49. Axel
La previsión meteorológica de finales de mayo se ha cumplido, y lleva dos semanas haciendo un tiempo excepcionalmente bueno, lo que significa que apenas he estado en casa.
He salido mucho, conseguí convencer a Alex para ir a jugar a tenis un día —y, aunque se niegue a admitirlo, yo sé que le gustó—, y pasó algo incluso más bizarro: Alex me invitó de excursión con unos amigos suyos a Lake District, donde pasamos un fin de semana entero con Alice, Liam y Noah. Cabe decir que no había acampado en mi vida y, aunque la idea se me hacía insoportable al principio, no estuvo tan mal —cosa que tampoco admitiré nunca frente a Alex—.
Beatrice está bien. Ya hace un mes que empezó su nuevo trabajo, y Matt hace poco que ha conseguido encontrar algo de mecánico. He prometido que en cuanto pueda iré a verlos —Jude tiene que ir a reuniones de vez en cuando a Los Ángeles, que queda relativamente cerca de Sacramento, así que lo usaremos como excusa para ir a verlos—.
Hoy hace sol, pero en vez de estar fuera he decidido quedarme en casa a repasar los últimos informes de mis pacientes. He quedado con Alex en un par de horas, pero por ahora quiero trabajar un poco. El internado va mejor que nunca, y ya me han asegurado que tengo un puesto de trabajo allí cuando lo termine. Paso las páginas de los dosieres, absorbiendo la información, mientras mi madre habla por teléfono. Padre está sentado en el sofá, leyendo el periódico, sin apenas dirigirme la palabra —como cada día desde la escena en casa de los Fitzroy—.
Las cosas están tensas entre nosotros, pero ya llevan más de dos meses así, y de alguna forma nos hemos acostumbrado. Ellos no me perdonan la escena que monté, ni que esté con "la hija de una prostituta", ni que me hiciera el tonto cuando fui interrogado por Marcus Griffin tras la desaparición de su única hija. Aún así, no van a prohibirme salir, porque saben que ya no tienen ese poder sobre mí.
A Marcus y Josephine Griffin apenas se los ha visto desde que Bea se fue. Se dice que Marcus frecuenta aún más los bares, y que Josephine no sale nunca de casa. Mi madre y sus amigas hablan de ella a menudo.
De repente mi padre suelta una sonora carcajada, y lo miro. No es una persona que ría mucho, por eso me extraña, aunque es más como una carcajada de maldad, o satisfacción, o ambas cosas juntas. Nada bueno puede salir de su boca después de haberse reído así.
—Ya sabía yo que Ian Smeed tenía trapos sucios —comenta—. Solo espero que no afecte a la empresa.
Frunzo el ceño. F&A está asociado con Smeed Industries desde hace pocos meses, y parece que todo va bien —y, si no, que se lo pregunten a Jude—. Además, conozco a sus hijos, así que tengo curiosidad.
—¿Qué ocurre? —pregunto.
—Resulta que tuvo una hija y la ocultó durante años —contesta, mirando el periódico—. Suerte que el escándalo ha salido después de su muerte, porque sino estaría acabado.
¿Una hija? ¿Alice? No, Alice es su hija públicamente.
—¿Por qué iba a estar acabado? —Levanto una ceja. Muchos famosos tienen hijos fuera del matrimonio y cuando se descubre solo les da más fama.
—Porque es hija de una prostituta. —Niega con la cabeza, disgustado con la idea.— Mira, justo como tu amiguita.
Noto cómo la rabia me sube por el estómago y me envenena todo el cuerpo. No soporto que se refiera así a Alex, ella es mucho más que eso, además de que ¿qué diablos va a tener de malo que su madre se dedicara a eso? No es una profesión que yo apoye, pero cada uno hace lo que puede para sobrevivir, y eso no lo hace menos digno.
Decido callarme. No quiero echarle más leña al fuego, porque seguramente es lo que mi padre busca, y no le daré esa satisfacción.
En fin, luego le preguntare a Alex si sabe lo que ha pasado. Alice es su amiga, y el escándalo debe estar afectándola.
—Y eso no es todo —prosigue mi madre, y la miro porque no sabía que había terminado su llamada ni que estaba escuchando—. Han salido más cosas. Se ve que la otra hija, Alice, estuvo involucrada con un hombre casado. ¡Qué vergüenza! Esa familia es un descontrol. No sé cómo pueden permitir que una niña tan irresponsable cuide de su hermano pequeño, aún saldrá como ella. Además, recordad el escándalo en el que nos envolvió Julian hace apenas tres meses. Todo por un Smeed.
Suspiro. No dejarán ese tema en paz nunca.
