21. Axel
Llego a Brixton a las ocho menos cuarto, sintiéndome mucho más nervioso de lo que querría admitir. Hay una mezcla extraña de sentimientos en mi estómago que recoge desde la anticipación hasta un leve sentimiento de miedo. No miedo por Alex, evidentemente, ni siquiera miedo a Brixton; es un miedo más difícil de explicar, pero para resumirlo diré que es miedo a arruinarlo todo por dejarme llevar por mis deseos más carnales.
Sí, sé que sueno a monje cuando digo todo esto, pero para mí siempre ha sido así. Cada vez estoy más seguro de que es un pensamiento erróneo, pero hay una voz dentro de mí que me grita que me estoy equivocando al olvidar todo eso. Ojalá tuviera la facilidad de Jude para mandarlo todo a paseo y hacer lo que me plazca.
Hablando de Jude, me ha estado mandando mensajes casi todo el día, y evidentemente todos hacían referencias a una hipotética relación sexual entre Alex y yo. La verdad es que no sé cuánto de hipotética tendrá, ni siquiera sé qué intenciones tengo hoy, ni cuáles tiene ella. Conociéndola, seguro que pasan cosas... cosas que quiero que pasen, pero para las que no sé si estoy listo.
Jesús, estoy hecho un lío.
No tenía ni idea de cómo vestirme así que me he puesto unos pantalones color crema y una camiseta blanca, intentando no llamar mucho la atención, pero creo que la llamo de todos modos. Un par de personas me miran raro y levanto una ceja, desafiante, aunque sé que debería evitar buscarme problemas por aquí.
Respiro hondo cuando pasan de largo y empiezo a caminar hacia el portal de Alex. Ella me pasó su dirección exacta, así que sé bien a dónde tengo que ir. Veo que la puerta principal está abierta, así que entro sin llamar. Subo hasta el piso correspondiente y, una vez en su puerta, presiono el pequeño botón que supongo que será el timbre de su apartamento, porque está muy cerca de la puerta de al lado. Por suerte, acierto, y no escucho nada en unos segundos que me parecen minutos. Estoy replanteándomelo todo, desde por qué siquiera consideré salir de fiesta con Jude en primer lugar, hace ya semanas, hasta el qué diablos estoy haciendo aquí.
Jugueteo con mis uñas de forma nerviosa, pensando que Alex es capaz de ni siquiera estar en casa, hasta que escucho unos pasos en el interior de la vivienda. Escucho el sonido del pestillo de la puerta y luego el del pomo siendo girado.
Se abre la puerta y aparece Alex al otro lado, con su pelo rubio cayéndole por el hombro en forma de una trenza de la que salen algunos mechones, pero que queda bien de todos modos. Lleva una camiseta que le va muy grande y, debajo de ésta, unas medias de rejilla y unas zapatillas Converse negras algo desgastadas. Un bolso cuelga de su hombro y frunzo el ceño al darme cuenta de que parece lista para salir.
—Puntual como un buen inglés —dice, haciendo una mueca de aprobación, y sale de su apartamento cerrando la puerta tras ella—. Nos vamos.
—¿Qué? —inquiero.
—Que nos vamos. —Empieza a caminar por el pasillo sin esperarme, y no tengo más remedio que seguirla— Venga, que tenemos cosas que hacer.
—¿Qué cosas?
—Tu reto de hoy. —Se gira hacia mí y sonríe con malicia y picardía, una de esas sonrisas que son tan Alex que debería considerar patentarlas.
—¿Qué reto? —pregunto, pero ella no contesta, solo empieza a bajar por las escaleras del edificio.
Suspiro, resignado y bastante intrigado, y la sigo. Salimos a la calle, donde ya está anocheciendo, y ella se para a esperarme. Empiezo a caminar a su lado por las calles de Brixton, y ella me mira.
—¿Qué pregunta querías hacerme por el reto del otro día? —pregunta justo cuando pensaba que iba a explicarme en qué consistía el reto de hoy.
Me siento idiota hablando de los retos que me ponen como si tuviera cuatro años, pero debo admitir que en el fondo me gustan, y se nota que a ella también.
—Oh —contesto, y hago como que me lo pienso.
