Epílogo

Salgo del aeropuerto arrastrando la maleta por el suelo y, por loco que parezca, me alegra ver el cielo nublado a través de las cristaleras. No es que el clima en Nueva York, donde ya llevo cuatro años viviendo, sea mucho mejor, pero no es tan característico como el de Londres.

Miro hacia delante y veo al Sensei esperándome junto con Raina. Sonrío al verlos después de tanto tiempo y voy directamente hacia ellos, abrazando con fuerza primero a Jim y luego a Raina.

—Qué guapa estás —me dice ella, acariciándome la cara.

Cogemos el tren hasta el centro de Londres, y luego un metro nos lleva a Camden. Sonrío al pasear por sus calles de nuevo, y cierro los ojos un segundo para escuchar los ruidos tan característicos de este barrio: la gente charlando y moviéndose, los vendedores gritando para atraer clientela, la música de los comercios que sale hasta la calle...

—¿Als y Liam están aquí? —pregunto cuando estamos llegando al estudio.

—No —me contesta Jim—. Se fueron ayer a Hastings con el peque.

Un peque que ya no lo es tanto. Diez años tiene ya, y en unos meses cumplirá los once. Hay que ver cómo crecen, es una barbaridad.

Entramos en el estudio y veo que, pese a que ha habido algunos cambios, lo siento igual que siempre. Camino por el corto pasillo y entro en la sala dos, la que solía usar más a menudo. Acaricio la camilla, la caja con las máquinas, la silla en la que solía sentarme. Sigue estando el cuadro de un dibujo que hicimos entre Liam y yo colgado en la pared. Los recuerdos y las sensaciones me abruman y sonrío con nostalgia, recordando lo feliz que fui aquí sin ni siquiera saberlo.

—¿Cómo va el estudio? —me pregunta Jim, apoyado en el marco de la puerta de la sala.

Me giro hacia él.

—Bien, muy bien —contesto con honestidad.

Hace cuatro años decidí, con el dinero de la herencia, abrir un estudio de tatuajes en Harlem, el barrio de Nueva York en el que vivo. Con el paso del tiempo se ha ido uniendo gente y ahora tenemos muy buena reputación en el lugar. Además, después de que Nate creara la Fundación Smeed, he conseguido fondos para tener a profesionales, entre los que me incluyo, enseñando a mujeres jóvenes del Bronx a tatuar, como modo de salir de la pobreza y la dependencia económica.

A Jim lo veo bastante a menudo. Vamos a todas las convenciones de tatuajes que podemos, sean en el país que sean, y ahí solemos compartir zona de trabajo. Es por eso que hemos seguido en contacto y nuestra relación no se ha visto perjudicada. Además, he vuelto a Londres otras veces.

—Alex, ¿cuándo te vas a Hastings? —me pregunta Raina, llegando a donde nosotros estamos.

—Mañana por la tarde —contesto—. Tengo algunas cosas que hacer aquí.

—¿Quieres comer con nosotros?

—Si haces pastel de chocolate, me encantaría —digo, y ella sonríe.

Cuando salgo del estudio voy directamente a mi hotel, que queda relativamente cerca de Camden. Dejo la pequeña maleta que he traído ahí y, tras conseguir resistir la tentación de echarme a dormir un rato, salgo del edificio.

Camino directamente hacia el metro, parando solo para comprar algo de comer ya que acabo de caer en lo hambrienta que estoy. Me como el falafel en el metro, ganándome la mirada de odio de algunas personas que, o están hambrientas, o no les gusta el olor. La verdad es que me importa bastante poco porque me muero de hambre.

Llego al hospital veinte minutos más tarde. Me dirijo a la planta de cirugía, en el tercer piso, y tras salir del ascensor voy directamente a la recepción.

—Buenos días —me saluda el sonriente hombre que hay ahí, que según su placa se llama Simon—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Hola, busco al doctor Albarn —contesto con una pequeña sonrisa cordial.

—¿Tiene una cita concretada con él a esta hora? —me pregunta, consultando su ordenador con el ceño fruncido.

—No, soy una amiga —digo—. Quería pasar a saludarlo.

Él me mira durante unos segundos. Sí: piercings, tatuajes y un pelo mal arreglado; no parezco muy del tipo de amigos que Axel Albarn debe tener.

—Ahora lo aviso —descuelga el teléfono y marca tres números. Luego vuelve a mirarme—. ¿Su nombre?

—Alexandra Sullivan —contesto.

Él asiente con la cabeza y se pone a hablar cuando Axel le contesta. Me dedico a mirar a mi alrededor, las paredes blancas, el ambiente estéril pero cálido a la vez. El personal médico yendo de un lado a otro con sus batas blancas y sus caras cansadas o preocupadas, pero nunca aburridas.

—El doctor Albarn está libre ahora —me dice Simon, y le doy una sonrisa—. Despacho seis, en esa dirección.

Me señala con la mano el pasillo que queda a mi derecha y le doy las gracias antes de irme.

Camino hacia el despacho indicado, y cuando veo el seis de color blanco en la puerta, doy un par de golpes con mis nudillos.