—Me voy, he quedado —digo. En realidad he quedado en dos horas, pero no me apetece estar aquí mientras se ponen a despotricar de la gente, incluyendo amigos míos, sin tener ni idea de la verdad—. Volveré tarde.
—¿Hoy dormirás en casa? —Mi madre levanta una ceja.
Su nueva queja favorita es que nunca duermo en casa, lo cual es mentira. Como mucho paso una noche a la semana en casa de Alex.
—No lo sé —contesto, metiendo los informes en su correspondiente carpeta—. Ya os avisaré.
Ella no contesta. Sé de sobra que odia que salga con Alex, pero me da igual. Tengo veinticuatro años, y creo que ya es hora poder hacer lo que yo considere que es correcto.
***
Llego a Brixton en taxi, porque ya he cogido demasiado el transporte público y no quiero que termine afectando a mi salud mental. He estado intentando avisar a Alex de que venía antes pero no me ha contestado, así que he decidido tomar la iniciativa por una vez.
En cuanto el conductor me deja en la esquina más cercana al edificio donde vive Alex, ya noto que algo va mal.
Hay mucha gente en la acera. Esta es una zona bastante poco transitada de Brixton y, así como ese hecho solía hacerme sentir intimidado, el que ahora haya tanto barullo me hace levantar una ceja.
Y, lo más raro de todo: esa gente está concentrada delante de la portería de Alex.
—Axel —dice Jude, apareciendo detrás de mí sin que me lo espere y tocándome el hombro, cosa que me hace pegar un salto.
—Diablos —maldigo—. Me has asustado.
—Lo siento —se disculpa, pero ni siquiera me está mirando, está mirando al montón de gente que hay delante del edificio de Alex. Me fijo en él y veo que lleva una bolsa de una conocida cadena de comida rápida en la mano—. Ven.
Me coge de la mano y tira de mí en una dirección que decididamente no es la de casa de Alex, pero tardo poco en darme cuenta de que, de hecho, estamos dando la vuelta al edificio y dirigiéndonos a una puerta trasera, blanca y discreta, que ni sabía que existía.
—¿Qué está pasando? —le pregunta, pero no me contesta.
Está muy serio, algo que no es nada normal en Jude.
Cuando llegamos a la puerta, saca del bolsillo de su chaqueta un montón de llaves unidas en un llavero que, a juzgar por su mal estado, puedo deducir que es de Alex. Coge la llave más pequeña, abre la puerta sin decir una palabra y entramos en el edificio. Subimos las escaleras aún sumidos en este silencio, conmigo guardándome el millón de preguntas que tengo porque sé que Jude no va a contestarme ahora mismo.
Cuando abre la puerta del apartamento de Alex, nos recibe la oscuridad. Hay poca luz entrando por la ventana, y de repente escucho la voz de Alex en lo que parece un murmuro en voz alta.
—¿Jude?
Nunca he escuchado ese tono en ella, y parece asustada. Aterrada, incluso.
—Soy yo —contesta él, cerrando la puerta detrás de nosotros—. Traigo comida.
Su respuesta es un suspiro, y cuando me acerco veo que está en el sofá, abrazando sus propias piernas. Cuando me ve, levanta la cabeza y por la luz que entra a través de la ventana, cuyas cortinas están bajadas, puedo ver que no está bien. No lo está en absoluto.
—Axel —dice, recuperando un poco la voz—. ¿Qué haces aquí?
—He venido antes —explico brevemente, y luego me centro en lo que me preocupa—. ¿Qué está pasando?
Ella suspira, como si estuviera reprimiendo un llanto, y Jude me pone una mano en el hombro.
—Ahora te lo explicamos —dice, y luego mira a la rubia—. Alex, traigo comida. Son esas hamburguesas dobles con bacon que te gustan.
—No quiero comer —contesta ella—. No... No puedo.
Estoy empezando a asustarme mucho porque nunca la había visto así, tan bloqueada, y me pienso lo peor.
—¿Matt está bien? —pregunto, rezando para que no sea ese el asunto—. ¿Bea está bien?
—Sí —dice Jude.
—Entonces... Dios, ¿qué está ocurriendo? —insisto, sin poder evitarlo.
—Lo sabe todo el mundo —murmura Alex—. No van a dejarme nunca en paz.
—¿Qué sabe todo el mundo? —presiono un poco más, aunque después de decirlo pienso que a lo mejor estoy agobiándola.
—Que Ian Smeed es mi padre.
***
Permanezco sentado en el sofá, intentando asimilar toda la información que acaban de darme. Me lo ha explicado prácticamente todo Jude mientras Alex daba pequeños vistazos por la ventana para ver si esa horda de periodistas se había ido. Si algo sé de Alex es que aprecia muchísimo su intimidad, y esta es una vulneración muy directa y brutal.
