24. Alex

Observo la taza vacía delante de mí después de que haya dado un último trago al té y la haya dejado de nuevo en su plato. Luz se lo ha terminado hace ya un rato y escribe algo en su móvil mientras espera a que yo termine.

—Al final terminaremos adoptando estas costumbres británicas tan típicas como la hora del té —comento.

—La hora del té es a las cuatro, son las nueve de la noche Alexandra —me recuerda, y asiento con la cabeza, sonriendo.

—Estamos reinventando las costumbres —me justifico.

—Y ni siquiera es té, es una infusión.

—Luz, yo no necesito tanta negatividad en mi vida —me quejo, bromeando, y ella se ríe.

Llevamos las tazas vacías hasta la barra de la cafetería. El camarero nos lo agradece con una sonrisa, y salimos del local.

Pese a estar en agosto, no hace calor en la calle. El cielo estaba nublado hace unas pocas horas, cuando se podía ver, y de noche suele refrescar un poco de todos modos. El viento acaricia mi cara y hago una mueca. Me costó mucho acostumbrarme a este clima tan frío, de hecho creo que todavía no me he acostumbrado. Echo de menos el sol y la playa de San Diego, e incluso el calor seco de Texas.

—En este lugar siempre hace frío —se queja Luz, como si leyera mis pensamientos—. Así entiendo que la gente sea tan arisca muchas veces.

Puedo comprender que, siendo ella colombiana, los británicos le parezcan gente fría, así como su clima. Nunca he estado en Colombia ni en ningún país de Latinoamérica, pero conociendo a la familia de Matt, que son de México, y a Chino, que es dominicano, sé que en general son gente muy abierta y viva. Yo también me deprimiría aquí si viniera de una cultura tan alegre.

—Bueno, cariño, tengo que ir a trabajar —dice Luz, mirando al reloj de su móvil—. A ver si hoy nadie me toca el culo y puedo tener la noche en paz.

—Si alguien lo hace, patéale las bolas como la otra otra vez —le sugiero con una media sonrisa.

—Ya, pero esa vez a la jefa no le hizo mucha gracia. En teoría tenemos que avisar al supervisor y echan a esos cerdos fuera, pero aquella noche no pude resistirme.—Se encoge de hombros.

—Fue genial. —Río, recordando la escena— Se merecía una patada en la cara también.

—Pues sí, pero todavía no hago karate ni soy tan flexible como para poder llegar a la cara —dice—. Tú dame tiempo, ya aprenderé.

Entre risas y otras pequeñas bromas la acompaño un trozo hasta el bar donde trabaja y, tras despedirme de ella con un abrazo, empiezo a caminar en dirección a mi casa. Suspiro, pensando en si Matt habrá preparado la cena. Tengo bastante hambre, una infusión no llena nada. Y, si no ha preparado la cena, al menos espero que haya hecho la compra, porque la nevera estaba vacía esta mañana. No es que no suela hacerlo, pero es una persona olvidadiza, aunque yo tampoco soy la más indicada para hablar.

Me pongo los auriculares y selecciono la opción de aleatorio del reproductor de música de mi móvil. Empieza a sonar una de esas canciones que no sé ni por qué todavía tengo guardadas, hago una mueca y cambio a la siguiente, sonriendo cuando veo que es de Mura Masa. Es un tipo al que descubrí hace poco y que hace cosas bastante buenas.

Llego a mi edificio silbando una canción completamente distinta y, después de encontrarme a un vecino saliendo, entro y subo las escaleras con energía. Me quito los auriculares, dejando que la música se siga escuchando a través de ellos, y busco las llaves por los bolsillos de mi pantalón corto. Cuando las encuentro, las saco y me dispongo a abrir la puerta, pero entonces escucho un ruido. Un ruido sutil, suave pero muy claro: un gemido. Un gemido femenino.

Levanto las cejas con interés y pego mi oreja a la puerta como la buena cotilla que soy. No escucho ningún otro ruido y empiezo a creer que me lo he imaginado, pero entonces hay otro gemido.

—Matty...

Sonrío ampliamente. Ya era hora de que Matt echase un polvo, lleva tiempo sin fe en el género femenino y al pobre ya le tocaba encontrar a alguien decente. Porque sé que Matt sólo se acostaría con una chica en la que confiara. Doy gracias al hecho de que la habitación de Matt sea la más cercana a la puerta, porque sino no lo habría escuchado, probablemente habría entrado gritando cualquier tontería sobre la cena, y les habría cortado el rollo completamente.

Guardo las llaves de nuevo en mi bolsillo y doy media vuelta para irme.

Salgo del edificio y me paro delante de este. Miro a mi móvil, para ver si hay alguna propuesta de quedar, pero no me encuentro demasiada cosa. Le diría algo a Jude, pero por lo que sé ayer se cogió una borrachera importante en la fiesta en casa de Axel y ahora debe seguir sin ganas de vivir a causa de la resaca, o debe de estar durmiendo. Descarto al rubio de mis posibles planes y, tras saber que Chino se ha llevado a su madre a cenar fuera, decido ir a ver a George, que me ha dicho que no está haciendo nada.

