47. Axel
Los últimas días de febrero han pasado de forma rápida, como lo hacen cuando uno está ocupado. El internado en el hospital se ha robado gran parte de mi tiempo, pero también lo ha hecho Alex, quien parece que, después de haberme contado que descubrió la identidad de su padre, ha vuelto a la normalidad.
Juego con la servilleta de forma incómoda, intentando aliviar un poco la tensión pero intentando que no se note demasiado, algo en lo que fracaso.
—Axel, hijo, deja eso —susurra mi madre sin apenas mirarme.
Asiento con la cabeza y mi mano se queda quieta.
Hoy tenemos otra cena. Esta vez es en casa de los Fitzroy, en vez de en un restaurante como es habitual. La verdad es que hace tiempo que no asistimos a una, y esta es bastante menos concurrida: solo estamos mi familia, la de Jude y la de Bea, aunque ella no ha venido. Eso no me gusta. Si no quieren que la veamos probablemente es porque tiene la cara marcada, o algo así. Espero que no sea por eso, pero el solo pensamiento me da ganas de vomitar.
Por primera vez, me siento incómodo en este entorno. Todo me parecen miradas falsas, sonrisas enlatadas, palabras vacías. La ausencia de Bea pesa en el ambiente como algo que nadie se atreve preguntar, pero que es un secreto a voces. Miro a Marcus Griffin y se me llena el cuerpo de una furia que cada vez me cuesta más contener.
—Oye, Jude, ¿ya te has apoderado de F&A? —pregunta mi hermana, haciendo su tan habitual y acertado papel de romper la tensión con su suave voz y su sentido del humor—. ¿Tengo que sentirme intimidada?
Hace unas semanas, Danielle nos comunicó su decisión de volver al trabajo como miembro del comité directivo de F&A en cuanto John cumpla los seis meses. Lleva unos años sin trabajar, pero ha decidido que quiere volver a hacerlo —según ella, no estudió para quedarse en casa— y, aunque a mi madre no le termine de hacer gracia, mi padre está sorprendentemente encantado con la idea.
—Podemos reinar la empresa tú y yo juntos, Dani —contesta él, acompañando sus palabras con un guiño.
Danielle ríe y yo siento la presión en mi pecho aliviarse un poco. Mi hermana tiene este don de conseguir calmar las cosas, al menos para mí.
—¿Cómo va el internado en el hospital, Axel? —me pregunta Amelia, la madre de Jude, para evitar que muera la conversación mientras esperamos a que nos sirvan la comida.
—Muy bien —contesto con entusiasmo—. Estoy muy satisfecho.
—Me alegro. —Amelia me da una sonrisa. La madre de Jude realmente es muy buena mujer, solo que su hijo la desespera a veces.
Pronto las charlas de negocios inundan la mesa, y cuando veo que Jude apenas participa recuerdo lo que hablé con él semanas atrás, cuando me dijo que, por mucho que le gustara su trabajo, se negaba a dejar que dominara su vida y sus relaciones personales... Aunque, en algunos aspectos, parece que eso ha cambiado.
—Están tardando mucho en servir —se queja Roger, mirando a su reloj, refiriéndose a la gente que ha contratado para trabajar en la cocina esta noche.
—Tampoco es para tanto —contesta Jude, y tengo que reprimir el impulso de respirar hondo porque sé, igual que todos, que la tensión va a estallar.
—No me lleves la contraria, Julian —dice él, con tono de advertencia pero, como siempre, a Jude le da igual.
—Solo estoy diciendo que no pasa nada porque tarden un poco más. —El rubio se encoge de hombros y normalmente le mandaría miradas de desesperación para que parara, pero esta vez debo admitir que tiene razón. Puede que haya tenido razón todas y cada una de las veces.
—Julian —esta vez es Amelia la que lo mira con súplica.
—Hablaremos de esto luego—dice Roger con una sonrisa forzada.
—No —contesta Jude, y todas las miradas se dirigen a él de nuevo—. Hablemos de esto ahora.
La sonrisa prepotente de Jude me provoca algo que nunca había hecho: diversión, excitación. Hoy tengo ganas de que los calle a todos.
—Julian, te estás jugando mucho —murmura Roger entre dientes.
—¿El qué? —El aludido levanta una ceja.— ¿El trabajo? No vais a echarme.
Esta seguridad con la que habla podría confundirse con pedantería, con sentimientos de superioridad, pero es la verdad. No van a echar a Jude, y no solo porque sea su hijo, sino porque es buenísimo en su trabajo.
