35. Axel
—Un poco más hacia abajo... —murmura entre jadeos—. Ahí, en eso que sobresale, ahí mismo, ¡oh! Mmm... Tócame, Axel... Sí, aquí...
Nunca pensé que me gustaría hacer esto, pero no está nada mal. Me repulsaba incluso pensar en la idea pero estaba dispuesto a hacerlo para darle placer, y ha resultado que verla disfrutar también me hace sentir bien a mí. Y es por eso que estoy semidesnudo en la cocina de Alex, con mi cara entre sus piernas mientras ella está sentada en la encimera. Empieza a dolerme la espalda pero ella está pidiéndome que no pare, así que no voy a hacerlo. Mis manos están tocando sus pechos, como ella me ha pedido, y sus caderas se mueven contra mi cara.
Alex está haciendo tanto ruido que es imposible que los vecinos no se hayan dado cuenta de lo que está pasando aquí, pero no me importa demasiado. Esto me gusta, y parece que no se me da nada mal.
Pocos minutos más tarde ella alcanza el clímax, y apenas me da tiempo a recuperar el aliento cuando salta encima de mí. Me siento en una silla de la cocina, y Alex se separa de mí. Desabrocha mis pantalones rápidamente y los baja junto con mi ropa interior para luego colocarme un preservativo rápidamente y sentarse encima de mí, introduciéndome dentro de ella.
***
—¿Te vas ya? —pregunta Alex cuando sale de la ducha y me ve vestirme.
—Sí, tengo que ir a hacer lo que te he comentado antes —contesto.
—No puedo creer que vayas a participar en esto —dice, y puedo ver claramente que está aguantándose las ganas de reír—. Tenéis que grabarlo en vídeo.
—Ni lo sueñes —digo—. Esto lo hago por ella, pero voy a morirme de la vergüenza si alguien nos ve.
Me despido de ella durante un buen rato y salgo de su edificio. Pido un taxi por teléfono, ya que siguen sin hacerme gracia los taxis de por aquí, y voy hasta mi casa.
Entro y voy directamente hacia mi habitación, ya que tengo prisa por volver a salir, pero antes de que pueda volver a salir por la puerta de la casa, una voz me llama la atención.
—Axel, hijo, ven aquí —me ordena la firme voz de mi padre, y me quedo quieto donde estoy.
Hace ya semanas que las cosas están muy tensas con mis padres. Si nos dirigimos la palabra es para decir algo necesario, así que que ahora me llamen me pone un poco nervioso. No tengo ganas de más peleas.
—Axel, te debemos una disculpa —dice mi madre, y se me atasca la respiración—. No hemos sido los padres más comprensivos últimamente.
¿Mi madre acaba de decir eso? ¿Eleanor Albarn se está disculpando?
—Yo, eh... —musito—. No sé qué decir.
—Sé que lo has estado pasando muy mal con todo este tema de Beatrice siéndote infiel —prosigue, y levanto una ceja—. Y además de todo eso intentaste protegerla, pese a lo que te había hecho y pese a que la amabas. Eso es de tener un corazón enorme, hijo, y no hemos sabido apreciarlo. Mentir no está bien, y no nos hizo ninguna gracia que mintieras, pero a veces hay que sacrificarse por la gente a la que amas, aunque sea un sacrificio erróneo para una persona errónea.
—¿Erróneo? —pregunto.
—Beatrice no te conviene —contesta—. Es una buena chica, ha cometido errores como todo el mundo, pero eso no quita la enorme falta de respeto que te hizo. Una mujer debe serle siempre fiel a su hombre.
—Eh... Supongo —contesto, aunque no entiendo a dónde quiere llegar.
—¿Recuerdas a los señores Addington? —me pregunta, y tengo que reprimir un suspiro. Ahí vamos, a lo que me temía—. Hace unos días conocimos a su hija, Grace, y es un encanto. Es una chica decente, hermosa y con unos modales envidiables. Creo que deberías conocerla, Axel.
—Madre, no sé si... No sé si estoy listo —digo, fingiendo estar afligido—. Ha pasado poco tiempo, y... prefiero esperar.
—No pasa nada, poco a poco, hijo —me dice, poniendo su mano en mi hombro de forma reconfortante—. Tenemos una cena con ellos el fin de semana que viene, ¿asistirás?
—Está bien —asiento, resignado. No quiero más problemas en mi familia, y después de todo siempre puedo decir que ella no me gustó, y listo.
—Me alegra que vayas a seguir adelante, hijo —dice mi padre, participando en la conversación por primera vez.
—Sí. —Asiento con la cabeza.— Si me permitís, voy a irme, que he quedado con Jude.
—Claro, ve. —Mi madre sonríe.— Pásalo bien.
Salgo de mi casa con el pulso a mil. Y no por nervios, ni por ganas de conocer a Grace Addington, ni nada de eso, es por pura rabia. Nunca me había sentido así antes, no respecto a mi familia. Básicamente están siendo amables conmigo para que cumpla sus deseos, siempre lo han hecho así, y no me he dado cuenta hasta ahora. Me siento estúpido. Me siento como un muñeco a su merced, y casi que prefería vivir en mi perfecta ignorancia.
Respiro hondo, obligándome a calmarme, y camino hacia donde he quedado con Jude. Intento no pensar más en ese asunto, pero me es imposible. Estoy enfadado, por primera vez estoy realmente enfadado por mis padres. Ni siquiera les importa que no quiera conocer a Grace Addington, voy a tener que hacerlo igual. Y todo este pensamiento me lleva inevitablemente a Alex. Con ella nada nunca es obligado. Es todo tan fácil, tan relajado que me parece incluso surrealista.
