48. Alex
Apoyo mi cabeza en el cojín del sofá y mis pies en la pequeña mesa que tenemos delante de este. Miro a la televisión, que sigue pasando imágenes de tiburones asesinos —al parecer, esta noche ponen las cinco películas de Sharknado seguidas—, y la apago. Hace relativamente poco que la tenemos porque Matt la sacó muy barata de un amigo suyo que se mudaba, o algo así.
Jude se ha quedado dormido hace ya un rato en el sofá, justo a mi lado. Axel está en mi cama, también durmiendo, y Matt me mira con seriedad. Sé que esto significa que vamos a retomar la conversación que estábamos teniendo antes de que llegaran esos dos.
—No quiero oír ni una palabra más sobre ese tema —digo antes de que abra la boca.
No me hace ni caso.
—Alex, no puedo aceptarlo —insiste—. Es mucho dinero.
—Dinero que prácticamente me ha caído del cielo y que no quiero para nada —le recuerdo.
Le hice la transferencia sin preguntar, y cuando ha visto todo el dinero que le ha ingresado, he tenido que explicárselo y no le ha hecho gracia. Si es que es tonto.
—No lo necesito yo tampoco —se defiende.
—Deja de sentirte atacado, idiota. —Ruedo los ojos.— Quieres volver, ¿no? Pues ahí tienes tu billete de vuelta. Tienes para volver y pagar bastantes meses de alquiler de donde sea que decidas vivir.
—Y, ¿no es un billete de vuelta para ti también? —me pregunta, y suspiro.
—No lo sé —contesto con honestidad—. Aún no lo he decidido.
—Yo no voy a irme sin Beatrice —dice.
—Pero si ella se muere por irse bien lejos —le recuerdo.
—Sí, pero no voy a presionarla para hacerlo —contesta—. Quiero que me lo pida ella.
Y, como si hubiera escuchado el llamamiento, el móvil de Matt empieza a sonar.
—Es Beatrice. —Frunce el ceño y acepta la llamada con rapidez.
Me voy a la cocina a hacerme una infusión para dejarle intimidad para hablar, y mientras la hago escucho algunas palabras que suenan como que las cosas no van muy bien —sí, estoy escuchando, no puedo evitarlo—.
—Voy ahora mismo —escucho que dice Matt, y levanto una ceja—. Aguanta, te quiero.
Lo escucho respirar hondo y salgo de la cocina, dejando la infusión preparándose.
—¿Qué ha pasado? —pregunto cuando veo a mi amigo recogiendo varias cosas y poniéndose la chaqueta, preparándose para salir.
—Su padre ha vuelto a hacerlo —dice, con el dolor más que presente en su voz—. Y esta vez se ha pasado. Bea estaba temblando, dice que quiere irse.
Termina de recogerlo todo y se dirige a la puerta, pero lo cojo por los hombros y lo freno.
—Y, ¿qué piensas hacer? —pregunto—. ¿Presentarte en su casa, a ver si el viejo loco te da una paliza a ti también? No seas insensato, vamos a planear esto.
—No hace falta que me ayudes.
—Yo creo que sí —lo contradigo—, y Jude y Axel también pueden ayudar. Mucho más de lo que tú puedes, de hecho. Despierta al rubiales, yo voy a por Axel.
Entro en mi habitación, sin encender la luz porque no soy tan cruel como para despertarlo así, y me acerco a su cuerpo desnudo metido en mi cama. No puedo evitar acariciar su hombro con suavidad, notando su calor en la yema de los dedos, y sonrío como una tonta.
—Axel —lo llamo con voz calmada, sacudiéndolo un poco por los hombros—. Axel, despierta.
Suelta un gruñido e intenta ignorarme, girándose en la cama para seguir durmiendo.
—Axel, no me seas dormilón ahora —insisto, alzando el tono de voz—. Es importante.
Por fin consigo que Axel abra los ojos, como si la palabra "importante" viniendo de mí sonara como una emergencia —porque lo es, y la verdad es que mi tono es mucho más serio de lo habitual—.
—¿Qué ocurre? —me pregunta, arrastrando las palabras por el sueño.
—Es Beatrice —le digo—. Nos necesita.
***
Matt conduce por las calles de Londres a toda velocidad. Nadie habla en el coche, ni siquiera Axel para pedirle que conduzca más tranquilo, así que simplemente se agarra con fuerza a la maneta del techo, como si temiera salir volando.
