39
Desperté con los músculos entumecidos, un dolor de cabeza martilleante y en una habitación que no reconocía. Tardé varios segundos en recordar que me había quedado a dormir en casa de Claudia, después de que el partido de fútbol hubiera terminado a las cinco de la mañana y no me viera con fuerzas de ir para casa. A mi lado, en la enorme cama doble, estaba Natalia, emitiendo unos ronquidos suaves que me hicieron sonreír.
Estiré las extremidades, intentando deshacerme de la sensación de pesadez, y gemí al notar mis músculos reactivarse.
Entonces me dio por mirar al móvil, y salté de la cama. Las doce y media. Entraba a trabajar a las dos, y tenía que ir a casa, ducharme, cambiarme y, si quería sobrevivir, comer algo.
Agradecí no encontrarme demasiado mal por la resaca, que solo se había manifestado con dolor de cabeza —había hecho bien en no beber demasiado durante la fiesta— y, tras buscar mi ropa por el suelo y ponérmela, salí prácticamente corriendo de la casa. No había nadie en el salón, así que no me molesté en intentar buscar a alguien para despedirme, me fui a toda velocidad hacia la parada de bus más cercana, por donde creía recordar que pasaba uno que llevaba al centro, y de allí podía coger otro hacia mi casa.
Estaba en el bus cuando, al haberme librado de las prisas y el estrés, toda la conversación que había tenido con Gabriel horas atrás volvió a mi cabeza. Mi intención había sido jugar el dichoso partido de fútbol —tengo que reconocer que me lo había pasado bien, por eso— y retomar la conversación con él, pero el partido se había alargado y yo había terminado tan cansada que solo podía pensar en ir a dormir. No sabía si él también se había quedado a dormir o se había ido a casa, porque cuando yo me había ido a la cama Gabriel seguía en el jardín.
Me sentí tentada a dejarlo pasar y esperar a que fuera él quien me dijera algo, pero no tardé en darme cuenta de que tenía que romper esa dinámica. Para arreglar las cosas, iba a hacer falta un esfuerzo de mi parte... también tengo que admitir que lo último que me había dicho esa madrugada me había dejado de los nervios, y necesitaba saber más. Así que decidí dejar de comerme la cabeza y mandarle un mensaje.
Ari: Tenemos que hablar
Ari: Ahora no porque tengo que ir a trabajar hasta las 22, pero si quieres quedamos después... o mañana, como te vaya mejor
Ni siquiera recibió mis mensajes, por lo que asumí que estaría durmiendo. Me cambié de autobús en el centro, y veinte minutos más tarde estaba en mi piso. Me di la ducha más rápida de mi vida, me vestí con el uniforme del trabajo, que venía a ser unos pantalones de chándal negros y una camiseta blanca —gajes del oficio de recepcionista de gimnasio, podía ir en ropa cómoda—, y después de comerme unos macarrones a toda velocidad, salí de casa.
Gabriel seguía sin contestar cuando entré a trabajar. Tenía que dejar el móvil en la taquilla donde dejábamos nuestras cosas, así que decidí apagarlo, para evitar la tentación de ir escabulléndome del trabajo para mirarlo, y empezó mi jornada laboral.
***
El último cliente salió a las diez menos cinco. Le di las buenas noches con una sonrisa y cerré todas las pestañas del ordenador antes de apagarlo. Recogí los papeles, bolígrafos y objetos varios que tenía por el mostrador, y respiré hondo, aliviada. Las ocho horas se me habían hecho mucho más largas de lo normal, y mira que, sorprendentemente, no estaba tan cansada como cabría esperar, porque realmente había dormido bastante en casa de Claudia.
—¡Adiós, Ari! —se despidió Álvaro, uno de los entrenadores personales que salía del vestuario masculino, tras haberse cambiado, y por la ropa que llevaba tenía toda la pinta de que se iba de fiesta.
—Adiós, ¡pásalo bien! —respondí.
—No te quepa duda. —Me guiñó un ojo, y sonreí.
Me fui despidiendo de la gente que salía de la zona de vestuarios mientras yo entraba y, en cuanto cogí mi bolsa, me apresuré a sacar el móvil para encenderlo. Salí del gimnasio mientras se encendía y, una vez estuve fuera, introduje el pin con ansias.
—Uno te viene a buscar para hacer una escena bien romántica, y vas tú y sales tan empanada con el móvil que ni siquiera me ves —comentó alguien delante de mí, y cuando levanté la cabeza vi a Gabriel sonriendo con diversión.
Llevaba una camisa azul marino de manga corta, con dos botones desabrochados, y tenía cara de haber dormido bastante poco, pero me entraron unas ganas horribles de saltarle encima y comerle la boca... claro que, antes que nada, había que hablar. Malditas formalidades que me impedían besarlo en ese mismo momento.
—Te faltan las flores y la limusina para hacer una escena romántica —bromeé.
