42. Alex
Uno de los recuerdos más felices de mi infancia fue una Acción de Gracias que pasé con Mac, mi vecino, y su hija. Fue una de las pocas veces que vi a Margaret Smithson, porque trabajaba muchas horas en Midland y apenas tenía tiempo para ir a ver a su padre.
Recuerdo bien ese día. Ni Mac ni Margaret —o Maggie, como solíamos llamarla— tenían dinero para comprar un pavo ni tiempo o habilidad para cocinarlo, así que Maggie, en su camino al pueblo, compró unos sándwiches y bebidas. Cerveza para ella y su padre, y zumo de naranja para mí. Me sentí tan especial porque hubieran comprado algo solamente para mí que no paré de sonreír en toda la noche. No tengo ni idea de dónde estaba mi madre, pero poco me importaba. Así que comimos sándwiches y bebí zumo, en el vaso de plástico con un tigre dibujado que una vez, muchos años atrás perteneció a Maggie, y que en esos tiempos Mac guardaba para mí, mientras la mujer y el anciano escuchaban lo que les contaba, con emoción, sobre lo que había hecho últimamente en la escuela. Mac era de las pocas personas a las que le podía contar cosas que para mí era importante explicar, cosas tan básicas como qué había hecho en clase.
Ese día, Maggie me regaló una pulsera que llevé durante años y que aún conservo en una caja en mi mesita de noche. Dejé de llevarla porque se convirtió en un recuerdo importante, ya que fue uno de los pocos regalos que recibí durante mi infancia, y no quería perderla.
Acaricio la pulsera con un dedo, sentada en mi cama. Hoy van a cambiar muchas cosas, y no sé si estoy preparada para ello, pero debo hacerlo. No puedo quedarme estancada y vivir con una verdad a medias.
Hace tres días que Alice y yo nos hicimos una prueba de parentesco, y hoy llegan los resultados. En menos de una hora sabré si, como siempre he pensado, soy hija única, una persona sin familia viva, o si tengo tres hermanos, una hermana y un sobrino. Sobrino. Tendría incluso eso. Suena tan surrealista.
Pero luego pienso, ¿por qué tendría que cambiar todo? Si sale positivo, habremos sido parientes de todos modos todo este tiempo, aunque sin saberlo. Y ahora, se supone que saberlo va a hacer que de golpe tenga una familia.
Yo creo que familia es con la que creas vínculos emocionales durante el tiempo, gente con la que tienes recuerdos, historias, un pasado. No gente que un día descubres que compartes un vínculo genético.
Suspiro y me echo hacia atrás en la cama, dejando la pulsera en mi pecho como si fuera ahí donde pertenece. Esta pulsera es lo más parecido a un recuerdo familiar que tengo, y ellos ni siquiera tenían relación biológica conmigo.
Mi móvil vibra encima de la cama y me tomo unos segundos antes de cogerlo y ver que tengo un mensaje de Alice.
Als: ya ha llegado
Trago saliva. Los resultados ya han llegado a su casa. Ahora me parece una pésima idea la decisión que tomamos de que mandasen los resultados a casa de Alice para poder abrirlo juntas y hablar. Si el resultado es positivo necesitaré tiempo para procesarlo, o al menos así lo siento ahora. Tecleo una rápida respuesta mientras me levanto para prepararme.
Alex: Voy.
Me pongo la pulsera en la muñeca por primera vez en años, y salgo de mi apartamento.
***
Llego a casa de Alice para encontrarme también a Deena dentro, echada en el sofá y pareciendo emocionada, al contrario que Alice y yo. Noah está en la escuela y Liam trabajando. Nosotras también deberíamos estar en el estudio, pero hoy había pocas citas que hemos podido mover a la tarde o a otro día. El Sensei no sabe de qué va toda esta movida, pero no ha hecho preguntas. No es una persona entrometida y sabe que Alice y yo no nos saltaríamos el trabajo por cualquier chorrada, ya que nos encanta.
—Hola —saludo con tranquilidad, consiguiendo ocultar mis nervios con éxito, como siempre.
—Alex —me saluda Alice con una sonrisa algo incómoda cuando me abre la puerta.
Deena se levanta del sofá y viene a darme un efusivo abrazo.
—Como seas de la familia me muero de amor —dice, y de repente es como si toda la tensión y los nervios desaparecieran.
¿Realmente me quieren en su familia?
Sonrío de una forma algo forzada, no porque esté incómoda sino porque esto no me lo esperaba.