Como nos pille la policía ahora, estamos muy jodidos. Bueno, lo está Matt, pero parece que le da igual, y lo entiendo.
La idea era elaborar un plan antes de salir, pero es una emergencia, y no queríamos perder más tiempo. Las cosas podrían ponerse aún peor si no nos damos prisa.
Cuando llegamos a la calle donde vive Beatrice, lo hacemos con la máxima discreción posible. Matt ha bajado la velocidad dos calles antes, y nos paramos delante de su casa en silencio. Son pasadas las doce, así que no se oye nada. Apenas hay luces saliendo de las ventanas, y todo está inquietantemente calmado.
—Beatrice está encerrada en su habitación —nos explica Matt tras apagar el motor—. Su padre ha estado golpeando la puerta, pero parece que ya se ha calmado. No creo que haya nadie durmiendo ahí dentro, y Bea no puede salir para abrirnos.
—¿La vamos a secuestrar? —pregunta Axel, preocupado.
—La vamos a liberar —lo corrije Matt—. Bea quiere irse. Irse de verdad, para siempre.
Admiro el valor que tiene esta chica. Por mucho que necesite ayuda —lo que es normal porque, al fin y al cabo, somos seres humanos y no podemos hacerlo todo a solas—, lo de decidir dejarlo todo e irse es una decisión que requiere valentía.
—Grace Addington es la vecina de Beatrice —dice Axel de repente, y a Jude se le ilumina la cara.
—¡Es verdad! —exclama, entusiasmado—. Bea me lo comentó.
—Grace me dijo que los balcones de sus habitaciones son contiguos —dice—. Cuando eran pequeñas hablaban a través de ellos.
Grace Addington, por lo que sé, es la chica con la que los padres de Axel pretendían prometerla —ahora deben haber desistido—, y por lo que me han contado es una tía guay.
—¿Tienes su número? —le pregunta Jude a Axel, pero luego niega con la cabeza y saca su móvil—. Olvídalo, yo sí lo tengo.
—¿Ya sois mejores amigos? —pregunta Axel.
—Nos llevamos bien. —Se encoge de hombros.— Gracie es genial.
Busca en su agenda de contactos, y la llama.
—Gracie —la saluda en cuanto contesta—. Soy Jude, necesitamos tu ayuda.
Escucha durante unos segundos, y vuelve a hablar.
—Necesitamos usar tu balcón.
***
—Esto es una pésima idea —nos recuerda Axel por enésima vez mientras Grace nos enseña cómo cruzar de un balcón a otro sin caer de este segundo piso y partirnos el cuello.
—¿Se te ocurre algo mejor? —le pregunta Jude, levantando una ceja, y Axel suspira.
—No es tan difícil —dice Grace en un intento de tranquilizarlo—. Lo he hecho mil veces. Hace años me colaba en casa de Bea cuando me aburría, lo que era bastante a menudo.
—¿Nunca te dijeron nada? —le pregunto, porque todos los padres de esta zona son casi dictadores.
—Nunca se enteraron —contesta con una media sonrisa, y suelto una carcajada.
De repente, la puerta del balcón de Beatrice se abre y ella sale. Cuando nos ve —justamente Matt está empezando a intentar pasar de un balcón a otro— suelta un grito ahogado y corre hacia el extremo del balcón al que su pareja está intentando cruzar.
—¡Matthew Fernando Bradley! —lo llama por su nombre completo, y él debería saber que cuando eso ocurre es que está en problemas—. ¡¿Te has vuelto loco?! Escuchaba ruidos, ¡pero no pensaba que fueras tú intentando matarte!
Matt rectifica y vuelve a meter la pierna que había sacado en el balcón de Grace, bajándose de la valla de mármol que lo rodea.
Es entonces cuando me fijo en su cara. Hay varios moratones repartidos entre sus pómulos, su ojo, cuyo alrededor está de un color casi negro, y su barbilla. También tiene una ceja partida, y nadie se la ha curado.
Me entra una rabia interior que me cuesta controlar, pero que decido usar para reafirmarme en lo que estamos haciendo hoy.
—Bea, tenemos que sacarte de aquí —le recuerda Matt.
—Pues ya cruzo yo, loco —contesta ella, y sin decir nada más entra en su habitación de nuevo.