—El presupuesto solo me daba para pagar el billete de metro hasta aquí —respondió, y solté una carcajada.
—Lo tomaremos como un romance moderno y realista, entonces.
Gabriel rió, y se acercó a mí.
—¿Quieres cenar pad thai?
—Esa es la propuesta más sexy que me han hecho en mucho tiempo —respondí, mordiéndome el labio a modo de broma, pero el deseo que vi en sus ojos cuando lo hice tenía pinta de ir muy en serio.
Apartó la mirada de mi boca y se aclaró la garganta antes de volver a hablar.
—Pues vamos, entonces.
Asentí con la cabeza y empezamos a caminar hacia donde fuera que me estaba llevando. Yo me limité a seguirlo, en silencio, pensando en qué decir, y fue él quien rompió el hielo.
—Quiero aclarar que lo del pad thai solo lo como cuando estoy contigo, no es que mi alimentación se base exclusivamente en eso —comentó, y me eché a reír.
—Y yo que pensaba que solo comías tailandés.
—Por sorprendente que pueda parecer, no. —Sonrió.
—¿Adónde me llevas? —inquirí.
—Según Google Maps, hay un tailandés por aquí, a unos cinco minutos —dijo, mirando el mapa en su móvil—. No lo he probado, pero tiene buena pinta.
—Me voy a tener que fiar. —Liberé un suspiro dramático, y Gabriel volvió a sonreír.
Cada vez que sonreía aumentaban mis ganas de comerle la boca, y no paraba de hacerlo, así que estaba empezando a sufrir.
Llegamos al restaurante poco después. Por suerte, había sitio de sobra, así que pudimos sentarnos al fondo del restaurante, lejos del resto de gente que estaba cenando, para poder hablar tranquilamente.
Hice como que miraba la carta que nos acababa de traer el camarero, pero podía notar a Gabriel mirándome, y parecía divertido, seguramente porque era consciente de que yo solo estaba haciendo ver que leía. Al final, terminé rodando los ojos y dejando la carta sobre la mesa.
—Habrá que pedir antes de ponernos a hablar, ¿no? —sugerí.
—Pero si sabes que te pedirás los únicos pad thai que hay en la carta y un agua con gas —contestó—. Siempre pides lo mismo.
Me quedé callada unos segundos antes de hablar.
—Pues mira tú por dónde, me iba a pedir una Coca-Cola —repliqué, aunque era una mentira enorme, porque mi intención hasta ese entonces había sido, efectivamente, pedirme un agua con gas.
Así que terminé pidiendo una Coca-Cola que no quería solo para no darle la razón, junto con un bol de pad thai para cada uno y un agua para Gabriel.
—Creo que tenemos que hablar sobre lo del otro día —comenté en cuanto el camarero se fue, tras habernos tomado nota.
—Para eso estamos aquí, ¿no? —Sonrió.
—Deja de reírte de mí, pesado —me quejé—. Te estoy intentando decir que nos quedó una conversación pendiente.
—Yo creo que fui muy claro al decir que me gustas, y mucho.
—Pero si pensaba que no querías nada serio conmigo.
—Y yo pensaba que tú no querías nada serio conmigo —respondió.
—¿Por qué?
—Acababas de salir de una relación con un imbécil —me recordó.
—Y tú dijiste que no querías una relación —insistí.
—No quería una relación con nadie en ese momento, es verdad —contestó, acomodándose en la silla—. Pero todo cambió cuando empecé a estar contigo.
—¿A estar conmigo? —me reí, divertida por su elección de palabras.
—A follar contigo. —Volvió a sonreír.
—Esa palabra me gusta más. —Me mordí el labio y él volvió a enfocar su mirada en mi boca, lo que me hizo querer saltarle encima... para variar—. Entonces, ¿estás diciendo que quieres estar conmigo?
—Si tú quieres, claro que sí... Pero deberíamos aprender a comunicarnos.
—Estaría bien, sí... Igual deberíamos ir poco a poco. No quiero que la caguemos por ir con prisas.
—¿Sabemos ir poco a poco? —Levantó una ceja.
—Aprenderemos.
Ni dos horas más tarde, cuando se suponía que teníamos que despedirnos e irnos a casa, estábamos comiéndonos la boca en un callejón. Mis manos viajaban por su pelo, mientras que las suyas no se cortaban al tocarme el culo y la cintura.
—Esto no es ir poco a poco —comenté entre beso y beso.
Noté la sonrisa de Gabriel en mis labios.
—Me da igual —respondió antes de meterme la lengua en la boca.
Con ganas de llevarlo aún más allá, bajé una mano hacia el bulto que ya llevaba un rato formado en sus pantalones, y presioné suavemente. Él gimió, sin dejar de besarme, y sus manos apretaron mi culo con fuerza. Me movió hasta meterme en la entrada de un portal. Eran pasadas las doce de la noche y en ese callejón no había nadie, aunque podía pasar alguien en cualquier momento, y eso solo hacía que me calentara más.
