Boxing I
-No vayas hoy, por favor -murmuro, con los ojos llenos de lágrimas y la ansiedad invadiendo mi pecho-. Quédate aquí conmigo, a salvo.
Él suspira y se pasa una mano por el pelo.
-Sabes que no puedo hacer eso -contesta, y las lágrimas empiezan a bajar por mis mejillas-. Nena, no llores, por favor.
-¿Y si esta vez no son sólo unos golpes? ¿Y si te pasa algo? -sollozo, y él me estrecha entre sus brazos, dejándome notar los acelerados latidos de su corazón-. Por favor, quédate conmigo en casa, no vayas al combate de esta noche.
-Lo siento Sophia, pero no puedo -contesta-. Te prometo que volveré sano y salvo, no dejaré que me hagan daño.
-¿Me lo prometes? -pregunto, sabiendo que su promesa será lo único que tenga para aguantar esta noche.
-Te lo prometo -afirma, y se separa para besarme lentamente-. Tengo que irme, pero volveré para estar contigo, ¿de acuerdo?
Asiento con la cabeza y vuelvo a besarle antes de que salga por la puerta. Me acurruco entre las sábanas de nuestra cama e inhalo su olor de su almohada, intentando tranquilizarme.
Las horas pasan lentamente, pero mi ansiedad crece a una velocidad de vértigo a cada minuto que pasa. Han pasado cuatro horas y todavía no está aquí. Me mantengo aferrada a su promesa de que volverá sano y salvo, él nunca ha roto una promesa y sé que no va a romper esta, o al menos intento convencerme de eso.
Poco después, sobre las dos de la madrugada, oigo la puerta del apartamento abrirse y no dudo en saltar de la cama y salir corriendo hacia la puerta.
-Dan... -murmuro en cuanto le veo. Se mantiene de pie pero le cuesta un poco caminar.
-Princesa -sonríe y voy corriendo a abrazarle-. Con cuidado, Soph, me duele un poco el costado.
-Ven a la habitación -le digo, y él asiente y me sigue hasta allí.
Nos sentamos en la cama, le quito la camiseta y le curo las heridas y pongo crema en sus moratones. Está bastante abatido, pero mucho mejor que todas las otras veces. Al menos esta vez sus labios no tienen ningún golpe y puedo permitirme besarle de forma lenta, algo que he necesitado durante todas estas horas sola. Él profundiza el beso, introduciendo la lengua en mi boca, y me empuja hacia atrás hasta que quedo completamente echada en la cama, con él encima. Su boca baja a mi cuello y gimo, alentándole a seguir dejando besos húmedos en la sensible zona.
-D-dan... Estás herido... -le recuerdo, jadeando.
-Déjame cuidar de ti, princesa, así como tú siempre haces conmigo -murmura en mi oído con voz ronca.
Asiento rápidamente y él sigue con sus besos en mi cuello, pero esta vez mete las manos dentro de mi camiseta y acaricia mis pechos, aprovechando que no llevo sujetador.
Vuelve a besarme y empieza a subir mi camiseta. Rompe el beso unos segundos para sacarme la camiseta y luego sus labios vuelven a encontrar los míos. Acaricia mis pechos, ahora desnudos, y pellizca mis pezones suavemente, haciéndome gemir en su boca. Sus manos bajan por mi cuerpo hasta encontrar mis bragas y bajarlas lentamente hasta deshacerse de ellas.
-Quiero saborearte -murmura en mis labios, con voz ronca, y siento la humedad entre mis piernas incrementar-. Pero no puedo moverme mucho. ¿Crees que podrías sentarte en mi cara? Me muero por hacerte correrte así.
Siento cómo me ruborizo, ya que nunca hemos hecho eso, pero asiento. Él sonríe y se echa boca arriba en la cama. Pongo una pierna a cada lado de su cabeza y desciendo hasta que mi palpitante sexo queda justo en delante de su boca. Él me coge de los muslos y me tira hacia abajo hasta que su lengua encuentra mi entrada. Lame mi humedad y empieza a meter y sacar la lengua de mi vagina, haciéndome gemir y agarrar su pelo con fuerza. Entonces su lengua encuentra mi clítoris y libero un sonoro gemido, echando mi cabeza hacia atrás, y casi involuntariamente empiezo a mover mis caderas para crear más fricción. Sus dedos empiezan a apretar y pellizcar mis pezones y en pocos minutos me corro en su boca, gimiendo su nombre.
Al terminar, se baja los pantalones y los bóxers mientras que yo me siento a su lado, intentando normalizar mi respiración.
-Ven, ponte encima de mí, princesa -me pide con voz ronca, y yo obedezco.
Se coloca rápidamente un condón sacado de la mesilla de noche y pone la punta de su erección en mi entrada. Bajo sobre ésta, sintiendo cómo cada pulgada que entra nos conecta, y cuando por fin está toda dentro, ambos gemimos. Empiezo a moverme sobre él pero me para con sus manos en mis caderas.
-Hoy es todo para ti, Soph -dice y, sin dejar de agarrar mis caderas, empieza a moverse debajo de mí.
Escondo la cara en su cuello, de forma que mis pechos se rozan con sus pectorales, y dejo escapar gemidos cada vez más intensos a medida que el ritmo de sus embestidas aumenta.
-Te amo, princesa -susurra en mi oído justo antes de empezar a gemir mientras se corre en el condón, cosa que precipita mi propio orgasmo.
Al terminar, Dan se deshace del condón y lo tira a la basura. Se echa a mi lado y acaricia mi espalda hasta que consigo dormirme.
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