Capítulo 3
El día de trabajo ha sido extremadamente cansado. Solo quiero aventarme en mi cama y dormir 24 horas seguidas. El sol se ha ocultado casi por completo, pero aún no oscurece al cien por ciento.
Aparco la moto al llegar a casa.
Y tardo en bajar o siquiera moverme porque recuerdo que a esta hora el señor Dixon ya está en casa y que tendré que soportarlo.
Que fastidio.
Suspiro largamente para enseguida quitarme el casco.
Mi coleta alta queda de nuevo a la vista, y hace que luzca mejor mi chaqueta y pantalones negros. Mis botas cafés son lo único de diferente color a todo mi atuendo, que sorpresa.
Camino hacia casa. A mitad del trayecto percibo el sonido de la puerta de la casa de Noah abrirse y cerrarse. Y como reacción automática, miro hacia allá a la par que bajo un poco la velocidad con la que camino.
Intento no girar la cabeza, no quiero parecer chismosa.
Distingo a la señora James. La he visto un par de veces, y en ninguna he hablado con ella. Lo único que sé, es que parece tener el mismo estilo de ropa que mamá.
Ella nota mi presencia y enseguida me regala una sonrisa.
Si, muy mamá.
—Ela, buenas noches.
Oh, sabe mi nombre.
Claro, no debería de extrañarme. Mamá y ella ya han hablado, seguro se han contado todo sobre la vida de la otra.
—Buenas noches —me detengo a un metro de la puerta de mi casa y me doy la libertad de verla directamente.
—¿Como estás? ¿Vienes del trabajo?
Al parecer Mamá hizo bien su trabajo.
—Estoy bien, gracias y si, vengo de allá —respondo lo más amable que puedo. No puedo tratar de darle una sonrisa si se verá más como una mueca.
—Qué bueno, me alegro. Sabes, compre pan —informa, sin perder la sonrisa—. ¿Te gustaría pasar a comer un pedazo? Hay mucho.
Paso saliva y miro el piso.
No es que no me interese conocerla, pero me siento cansada, ya he visto demasiadas personas por hoy. Y no quiero verme grosera.
Observo mi casa y regreso a la señora James.
—Gracias, pero no quiero incomodar.
Aunque doy mi respuesta, ella parece no darse por vencida.
—Para nada nos incomodarías, vamos ándale, ahora te toca a ti conocer nuestra casa —exclama.
Y después de tanta insistencia, acepto.
***
Recorro con la mirada el interior de su casa. Es muy parecida a la mía, solo que esta es un tanto más grande, nada exagerado. Se siente una calidez enorme. A diferencia de casa aquí hay muchas fotos colgadas y encima de un mueble. Me tomo el atrevimiento de mirar cada una ellas encima de ese mueble, sin embargo, es una en específico la que llama mi atención.
Un pequeño niño sosteniendo un ramo de flores con una medalla en su cuello.
—Es mi Noah —escucho decir a la señora James atrás de mi—. Tenía 9 en ese momento, había ganado su primera medalla.
—¿Medalla de qué? —la pregunta sale de mi boca sin detenerme a pensar.
No debe importarme.
—De patinaje artístico. Al principio no quería patinar se rehusaba, pero después no había quien lo parara, quería estar todo el tiempo en la pista de hielo.
Quien iba a decir que Don sonriente practicaba patinaje artístico.
—¿Tú prácticas algún deporte, Ela?
Me giro a verla.
—¡Mamá ven a ver lo que Emi hizo! —aquel grito proveniente de las escaleras impide que conteste. Ambas miramos hacia ellas. Un niño viene corriendo hacia nosotras.
—¡Traidor! —otra niña de su misma altura y con un vestido muy colorido aparece detrás de él.
—Chicos, tranquilos —los calma su madre cuando llegaron a nosotras—. Tenemos visita—y con esas palabras ellos dirigen su vista hacia mí.
Supongo que son sus hijos y por ende hermanos de Noah.
Ni modo.
Silencio.
Cuando mamá comentó algo sobre ellos, me imaginaba que eran cerca de la edad de Noah, pero no lo son. Talvez unos 12 años.