Escucho sus pasos desde dentro, caminando hacia la puerta, y cuando esta se abre soy recibida por un Axel sonriente.

—Pero si es Alexandra Sullivan —dice—. Ven aquí.

Me abraza con fuerza y yo le correspondo de igual manera. Me duele un poco que su olor siga causándome lo mismo que hace cinco años, pero me recuerdo que yo misma elegí irme, y en el fondo no me arrepiento.

—¿Cómo está el señor cirujano? —le pregunto cuando nos separamos.

—Bastante ocupado, pero contento —contesta—. ¿Y la señora tatuadora de Harlem?

—Exactamente igual. —Sonrío.

—Pasa, ¿quieres un té? —me pregunta.

—No, que pretendo dormir en el tren y el té me quita el sueño —digo.

—¿Vas a ir a Hastings?

—Sí —asiento—. Deena y Louis tienen una noticia que darnos. Son muy predecibles, los pobres.

Axel ríe.

—A lo mejor te sorprenden y es algo completamente diferente —dice.

—No lo creo. —Levanto una ceja.

Nos quedamos en silencio unos segundos, sin mirarnos, con muchísimas cosas que decir pero el silencio de siempre. Ahora tiene un despacho propio, y es mucho más grande que el de antes, el de hace tres años donde terminamos como cada vez que iba a Londres: gimiendo, sudando y haciéndolo improvisadamente sobre la mesa, o la pared, o el primer sitio que pilláramos. Pero ahora las cosas han cambiado, pienso. Y me produce una sensación agridulce, porque por un lado me duele pero por el otro me alegro de que sea feliz.

—¿Cómo está Grace? —le pregunto.

—Loca, como siempre. —Sonríe.— Quiere tirar la pared que separa la cocina del comedor y hacer una cocina americana.

—Actualizarse o morir —contesto, encogiéndome de hombros—. Que ya no vives en Belgravia, hombre, que los muebles y la distribución de la época victoriana no se llevan en el Soho.

—No sé ni qué hacemos en un barrio tan abarrotado y activo. —Suspira.

—Cambiar de aires —le recuerdo—. Belgravia parece un cementerio de lo aburrido que es.

—En realidad me alegro de haberme ido de allí —dice—. Mi madre no deja de presionarnos para que nos casemos.

—¿No vais a hacerlo? —pregunto, porque eso no suena muy Axel Albarn.

—Por ahora no —contesta—. Ya habrá tiempo para eso.

—Estoy sorprendida. —Levanto las cejas.

—¿De qué? Tú me ayudaste a relajarme y a dejar de ser tan radical con mis aspiraciones de futuro —contesta—. Y tengo que darte las gracias.

—Yo solo te llevé a conciertos en casas okupa y a comer hamburguesas que te daban náuseas —le recuerdo—. El esfuerzo de reflexionar lo hiciste tú solito.

Él suelta una carcajada.

—Tan cabezona como siempre —dice para sí mismo, y luego me mira—. No has cambiado nada.

—Tú tampoco —contesto con una media sonrisa.

—¿Ya te has cansado de huir? —me pregunta.

—No lo sé —digo con honestidad. No es un tema que me esperara terminar hablando hoy, pero los años me han dado incluso más confianza con Axel y ya no me incomoda hablar de ello—. Puede que sí. Nueva York está bien, pero siento que tengo tantos hogares en el mundo que no puedo evitar sentirme algo perdida. Tengo a mi familia aquí, a Matt y Bea en San Francisco, mis raíces en Texas...

—Eso siempre es mejor que sentir que no tienes ningún sitio al que ir —contesta—. Me alegro de que estés bien, Alex.





***





Llego a Hastings a las seis y media después de dos horas de siesta en el tren y soy recibida por un niño hiperactivo que le hace mucho honor al apellido Smeed.

—¡Voy a tener un hermanito! —me grita Will, emocionado, nada más abrirme la puerta.

Deena se echa a reír, detrás de él, y Louis suspira.

—Cariño, se supone que era una sorpresa —le dice el último a su hijo.

—Así que otro —contesto con una sonrisa—. Enhorabuena.

La pareja se mira.

—De hecho, lo ha dicho mal —dice Deena—. No es uno, son dos. Voy a tener gemelos.

—¡Joder! —exclamo involuntariamente.

—¡Tía Alex! —me reprocha Will, enfadado por mi vocabulario.

—Perdón, peque, es que eso no me lo esperaba —me disculpo, acariciando los muchos rizos que forman su suave y oscuro pelo—. Parece que la familia Smeed tiene tendencia a crear gemelos.

—Me voy a quedar sin vagina —se queja Deena, apoyando la cabeza en el pecho de Louis.

—Mami, ¿qué es vagina? —pregunta Will, confundido.

—Lo que tienen las chicas entre las piernas —contesta ella—. ¿No te lo han enseñado en el cole?

—No —niega con la cabeza—. ¿Es el pito de las niñas?

Deena se queda pensando unos segundos. Se nota que la pregunta la ha pillado desprevenida.

—Que te lo explique tu padre —concluye, y me coge de la mano para llevarme al salón—. ¿Tú te crees que me tiene que hacer estas preguntas tan raras?