—¿Cómo estáis? —les pregunto a ambas cuando me siento en el sofá, intentando empezar una conversación antes de abrir la carta para aliviar los nervios.
—Con la regla —contesta Alice haciendo una mueca de desagrado—. Esta mañana me he levantado muriendo de dolor.
—A mí aún no me ha vuelto —dice Deena con una gran sonrisa.
—Ventajas de tener un hijo. —Suspira Alice, y luego me mira.— ¿Lo hacemos ya?
—Eso ha sonado algo mal, Als, y ahora podría considerarse incesto —bromeo para romper la tensión, y veo que funciona porque Alice ríe un poco.
—Ay, qué nervios —dice Deena, como si fuera ella la que va a descubrir quién es su padre—. Jo, ahora recuerdo cuando estuve en la misma situación con Frank para ver si era el padre de Will.
Los ánimos de Alice decaen un poco, y se le puede ver en la cara. No la juzgo en absoluto, porque sé que superar la muerte de un amigo es prácticamente imposible, aunque parece que Deena lo lleve algo mejor. Lo parece, pero lo dudo. Deena tuvo que vivirlo todo en primera persona, y eso debe ser algo que no deja dormir por las noches.
—Bueno, pongámonos a ello —digo cuando este silencio triste empieza a bajar los ánimos en general—. ¿Tienes la carta?
—Sí —contesta Alice, cogiéndola de la mesa del comedor—. Eh... ¿la abro yo?
—Adelante —digo.
Alice traga saliva y abre la carta, con las manos algo temblorosas. Lo hace poco a poco, y respira hondo antes de sacar el papel del sobre, desplegarlo y empezar a leer.
Acaricio la pulsera de Maggie de forma casi inconsciente, consiguiendo que me reconforte ligeramente, mientras veo cómo la expresión de Alice va cambiando a medida que lee. Casi que no hace ni falta que me diga lo que pone, porque cuando sus ojos se paran en una sola frase, inspira profundamente, y deja ir el aire poco a poco. Sus ojos cambian de dirección de mira hacia mí, y trago saliva.
—¿Quieres leerlo? —me pregunta.
—Solo dime qué pone —contesto con impaciencia. No me quiero andar con más rodeos.
—El resultado es positivo —responde, sin dejar de mirarme directamente a los ojos.
Le aguanto la mirada y asiento lentamente con la cabeza, asimilando la información. De alguna forma ya me lo esperaba; los Smeed no se habrían puesto en contacto conmigo si no hubieran tenido pruebas. Aún así, quería asegurarme pero, ahora que nos lo han confirmado... ¿qué vamos a hacer?
—¿Ahora qué? —pregunta Alice, compartiendo la misma pregunta que me estoy haciendo, y Deena nos mira a la una y después a la otra.
—Bienvenida a la familia —me dice, con una sonrisa, y contesto con el mismo gesto, pero no estoy segura de cómo me siento.
Ella me abraza con fuerza, dando un pequeño grito de emoción, y correspondo a su abrazo de una forma automática, casi robótica.
¿Cómo se supone que voy a integrarme en esa familia ahora? Deena, con su entusiasmo, está haciendo que todo parezca muy fácil, pero no lo es. No lo es en absoluto.
—Esto... esto es raro —digo, rascándome la nuca mientras suelto una carcajada que intenta hacerme sentir menos tensa.
—Sí —Alice concuerda conmigo mientras se sienta en la silla del comedor, suspirando.
Hay unos segundos de silencio en los que nadie dice nada, ni siquiera nos miramos, pero finalmente levanto la vista hacia Alice y hablo.
—Y... ¿ahora, qué? —pregunto—. ¿Qué se supone que debemos hacer?
—Nate quería hablar contigo de la herencia —me dice ella—. Pero volvió a Los Ángeles ayer.
—Yo no estaba en el testamento, no me pertenece nada —digo.
No negaré que el dinero no me vendría mal, evidentemente, pero no quiero aprovecharme de la situación. He estado sobreviviendo a mi manera hasta ahora, y no quiero que eso cambie. El dinero hace enloquecer a las personas.
—Porque mi padre era un imbécil, pero nosotros somos gente decente —contesta.
—¡Hey! No está bien hablar mal de los muertos —le reprocha Deena.
—El simple hecho de que esté muerto no hace que merezca mi respeto —contesta ella, mostrando su duro carácter una vez más.