—Quizás debería —dice su padre, cuya expresión se ensombrece—. Así dejarías de arruinar decisiones de negocios porque no eres capaz de mantener tus pantalones en su sitio.
—¡Roger! —exclama Amelia, horrorizada.
Pensaba que no sería capaz de sacar este tema en público, pero al parecer la rabia lo ha superado.
—Yo no he arruinado nada. —Jude se encoge de hombros, sin perder el tono calmado.
—Y tanto que lo has hecho —gruñe él—. Da gracias que te permitimos llevar ese estilo de vida, al menos aléjalo del trabajo.
—¿Mi estilo de vida? —Jude vuelve a levantar una ceja, retándolo.
—Es una inmoralidad —esta vez es Marcus Griffin quien toma la palabra, y siento la rabia hervir en mi interior.
—¿Que te guste la gente de tu mismo sexo es inmoral? —Suelto una carcajada, sin poder contenerme, y juraría que puedo escuchar la respiración de mi madre cortarse.
—Axel, nadie te ha dado ni voz ni voto en este asunto —dice ella, pero ya estoy encendido.
Miro a Jude y veo que me observa con una mezcla entre sorpresa y diversión.
—Es biología básica, hijo —prosigue mi madre—. Dos hombres nunca podrán procrear, y Dios no lo aprueba ni lo aprobará nunca.
No soporto cuando mete a Dios en esto.
—Y, ¿quién decide qué es lo que aprueba Dios? —pregunto—. ¿La gente que escribió la Biblia? ¿Vosotros? Deja de usar a Dios para justificar lo que no es nada más que odio.
—Axel, no te permito que le hables así a tu madre —mi padre irrumpe en la discusión.
—No sé qué te está pasando últimamente, hijo, pero tiene que parar ya —me advierte mi madre.
—Puede que tenga que ver con cierta chica rubia con la que lo vi hace unas semanas —dice Roger, y siento que se me hiela la sangre.
Sabía que lo diría en algún momento y, aunque me sentía preparado para ello, me aterra que puedan hacerle algo a Alex. Sé que en mi familia no son mafiosos ni nada de eso, pero son capaces de ir a decirle que se aleje de mí, y aunque sé que Alex nunca les obedecería, no quiero que se dediquen a perseguirla y molestarla.
—Puede. ¿Y qué? —contesto, fingiendo indiferencia.
—Alexandra Sullivan —dice, y tengo que reprimir el impulso de tragar saliva. Este hombre es peor que la Scotland Yard—. He estado investigando sobre ella. No ha sido fácil, pero he encontrado cosas muy interesantes. Así que el heredero de los Albarn ahora se pasea por ahí con tatuadoras hijas de prostitutas.
—¿Qué tiene de malo? —Jude se encoge de hombros, saliendo a la defensa de su amiga.
—¡¿Hija de una prostituta?! —exclama mi madre, escandalizada—. ¿Y tatuadora? No vas a hacerte una de esas aberraciones en la piel en la vida, Axel William Albarn.
—No pensaba hacerlo —gruño, empezando a hartarme.
—En ese caso yo soy una aberración con patas —dice Jude, claramente divertido con la situación, estirando su espalda con tranquilidad como si este fuera su plan habitual de los sábados por la noche.
—Tú eres una aberración por muchas otras cosas —suelta mi madre, y toda la mesa se sume en un tenso y duro silencio.
Mi madre se tapa la boca con una mano, sorprendida y avergonzada a la vez, e incluso yo no sé qué decir.
—Adelante, sigue —dice Jude, mirando a mi madre con una media sonrisa—. Ya has empezado, ahora dime todo lo que quieras decirme. ¿Que he llevado a Axel por el mal camino? ¿Que soy un inmoral? ¿Que deberían internarme? Puede ser.
—Lo siento, no quería decir lo que he dicho. —Mi madre se aclara la garganta tras decirlo, adoptando su expresión de seriedad y recuperando sus modales.
—Pero si hasta hace nada estabais diciendo que ser gay es inmoral. —Suelto una carcajada sin poder evitarlo.— Todos lo decíais. Y ahora de repente actuáis como si tuvierais modales. ¿Sabéis lo que sí es inmoral? Juzgar a los demás, y encima hacerlo usando a Dios como excusa.
—¿Qué vas a saber tú de inmoralidad? Solo eres un niño, ni siquiera entiendes lo que está bien y lo que está mal —me reprocha Marcus Griffin, mirándome con esos aires de superioridad suyos que tanta rabia me dan—. Y ni siquiera pretendas poder interpretar la voluntad de Dios.