—¡Hola! —dicen al mismo tiempo con una sonrisa.
Oh, ahí está.
Esa sonrisa yo la conozco.
Y es que parece ser de familia.
—Hola —respondo, seria.
—Soy Leo y ella es Emi —señala a su hermana—. Somos gemelos.
—Que bien, supongo.
Podrías ser un poco más amable.
Lo estoy siendo. Esta es mi amabilidad en su totalidad.
—Son mis hijos, tienen 12 años —volteo a ver a la señora James cuando habla—. Tú no tienes hermanos ¿cierto?
—Soy hija única.
—Supongo que debe ser un poco difícil serlo.
—Pero ¿Tú quién eres? —interrumpe ¿Ema? ¿o cómo es que se llama?
Emi tonta.
Emi claro. Soy malísima para los nombres, para recordar cosas en general.
—Ela Dixon, tu vecina.
—Oh, mucho gusto, eres muy bonita —Leo si no me equivoco, me muestra sus dos pulgares luego del cumplido.
—¿Eh? Gracias, supongo.
¿Qué se dice cuando un niño te dice bonita?
—Bueno chicos vayan por Noah, tomaremos chocolate caliente con un pedazo de pan —les indica su madre.
—Pero mamá, Emi...—comienza Leo, pero no alcanza a terminar cuando la mano de Emi se posa sobre su boca.
—Vamos hermanito —se lo lleva casi a rastras hacia el piso de arriba.
—Estos niños, cansan, pero me hacen el día —ríe la señora James—. Ven por aquí está la cocina.
Mientras la sigo, me pregunto dónde está su esposo. ¿En el trabajo? ¿De viaje? ¿Sera divorciada?
No lo ha mencionado, y que recuerde mamá tampoco.
Al entrar a la cocina, lo primero que miro, son aquellas flores en medio de la mesa.
—Son hermosas, ¿cierto? —dice la señora James, separo la mirada de ellas—. Son unas camelias, ¿Te gustan las flores, Ela?
—No soy mucho de flores.
—Entiendo. Toma asiento por favor—acato su orden porque de verdad estoy cansada. La veo sacar varios trastes y todo lo que ocupara—. ¿Tu madre como esta?
—Bien, ocupada con cosas de la casa.
—Tenemos algo en común —me dedica una sonrisa—. ¿Y tu padre?
La simple mención de él me causa una incomodidad en el pecho. No me gusta hablar de él.
—Igual, sumergido en el trabajo—camuflajeo mi sentir con una facilidad nata.
Con el paso de los años he aprendido a fingir bastante bien.
—Tu madre mencionó algo así.
—Si, ¿Su esposo también trabaja mucho? —desvío discretamente la atención de la conversación.
Se detiene en seco y su mirada se torna nostálgica.
—Oh, no querida, mi esposo falleció hace un año.
Me quedo callada. No suelo hablar mucho y cuando lo hago siempre meto la pata, como ahora.
—Lo siento mucho, no lo sabía—es lo único que sale de mi boca. ¿Qué más podría decir?
—No te preocupes cariño.
Ya no sé qué decir así que optamos por quedarnos en silencio. El olor a chocolate comienza a inundar la cocina y un ruidito de hambre se provoca en mi estómago.
Huele muy rico.
—Madre, ¿qué camisa me pongo? —esa voz que ya es inevitable no reconocer a estas alturas, se asoma por la entrada de la cocina.
Volteo en automático. Y observo a un Noah sin camisa parado justo ahí. Ajeno a mi presencia. Totalmente enfocado en las prendas que alza a cada uno de sus costados.
Es la segunda vez que le veo así.
Y esta vez sí puedo analizarlo mejor durante unos buenos segundos.
Por la distancia percibo aquel abdomen ligeramente marcado al igual que sus pectorales. Las clavículas se notan dándole una figura más estética a su torso.
—No sé si ponerme la azul o la roja —intercala la mirada entre las camisas.
—La roja —respondo. Levanta la mirada como si hubiera escuchado algo horroroso, sus ojos bien abiertos y un color rosado comenzando a inundar sus mejillas.
—¡Ahhh! —se da la vuelta y corre lo más pronto posible hacia las escaleras, desapareciendo de nuestra vista.