La verdad es que ya sé qué quiero preguntarle. Es una pregunta que ya le hice semanas atrás, de hecho es la que le hice justo antes de que me dijera que para obtener respuesta a esa pregunta debía besarla, pero no creo que lo recuerde, o lo hace pero quiere que le haga otra. Es una pregunta algo incómoda, y no quiero hacerla sentir mal o remover un pasado doloroso.
—Puedes hacerme cualquier pregunta, no voy a ofenderme —dice, como si me hubiera leído la mente, pero debe ser que se me ve la duda en la cara.
—Está bien —contesto—. Es lo que te pregunté una vez, sobre la causa de la muerte de tu madre.
—Ah, es verdad —dice como si nada.
—No quiero hacerte sentir incómoda.
—Hace ya un par de años de eso, y ni siquiera la vi morir ni nada traumático que puedas imaginarte. Me enteré por terceras personas.
Se me hace raro pensar que la muerte de una madre sea tan irrelevante para alguien como lo es para ella. Hace como si no fuera nada, como si hubiera muerto una desconocida cualquiera. Yo ni siquiera sé lo que haría si mi madre muriera... No quiero ni pensar en ello.
—Entonces... ¿De qué fue?
—Toxoplasmosis —contesta, y levanto las cejas.
—¿Toxoplasmosis? —repito, desconcertado. Me esperaba algo más común como un accidente o cáncer, pero esto me ha tomado por sorpresa—. La toxoplasmosis no suele ser una enfermedad mortal, solo es peligrosa en caso de las embarazadas, y ni siquiera lo es para ellas sino para el bebé. Y, a parte de eso, solo lo sería para una persona con muy pocas defensas...
—Algo que suele ocurrir cuando se tiene sida —contesta, y me quedo mudo.
Se crea un silencio tenso durante unos instantes. No sé qué decir, por mucho que hayamos hablado del VIH y el sida en la facultad, nunca había escuchado de un caso real cercano a una persona que conozco, así que no sé cómo afrontarlo, pero tengo mucha curiosidad. Curiosidad médica, eso es.
—¿Tenía sida? —pregunto con cuidado, intentando no ser maleducado, y ella asiente con la cabeza—. Vaya, lo siento... ¿No estaba en tratamiento?
—Para tratarte tienes que tener una constancia al tomarte las pastillas y te tienen que importar tu salud y tu vida, y ella no tenía nada de eso —contesta.
—Entonces, ¿tú también...? —hago lo posible para que mis palabras no parezcan agresivas, pero quiero asegurarme. No tengo nada en contra de las personas con sida, sé que es una enfermedad cuyo contagio se puede prevenir, pero quiero saberlo. Si la madre de Alex tenía el virus cuando estaba embarazada de ella y no se tomaron precauciones en el parto, ella podría tenerlo también.
—No. —Niega con la cabeza— Lo cogió más tarde, cuando yo ya había nacido, pero ni siquiera sé cuándo ni cómo. Básicamente crecí sabiéndolo, incluso le recordaba cuándo debía tomar sus pastillas, pero en cuanto me fui de casa seguramente pasó de todo.
—Debió ser duro —murmuro.
—No, no realmente. Solo era recordarle que tomara algunas pastillas, nada más.
Decido no indagar más en el tema, y seguimos caminando. Estoy viendo que nos adentramos cada vez más en Brixton y la verdad es que no me hace demasiada gracia.
—¿A dónde me llevas? —le pregunto.
—No seas impaciente —me reprocha con una sonrisa divertida.
—No me metas con gente extraña.
—Vaya, y yo que pensaba llevarte con una mafia llena de inmigrantes para que te saquen los órganos —bromea, y ruedo los ojos.
Dos minutos más tarde Alex gira repentinamente y empieza a bajar unas escaleras en las que no había reparado, hasta que llegamos a una puerta en cuya parte superior hay un cartel que reza "Tequila y limón".
Genial. Otro bar, más alcohol. A este paso voy a acabar en un centro de desintoxicación.
Alex abre la puerta y entramos, encontrándonos con un bar decorado al estilo mexicano y con lleno de personas de la misma nacionalidad.
—¿Qué hacemos aquí? —le pregunto.
—Hoy te voy a hacer un tour por Brixton, y tu reto es aguantar como un campeón y no quejarte —dice, acariciándome la barba como si fuera un perro.
—¿Qué te hace pensar que no voy a aguantarlo?