—No me hace falta tener cincuenta años para saber que hacer cosas como maltratar a tu familia son despreciables —se me escapa, y realmente desearía no haberlo dicho, no solo por la cara que pone y por cómo me mira toda la gente en la mesa, sino porque sé que, accidentalmente, puede que haya condenado a Bea a más golpes esta noche.
Y entonces, irónicamente, la mano de mi madre choca contra mi mejilla por primera vez en mi vida. Como si quisiera darme todavía más la razón.
Me llevo una mano a la mejilla dolorida y voy a decir algo cuando escucho una carcajada. Una carcajada que luego es seguida por otra, y pronto Jude se está partiendo de risa en la mesa, tanto que apenas puede respirar.
Lo miro como si hubiera enloquecido, porque realmente lo parece, pero de repente se levanta, me coge de la mano, tira de mí y, tras levantarme, empieza a correr sin soltarme la mano.
—¡Volved aquí ahora mismo! —escucho que grita mi padre, pero ya estamos atravesando la puerta principal hacia el exterior.
Seguimos corriendo una vez fuera, y de repente me entran unas ganas irresistibles de reír, así que lo hago. Toda la presión en mi pecho ha desaparecido y me siento libre, ligero. Jude empieza a gritar y pronto estamos los dos gritando aquí, en medio de Belgravia, este barrio que tanto nos dió pero tanto nos han quitado. Y tengo ganas de saltar, de subirme al metro, de beberme una cerveza, de tener sexo, de decirle a Alex que la quiero mil veces más, esta vez sin esperar nada a cambio.
No me importa haberle hablado mal a Marcus, ni a mi madre, ni a Roger. Ni siquiera me importa lo que vaya a pasar cuando vuelva a casa porque, por una vez, me dan igual las consecuencias. Quiero vivir el ahora y no preocuparme por nada más.
—Llevo esperando este día toda mi vida —dice Jude, pasando un brazo por mis hombros y acercándome a él.
—Sienta bien decir lo que piensas —admito, cerrando los ojos y sonriendo.
—Bueno. —Jude se separa y me mira.— Ya somos libres de esa pesadilla de cena. ¿Qué hacemos ahora?
Media hora más tarde llegamos a Brixton en metro a petición de Jude, que quiere forzar mis límites —o algo así—. Mi madre ha intentado llamarme varias veces pero Danielle me ha mandado un mensaje recomendándome que no vuelva y que salga "a vivir a vida", así que he apagado mi teléfono.
—Vaya, esto es toda una sorpresa —dice Alex en cuanto abre la puerta de su casa—. ¿Qué hacéis así de bien vestidos?
—Nos hemos escapado de una cena horrorosa —contesta Jude con orgullo—. Ah, y Axel les ha dado una lección a todos.
—Oh, eso quiero escucharlo. —Alex sonríe con diversión y se aparta de la puerta para dejarnos pasar.
—Ah, antes de nada —digo, y sin venir a cuento la pongo contra la pared y la beso.
No sé qué clase de fuerza se ha apoderado de mí esta noche, pero no me está sentando nada mal.
Alex se muerde el labio y suelta una risita antes de apartarse y caminar hacia el salón. Allí vemos a Matt sentado en el sofá, y por su expresión puedo decir que estaban hablando de algo serio antes de que vinieramos, o que ha pasado algo.
—¡Sharknado! —exclama Jude de repente, mirando a la televisión—. Menuda mierda de película, ¡me encanta!
Y, dicho esto, se sienta al lado de Matt y se pone a verla. Lo que me da tiempo y espacio para hacer algo que llevo deseando desde que he salido de casa de Jude. Alex parece leerme las intenciones porque me mira con una ceja levantada, noto su mano cogiendo la mía y me lleva a su habitación.
Cerramos la puerta, y sonrío antes de que ella empiece a quitarme la camisa.
***
—Axel —la voz de Alex me despierta y noto sus manos en mis hombros, haciendo fuerza para sacudirme—. Axel, despierta.
Suelto un gruñido e intento ignorarla y seguir durmiendo.
—Axel, no me seas dormilón ahora —insiste—. Es importante.
Abro los ojos y veo, gracias a la luz de la calle que entra por la ventana, que la expresión de Alex indica que no está para bromas.
—¿Qué ocurre? —pregunto.
—Es Beatrice —contesta—. Nos necesita.
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