Lastima.
Escucho la risa de la señora James.
—Ese muchacho, le he dicho que no ande sin camisa por la casa.
***
Después de 15 minutos nos encontramos sentados alrededor de la mesa. La señora James estaba sentada a mi izquierda, Emi a mi derecha, Leo frente a ella y por último Noah enfrente de mí. Este último leyendo un periódico, según él.
Tonto.
—Toma Ela, espero te guste —la señora James acerca una taza con chocolate junto con un pan.
—Gracias.
—Ela —me llama Leo. No digo nada y solo me dedico mirarlo para que continúe—. He visto tu moto y es increíble.
—Lo sé.
—¿Me la prestarías un día?
—No.
—Ella, ¿Por qué no usas vestidos como yo? —desvío mi mirada a Emi.
—No me gustan.
—¿Te gusta el color rosa? —estos dos son igual de preguntones y habliches a alguien que conozco.
—No.
—Solo le gusta el negro y blanco —la voz de Noah se hace notar detrás del periódico. Aun no puedo ver su cara, sigue tapándola mientras finge leer el pedazo de papel.
—Baja ese periódico.
Y así tras la orden de su madre es la única forma en la que quita aquello que me impedía ver su rostro.
—Me gustan esos colores —le respondo a su hermana manteniendo mi mirada en él.
—Oh, curioso —Noah evita mirarme en todo momento e incluso sus movimientos se vuelven torpes. Toma un pan, pero este se la cae al segundo, de reojo me doy cuenta que su hermana sigue hablando—...casi no usa negro.
¿Qué dijo?
La veo un segundo y ella a mí. Me sonríe y entonces desplazo mi mirada a mi pan.
Comemos y no puedo decir que en silencio porque no es así. Emi y Leo continúan preguntándome cosas y hablándome. Creo que es de familia eso. El no parar de hablar nunca.
El ruido me está empezando a dar dolor de cabeza y tanta gente me está generando ganas de irme a mi cuarto.
A pesar de eso, de cierta manera es mejor que en casa.
La conversación en la mesa crea un ambiente distinto.
Mastico despacio, viendo a Leo hablar y justo mi teléfono suena en el mejor momento. Como si fuera algo que estuviera esperando, saco rápido el aparato. Es una llamada de mamá. Agradezco al cielo por esto.
Con la mirada de todos sobre mí, me disculpo y salgo a atender la llamada. No duro tanto, solo una breve conversación sobre donde estaba y que no tardara, pero eso no lo sabe la familia James.
Regreso a la cocina. Las cuatro personas que se encuentran ahí ríen de algo que Leo decía.
—Señora James —interrumpo.
—¿Sí? —voltea a verme enseguida.
—Necesito retirarme, mi madre me espera en casa.
—Oh, está bien —se levanta y toma mis manos entre las suyas—. Fue un gusto que vinieras y platicar contigo.
—Gracias por el pan.
—Noah, acompaña a Ela a la puerta.
Le doy una mirada a este para enseguida quitarla luego de verlo levantarse. Percibo su fragancia al segundo de tenerlo a mi lado.
—Ela —me habla Leo—. ¿Qué debo hacer para que me prestes tu motocicleta?
Hasta cree que dejare que toque a Doroti. Nadie más que yo se sube a ella.
Pero Noah se subió.
Eso es diferente, porque fue por culpa de Lucas.
—Tener 18 —contesto sin más.
—Aaay —exclama, dándome una expresión de derrota—, ¿por qué tanto?
—Entonces 21.
Doy un paso a punto de salir de la cocina.
—Ela —me llama ahora Emi.
¿De verdad dios?
Me giro hacia ella.
—La próxima vez que vengas a casa ¿podrías usar algo rosa? —su sonrisa y sus ojos llenos de esperanza no se alejan de mi persona. Hasta siento que apenas me mueva un poco ella me seguirá con la mirada, like a robot.
Que miedo.
Aparte ¿Quién dijo que volveré?
Miro a Noah por primera vez desde que llegó a mi lado. Se hace el que no sabe que lo estoy mirando, en cambio baja su cabeza, sonriendo.
