Capítulo 1
Jeon Jungkook, un joven normal ante los ojos de cualquiera. Joven trabajador, amigable, agradable y de sonrisa risueña. Cualquiera que lo conociera no podría decir ni una cosa negativa de él. Siempre tan amable y caballeroso. El único aspecto malo que tenía es que no había seguido una carrera universitaria, a ojos de todos veían como desperdicio la gran inteligencia que el azabache poseía, pero no había nada por hacer, ya era un adulto. Y como adulto responsable, Jungkook poseía un trabajo de medio tiempo en un restaurante como mesero con el que se mantenía a él y a su pequeña casa.
El joven vivía tranquilamente en un barrio poco llamativo, humilde, donde mayormente vivían personas de mayor edad y los pocos niños que se veían eran nietos de los propietarios.
Otro día había empezado y el azabache había despertado temprano como todas las mañanas. Se duchó, desayunó e hizo un poco de ejercicio antes de salir de su hogar, claro, no sin antes cerrar la puerta con llave. Al salir, aspiró hondo y estiró sus brazos al aire, dibujando una leve sonrisa en sus finos labios, emprendió camino hacia su trabajo.
—¡Jungkookie! —Oyó que lo llamaban.
Giró su cabeza hacia donde la voz se oía, encontrándose con una señora mayor de sonrisa dulce. Esa que siempre la saludaba por las mañanas. Sonriendo con ligereza, se acercó a ella, quien estaba regando las plantas.
—Buenos días, señora Choi —saludó con educación. Ella le sonrió en respuesta—. ¿Cómo ha estado? No la he visto en estos días.
—Oh, es que he ido a visitar a mi hija en la isla Jeju —explicó ella mientras dejaba la regadera a un lado.
—Ya veo. ¿La pasó bien? ¿Cómo está su hija?
—Bien, gracias a Dios todo fue bien. Ella también está bien, feliz luego de su divorcio. —La sonrisa de ella se ensanchó ante el recuerdo. Su yerno nunca le había caído bien. Jungkook rió.
—Me alegro que le vaya bien. Ahora, si me disculpa, debo retirarme porque debo ir a mi trabajo.
—Oh, claro, cariño. Y yo acá entreteniéndote. Que tengas un buen día.
—Igualmente, señora Choi. —Hizo una pequeña reverencia antes de retirarse, siendo correspondido por la mayor.
Siguió su camino escuchando música a través de sus audifonos, saludando a algún que otro vecino que por ahí se cruzó. En el trayecto a su trabajo, no presto atención a nada ni nadie, su cuerpo estaba ahí, pero su mente volaba en su propio mundo que se movía por las melodías que escuchaba y simplemente lo hacían perderse en sus letras. Unos quince minutos después, llegó a su destino y entró al lugar desde la puerta de empleados, fue hasta vestuario para cambiarse la ropa de calle por el uniforme del establecimiento y unos minutos después salió del mismo ya listo para empezar su turno.
Como siempre, Jungkook era el primero en llegar después del gerente, quien era el primero en arribar para abrir el establecimiento. La rutina del azabache era siempre la misma; llegaba, se cambiaba y empezaba a limpiar y acomodar hasta dejar todo pulcramente arreglado para sus clientes. Cuando ya no tenía más que hacer y cuando el resto de sus compañeros ya estuvieran ahí también, se quedaba a la espera de los fieles clientes que ahí desayunaban.
De a poco fueron llegando los clientes siendo recibidos por una de sus compañeras, mientras Jungkook y otro chico eran los encargados de tomar las órdenes. El ambiente era agradable en esa fresca mañana, y el local de a poco empezaba a llenarse, manteniendo ocupado a todos los trabajadores.
Quizás a algunos les resultaba hasta tedioso el trabajo, exigía demasiado, pero a Jungkook le gustaba. Mantenerse haciendo algo durante todo su turno era algo que prefería hacer antes de que quedarse sentado a la espera de poder hacer algo. Odiaba mantenerse quieto en un lugar.
—Oh, por dios, Jungkookie. Debes decirme qué les ponen a estas cosas, ¡Saben delicioso! —comentó un señor de avanzada edad que siempre desayunaba ahí desde que su esposa falleció. Nunca la había gustaba desayunar solo y desde que ella se fue ya no tenía compañía en su hogar, así que iba a ese local a sentirse acompañado por esos perfectos desconocidos.
Jungkook rió por su comentario, negando con la cabeza.