—Así que gemelos —paso al tema que me interesa, y ella suspira.

—El mundo nunca está a mi favor —dice—. ¿No quieres hijos? Pues toma, uno. ¿Quieres ir a por el segundo, pero que solo sea uno? Pues toma, dos.

—Pero si no estará tan mal —contesto, porque sé que le gusta exagerar.

—Lo sé —admite—. De hecho, me hace muchísima ilusión, pero me da algo de miedo.

—Es normal tener miedo —digo.

Ella solo sonríe, y en ese momento vuelve a sonar el timbre de la puerta exterior, la del jardín.

—Pero, ¡mamá! —escucho a Noah quejarse, y luego lo veo bajar las escaleras detrás de Milana.

—He dicho que no, y es que no —contesta ella—. Hasta los doce, nada.

—¡Pero mucha gente de mi clase ya tiene móvil! —insiste él.

—Me da igual —ella se mantiene firme en su postura.

—Tú y Alice sois igual de malas —masculla, con la mala suerte de que Alice está saliendo del baño en ese momento y lo escucha.

—Tira, pesado —la chica que hace poco ha vuelto al pelo azul, tras años entre castaño y rubio, le da una colleja—. No querrás tú verme cabreada de verdad.

Entonces Noah me ve presenciando el espectáculo, y sonríe.

—¡Alex! —Corre hacia mí y me abraza con fuerza.

—Hola, quejica —digo, acariciándole la cabeza, que ya me llega a los hombros. Está altísimo.

—Tengo derecho a quejarme —insiste—. ¡Todo el mundo tiene móvil menos yo!

—¡Hola! —Liam entra en la casa levantando una bolsa de papel—. Traigo birra.

—Por algo te quiero —le digo, y él deja la bolsa encima de la mesa del comedor para venir a abrazarme.

—Estás igual de bajita que siempre —me dice, dándome golpecitos en la cabeza con su mano abierta—. Vas a ser un gnomo toda la vida.

—Hola a ti también, imbécil. —Le pellizco un pezón y suelta un grito que me hace reír con maldad.

Nos sentamos a tomar cervezas y a picar algo antes de cenar mientras hablamos. Noah me cuenta con entusiasmo que él y Sophie han sacado un diez en un trabajo en equipo en la escuela, y William sale a presumir de que él ha sacado un diez en todo —porque primero de primaria es un curso dificilísimo—. Deena me cuenta sobre su trabajo en la clínica veterinaria, y su hijo vuelve a quejarse de que no pueden tener un gato porque su padre es alérgico. Liam y Alice siguen como siempre, aunque sus personalidades han dejado de chocar tanto y ahora se lo toman todo con más calma. Milana, por lo que se ve, hace unos meses que está saliendo con un hombre, que por ahora no conoce a la familia, pero poco le queda para hacerlo.

No puedo quejarme de nada, porque a toda la gente a la que quiero le va todo bien. Axel y Grace ya llevan casi dos años juntos, y aunque una parte de mí siempre vaya a quererlo, me alegra que estén juntos. Matt y Beatrice se casaron hace tres años y tuvieron a su primera hija, Rose, hace seis meses. Sus padres siguen sin saber de ella, pero la familia de Matt la ama como a una más.

Todos están bien, incluyéndome a mí misma, que tengo mis espinitas clavadas, pero por lo general soy feliz.

Y, en cuanto a Nate y Jude... Bueno, eso ya es otra historia.


_____________

Antes que nada, quiero pedir perdón por lo muchísimo que he tardado en escribir esta novela. Han pasado casi dos años desde que empecé a escribirla, y en todo ese tiempo han pasado muchas cosas en mi vida.

Empecé a escribirla con muchísima ilusión y creo que puede notarse, pero hacia la mitad de la novela esa ilusión desapareció. Tuve unos meses muy malos a nivel personal y eso se reflejó en esta historia, que seguí escribiendo por compromiso. Cuando recuperé las ganas me di cuenta de que los últimos capítulos que había publicado no me gustaban nada, pero no había vuelta atrás así que tuve que seguir con lo que tenía.

No me convence cómo ha quedado la novela, y entiendo que a mucha gente tampoco. Tomo nota de todas las críticas, que agradezco, y me aseguraré de cambiar todas las cosas que no me cuadran cuando la edite. Por ahora la dejaré reposar, para poder ver mejor todo lo que está mal cuando me ponga a editarla. Creo que tengo dos personajes con muchísimo potencial que se deshincharon en medio de la historia, y no es justo para vosotrxs y mucho menos para mí misma.

Siento los lapsos de meses que han llegado a pasar entre capítulo y capítulo, pero creo que de haberme presionado a escribirlo habría salido peor.

Ahora nos quedamos con Desarmando a Nate, una historia ya planeada a la que le tengo muchísimas ganas, y a ver cómo evoluciona. Nos vemos en esa historia, y en Auckland Memories, que es un ejemplo de una historia que no me gustó nada cómo quedó y que ahora estoy reescribiendo y de la que estoy muy orgullosa.

Un beso,

Claire

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