—¿Por qué no me lo habías dicho? —le pregunto, no con la intención de reprochárselo, sino porque honestamente me duele un poco que no confiara en mí para contármelo antes.
—¿Qué habría cambiado? —me pregunta ella, y suspiro porque tiene razón, pero me gustaría que compartiera más conmigo las cosas que la preocupan.
—Entonces, ¿quién ha podido filtrar todo eso? —pregunto.
—No lo sé —contesta ella—. También han salido cosas de Alice, de Deena y, sumado a las que salieron sobre Nate hace unos meses, se podría decir que alguien está yendo a por todos nosotros.
—Ah, ya he visto lo de Alice —comento—. Algo sobre que estuvo con un hombre casado. Pero, ¿qué dicen de Deena?
—Que William es, y cito, "hijo de un yonqui que falleció de sobredosis, y no de Louis Smeed" —dice Jude—. Qué puto asco, la gente que se dedica a esto. A mí me daría vergüenza haber escrito un artículo así.
—Pero, ¿cómo han sabido todo eso? —pregunto.
—Es fácil: alguien se ha chivado —contesta Alex—. Y no sabemos quién es.
De repente suena el móvil de Jude, y él lo mira y abre los ojos de par en par.
—Súmale otra noticia bomba —dice—. Alice Smeed acaba de empujar y gritarle a un periodista, y todos los medios están obsesionados con que no debería ser la responsable de Noah si es tan violenta.
—Joder —gruñe Alex.
—Ah, y Nate dice que hay reunión familiar en Hastings —prosigue—. "De emergencia", dice.
—Pero si él está en Los Ángeles —le recuerda ella.
—Ya, pero existe Skype para algo.
***
No sé ni cómo, termino en un tren en dirección a Hastings. Habría tenido mucho más sentido ir en coche, pero dado que ninguno de los tres tenemos uno propio, nos ha tocado ir en taxi, con Alex llevando un pañuelo en la cabeza y gafas de sol como si esto fuera Misión Imposible, hasta que hemos conseguido coger el primer tren en dirección al sur, que casi se nos escapa porque Jude tenía que ir al baño.
Alex no habla en todo el trayecto, y Jude se pasa todo el rato con el móvil, probablemente moviendo hilos. Jude tiene contactos en todos lados, fruto de su facilidad para hacer amigos y negocios. Puede que su padre no se lo tome en serio, pero el resto de la gente del mundo empresarial sí.
Llegamos a Hastings pasadas las ocho de la tarde. La noche ha caído hace ya unas horas, y me ruge el estómago. Suelo cenar a las siete en punto, así que ni el sándwich que me he comido antes de coger el tren es suficiente para aplacar el hambre que siento.
Nunca había estado en esta zona. Conozco todas las ciudades importantes del Reino Unido, así como de muchos otros países, pero en cuanto a ciudades pequeñas o pueblos, solo conozco las áreas de donde mi familia es, y el pueblo de Gales al que vamos a veranear todos los años. Hastings me parece tranquilo y remoto, ideal para una pequeña familia que quiere que la dejen en paz.
Rompiendo esa paz que vinieron buscando, delante de donde Deena y Louis viven está lleno de periodistas. Jude también está trabajando en quitarlos de ahí, porque los Torres-Smeed no se fueron de Londres para seguir teniendo su privacidad invadida con tanta facilidad.
Los tres nos agachamos en el coche de Louis, que nos entra en su casa por la puerta automática que da acceso al jardín. Nos escondemos para evitar rumores: Alex, para no alimentar los que ya corren sobre ella; Jude, por lo mismo, y yo porque no quiero que empiecen a hablar de mí.
Entramos en la casa y veo que allí están Alice y Deena, la última sosteniendo al que supongo que es William, su hijo. Tras saludar a todo el mundo, instintivamente voy hacia Deena para ver al bebé, que en cuanto entro en su campo de visión me mira con curiosidad.
—Es precioso —comento, mirando al niño que me da una gran sonrisa, pero sin tocarlo porque no creo que deba hacer eso sin el permiso de su madre—. Debe tener medio año, ¿no?
—Sí —contesta ella con una sonrisa, acariciando la mejilla de su hijo—. ¿Quieres cogerlo?
Así que termino siendo el responsable de sostener y jugar con William mientras ellos hablan. Me mantengo a una distancia prudencial porque no me gusta meterme en asuntos que no son míos, pero puedo notar la tensión en el ambiente. Alice tiene cara de no haber dormido en días, y los demás están nerviosos.
Me centro en el niño de tez oscura, pelo rizado y ojos enormes que reposa entre mis brazos, dejando que juegue con mi dedo índice entre sus pequeñas manos. Me permito distraerme por unos minutos de todo lo que he estado pensando durante el día, que viene a ser el hecho de que Alex sea una Smeed y todo lo que ello conlleva, y me centro en el pequeño.