—¿Qué le ha pasado en la cara? —pregunta Grace.
—¿No has escuchado nada? —Matt le contesta con otra pregunta.
—¿Nada, de qué?
—Gritos, golpes, ¿algo?
—Las paredes son gruesas —contesta—. ¿Ha sido Marcus? Joder, sabía que tenía cara de capullo.
—Pues lo es —dice Jude—. Por eso vamos a ayudarla a salir de aquí.
Antes apenas hemos tenido tiempo de explicarle por qué ibamos a usar su balcón, pero con las explicaciones tan pobres que le hemos dado seguramente ha entendido que Bea está harta de su familia y quería escaparse para pasar la noche fuera —lo que no está tan lejos de la verdad, pero no es eso exactamente—.
—Sabéis que si la pillan será peor, ¿verdad? —nos dice.
—Lo más probable es que no vuelva —dice Axel, y se nota que le cuesta aceptarlo.
—Oh... —contesta Grace, comprendiendo que el asunto es serio.
Bea vuelve a salir de su habitación, pero esta vez con una enorme maleta en la mano y una mochila en su espalda.
Suerte que los padres de Grace están en Rumanía, porque llegan a estar aquí y a ver cómo les explicamos que vamos a bajar ese maletón por las escaleras para que no sospechen nada.
Sin mediar palabra, se saca la mochila de los hombros y la tira a nuestro balcón. La cojo del suelo y me la pongo. Entonces toca el turno de la maleta. Ella nos la intenta pasar desde su lado, y tenemos que ponernos Matt, Axel y yo a cogerla desde el nuestro. Lo conseguimos tras dos veces en las que casi se cae, y Matt la levanta como puede y la deja en el suelo.
Cómo le gusta hacerse el cachas delante de su chica, y eso que está más tirando a fideo.
—Beatrice, vamos a buscar algo para que puedas cruzar, esto es más complicado de lo que parece... —empieza Matt, y entonces Beatrice se sube a la valla, completamente descalza.
Cuando pega un salto, incluso a mí se me para el corazón unos segundos, pero aterriza en nuestro balcón sin problema alguno. Como si lo hiciera todos los días.
Matt, Jude, Axel y yo misma la miramos como si fuera un alienígena, tan fascinados como confusos. Grace solo sonríe, y Bea la imita.
—¿Os creíais que no conocía la mejor forma de cruzar este balcón? —pregunta, levantando una ceja.
Admito que estoy impresionada. Esta mujer es una caja de sorpresas.
Me coje la mochila y saca de ahí un par de zapatos. Se los pone con cuidado y, mirando a su balcón, suspira.
—Vámonos —dice.
***
Llegamos a casa, y Bea deja sus cosas en el recibidor. Mira a su alrededor y, a pesar de que lleva toda la noche con los ánimos por los suelos, sonríe.
—Vamos a comprar los billetes —dice Jude.
—Vamos —contesta ella, asintiendo con la cabeza
Matt, Bea y Jude se ponen en mi portátil a buscar vuelos. Matt ya me había comentado que lo tenían todo pensado para cuando tuvieran el dinero para irse y, ahora que lo tienen —aunque Bea ha insistido en pagarlo ella con los ahorros que tiene desde hace años—, pueden hacerlo.
Sacramento, California. Un nuevo comienzo, con Matt estando lo suficientemente cerca de su familia pero no tan cerca de San Diego como para que sea peligroso —aunque esa banda de capullos que nos quería matar seguramente ni se acuerden de nosotros—. A Beatrice le llegó una oferta de trabajo en San Francisco hace unas semanas, y la va a aceptar.
—Bea, lo siento —escucho que le dice Axel—. Dije algo inapropiado en la cena, y probablemente ese ha sido el motivo por el que tu padre te ha hecho... esto.
—Axel, mi padre lleva haciéndonos esto a mí y a mi madre desde que tengo memoria —contesta ella—. Habría encontrado cualquier otra excusa para golpearme.
—¿Qué? —pregunta él, desconcertado—. Pero... nunca te había visto marcas.
—Porque no es tonto, y yo disimulo muy bien —contesta—. El maquillaje hace milagros, y él solo empezó a golpearme también en la cara cuando se enteró de lo de Matt.
—Lo sien... —empieza Matt..