—Alguien está aburrida —es lo primero que me dice George en cuanto me abre la puerta de su casa.

—Chino estaba con su madre. —Me encojo de hombros.

—Así que soy tu segunda opción —dice, haciéndose el dolido.

—Técnicamente eres la cuarta: Chino está cenando, Jude está muerto, y Matt está follando.

—¿Jude está muerto? —Frunce el ceño, pero de golpe parece caer en lo último que le he dicho y levanta las cejas con sorpresa—. ¡¿Matt está follando?!

—O eso, o ha encontrado por internet un generador de gemidos que tenga la opción de poner tu propio nombre.

—¿Qué?

—Nada, déjalo. —Niego con la cabeza, y entro en su casa.

—No, no. Ahora quiero todos los detalles.

—Vas a usarlos para tocarte en cuanto me vaya, ¿verdad? —pregunto, haciendo una mueca de asco.

—Exacto, en eso estaba pensando. —Rueda los ojos.

Me siento en el sofá y suspiro, cansada. La verdad es que llevo todo el día fuera, y pensaba ir a casa, cenar y ver una peli hasta quedarme dormida, pero no quiero interrumpir a Matt.

—¿Tienes algo para cenar? —le pregunto.

—Son casi las diez de la noche, Alex, a estas horas ya no se cena —me dice.

—En muchos países se cena a estas horas, no generalices, hombre —le contradigo.

—Qué pesada eres. Hay algún resto en la nevera, sírvete tú misma.

Hago lo que me ha dicho y encuentro un tupper de lo que parece sopa. No entiendo quién diablos come sopa en agosto, pero me apetece bastante así que me la caliento en el microondas.

—Hacía tiempo que no venía por aquí —comento, mirando alrededor.

—¿Desde año nuevo? —pregunta George, tanto para mí como para sí mismo.

—Probablemente —contesto—. Fue una fiesta muy guay.

—Te enrollaste con Alice —me recuerda, y me río.

—Es verdad —digo—. Aunque fue por una buena causa.

—¿Qué buena causa?

—El morbo.

—No sabía que te gustara Alice —dice.

—No me gusta. —Me encojo de hombros— Bueno, a ver, me cae genial y me la quiero, además de que me parece una chica atractiva, pero no me gusta de una forma sexual ni romántica. Además, Liam la quiere.

—Ya, si echaron un polvo en mi habitación esa noche —comenta.

—De hecho, creo que fue en la de tu hermana —especifico.

—Bueno, eso está mejor.

La verdad es que dudo que le importe, porque la hermana de George apenas vive con ellos. Técnicamente sí lo hace, pero se echó novio hará un año y apenas la ven desde entonces. No es como si fueran una familia muy unida en general, sus padres se pasan la vida en viajes de negocios, y él prácticamente vive solo en esta casa enorme.

—¿No te sientes solo a veces? —le pregunto—. Es una casa muy grande, debes sentirla muy vacía.

—La verdad es que un poco, sí. —Suspira— Pero la parte buena es que puedo traerme a mis ligues.

—Como si ligaras alguna vez —bromeo, y él me golpea en el hombro, pero sonríe.

Me siento en la larga mesa del comedor y me pongo a devorar la sopa. George se sienta a mi lado y escribe algo en su móvil.

—Entonces, ¿qué es eso de que Matt por fin ha decidido quitarse el cinturón de castidad? —me pregunta, intrigado.

—No sé. Iba a entrar a casa, he escuchado gemidos femeninos, y he decidido dejarle seguir con su fiesta.

—A lo mejor estaba viendo porno.

—La chica gemía su nombre —aclaro.

—Hay muchos actores porno que se llaman Matt.

—Vaya, qué bien te lo sabes. —Levanto las cejas varias veces.

—Matt es un nombre muy común...

—Ya, ya, claro. —Vuelvo a hacer lo de las cejas y él ríe.

Sigo comiendo y George vuelve la atención a su móvil. Noto cómo el vacío en mi estómago se va llenando y el hambre desaparece hasta que se sacia, y me termino la sopa.

—Oye, esto estaba buenísimo, ¿quién lo ha preparado? —pregunto.

—Mi abuela me hizo bastante comida y me la trajo —contesta.

—¿Cuándo vuelven tus padres?

—Mañana —dice, sin despegar la atención de su móvil, y asiento con la cabeza.

Pongo el tupper y la cuchara en el lavaplatos, pensando en lo mucho que me gustaría tener uno. No soporto lavar los platos.

—¿Sigues viéndote con Dalia? —me pregunta George de repente.

—Hace bastante que no la veo. —Me encojo de hombros— ¿Por qué?

—Solo por preguntar.

—De acuerdo —contesto, no muy convencida por su respuesta, y suspiro antes de preguntar—. ¿Cómo está?

—Bien —se limita a decir, lo cual significa que vuelve a estar guardándose cosas—. Eh... En realidad, ha estado algo deprimida últimamente.