En esto puedo decir que la entiendo. Yo no sentí nada cuando me dijeron que mi madre había muerto, y no empecé a quererla solo por ese motivo. El respeto se gana mientras se vive, no es algo que se reciba automáticamente al fallecer.
—Alex, en el testamento ponía que había que dividir la herencia entre los hijos de Ian. No ponía tu nombre, pero también eres su hija, y lo justo es que tengas una parte. Te mereces incluso más que nosotros, porque no tuviste nada de pequeña —me explica—. Y también está el dinero de la venta de la casa en Kensington, que aún no lo hemos repartido, así que estamos a tiempo...
—Yo no quiero tanto dinero —contesto con honestidad.
No lo hago por timidez ni por quedar bien, realmente me asustaría tener tanto dinero de golpe. No sabría qué hacer con él, ni sin tener la necesidad de trabajar para poder vivir. Sería un cambio demasiado brusco.
—Nate quiere hablar de esto contigo —contesta Alice—. De verdad creo que deberías escucharlo. Sé que será una jodida locura para ti, un cambio de vida muy bestia, pero piénsalo.
—Dame unos días —le pido, y asiente con la cabeza.
—Bueno... ¿quién quiere ir a comer? —pregunta Deena, y Alice y yo nos apuntamos rápidamente.
Ahora que los nervios se han aliviado un poco me ha entrado un hambre voraz, ni siquiera he desayunado hoy.
Primero planteamos la idea de ir a comer a un japonés que Deena adora, pero al final nos quedamos en casa y dejamos que Alice cocine, lo que según todo el mundo no es una buena idea, pero yo quiero darle un voto de confianza.
—¿Os acordáis de la fiesta de año nuevo? —pregunta Deena mientras saboreamos los macarrones con queso precocinados que Alice tan amablemente nos ha calentado en el microondas.
—¿En casa de George? —dudo, rebuscando entre los recuerdos de todas las fiestas de año nuevo en las que he estado, que no son pocas.
—Esa —dice Deena—. ¿No recordáis que os enrollasteis?
Alice y yo nos miramos durante unos instantes, y cuando lo recuerdo estallo en carcajadas. Alice no tarda en sumarse, y eso que es raro en ella, y Deena que tiene la risa fácil en segundos ya está soltando lágrimas.
—No, si al final lo del incesto no sería tan broma —digo entre risas.
—Y ni lo sabíamos —contesta Alice.
La risa es interrumpida por el sonido de la puerta abriéndose, y todas nos giramos a la vez hacia la puerta, viendo a Liam entrar con Noah delante.
—¿Noah? —pregunta Alice—. ¿Y la escuela?
—¡He vomitado! —exclama Noah con entusiasmo, y Liam se lleva las manos a la cabeza.
Me echo a reír al ver su alegría, y Liam me mira con horror.
—¡Tú no lo animes! —me reprocha.
—¿Has visto alguna vez a alguien tan feliz de haber vomitado? Porque yo no, y ese entusiasmo merece reconocimiento —contesto, y me muestra su dedo corazón, con la mala suerte de que Noah justo se ha girado y lo ve.
—¡Eso está mal! —le grita Noah, invirtiendo los papeles en la rara familia que tienen estos tres, y el espectáculo se pone aún más gracioso de lo que ya era.
—¿Ahora eres tú quien regaña? —pregunta Liam, incrédulo.
Noah pone su pequeña mano abierta delante de él, embobado, y veo cómo dobla hacia delante cuatro de sus dedos, hasta que solo el corazón queda arriba. Una sonrisa diabólica se instala en su cara, y se echa a reír con una maldad que solo un niño de cinco años puede tener.
—¡Noah, eso no se hace! —Alice se levanta de la mesa para regañarlo.
—Nunca entenderé a los niños —dice Liam en un suspiro, caminando hacia donde Deena y yo estamos, mientras Alice riñe a Noah, y deja la mochila del pequeño en una de las sillas de la mesa—. ¡Hey! Macarrones con queso. Genial.
—Eres como un oso, Lili —le digo, y coge mi plato de macarrones para empezar a comerse los que quedan—. Te vas a poner como una ballena.
Él me da la sonrisa más falsa y forzada que puede hacer, y se sienta a comerse mis macarrones. Noah viene hacia mí y se tira en mi regazo. Se gira hacia mí, aún echado encima de mí, y sonríe.
—Hola, Alex —me saluda con alegría, y acaricio su cabello desordenándolo en el proceso.