—Por favor, eres un niño rico de Belgravia y es obvio que no estás cómodo.
—Y, ¿qué ganas tú con eso?
—Divertirme. —Se encoge de hombros, como si ese fuera su único objetivo en la vida.
—Está bien —contesto, y ella sonríe ampliamente.
La pequeña chica rubia empieza a caminar hacia la barra y se apoya en ella con su codo. Hago lo mismo, disfrutando de tener espacio ya que al ser tan temprano no hay demasiada gente —aunque considero que hay bastante para ser solo las ocho—.
—¿Has probado el tequila alguna vez? —me pregunta.
Niego con la cabeza y Alex hace una expresión de horror que me hace sonreír. Pide dos chupitos de tequila, y nos lo sirven junto con un pequeño platito con lo que parece azúcar, y una rodaja de limón a cada uno.
—Primero chupas la sal, luego tomas el chupito y después muerdes el limón —me instruye ella.
—¿Sal? —pregunto, asqueado. No suena como una buena combinación, el azúcar sonaba mejor.
—¿Era eso una queja? —pregunta ella, levantando una ceja y recordándome el reto, y suspiro.
—Está bien.
Observo cómo Alex se toma su chupito y la imito a continuación. La verdad es que arde bastante, pero no voy a darle el placer de verme sufrir por ello.
—Venga, ahora a la vez.
Pide otra ronda y, tras hacer una cuenta atrás, nos lo tomamos a la vez.
—¿Esto es todo? —pregunto, haciendo como que me aburro.
—Otro día te enseñaré la magia de los body shots —dice, y ni siquiera se me ocurre preguntarle qué son, porque sé que solo me dará una sonrisa divertida e ignorará mi pregunta—. Ahora nos vamos a otro sitio.
***
Tres horas más tarde, puedo decir que he bailado salsa, he cenado una hamburguesa hipercalórica, grasienta y de dudosa procedencia, una chica me ha invitado a "jugar" en su casa mientras Alex se moría de la risa al verme la cara, y he jugado a básquet con un grupo de chicos que parecían algo peligrosos al principio pero que han resultado ser simpáticos.
—¿Qué te ha parecido? —me pregunta Alex cuando volvemos a su casa.
—Soportable.
—¡Te ha gustado! —exclama, entusiasmada.
—No he dicho eso —replico.
—Va, no seas aguafiestas Axel, admite que te lo has pasado bien.
—Es posible. —Sonrío, y ella me imita— Me debes una respuesta, no te creas que me he olvidado.
—Pregunta lo que quieras.
Me paro a pensar unos instantes. La verdad es que no había pensado en qué preguntarle, así que digo lo primero que se me ocurre.
—¿Qué pasó con tu primera novia? —pregunto, recordando que ella la ha mencionado alguna vez.
—Mmm, interesante pregunta —murmura, y luego empieza a explicarme—. Se llamaba Michelle. La conocí en Midland. Yo vivía cerca de la ciudad, pero iba allí al instituto y la conocí a través de unos amigos. Empezamos a salir a los dieciséis. A los dieciocho nos fuimos de Texas para probar suerte en San Diego. No salió demasiado bien.
—¿Por qué?
—Rompimos al poco tiempo de llegar allí —contesta, mirando al cielo—. Prácticamente me abandonó para irse con un tipo rico, y nunca más supe de ella.
—¿La echas de menos? —pregunto.
—A veces. —Se encoge de hombros— Aunque tampoco es echar de menos, es que nunca supe qué fue de ella, y me pregunto muchas veces dónde estará, y si estará bien.
Asiento. La verdad es que hay muchos aspectos de la historia de Alex de los que quiero saber más, pero creo que ya he presionado suficiente mi pregunta.
Llegamos a su portal pocos minutos más tarde, ya que su tour ha terminado cerca de su edificio, y me paro justo delante de la puerta.
—¿Subes? —me pregunta, con una mirada que promete muchas cosas.
—Probablemente debería irme —digo, repentinamente abrumado—. Son las once, y he dicho que no llegaría tarde a casa.
—Como quieras. —Se encoge de hombros, y me quedo donde estoy, sin saber muy bien qué hacer.
—Entonces... —murmuro tras unos segundos de silencio incómodo.