George y Dalia han sido amigos de toda la vida, de hecho fue él el que me la presentó, poco después de hacernos amigos.

—Oh —es lo único que sale de mi boca, porque honestamente no sé qué decir.

—Sí, y ya sabes cómo es ella... No quiere la ayuda de nadie, pero se la ve mal. Debe tener otro bajón de esos que tiene ella a veces. —Suspira y se pasa una mano por uno de los costados de su cuello.

—¿No tenía una novia? —pregunto, recordando lo que él mismo me comentó hace no mucho.

—Sí, eso parece, pero no sé, no me convence.

—Bueno, ella sabrá —digo, cerrando el tema de Dalia y sus cosas.

—Entonces, ¿cómo te va con ese chico? —cuestiona, entendiendo mis ganas de cambiar el tema.

—¿Qué chico? —pregunto distraídamente mientras miro a ver si hay algo más que me convenza en la nevera.

—Ese de Belgravia —especifica.

—Ah, Axel —digo—. Pues bien. Normal, supongo.

—¿Vas en serio con él?

—Hace poco que le conozco, y la verdad es que no tengo demasiadas ganas de tomarme nada en serio desde lo de Dalia —contesto con honestidad.

—Supongo que puedo entenderlo —dice—. Pero deja de rebuscar en mi nevera, que acabas de cenar, glotona.

Una hora más tarde decido que Matt ya debe haber terminado y salgo de la casa de George. Es tarde, mañana trabajo y estoy cansada. Me quedaría a dormir en casa de George, pero no tengo nada de ropa de recambio, y si Matt necesitara que durmiera fuera me lo habría dicho.

Llego a Brixton en metro, me bajo en la parada más cercana a mi casa, y en cuanto salgo de nuevo a la demasiado fría noche de Londres, empiezo a caminar. Tras unos pocos minutos por fin vislumbro mi edificio, pero hay algo que me llama la atención. Hay dos personas delante de un taxi que tiene la puerta abierta, y se despiden con un beso. No los distingo muy bien así que solo miro por curiosidad, pero en cuanto avanzo unos pasos más distingo el largo cabello y la tez morena de mi amigo a través de las luces de la calle, y junto con él una chica que conozco. Su cabellera pelirroja se mueve cuando se gira hacia mí, dejándome ver su tez blanca y sus ojos marrones abiertos de par en par.

Es Beatrice.

Beatrice, la amiga de Jude y prometida de Axel.

Beatrice, la chica de Belgravia.

Esto sí que no me lo esperaba.

Noto mis cejas levantarse casi automáticamente, y abro la boca casi por instinto. Matt se gira hacia mí también, aunque es el menos sorprendido de los tres. Entonces Beatrice le sonríe rápidamente a Matt, me da una sonrisa un poco rara a mí y se mete en el taxi, que arranca pocos segundos después, justo cuando llego a donde está Matt.

—Vaya, así que Beatrice —voy directa al grano y él levanta una ceja—. No sé si estoy más sorprendida porque por fin te aventures a estar con una chica o porque sea ella. ¿Vais en serio?

—Sí —contesta sin dudarlo un segundo—. Aunque las cosas están algo complicadas.

—Me lo puedo imaginar. —Asiento con la cabeza— ¿Cuánto hace que os véis?

—Algo más de un mes, aunque esto en sí empezó un poco más tarde —explica.

—¿Esto?

—Lo de ser... algo más que amigos.

—Vaya, ¿y ya os habéis acostado? —digo sin tapujos—. Me alegro, por fin has salido de tu caparazón, pero ¿por qué no me habías dicho nada?

—No nos hemos acostado, tú siempre pensando en lo mismo. —Rueda los ojos.

—Ah, perdona, es que los gemidos que he escuchado antes me han hecho pensar lo contrario.

—¿Estabas espiándonos? —Me mira, sorprendido, aunque no sé de qué se sorprende, la verdad.

—Claro que no, idiota, tengo cosas mejores que hacer —contesto—. Pero he llegado a casa y los he escuchado desde el rellano.

—¿Tanto se escuchaba? —pregunta, levantando una ceja.

—No, pero tengo un oído muy fino.

—Es decir, que estabas con la oreja pegada a la puerta como una anciana cotilla.

—Más o menos. —Me encojo de hombros— Pero no has contestado a mi pregunta: ¿por qué no me habías dicho nada?

Matt se queda callado unos segundos y se rasca la nuca.

—Como ya te he dicho, es complicado.





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Demos la bienvenida de vuelta a los #MiércolesDeAlex :D  Probablemente en un tiempo ponga otro día de publicación, pero ahora mismo estoy muuuy ocupada y solo puedo con uno :c

¿Qué os ha parecido el capítulo?

¿Os esperabais lo de Matt y Beatrice?

¡Nos vemos el miércoles que viene!

Claire

AVISO: como muchas ya os supondréis, no seguiré subiendo Desarmando a Nate al menos hasta que esta novela esté en la recta final, porque no puedo con todo.

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