro solo por la humillación que me ha hecho pasar, sino porque ya no puedo más. Esto ha sobrepasado cualquier límite, prefiero estar sola que tener esto. He estado tanto tiempo con Ryan porque, cuando me mudé de Francia, al llegar a esta ciudad no tenía a nadie, ni a mi familia ni mis amigos, y él llenaba ese vacío. Perdí a Maggie por él, perdí mi dignidad, y pensaba que me quería, pero ¿cómo puede alguien que supuestamente me quiere tratarme así?
Pienso en llamar a John para que me venga a buscar, aunque tenga que admitir que él tenía razón, pero niego con la cabeza y decido ir caminando a casa, aunque haya más de una hora a pie. Empiezo a caminar, y entonces se abre la valla de la casa y el coche de Ryan sale a gran velocidad por la calle, seguramente en dirección a acostarse con alguna otra chica.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top