9
El sábado por la tarde, justo después de despertarme, comí en el sofá. Mis padres nunca me dejaban hacerlo, y era por eso que me hacía especialmente feliz poder tomarme esa libertad cuando no estaban.
Estaba mirando una serie a la que me había enganchado hacía poco mientras comía con hambre la pasta con tomate que me había preparado. Tenía una tarrina de helado esperándome en el congelador, así que el día prometía.
Mi móvil, tirado de cualquier manera a mi lado, se iluminó varias veces —me había hecho a mí misma el favor de quitar la vibración, porque me ponía de los nervios— y vi que había recibido un mensaje de Leo. Levanté una ceja con interés, y cogí el teléfono para ver qué decía.
Leo: Hola
Leo: Nos vemos?
Sonreí, y empecé a escribir una respuesta.
Una hora más tarde, el timbre de mi casa estaba sonando, y ni siquiera me molesté en ponerme algo encima de los pantalones cortos de deporte y el top que llevaba puesto —mi ropa para ir cómoda por casa—, porque ya sabía bien quién era. Abrí la puerta de abajo y escuché sus pasos subiendo por las escaleras hasta mi puerta. Al verme, sonrió con picardía, y fue a entrar pero apoyé uno de mis pies contra la pared, para que mi pierna le impidiera el paso.
—Creo que tenemos una conversación pendiente antes de ir a hacer lo que estás pensando —le dije, cruzándome de brazos.
—¿Una conversación? —preguntó, confundido.
Ladeé la cabeza y lo miré con las cejas levantadas.
—¿No crees que haya nada que tengamos que hablar? —insistí—. Como, no sé, tu comportamiento de ayer, y el hecho de que a veces te da por enfadarte e irte de los sitios.
Leo suspiró y apartó la mirada, porque sabía perfectamente de qué le estaba hablando.
—Mira, lo siento —empezó, y bajé el pie de la pared porque me parecía un buen comienzo—. A veces me pongo así, pero luego se me pasa. Es solo que... Me da la sensación de que no te tomas lo nuestro en serio, y con esto de Gabriel...
—¿Gabriel? —inquirí.
—A Gabriel le gustas, estoy seguro —dijo—. Y, a veces, cuando prefieres quedar con él antes que conmigo... No sé, me pongo celoso.
—No me interesa Gabriel —mentí, aunque lo coloqué en mi lista de mentiras piadosas porque, aunque el rubio sí me interesaba, no pensaba hacer nada al respecto y él tampoco, como había quedado más que claro en nuestra conversación de hacía apenas unas horas—, y tengo derecho a tener amigos y hacer planes con ellos. Es algo que seguiré haciendo Leo, aunque no prefiero quedar con él antes que contigo. Nunca te he cancelado ningún plan por él ni por nadie, así que dudo que lo haya preferido en ningún momento.
Leo volvió a suspirar.
—Es que veo cómo te mira, y me pongo paranoico —murmuró, y luego recuperó su tono de voz habitual—. Mira, la última novia que tuve, y la única que he tenido a parte de ti, de hecho, me puso los cuernos. Yo ya sospechaba, porque veía que iban muy juntos, pero ella me decía que no tenían nada... No quiero desconfiar, pero no puedo evitarlo. Aun así, lo intentaré por ti, te lo prometo.
Sonreí, satisfecha. Entendía cómo se sentía, aunque no me hubiera pasado exactamente lo mismo. Una mala experiencia podía marcar tu forma de ser en el futuro, y eso lo sabía bien. Me gustaba que lo hubiera compartido conmigo, y que me hubiera prometido que intentaría confiar, porque sentía que habíamos dado un paso importante en la relación.
—Puedes pasar —le dije finalmente, y él me devolvió la sonrisa.