Se nota a kilómetros que está disfrutando de esto y que no piensa ayudarme.
Maldito tipo.
—Okey —digo, rendida. Volviendo a ver a su pequeña hermana.
—¡¿Que?! ¿Por qué con ella si aceptas y conmigo no? —el reproche de Leo me está dando jaqueca.
—Chicos, Ela ha tenido un día arduo de trabajo, está cansada y quiere ir casa a descansar. No la molesten más —la intervención de Noah me sorprende. Vaya.
—De acuerdo —dijeron los dos al mismo tiempo.
—Descansa Ela, espero vernos pronto —continua la señora James, dándome una última sonrisa
Me despido y temiendo volver a ser detenida, me apresuro a salir.
En todo momento Noah viene detrás de mí.
Y en cuanto abro la puerta, el aire me golpea de una. Respiro hondo, que bien se siente.
—Ela.
—¿Mmm? —contesto deteniendo mi paso y girándome a verlo.
—Gracias por venir, y —se lleva una mano a la cabeza agachando un poco esta—, lamento lo que pasó —se a lo que se refiere, sin embargo, me hago la que no.
—¿Sobre qué?
—Tú sabes —me mira, pero no por mucho—. La camisa—enfatiza.
—Tranquilo, no fue la gran cosa —digo restándole importancia, se nota que la vergüenza lo está consumiendo—. Aunque me hiciste caso —señalo su camisa.
—A si —suelta una risita—, creo que me queda bien esta —estira esta de la parte de abajo y luego la suelta.
No sé porque, pero, aunque esté vestido sencillamente no se ve así, en su lugar se ve elegante, sutil.
—Claro, me voy —es lo último que digo para luego echarme andar hacia mi casa.
—¡Gracias de nuevo! —grita a mis espaldas y solo levanto mi pulgar.
Entro casa y encuentro a mi madre viendo la televisión. Voltea a verme en cuanto me escucha.
Extrañamente no hay tensión ni pesadez en el ambiente.
—Cariño —deja su taza de té en la pequeña mesa de madera en medio de la sala—, ¿tienes hambre?
—No, la señora James me invito a comer y vengo llena, gracias —cuelgo mis llaves y voy despojándome de mi chaqueta—. Voy a darme una ducha.
—Claro.
Salgo rápido de la sala en dirección a mi habitación y continuar el día.
***
¿Qué podría decir? ¿Nuevo día? ¿Nuevas experiencias y únicas? Pues estaría mintiendo, hoy al igual que ayer y siempre ha sido relativamente aburrido.
Es solo la rutina.
Despertar, ir a trabajar, regresar a casa, intento de plática con mamá, soportar al señor Dixon, terminar acostada en mi cama, intentar dormir y no poder.
Cuando eso pasa, suelo salir de casa a un edificio abandonado cerca de aquí.
El sonido de una notificación invade en mi celular e ilumina la pantalla de este mismo. No suelo usarlo mucho, solo para los mensajes y ya, chance una que otra llamada. Mientras más lejos esté del mundo y la realidad mejor para mí.
Lucas: ¿Estás en casa o en el edificio?
El único que sabe de esto, es Lucas, obviamente.
No se que pasaría si mama se enterara que su hija sale debes en cuando en la madrugada a un edificio deshabitado.
Ela: ...
Lucas: Ok, compre algo nuevo ¿quieres saber qué es?
No contesto.
Lucas: Bueno no me importa si quieres saberlo o no, te lo voy a decir de todas formas.
Vaya, si que le importa lo que pienso.
Tecleo rápido y le doy enviar a mi poderoso mensaje:
Ela: ¿Por qué?
Es una excelente pregunta, estoy en mi derecho de saber porque me obligara a saber de algo que no quiero saber.
Lucas: Porque eres mi única amiga.
Mentiroso. Él es una bola sociable andante, hace amigos a donde sea que vaya y esté.
Lucas: Bueno, ¿quieres saber o no?
Ela: ¿Tengo opción?
Lucas: Noup.
Lucas: Pero bueno, compré el pollo de plástico viral, mira.
Me manda una foto de él haciendo una cara chistosa mientras enseña su pollo de platico pegado a su mejilla.