—Eso debe preguntarle a Jeonghan Hyung, él se encarga de la comida —dijo mientras acomodaba la mesa continua a la del señor—. Aparte si le digo ya no tendrá caso que vuelva, señor Kim.
—Eso ni pensarlo, me tendrás aquí todos los días —dijo antes de llevarse otra porción de los panqueques la boca.
Lo ojos del hombre de posaron en la televisión que estaba colgada en una esquina de la barra. En la pantalla se transmitía la noticia de una joven castaña de 24 años desaparecida hace días. Los padres hablaban de lo ocurrido y de lo desesperados que estaban buscándola por todos lados, pidiendo ayuda de que si alguien sabía algo o había visto algo de comunicaran con la policía.
—Que pena que algo así este pasando —comentó en un suspiro en el hombre.
Jungkook dirigió su mirada en la misma dirección que veía el señor para entender de lo que hablaba, encontrándose con la noticia de la chica. Entendía el porqué lo decía; con ella era la novena joven en lo que iba del año en reportarse como desaparecida. A más de una la han encontrado. Pero solo sus cuerpos sin vida.
—La policía dice que puede ser un asesino en serio —dijo el azabache volviendo a lo que hacía.
—Es increíble eso pase en estos tiempos. —Negó el hombre.— No recuerdo otro que otro suceso así haya pasado en nuestra sociedad.
—Lo entiendo. —Apoyó Jungkook.— Pero desquiciados hay en todos los tiempos.
—Tienes razón. Ojalá lo atrapen pronto.
—Sí... Ojalá.
El resto del día transcurrió con normalidad. Clientes iban y venían y el azabache se mantenía ocupado de aquí para allá entregando las ordenes.
Cuando la noche llegó, el encargado le pidió a Jungkook cerrar el local ya que le surgió un problema familiar y debía marcharse rápido. Jungkook era el más confiable de todos para ese favor y al azabache no le molestaba ayudarlo.
Cuando todos se fueron, el joven se quedó a terminar de limpiar el local y junto a él una compañera que se ofreció a ayudarlo. Era cerca de las once de la noche cuando dejaron el lugar impecable, todo perfectamente acomodado como a Jeon le gustaba.
—No era necesario que te quedarás, SaeMi, pude encargarme yo solo —dijo Jungkook en la puerta del establecimiento junto a su compañera—. Por mi culpa terminamos tarde y no es seguro que tú andes sola a esta hora con un loco suelto por ahí.
—Descuide, Oppa, estaré bien. Aparte era mucho trabajo para usted solo. —Mencionó ella jugando con su cabello.
La verdad era que quería estar sola con el azabache. Hace un tiempo que tenía un crush por ese bello hombre, ¡No podía evitarlo! Era tan lindo, atento y caballeroso que cualquiera podría rendirse a sus pies. Incluso físicamente era atractivo y su manera de expresarse era tan única.
—Está bien. Vuelve a casa con cuidado y avísame cuando llegues, por favor. —Estuvo a punto de volver a entrar al local para buscar sus cosas, pero fue detenido por la joven, quién jaló de su ropa para llamar su atención, cosa que logró. —¿Si? ¿Sucede algo?
—Oppa...
Jungkook frunció ligeramente el ceño, extrañado por su compañera. Se balanceaba de un lado a otro, jugando con sus dedos, notoriamente nerviosa y por alguna razón sus mejillas cambiaban de color a un carmín intenso.
—Oppa, usted me gusta mucho. Por favor acepte mis sentimientos. —soltó avergonzada la joven con sus mejillas ardiendo. No podía creer que de verdad estuviera confesandose a su crush.
Por otro lado, Jungkook estaba un poco atónito. Él jamás hubiese pensado que podría llegar a gustarle a la joven. Realmente nunca notó nada diferente, pero eso también podría ser porque tampoco le prestaba mucha atención a la gente que le rodeaba. Poco era su interés en tener una vida social. De haberlo sabido, se hubiese alejado de la chica, pues no quería crearle falsas ilusiones ni romperle el corazón.
No era su culpa, era de las personas por no ser claras.
—Oh, lo lamento mucho, SaeMi, no puedo corresponder a tus sentimientos. Yo estoy completamente enamorado de alguien más... —Fue inevitable que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios ante la imagen de su amado que se dibujó en su mente.
El rostro de la joven denotaba la desilusión que sentía. Esa bonita expresión en su compañero destruía cualquier ilusión que podría albergar en su corazón sobre un futuro juntos. Nadie puede causar eso más que una persona que realmente te tiene enamorado y ella no es quién para meterse en medio. No conocía a la persona, pero cualquiera que lograra hacer que el azabache sonriera de esa forma y que sus mejillas se colorearan de un tono carmín con solo un simple recuerdo, merecía el cielo.
