41 (Final)

—Esto ha sido una muy mala idea —murmuré, nerviosa, y miré a Gabriel—. Todavía estamos a tiempo de decir que no vamos.

—No va a ser tan horrible —me aseguró él, aunque no tenía ni idea.

—Son mis padres, hay un ochenta por ciento de probabilidades de que sea horrible.

—Nos aferraremos a ese veinte por ciento restante, entonces. —Su mano encontró la mía y dejó una caricia reconfortante—. Si no quieres no vamos, claro está, pero quiero que sepas que por mí no hay problema.

—Ojalá fueran como tu madre y Juliana.

Cenábamos con su madre y Juliana, su novia, que se había mudado con ellos, bastante a menudo. Con ellas era muy fácil estar, la conversación fluía de forma natural y me hacían sentir muy cómoda. Por mí, nos habríamos quedado tal y como estábamos, sin que él conociera a mis padres, pero ya llevábamos siete meses juntos y a mis padres les hacía ilusión. Los había visto alguna que otra vez desde que me había ido de casa, y se notaba que estaban haciendo un esfuerzo, pero una cosa era eso y otra presentarles a mi novio.

Además, esa noche no íbamos a estar los cuatro solos. Era Semana Santa, lo que significaba que Nina estaba aquí, y Adil había venido a pasar unos días. Se quedaban en un hotel, por lo que Adil todavía no había conocido a mis padres, lo iba a hacer esa noche. A mí me parecía una idea de mierda, pero Nina pensaba que podía salir bien, y Adil estaba dispuesto a intentarlo.

Nos encontramos con la pareja una calle antes de llegar al restaurante en el que habíamos quedado con nuestros padres. No me hizo falta presentarles a Gabriel, porque se habían conocido un par de días antes. Adil llevaba una caja de algo que no supe reconocer en las manos, y me la quedé mirando después de saludarlos.

—¿Turkish Delight? —pregunté, leyendo lo que ponía en la caja, acompañado de una imagen de una especie de cubitos blancos.

—Son delicias turcas —me dijo él—. Un dulce muy típico de Turquía.

—¿Lo puedo probar? —pedí, aunque sentía que me podría comer la caja entera, de lo nerviosa que estaba.

—Son para tus padres —contestó, con una sonrisa divertida.

—Ya le está entrando la gula de ansiedad —comentó Nina.

—¿No estás nerviosa? —le pregunté al verla tan tranquila.

—Llevo meses preparando el terreno, creo que saldrá bien.

—Eso espero... —murmuré, y decidí callarme porque tampoco quería asustar a Adil.

Caminamos hacia el restaurante los cuatro juntos. Pese a que llegábamos con cinco minutos de antelación, estaba segura de que mis padres ya estaban dentro, así que entramos, dijimos el nombre de mi padre y un amable camarero nos llevó hasta la mesa. El decorado del restaurante gritaba lujo por todos lados, y me entró la duda de si mis padres tenían la intención de pagar la cena, o si iba a tener que pagar yo lo mío y sobrevivir comiendo legumbres lo que quedaba de mes.

Distinguí el pelo grisáceo con entradas de mi padre y la cabellera rubia de mi madre —lo único en lo que nos parecíamos, y eso que ella era teñida—. Ambos leían la carta con las gafas puestas y la misma expresión de concentración en la cara, lo que me habría parecido cómico de no haber estado tan nerviosa.

A la que nos vieron, se levantaron para saludarnos a todos. Examiné sus rostros para ver alguna mueca, algún gesto que delatara que estaban insatisfechos, pero no vi nada. No me malinterpretéis, estaba muy orgullosa de estar con Gabriel, pero ellos le encontraban pegas a todo y no tenía ganas de que él se sintiera incómodo.

Adil les dio las delicias turcas y papá parecía interesado de verdad en probarlas —aunque hay que decir que era muy fan de la comida, el señor—. Estuvieron haciéndole preguntas sobre prácticamente toda su vida, desde su carrera, a su familia y su país. Descubrí que Adil se había ido de Turquía con su familia a los siete años, que habían vivido brevemente en Berlín, y luego se habían mudado a París. También descubrí que tenía cuatro hermanos. Mi madre asentía, con curiosidad, y luego se giró hacia Gabriel.

—Y dime, Gabriel, ¿tienes hermanos? —preguntó, y tuve que reprimir el impulso de rodar los ojos porque ya sabía que ahí empezaba el interrogatorio.

—No, soy hijo único —contestó él—. Solo somos mi madre y yo.

—Oh, vaya... —murmuró, y supe que no sería capaz de aguantarse las ganas de preguntar más, cosa que me confirmó apenas dos segundos más tarde—. ¿Y tu padre? Ay, disculpa, puede que sea una pregunta incómoda.

—No, para nada. —Gabriel rio—. Nunca he tenido padre. Mi madre no tenía pareja y quería tener hijos, así que me adoptó ella sola.

—¿Nunca se casó?

—No, pero ahora tiene pareja desde hace unos meses. Ya estuvo con ella cuando yo era pequeño, y parece que ahora lo están volviendo a intentar.

