Flatmates III
Entro en mi piso cogida de la mano de Ryan para buscar mis cosas e ir a dormir a su casa. La música resuena desde el rellano, y cuando abro la puerta Boogie Wonderland, de Earth, wind and fire prácticamente golpea mis oídos de lo fuerte que está. Ryan frunce el ceño y le miro, encogiéndome de hombros. Pasamos al salón y vemos a John y Thomas bailando al ritmo de la canción, con el olor de marihuana invadiendo la sala. Sonrío involuntariamente al verlos bailando en forma de broma a esta canción, y Ryan suelta una carcajada de burla.
—¡Hey! —saluda Thomas en cuanto nos ve—. ¡Bienvenidos!
—Hola, Thomas, John —les saludo con una sonrisa.
—¿No bailáis? —pregunta John.
Me echo a reír y noto cómo Ryan se impacienta cada vez más a mi lado.
—Um, tengo que ir a buscar unas cosas, ya me voy —les digo, y John se encoge de hombros.
Entro a mi cuarto con mi novio, y él se sienta en mi cama mientras yo revuelvo mi armario en busca de una muda para mañana.
—¿Siempre es así? —pregunta Ryan, notablemente molesto.
—A veces —me encojo de hombros.
—No me gusta que vivas con ellos —dice, su tono volviéndose más serio.
—Solo vivo con John, y tiene derecho a invitar a Thomas.
—Ah, ¿así que tú te drogas con ellos también? —pregunta, levantándose de la cama.
—Y-yo no he dicho eso —contesto, intimidada.
—Apuesto a que te has follado a alguno de ellos también, ¿eh? —dice, acercándose.
—Sabes que no —digo.
¿Cómo puede pensar eso? Él sabe perfectamente que lo amo y nunca haría algo así, ¿le habré dado motivos para que piense lo contario? Quizás sí que paso demasiado tiempo con ellos... Pero, ¿qué digo? No, no lo hago, apenas los veo.
***
Cuando vuelvo a casa a la noche siguiente, después de trabajar, la música sigue ahí, pero me ha cambiado y me es muy familiar. Es... ¿The 1975? Creo que se llamaba así. A Maggie solía gustarle y lo ponía siempre que íbamos en su coche. Maggie... Quizás debería llamarla, pero realmente no tengo tiempo y ella tampoco me contestaría. Así es la vida, hay personas a las que no puedes mantener.
—¡Hola, Léa! —me saluda John desde el sofá, leyendo un libro.
—Hola —contesto con una pequeña sonrisa, dejando mi bolso en la mesa del comedor.
Voy hacia la cocina para hacerme algo de cenar, y opto por una ensalada. Me la preparo rápidamente y la llevo hasta la mesa del comedor, donde empiezo a comer.
—¿Otra vez ensalada? —pregunta John, negando con la cabeza—. Léa, Léa, con lo delgada que estás, aún se te llevará el viento...
—No estoy delgada —digo, soltando una carcajada, y él levanta una ceja.
John apaga la música y se levanta del sofá para venir a la mesa del comedor, sentándose delante de mí.
—Léa, ¿va todo bien? —me pregunta cuidadosamente.
—Todo va perfecto, ¿por qué?
—Uh, ¿Ryan te trata como debería?
—¿Qué? —pregunto, confundida.
—Ayer lo escuchamos hablarte bastante mal y en un tono un poco... autoritario —explica—. Me preocupó bastante. ¿Él te trata bien?
—Como Ryan me trate o me deje de tratar no es asunto tuyo —escupo, enfadada y me levanto de la silla para irme a mi habitación, dejando la ensalada sin terminar.
¿Quién se ha creído que es para interrogarme como si fuera mis padres? Ryan no me trata mal, puede que a veces sea autoritario y dé un poco de miedo, pero lo hace porque me quiere. Yo tampoco soy buena para Ryan, pero me esfuerzo.
Estoy sentada en mi cama cuando escucho pasos firmes dirigiéndose al pasillo, y de repente la puerta se abre y John se arrodilla delante de mí, quedando cara a cara.
—Mira, sé que me meto donde no me llaman, pero tú me importas, Léa, y si ese tío no te trata como debería y tú no te estás dando cuenta debo decírtelo, porque él no te trata como debería, ¿realmente crees que yo estaba durmiendo esa mañana en la que llegó borracho y prácticamente te intentó forzar para tener sexo y luego te humilló? —dice, con el ceño fruncido—. Creo que no te estás dando cuenta de cómo es Ryan en realidad, te tiene como en una nube de ignorancia, y estoy harto de callármelo.
Cuando termina, ambos estamos respirando agitadamente; él, por haber hablado tan rápido, y yo por lo que ha dicho. Nuestras caras están muy cerca y mi pulso se acelera. Subo la mirada para encontrarme con sus ojos marrones clavados en los míos, y mi boca se abre lentamente.
—Vete —murmuro, y John suspira antes de levantarse e irse de mi habitación.
Escucho el sonido de un portazo en la puerta principal, lo que indica que ha salido.
Es entonces cuando rompo a llorar. Todas mis frustraciones y dolor empiezan a salir, los recuerdos de Ryan gritándome en mil ocasiones me hacen ahogarme más, y me doy cuenta de que no lloro porque me haya dicho todo eso, lloro porque sé que tiene razón. No, no me trata como debería, no es el novio perfecto, pero es la única persona que me quiere, y yo le quiero a él.
En ese momento suena el timbre del apartamento y, pensando que es John que se ha dejado las llaves, voy a abrir encontrándome a Catherine, su novia.
—Hola —saludo, desanimada. He intentado limpiarme las lágrimas antes de abrir, pero seguramente mis ojos siguen enrojecidos.
—¿Está John? —pregunta directamente, sin ni siquiera saludarme de vuelta.
—Uh, no, ha salido hace poco.
—¿Y te ha dicho dónde iba? —me mira y me encojo de hombros.
—No me ha dicho nada.
—Vale —asiente antes de darse la vuelta y bajar las escaleras del edificio.
Me siento en el sofá y enciendo la tele. Vuelvo a pensar en todo lo que ha pasado y las lágrimas vuelven a inundar mis ojos, así que me permito que bajen por mis mejillas, haciéndome sentir un poco aliviada.
No han pasado ni cinco minutos cuando escucho gritos en el rellano. Como la cotilla que soy, apago la televisión para escuchar, y no me sorprende oír a Catherine.
—¡¿Y dónde se supone que vas a las once de la noche?! —pregunta ella, gritando.
—¿A dar una jodida vuelta, quizás? —contesta John, y luego alza la voz como ella—. ¡No puedo ni salir de mi maldita casa sin que estés interrogándome, joder!
—¡No tendría que hacerlo si no supiera que te vas con esa puta de Annie!
—¡¿Pero estás loca? Annie es mi compañera de trabajo, nunca he tenido nada con ella! —grita, John, y puedo notar la incredulidad en su voz.
—Maldita sea, John, estoy harta de esto —gruñe ella—. Cuando vayas a dejar de mentir llámame.
Se oye el sonido de sus tacones alejándose por las escaleras, y de pronto se abre la puerta y entra John, quien se sienta en la mesa del comedor y apoya su cabeza entre sus manos.
—Vaya, parece que no soy la única que no tiene una relación perfecta —se me escapa, y de verdad que no sé de dónde ha salido esta actitud descarada mía.
—Ahora no, Léa —me pide, y me encojo de hombros antes de volver a encender la televisión.
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Holaaaaaaa, ¡Flatmates está de vuelta! Yay
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