Jungkook era una persona tan linda, tan buena y con un corazón tan cálido que merecía tener a una bella mujer que lo amara y cuidara de él.
—Lamento no poder corresponder a tus sentimientos. —Continuó él sacándola de sus pensamientos.
Ella negó con una pequeña sonrisa.
—No se preocupe, Oppa. Nadie manda en el corazón y el suyo late por alguien más.—Hizo una corta reverencia, siendo correspondida por el contrario, y se dio la vuelta para marcharse. Aunque doliera, sabía aceptar un rechazo.
Jungkook suspiró ligeramente, odiaba tener que rechazar los sentimientos de una hermosa joven como lo era ella, pero su corazón le pertenecía a un hermoso castaño que no tenía idea de su existencia. Que dura que es la vida.
Terminando con los deberes que le faltaban, el azabache cerró el local, asegurándose que todo estuviera con cerrojo y que fuera imposible el ingresar. Una vez hecho, emprendió camino hacia su hogar. Como ya era muy tarde, no era para nada seguro caminar hasta su casa, pues las calles que debía transitar no eran muy lindas que se diga. El andar solo a tan altas horas de la noche por ahí era muy peligroso. Más de una vez lo han intentado robar, sin éxito, pero lo intentaron. Así que para ahorrarse problemas, decidió usar el transporte público, ese que solo usaba cuando era meramente necesario y solo de noche, pues odiaba estar rodeado de tanta gente y más aún en un espacio reducido. Él aprecia mucho su espacio personal.
Estuvo esperando sentado la parada del bus por alrededor de diez minutos la llegada del que tenía que tomar. Cuando llegó, se subió a este, agradeciendo mentalmente de que estuviera casi vacío. Sentado en una de los asientos que estaban en el fondo, veía por la ventna mientras escuchaba música con sus auriculares puestos.
Fue un viaje tranquilo y rápido, sin muchas paradas, en unos veinte minutos llegó a su destino. Caminó las pocas cuadras que separaban la parada de bus y su morada con cautela, pero al mismo tiempo siendo rápido. Ya no escuchaba música para alejar los molestos sonidos del exterior, al contrario, estaba concentrado en escuchar cualquier ruido a su alrededor, atento a que ninguna pisada lo siguiera. Llamenlo paranoico, pero en estos tiempos no se puede fiar de nadie.
Hay que ser precavido.
Cuando por fin llegó a su hogar, recién ahí pudo sentirse tranquilo y totalmente seguro dentro de esas cuatro paredes. Nadie podía entrar.
Ni salir.
Se tomó el tiempo de dejar sus cosas del trabajo perfectamente acomodadas antes de ir a la cocina a prepararse un sándwich. Le daba pereza cocinarse algo. Comió su cena ahí mismo, mientras revisaba sus redes sociales. Realmente no era activo en ellas, pero era la forma más fácil de enterarse de lo que pasaba en el mundo.
Mientras revisaba el inicio de su Twitter, se cruzó con un hilo que explicaba todo el contexto sobre la desaparición de la chica que pasaron esa mañana en las noticias, con toda la información que se sabía del caso. Por curiosidad se metió a ver qué decía. El hilo hablaba desde cómo era la joven hasta los sospechosos que la policía tenía que podrían relacionarse a su desaparición, cosa que le extrañó, pues en teoría la policía no daba detalles del caso. Tal vez eran teorías que la usuaria se habría creado en base a la evidencia.
Alguien había estado viendo muchos programas de tv.
Acabó de comer y limpió el poco desastre que había hecho en la isla de su cocina. Una vez listo, fue a la puerta que daba al sótano. Quería ver a su adorable mascota.
Abrió la puerta y encendió la luz, iluminando aquel tenebroso lugar lleno de mugre.
Una preciosa sonrisa se dibujó en su rostro, tan bonita y risueña cual niño al que le daban permiso para jugar.
—Hola, linda —saludó él bajando las pocas escaleras que había y caminó unos pasos hasta situarse frente a un asqueroso colchón ya medio enegrecido por la humedad.
Ahí acurrucada contra la pared, lo más alejada que pudiera del azabache, se encontraba encadenada, amordazada y sollozando en silencio la joven castaña que llababan buscando hace más de diez días.
—¿Me extrañaste?
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