Uno de mis grandes sueños siempre ha sido formar una familia; tener hijos. Con Beatrice, compartíamos ese sueño, pero no el amor. Con Alex, tenemos —o, al menos, tengo— mucho de lo segundo, pero me cuesta imaginar un futuro con ella. Y no por mí, sino por ella. Honestamente, la quiero, la adoro, pero cada día me cuesta más mantener la esperanza de que algún día se abra a mí. Jesús, si me he enterado de que es hija del fundador de la empresa socia de la de mis padres, y un actor muy famoso, y ella lo sabe desde hace meses. Sabe que tiene una familia, con la que estamos aquí ahora, y probablemente ni siquiera se había planteado contármelo.
Suspiro, acariciando el pelo rizado de Will. Él sonríe, y luego bosteza. Ya debe ser su hora de dormir, de hecho ya es tarde para un bebé, pero no quiero interrumpir la conversación.
Como si hubiera leído mi mente, William cierra sus ojos, y en pocos segundos puedo notar cómo su respiración se profundiza mientras se queda dormido.
—Alex, quedaos —mi atención se centra repentinamente en la conversación, en la voz de Deena—. Estar en Londres ahora mismo será una locura. Alice no ha traído a Noah porque no quiere que se salte clases, pero si las cosas se ponen peor, él también vendrá.
—Tengo trabajo. —Alex suspira.
—El Sensei dice que no hay problema —contesta Alice, y sé que ese es el apodo que le dan a Jim, el propietario del estudio de tatuajes donde ambas trabajan.
Hay un silencio de varios segundos, y luego Alex vuelve a hablar.
—Está bien —entonces me mira y yo desvío la mirada rápidamente, como un niño al que han descubierto espiando—. Axel, ¿quieres quedarte esta noche?
—Claro —contesto, porque no tengo fuerzas para un viaje de vuelta a Londres, y porque ahora que todos los periodistas se han ido, algo en lo que Jude debe tener mucho que ver, se está tranquilo en este lugar.
Alex asiente con la cabeza.
—¿Jude? —pregunta, mirando al rubio.
—No diré que no a una cama calentita en la casa de la playa. —Él se encoge de hombros y Deena sonríe.
—¿Se ha quedado dormido? —me pregunta la última, y coge la muñeca de Louis para mirar su reloj—. Ay, la madre, ¡que son pasadas las diez! Somos los peores padres del Universo.
—Pero si hay épocas en las que se pasa las noches llorando, creo que le dan igual los horarios —contesta él, y luego mira algo en su móvil—. Vaya, esto sí que es ser eficiente: Nate estará aquí mañana por la noche.
—¿Para qué? —pregunta Deena.
—Dice no sé qué de que tenemos que estar unidos. —Louis se encoge de hombros.— Últimamente dice unas cosas más raras, parece que nos quiera y todo.
Alice suelta una carcajada que podría sonar sarcástica por la situación, pero es más como que le ha hecho gracia la broma de su hermano. La verdad es que no entiendo a esta mujer en absoluto: parece que vaya a reaccionar de una forma, y te sale con algo completamente diferente.
—Podéis quedaros todo el tiempo que queráis —nos dice Deena—. Londres seguramente será una locura.
Alex y Jude asienten con la cabeza, y yo le devuelvo el bebé a su madre. Les doy las gracias por todo, y entonces mi estómago y el de Alex rugen al unísono.
Cenamos una pizza que había en el congelador y nos vamos a la habitación de invitados. Alice nos cede la habitación grande, quedándose ella con la de invitados pequeña, y Jude nos asegura que, aunque según él "le encantaría hacer un trío", puede dormir perfectamente en el sofá.
Estamos en esta situación: Alex, yo, una habitación enorme y una cama doble, y muchas cosas por decir y por preguntar.
Así que optamos por usar la cama para su función más entretenida: el sexo. No sé ni cómo, termino echado boca arriba, desnudo, con una Alex igual de desnuda moviéndose encima de mí. Y me mira a los ojos. Se mueve, y jadea tanto como yo lo hago, pero no deja de mirarme a los ojos.
Es entonces cuando sé que esto es una despedida.
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Holaaaaaa
Siento mucho haber tardado tanto en subir, pero a decir verdad ni siquiera me he dado cuenta de que ha pasado tanto tiempo porque, para variar, voy a mil por hora.
El próximo capítulo ya es el último, y luego faltará el epílogo que ya hace tiempo que tengo escrito (no sé, me dio por escribirlo antes de terminar la novela jajaja).
Nos leemos en el próximo capítulo.
Claire
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