Sus besos bajaron a mi cuello en cuanto me tuvo apoyada contra la pared del portal. Empecé a desabrochar sus pantalones casi con desesperación, queriendo sentirlo después de tanto tiempo.
Le saqué la polla, que ya estaba dura y lista para mí, sin contemplaciones. Él giró la cabeza para ver si venía alguien y, cuando volvió la mirada a mí, me arrodillé delante de él. Me la metí en la boca y pude escucharlo suspirar. Una de sus manos se enredó en mi pelo y acompañó los movimientos de mi cabeza mientras le daba placer con la boca. Me dediqué a él un buen rato, hasta que noté que se ponía incluso más dura de lo que ya estaba, lo que indicaba que se estaba a punto de correr.
—Oh mierda, mierda —dijo justo antes de apartarse de golpe, y lo miré con una ceja levantada.
Estaba a punto de decirle que ya debería saber que no me importaba que terminara en mi boca, cuando escuché unos pasos acercándose a donde estábamos. Gabriel se subió los pantalones rápidamente y yo me levanté, intentando hacer como si nada.
Pasó un señor de la edad de mis padres, que nos dio una mirada sospechosa, pero no dijo nada porque tampoco nos había pillado.
En cuanto los pasos del señor se alejaron, no pude evitar estallar en carcajadas, y Gabriel rió conmigo antes de abrazarme. Escondió la cara en mi cuello y dejó un beso en mi piel antes de hablar.
—Mi madre está en casa —murmuró, frustrado.
—Te diría de ir a mi piso, pero mis compañeros han montado otra fiesta —respondí con fastidio.
Gabriel se separó del abrazo y se apoyó contra la pared de atrás.
—¿Y no has querido irte a la fiesta con ellos? Me lo podrías haber dicho, y habríamos ido a cenar otro día.
—Estoy un poco harta de sus fiestas.
—¿Y eso?
Suspiré.
—Siempre están igual —contesté—. Una fiesta al mes estaría bien, pero es que es cada fin de semana, viernes y sábado, e incluso algunos días entre semana también montan fiestas. La mayoría de ellos tienen clases por la tarde o empiezan como a las diez de la mañana, así que no tienen que madrugar y les da igual irse a dormir tarde o hacer ruido. Yo me levanto a las siete de la mañana, y hay días en los que no puedo con mi vida porque no me han dejado dormir.
—¿Has probado a hablarlo con ellos?
—Sí, y me piden perdón, pero al cabo de dos días están igual. El otro día incluso me lié a gritos con ellos a las dos de la mañana, y creo que ahora soy la amargada oficial del piso.
—Qué pereza.
—Creo que me tendré que cambiar de piso —admití—. Hace un tiempo hicieron una fiesta, un tío entró en mi habitación y se le cayó el cubata encima de mis dibujos. De los que había hecho teniéndote como modelo. Me cabreé tanto que casi lo apuñalo.
Él pasó un brazo por mis hombros, acercándome a él, y dejó un beso en mi cabeza.
—Ya sabes que puedo posar para ti cuando quieras —me dijo, y cerré los ojos, sintiéndome repentinamente relajada, no sé si por su tono de voz, por su olor, o por su cercanía en general—. Te dije que se me daba bien estar desnudo.
—Sí que se te da bien, sí —respondí, sonriendo—. Pero no me digas estas cosas ahora, que nos hemos quedado a medias.
Él rió y se apartó un poco para poder mirarme.
—Quiero estar contigo de verdad. Y no por el sexo, que también, pero porque me gustas mucho.
—Tú también me gustas mucho —respondí, acariciando su mejilla—. Y tengo miedo, porque no quiero que esto salga mal, pero supongo que si no lo intentamos nunca lo sabremos, ¿no?
—Yo también tenía miedo pero, ¿sabes qué? A la mierda el miedo. Llevo pillado por ti desde que te pedí el lápiz el primer día de clases, sería un imbécil si dejara pasar la oportunidad de estar contigo.
—Lápiz que, por cierto, todavía no me has devuelto —observé, tratando de ignorar el hecho de que mi corazón había empezado a latir más rápido con sus palabras.
—¿No me lo vas a regalar? —Hizo un puchero.
—Me lo pensaré —contesté antes de volver a besarlo.
Esa noche, volví a casa con una sonrisa en la cara por primera vez en mucho tiempo. Poco me importaba la fiesta de mis compañeros de piso, o cualquier otro problema que pudiera tener en ese momento. Todo parecía estar volviendo a su sitio, y en el fondo me sentía un poco —muy— tonta por haber estado tanto tiempo evitando hablar las cosas con Gabriel, pero el dejar de ser tan testaruda era algo en lo que tenía que trabajar para que las cosas con el rubio pudieran funcionar.
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