—Adiós. —Ondea su mano abierta en mi dirección y se gira, como si nada, para caminar hacia el portal.
Me quedo quieto, algo decepcionado, pero entonces escucho su risa y se gira de nuevo hacia mí. Viene en mi dirección dando pequeños saltitos y antes de que pueda procesarlo sus finos dedos encuentran mi pelo, su otra mano mi mejilla y sus labios los míos.
No puedo evitarlo, me pierdo en el beso. De repente no me importa si alguien nos ve pese a que estamos en medio de la calle pero, ¿qué diablos? estamos en Brixton, nadie me conoce aquí, nadie me va a sacar a Beatrice en cara, ni a mis padres, ni a nadie. Nadie va a cuestionarme ni a juzgarme aquí, y es una sensación extraña porque ahora mismo me siento más seguro en un distrito conflictivo y desconocido que en el mío. Me siento... me siento libre, y cuando Alex desliza su lengua en mi boca y mis manos se pierden en sus caderas, decido que me da absolutamente igual si mis padres esperan que no llegue tarde a casa.
Alex se separa, me mira y, al ver la convicción en mi rostro, me coge de la mano y me lleva hacia el interior del edificio.
Cuando quiero darme cuenta estamos en su habitación. Me siento en la cama y ella se sienta en mi regazo, exactamente igual que la otra vez, pero esta vez estamos solo ella y yo, en privado, sin nadie que nos vea. Sus manos juegan con mi camiseta hasta que decido tomar la iniciativa y quitármela. Ella sonríe en mi boca cuando vuelve a besarme, y hace lo mismo que yo. Se quita la camiseta, bajo la que no lleva sujetador, y la visión es de lo más excitante. Ni siquiera sabía que me gustaran estas cosas, pero ver su torso desnudo, con unas medias de rejilla decorando sus piernas hasta morir en sus cintura y que dejan ver sus bragas de color negro, hace que una erección empiece a formarse entre mis piernas.
Alex me empuja por los hombros con suavidad, indicándome que me eche hacia atrás, y lo hago hasta que mi espalda toca las sábanas.
Mis ojos van a sus pechos. Son redondos, pequeños pero perfectos, y sus pezones están marcados, ansiando tacto, pero no me atrevo a hacerlo. Noto cómo mi miembro endurece aún más, y Alex lo nota porque está sentada justo encima. Me sonrojo y aparto la mirada, avergonzado, pero cuando Alex empieza a moverse, frotándose contra mi bulto, se me escapa un gemido y no puedo evitar mirar. Ella se muerde el labio, y lleva sus manos a sus pechos.
—Puedes tocarlos si quieres —ofrece, y trago saliva.
Aparta sus manos y llevo las mías hasta allí. La última vez —y la primera— que los toqué estaba nervioso y creo que le hice algo de daño, lo que me tira un poco hacia atrás, pero decido hacerlo de todos modos, sintiendo que no tengo por qué reprimirme delante de ella. Llevo solo un dedo al principio, acariciando uno de sus pechos con él, y me aventuro a tocar uno de los pezones. En cuanto lo hago, Alex respira con fuerza, y puedo intuir que le ha gustado. Vuelvo a hacerlo, esta vez con el pulgar y pellizco suavemente. Alex gime y se remueve encima de mí. Llevo las dos manos, una a cada pecho, y toco, exploro y aprendo cómo darle placer poco a poco, viendo sus reacciones y bebiendo de las expresiones que su rostro adopta.
Entonces ella coge mis manos y las lleva a su cintura. Juego con el borde elástico de sus medias y ella se inclina hacia mí. Vuelve a besarme y enredo mis dedos en su suave pelo rubio. Deshago la trenza que lleva y dejo que su largo pelo caiga como una cascada de colores dorados. Se separa de mí unos instantes, y me mira.
—¿Quieres saber cómo darle placer a una mujer, Axel? —me pregunta con voz seductora, y tengo que contenerme para no gemir solo con su voz.
Asiento lentamente con la cabeza. Ella me da un beso rápido antes de apartarse de mí, haciéndome perder el calor de su cuerpo, y echarse a mi lado.
—Ven, mira —me pide, y me giro hacia ella.