—¿Qué pasa, peque? —pregunto a modo de saludo—. ¿Estás enfermo?
—Mucho —contesta, pero no se lo cree ni él.
—Seguro que ha vomitado por comer muy rápido y ahora está como una rosa —contesta Alice.
—¿Quién se quedará con él? —pregunta Liam—. Nosotros tres tenemos que ir a trabajar, Deena, tú supongo que tendrás que volver a Hastings...
—Mami viene mañana —me cuenta Noah—. Voy a ir a su casa. Es muy guay, en mi habitación hay muchos juegos de construcción. Te invito a la casa de mi mami.
—Vaya, qué honor —contesto con una gran sonrisa, y entonces el pensamiento de que Noah es, de hecho, mi medio hermano, cruza mi mente y siento una especie de calor, de alegría, que no sé explicar.
—Puede quedarse conmigo, volveré más tarde a Hastings —contesta—. Will y Louis se las pueden apañar sin mí.
—Will probablemente, pero a Louis no lo dejes solo, puede que no tengas casa cuando vuelvas —le advierte Alice.
Tengo medio hermanos, cuñada y un sobrino. Esto es tan surrealista, pero por algún motivo a la vez que me asusta, me intriga, me llama el saber cómo es esa vida, cómo es tener familia, lazos de sangre con alguien.
Al final Deena se queda a cuidar de Noah y nosotros nos vamos al estudio. Yo tengo una clienta a las cuatro, y Alice y Liam también tienen alguna cita por ahí, así que nos mantenemos ocupados. Liam no hace preguntas; seguramente Alice ya se lo habrá dicho, o confía en que se lo dirá. No me importa que él lo sepa, es uno de mis mejores amigos.
Las horas pasan más rápido de lo que pensaba. Al principio no paraba de darle vueltas a la cabeza, pero a la que mis manos han tocado la máquina todo se va, mi mente desconecta y se centra en disfrutar de lo que más me gusta hacer: convertir en arte el cuerpo de las personas.
Cerramos a las siete. Me despido de Liam con los insultos de siempre, y cuando voy a decirle adiós a Alice, decido dejar claro algo que he pensado desde el primer momento en que estalló la noticia.
—Als —la llamo, y me mira—. No quiero que nadie sepa esto. Es decir, entre tus hermanos y el resto de la familia sí, pero nada de prensa. Nada de hacerlo público. Con todo el respeto, pero no quiero que mi vida se convierta en un circo.
Ella asiente con la cabeza.
—Es comprensible —contesta—. No es tan horroroso, solo se acuerdan de nosotros cuando hay algún escándalo, pero por lo demás nos dejan bastante en paz. Pero, igualmente, es un rollo, así que lo entiendo.
Esta vez vuelvo a casa en autobús. Observo cómo Londres se deshace en oscuridad y luces, miles, millones de luces de colores distintos que se convierten en neblina cuando el sueño hace acto de presencia y mis ojos empiezan a cerrarse. No llego a dormirme, pero mi cabeza está en otro sitio durante un buen rato.
Llego a casa y lo primero que hago, después de saludar a Matt, es comprobar el móvil. Es entonces cuando veo el mensaje.
Axel: ¿Va todo bien? Si necesitas hablar estoy aquí, ya lo sabes.
Pienso en Axel y en lo poco que se merece lo que le estoy haciendo pasar. Sí, sé que no tenemos una relación de dependencia ni nada de eso, pero Axel es un buen chico y no merece que no le esté contando nada, pero todo es demasiado complicado.
Ceno algo rápido con Matt, contándole lo que ha ocurrido, pero él ve que estoy cansada así que no hace preguntas. Matt siempre sabe qué hacer y cuándo.
Cuando me dispongo a ir a dormir, pese a estar la habitación a oscuras, mi cuerpo tapado y protegido del frío, y mi cerebro demasiado fatigado como para funcionar con normalidad, no puedo dormir. Mi mente no deja de darle vueltas a todo lo que ha ocurrido, pero hay un pensamiento que se diferencia de los demás: Axel. Siempre pienso en él antes de ir a dormir, y puede que eso me asuste incluso más de lo que me asusta ser una Smeed.
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¡Hooooola!
Vengo a avisar de que el lunes me voy de vacaciones (¡a México! ¿Cuántas mexicanas hay por aquí? :D) y en dos semanas que estaré fuera seguramente no suba nada. Espero volver con las pilas recargadas y poder subir más :)
¿Qué os ha parecido el capítulo de hoy?
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