—Matthew, ni se te ocurra sentirte culpable. —Ella lo señala con un dedo, advirtiéndolo.— Mira, me ha costado años aceptarlo, pero el único culpable de todo esto es mi padre. Nadie más. Honestamente, me alegro de haberme ido. Solo me sabe mal por mamá, pero hasta que ella no dé el paso nadie puede ayudarla.
—Podemos hacer una llamada al teléfono contra la violencia de la mujer —propongo—. No sé muy bien cómo funciona aquí, pero por lo que sé es anónimo y si lo hacemos investigarán el caso.
—Creo que subestimas el poder que tiene mi padre —dice ella, suspirando—. Nadie se mete con la élite, ni siquiera la policía. A no ser que sea un caso de corrupción muy escandaloso, nadie hace nada. Le haré llegar mi nuevo número a través de Grace. Sé que no se lo dará a mi padre, pero si decide que ya ha tenido suficiente, siempre puede venir con nosotros... Aunque dudo que lo haga.
—¿Por qué no iba a hacerlo? —pregunta Axel.
—Mi madre depende de mi padre no solo de forma emocional, sino económica —dice, y puedo ver cómo su expresión cae—. Ella tiene estudios y siempre soñó con ser médico, pero mi padre no se lo permitió. Ella no tiene trabajo, ni dinero. No podrá hacer nada sin él, y es exactamente lo que Marcus pretendía.
El cómo dice Marcus, con esa frialdad, me hace pensar en lo mucho que debe odiarlo... Pero, a la vez, sé que es algo complicado, el odiar a tus padres. Mi madre nunca dio ni una señal de quererme ni se preocupó de mí, me gritaba y me echaba de casa constantemente, incluso cuando era una niña, pero nunca pude odiarla.
Miro a Matt y pienso en lo mucho que lo voy a echar de menos. Él siempre ha estado conmigo desde que lo conocí, nos hemos apoyado mutuamente en todo, y ahora quiero que se vaya y sea feliz, pero su ausencia dolerá.
***
Abrazo a Matt con fuerza sin poder evitar que algunas lágrimas se escapen de mis ojos.
—No estarás llorando, ¿no? —me pregunta con tono burlón, pero cuando me separo veo que él también lo está haciendo.
—Somos unos blandengues —digo, y nos echamos a reír.
Luego abrazo a Beatrice. No nos conocemos demasiado —aunque me gustaría—, pero sé que es genial y que Matt estará bien con ella.
—Cuida de Matt —le digo—. No dejes que haga locuras, y sobre todo no te unas a ellas. Acabarás tan mal como yo.
Beatrice ríe, con lágrimas en los ojos tras haberse despedido de Jude y Axel, y cuando nos separamos ellos se van, sin decir nada más porque eso solo hará que terminemos enzarzados en una conversación demasiado sentimental para mi gusto y que pierdan el avión.
—Pues nada, se nos han ido los polluelos —dice Jude, poniéndose las manos en las caderas.
—Solo espero que les vaya todo bien. —Axel suspira.
—Pues claro que sí, tonto. —Le froto la cabeza.
Axel y Jude se han hecho los tontos de maravilla cuando todo el mundo les ha preguntado dónde diablos está Beatrice. Su padre está furioso, y su madre no sale de casa. Me siento mal por la mujer, pero Bea no iba a quedarse ahí solo porque ella era incapaz de decir "basta". Hace ya una semana que Beatrice huyó, y hoy por fin se han ido.
—Les irá bien —digo—. Estoy segura.
________
¡Ya está aquí el antepenúltimo capítulo! *grita*
No tengo ganas de que se acabe, jo :(
Ya que estamos, quiero dedicarle este capítulo a toda la gente que dice "pues si la maltrata, ¿por qué no se va?" en todos los casos de violencia de género. Ojalá nunca tengáis que conocer todo el maltrato psicológico, además del físico, al que se enfrentan esas mujeres. La violencia no es solo física, también es psicológica, es económica, es muchísimas cosas. Ojalá dejéis de culparla y juzgarla a ella y empecéis a mirar al verdadero y único culpable: el maltratador.
Nos leemos pronto,
Claire.
PD: ¡estoy resubiendo Auckland Memories! Subo cada semana (y sí, cumplo. Yo también estoy sorprendida jajaja) y realmente estoy muy puesta con reescribir esta historia. Pasaos si queréis :)
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