Sin quitarse las medias, Alex cuela una de sus manos por dentro de sus bragas. Se toca ahí dentro, donde no puedo ver, y suelta pequeños gemidos mientras lo hace. Nunca había visto a una mujer masturbarse, y me siento tentado a hacerlo yo también pero estoy demasiado concentrado en ella, en cómo se da placer.
Entonces se deshace de las medias y de las bragas, quedando completamente desnuda delante de mí, sin ningún tipo de pudor, y lleva su dedo índice a un punto ligeramente hinchado.
No soy un ignorante; estudio medicina, me conozco las partes del sexo femenino y sé lo que es el clítoris, pero no sabía cómo se estimulaba hasta ahora. Alex parece perdida en su propio placer y me muero por tocarla, por experimentar, y a la vez por tocarme a mí mismo. Opto por lo primero, y mi mano va hasta donde está la suya. Alex me mira y aparta su mano, dejándome hacer.
—¿Cómo lo hago? —le pregunto, algo inseguro.
—Chúpate dos dedos —dice, pero en vez de dejarme hacerlo me los chupa ella, mojándolos con su lengua y enviando electricidad por todo mi cuerpo.
Vuelvo a llevarlos a su clítoris y presiono suavemente. Alex se remueve a mi lado, excitada, y mueve sus caderas incitándome a seguir. Me dice que mueva esos dos dedos en círculos y lo hago. Ella empieza a gemir, empezando en voz baja hasta hacerlo con fuerza.
—Tócame aquí —me pide entre jadeos, pellizcando uno de sus pezones. Pellizco el otro y Alex suelta un pequeño grito—. Estoy a punto...
Sigo haciendo los movimientos, viendo cómo ella se acerca más y más, hasta que un grito más alto que los demás, seguido de gemidos y súplicas de que no pare me indican de que está teniendo un orgasmo, y se lo he dado yo con mis dedos.
Siento el orgullo hinchar mi pecho al ver a Alex intentando controlar su respiración, con su pecho subiendo y bajando.
Antes de poder procesarlo, se gira hacia mí y me besa con pasión. Noto sus manos en mi cinturón. Lo desabrocha, y le siguen mis pantalones. Me los baja y saca mi duro miembro de los calzoncillos. Al verlo, se lame los labios y por un segundo pienso que va a llevar su boca allí, pero empieza a masturbarme.
—No aguantaré —le advierto, y ella asiente con la cabeza.
—No espero que lo hagas. Es tu primera vez, déjate llevar.
Y lo hago. Me sigue tocando hasta que no puedo más y llego al orgasmo, manchando mi propio abdomen y la mano de Alex. Gimo sin poder controlarlo y muevo mis caderas, intentando prolongar esta sensación, esta liberación tan ansiada. En cuanto termina, me quedo varios minutos en la cama, al lado de una Alex en silencio, sintiéndome exhausto.
—¿Te quedas a dormir? —me pregunta Alex.
La oferta es tentadora, pero si no duermo en casa mi familia hará preguntas.
—No, es mejor que no —contesto—. Me iré ya a casa.
—Está bien —asiente.
Me levanto de la cama y voy al baño a lavar los restos de lo que acabamos de hacer. Estoy mirándome al espejo, pensando, cuando aparece Alex para lavarse las manos.
—Quiero que sepas que no estoy con Bea ya —digo, dejándole claras mis intenciones—. No soy una persona de jugar a dos bandas. Ella y yo seguimos prometidos, pero solo de cara al mundo.
—Suena excitante —contesta ella—. Un secreto arriesgado, pero que tiene su sentido.
Me doy cuenta de que ha evitado hablar de nuestra relación, pero opto por no insistir.
—¿Volverás? —me pregunta.
—Si tú quieres, sí —contesto.
Ella sonríe y acaricia mi brazo distraídamente.
—Te mandaré un mensaje.
—Está bien —asiento—. Y me debes otra respuesta.
—Ya he respondido a dos preguntas hoy, no abuses —bromea, y río.
Vuelvo a la habitación para vestirme, y me despido de Alex con un beso que se suponía que iba a ser casto pero termina siendo con lengua.
Salgo del apartamento y me encuentro a Matt, quien al verme me da una sonrisa y entra en el piso.
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¡Ha llegado el Martes de Alex! Pensabais que lo había olvidado, ¿eh?
Capítulo largo tal y como prometí hehe espero que os haya gustado!
Claire
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