Dedido dejar el tema cuando llego al punto de encuentro y veo que Jude ya está aquí, y eso que ser puntual algo muy poco común en él. Lleva una guitarra acústica en la mano y en su cabeza hay un cono de papel, uno de esos típicos sombreros de fiesta de colores. También lleva un collar de plástico, y lleva otro en la mano.
No sé ni por qué he accedido a hacer esto. Sé que quiero hacerlo, pero creo que voy a perder todo el respeto de los vecinos de esta zona.
—¡Axel! —me llama en cuanto me ve—. Ven, corre, que tienes que ponerte guapo.
Me ofrece el collar de plástico y otro gorro en forma de cono para mi cabeza, y no puedo evitar reír mientras me los pongo. Esto es una locura.
—Muy bien, ¿empezamos? —me pregunta.
—Empezamos —asiento.
Jude coge aire de forma sonora, llenando sus pulmones.
—¡Beatrice! —grita con fuerza en dirección a la ventana de la nombrada.
Pasan unos segundos en los que no hay reacción, y Jude está preparándose para volver a gritar cuando la ventana se abre. Beatrice saca la cabeza, y sonríe al vernos, enseñando sus dientes.
—¿Qué hacéis aquí? —pregunta—. ¿Habéis enloquecido?
—¡Feliz cumpleaños! —gritamos Jude y yo al unísono, y ella se echa a reír.
—Allá vamos —dice Jude, colocándose bien la guitarra y empezando a tocar.
Los siguientes minutos consisten en Jude y yo cantando "cumpleaños feliz" al son de la guitarra y Bea riendo sin parar. Jude termina con un solo de guitarra exagerado, haciendo movimientos y tirándose al suelo de rodillas cual estrella de rock, y cuando terminamos Bea aplaude con fuerza.
—¡Sois los mejores! —exclama.
En ese momento se abre la puerta principal y los aplausos de Bea, junto con las risas de Jude y mías, cesan de golpe.
—¿Habéis enloquecido? —pregunta Marcus Griffin, furioso—. Haced el favor de no hacer este escándalo en la calle, y menos aún involucrando a mi hija. ¿Qué van a pensar los vecinos?
—Y en esta última pregunta, querido Axel, se resume la filosofía de vida de este hombre —susurra Jude, cerca de mí, para que el señor Griffin no le escuche.
Estoy a punto de dar alguna excusa estúpida cuando se abre la puerta de un coche que lleva aparcado aquí varios minutos y de él sale mi hermana mayor.
¿Qué hace Danielle aquí?
—Buenas tardes, señor Griffin, y disculpe a los insensatos de mi hermano y su amigo —dice ella, dirigiéndose a mi ex suegro.
—Danielle. —Su expresión se suaviza. Mi hermana tiene este efecto: parece todo un oasis de paz y armonía, aunque por dentro es algo retorcida.— ¿A qué se debe tu visita?
—Hoy es el vigésimo tercer cumpleaños de Beatrice —dice con voz dulce—. Y, siendo consciente de que está castigada, me preguntaba si les importaría que fuera a cenar con ella.
—Eh... —musita él, planteándoselo—. Está bien. Pero tráela a casa antes de las diez.
—Eso haré. —Danielle sonríe.
—Le diré a mi hija que se prepare —dice Marcus—. ¿Quieres esperar dentro?
—No, gracias —contesta—. Quiero tener una conversación seria con estos dos.
Nos mira a ambos con cara de querernos matar, y Jude le devuelve una media sonrisa.
Marcus asiente y cierra la puerta.
—Eres una salvadora —dice Jude, aunque no sé de qué está hablando.
—¿Y John? —le pregunto.
—John está con su padre, que tiene dos manos y es perfectamente capaz de cuidar de él —contesta—. Y gracias Jude, ya lo sé, pero voy a llevarme a Bea a cenar de verdad, es su cumpleaños y merece ni que sea tomar un poco el aire.
—Algo es algo —contesto—. Pasadlo bien, y dale consejos de mujer a mujer. Anímala.
—Lo haré. —Asiente con la cabeza.— Por cierto, menudo concierto habéis dado. Estoy impresionada, Axel, no te veía capaz de hacer algo así.
—A veces hay que sacrificarse por los demás —contesto, encogiéndome de hombros.
—A ver, que tampoco has hecho un sacrificio tan grande, pero está bien —dice Jude.
Bea sale de la casa unos minutos más tarde y nos da un gran abrazo a todos.
—Gracias por todo esto —dice.
—Faltaría más —contesto—. Te quiero, Bea.
—Y yo a ti. —Me abraza otra vez.— Gracias, sé que te habrá costado hacer esto.
—Mi dignidad se siente algo afectada, pero estoy bien —bromeo, y ella ríe.
—Bueno, vámonos, que he reservado a las ocho y no quiero llegar tarde —dice Danielle, y Beatrice asiente antes de despedirse de nosotros y subirse al coche de Dani.
Vemos cómo se van, sin poder ignorar el hecho de que Josephine Griffin está espiándonos desde la ventana —seguramente para asegurarse de que ninguno de los dos nos hayamos ido con ellas—, y nos miramos.
—No ha sido mala idea —admito, y Jude sonríe.
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Maratón (2/3)
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