La conversación terminó ahí, porque él puso sus labios sobre los míos y nos fuimos a mi cama, donde media hora más tarde respiré hondo, sudada y sin haber podido llegar todavía al orgasmo, pero sintiéndome mucho mejor. Le dije a Leo que quería salir, y eso hicimos. Corría una brisa agradable por la calle Muntaner cuando cerramos la puerta de mi edificio detrás de nosotros, y el sol era agradable sobre mi piel pero no llegaba a quemar, porque había algunas nubes esparcidas por el cielo que hacían de lo que quedaba del calor veraniego algo mucho más ameno.
Cogí su mano con suavidad y empezamos a caminar calle abajo mientras hablábamos de tonterías. Ese día me sentía feliz, despreocupada, aunque unas horas atrás mi cabeza hubiera estado sembrada de dudas. En ese momento, no me importaba.
—¿Quieres conocer a mi hermana? —le propuse mientras buscábamos un sitio donde tomar algo.
Él me miró con una ceja levantada, pero pronto sonrió y asintió con la cabeza.
—¿No vive en París? —preguntó.
—Sí, pero para eso se inventaron las videollamadas —respondí.
Nos sentamos en un bar que tenía buena pinta, en la terraza, y llamé a Nina mientras esperaba a que nos trajeran las bebidas. La pillé de resaca, justo como estaba yo —aunque me encontraba mucho mejor desde que había comido—, y pude presentarle a Leo. Congeniaron rápidamente, y estuvimos hablando durante un buen rato, hasta que uno de los compañeros de piso de Nina entró y le propuso salir a comer.
—Vaya, vaya —comenté, con una mirada sugerente, cuando dicho compañero salió de su habitación—. Es guapo.
—Y no tiene ningún interés por las mujeres —aclaró—. No hay nadie que me interese en esta ciudad, por ahora.
—Mmm —murmuré—. Qué aburrimiento.
—Hay más cosas en la vida, Ariadna —rebatió—. Igual algún día te das cuenta.
—No lo creo —bromeé, y ella sonrió.
No tardamos en despedirnos de ella, y terminé la llamada. Leo parecía contento mientras cambiábamos de tema y le contaba todos los detalles sobre el lío entre Silvia y Marc —aunque omití el hecho de que a Marian también le gustaba nuestro amigo, porque una servidora no rompía sus promesas—.
La idea para esa tarde era ir al gimnasio, pero al final decidimos quedarnos en casa, donde Leo se quedó a dormir y pasamos un fin de semana tranquilo y sin preocupaciones.
***
El lunes por la mañana, llegué a la universidad con tiempo de sobra, algo que no ocurría a menudo. Fui de las primeras en entrar en clase, y me encontré a Silvia mirándome como si fuera un fantasma.
—¿Ari llegando a la hora? —Se miró la muñeca, aunque no llevaba ningún reloj—. Tengo que estar soñando.
—Calla, tonta —me carcajeé, dándole un golpe suave en el hombro—. De vez en cuando ocurren milagros como este.
—Ya veo, ya —murmuró, divertida.
La siguiente persona en cruzar la puerta fue Gabriel, pocos minutos más tarde, y cuando nuestras miradas se encontraron su expresión se mantuvo neutra durante unos segundos, como si estuviera pensando en cómo reaccionar, pero luego sonrió y se acercó a nosotras.
—Buenos días —nos saludó, y se sentó delante nuestro.
Podría haberse sentado a mi lado, porque había sitio, pero eligió no hacerlo, y fue ahí cuando me di cuenta de que estaba intentando mantener las distancias. Suspiré de la forma más sutil que pude, consiguiendo que nadie se diera cuenta, pero en el fondo sabía que era lo mejor.
El siguiente en llegar fue Marc, y por cómo le sonrió a Silvia pude ver que lo de estos dos no había sido un lío de una noche.
—Tú tienes muchas cosas que contarme —le murmuré a mi amiga, y ella se rió.
La clase ya estaba casi llena cuando Leo entró. Me saludó con un beso rápido, porque detrás de él venía el profesor, y se sentó al lado de Gabriel. Pensaba que habría tensión entre ellos dos, pero pronto se pusieron a hablar como si nada, y me sentí aliviada. Parecía que la situación podría funcionar. Eso pensaba.
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