Me entraron ganas de reír al ver la cara de mis padres, porque les debía de estar explotando la cabeza. Tenían en la mesa a un chico de otra cultura, cosa que siempre les había costado de asimilar, y a otro con una familia monoparental encabezada por una madre lesbiana. Aun así, al ver que el rostro de mi padre adoptó una sonrisa, sentí un deje de orgullo que nunca había sentido con respecto a ellos porque, por primera vez, vi que se estaban esforzando por ser mejores personas.

El resto de la cena fue bastante bien. No diré que nos pasamos el rato riendo y disfrutando, pero no estuvo mal. Hablamos, nos contamos cosas, y descubrí cosas de mis padres que ni siquiera yo sabía, como que mi madre había vivido un par de años en el pueblo de mis abuelos, o que mi padre siempre había querido ser ingeniero, aunque hubiera terminado de abogado. Era, probablemente, la primera conversación normal que tenía con mis padres, y debo decir que era agradable poder hablar así con ellos, tan despreocupadamente.

Mientras esperábamos el postre, decidí dar la noticia. Igual para ellos no era nada, pero yo me sentía muy orgullosa de mí misma, y lo quería compartir.

—Me han dado una beca —expliqué—. Me dan subvención económica y un taller para pintar, además de que haré una exposición.

—Eso es fantástico, Ariadna —contestó mi madre con una sonrisa.

Me estuvieron preguntando sobre la beca, y sobre lo que quería hacer con mi vida —que no lo tenía demasiado claro, a decir verdad— durante el postre. Empezaría a tener acceso al taller en un par de semanas, y tenía que pensar qué haría con el trabajo, porque combinar las clases en la universidad, las horas en el taller y el trabajo no era una opción viable. Por suerte, el dinero de la beca me permitiría mantenerme durante unos meses, y luego ya vería qué iba a hacer.

Al terminar la cena —que pagaron mis padres, por suerte— nos despedimos de ellos, y nos fuimos con Nina y Adil a tomar algo. Adil no bebía, así que se ciñó a los refrescos —era muy fan del Nestea, al parecer— mientras que Gabriel, mi hermana y yo tomamos cerveza. Fui psicoanalizada varias veces, nos reímos mucho, me cargué una copa de cerveza de una patada en la mesa al tener un ataque de risa, me disculpé mil veces con el camarero, y salí de allí muy contenta, cogida de la mano de Gabriel.

—Pues no ha estado tan mal, al final —me dijo él mientras nos dirigíamos a la parada del metro—. No entiendo por qué estabas tan nerviosa, si tus padres son agradables.

—En mi defensa diré que no conoces la versión de mis padres de hace unos meses. Se nota que se están esforzando. Parece que están yendo a terapia, y mira que siempre habían dicho que esas cosas eran una tontería.

Gabriel solo rió, y al llegar a la boca del metro decidimos que queríamos ir a pie, aunque estábamos a casi una hora de mi piso. Paramos por el camino a tomarnos una cerveza más, y llegamos a mi piso pasada la medianoche. Ya estaba empezando a buscar otros pisos a los que mudarme, porque mis compañeros seguían igual de inaguantables con las fiestas, y planeaba estar fuera de allí en un mes. Aun así, ese fin de semana se habían ido todos a visitar a sus padres, así que Gabriel y yo podríamos estar tranquilos.

Terminamos la noche abrazados en mi cama, desnudos y sudados. Mi cabeza reposaba en su pecho, lo que me permitía notar los latidos de su corazón, y sonreí.

—¿De qué te ríes? —preguntó Gabriel.

—¿Cómo sabes que me estoy riendo?

—Lo he notado en la piel.

—Eres muy raro, eh —bromeé—. Y no me estoy riendo, solo estoy contenta.

—¿Y eso?

—¿Por qué no iba a estarlo? Estoy aquí, en la cama, contigo, y la cena con mis padres no ha sido un desastre absoluto.

Él dejó un beso en mi cabeza.

—Quién nos iba a decir que terminaríamos juntos, ¿eh?

—Yo lo tenía bastante claro —respondí—. No sabía cómo ni cuándo, pero sabía que acabaría contigo.

—Yo pensaba que seguiría siendo algo imposible... O sea, cuando estabas con Leo, y todo eso.

—Ugh, ni me hables de ese —gruñí, y Gabriel se echó a reír.

—La vida da muchas vueltas —murmuró—. Qué cosas.

—Cosas interesantes, al menos.

—Cosas de rubios —respondió, y no pude verlo, pero estaba segura de que estaba sonriendo.

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amigas amigAAAAAAS QUE SACABAOOOO

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

Bueno, me reservo el intense screaming (ese era de intensidad baja) para cuando suba el epílogo, que si todo va bien será esta semana.

Get ready, que Gabriel muere en el epílogo uPS JEJEJJ es broma, es broma (o no)

Por cierto, me he hecho TikTok! (hace como 2 meses, pero acabo de acordarme de comentarlo por aquí). Seguidme bbs, soy sirendreamsw

¡Nos leemos pronto!

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