Tsss, tonto.
Apago mi celular y lo dejo caer en la cama para relajarme.
Unos pequeños golpes, me hacen guardar extremo silencio y agudizar mi oído. Abro mis ojos, mirando hacia el techo. No sucede nada.
Vuelvo a escucharlos. Uno, dos. ¿De dónde viene eso?
Tres segundos y otra vez se escuchan. Me doy cuenta de que los golpes son como a un cristal.
Esperen, ¿es a mi ventana?
Miro hacia ella, se escuchan por cuarta vez, comprobando que alguien esta lanzado algo a ella. No me queda de otra que ir hacia ella antes de que la rompan. Recorro la cortina.
¿Qué demonios...?
Me encuentro con Noah encima de la rama del árbol.
Nos separan apenas un metro de distancia y la ventana.
Al mirarme me sonríe y me saluda. Cierro los ojos y vuelvo a recorrer la cortina.
Me doy la vuelta para ir a mi baño, pero una vez más los pequeños golpes a la ventana se escuchan. Regreso, subo la ventana y recargo mis manos en el borde de esta.
—Hola, Ela—no se hace esperar.
—¿Qué?
—Oh, vine aquí a platicar. ¿Sabes? La universidad aquí es un poco diferente a donde vivía.
Ladeo mi cabeza. Cruzo mis brazos y lo veo seria.
Universidad.
Ahora que lo pienso no sé su edad, debe tener entre 18 o 21 años.
Dieciocho no creo.
Pero sí que es más joven que yo.
Desvía su mirada a algo en la calle.
—Tu moto es cool. Se ve ruda desde aquí.
Paseo mi mirada a un lado y me inclinó para apoyar mis antebrazos en la ventana.
—¿Como subiste? —pregunto.
—Soy bueno trepando árboles —explica sencillamente—. Si te pido que me prestes tu moto, ¿lo harías?
—No .
—¿Por qué no?
—Ya lo hice una vez con alguien, y terminó yéndose por tres días.
—¿A dónde fue?
—Texas.
—¿Y qué paso?
—Se le poncho una llanta en cuanto estaciono afuera.
Cuanto me arrepiento de ello. De solo recordarlo recuerdo todo lo que batalle esos días y más aparte los demás luego de la llanta ponchada. Y para acabar una vez estuvo arreglada, tuve que llevar a la responsable a casa.
—¿Puedo saber a quién se la prestaste?
Ladeo mi cabeza y parpadeo sin ganas.
—Mi prima. Se terminó el interrogatorio —cierro la ventana. Y me giro. Ya le he dado mucha información.
Y me canse de hablar.
Necesito espacio.
Dos pasos y otra vez los golpecitos a la ventana.
¿Cuántas piedras tiene?
Cierro los ojos y me doy vuelta. En cuanto abro los ojos, logro verlo tras del vidrio.
Este sí que es testarudo.
Me está dando dolor de cabeza y eso que solo lleva días de haberse mudado.
Sonríe y mueve su mano en un ademán de que vuelva. Sin saber bien el porqué, lo hago. Regreso a él.
En realidad, si lo sé, es para que me deje en paz o seguirá insistiendo.
Subo la ventana. Y subo una pierna en el borde de esta seguida de la otra.
—¡¿Qué haces?! —pregunta, alarmado.
—Acomodándome.
Con cuidado termino sentada en la ventana, en el pequeño espacio. Las piernas dobladas, atrayéndolas a mi pecho y envolviéndolas con mis brazos. No está tan incomodo, el espacio es suficiente para que quepa.
Echo una mirada abajo.
Espero no morir.
Desplazo mi mirada a Noah. Está atónito, no esperaba que me quedara de pie todo el rato que va a hablar ¿o sí?
Los pies se cansan.
—¿Vas a hablar? O ¿me voy?
Mis simples palabras logran sacarlo de su mundo. Se sienta bien en la rama del árbol y comienza a hablar.
No soy de estar con las personas, pero aquí estoy con él, escuchándolo atentamente. Me quedo viéndolo mientras sigue hablando.
No sé a ciencia cierta porqué, pero lo hago. Y lo hago durante mucho tiempo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top