36
—Se te va a caer —advertí a Silvia por enésima vez, y ella me miró con fastidio.
—Que voy bien, te digo —insistió, pero yo no terminaba de ver claro cómo iba a llevar las dos cajas de doce botellas de cerveza en los brazos.
—Ya podrías haber pedido una bolsa —murmuró Marian.
—Oye, que el planeta se está muriendo, no voy a pedir una bolsa de plástico cuando puedo llevarlo yo —replicó.
En realidad ninguna de nosotras habíamos pedido una bolsa de plástico, porque Natalia había tenido la buena idea de traer algunas de tela —según ella, siempre llevaba como mínimo tres encima cuando se iba de viaje—, pero dos de ellas las tenía yo, con varias botellas dentro, y Marian tenía la otra, además de llevar otra caja de cerveza en la mano.
Llegamos a la parcela donde teníamos las tiendas, y Silvia suspiró de alivio —aunque más que un suspiro parecía un grito—. Gabriel, Marc y Anna se estaban encargando de hacer la cena, que consistía en tostadas con queso y aguacate, y fideos precocinados que estaban preparando con un fogón portátil que habían traído.
—¿Cómo va la cena gourmet? —preguntó Natalia, que acababa de bajarse del coche después de haber ido a buscar hielo a la gasolinera más cercana, ya que en el supermercado del camping no quedaba.
—A Gabriel se le ha caído la mitad de la salsa al suelo, así que regular —comentó Marc, agachado delante del fogón, y el rubio rodó los ojos.
—Se me ha caído solo un poco, no la mitad, exagerado.
En lo que llevábamos de día, Gabriel y yo apenas nos habíamos dirigido la palabra. Era consciente de que estábamos haciendo el imbécil, pero ser yo la que hiciera un ofrecimiento de paz atacaba seriamente a mi orgullo, porque era él quien había empezado con esa actitud seca hacia mí.
El plan de esa noche era cenar todos juntos en el camping, empezar a beber, y luego irnos hacia la fiesta. Teníamos una buena media hora de camino hasta la discoteca en la que se celebraba, pero ir en coche habría significado que dos personas tenían que dejar de beber, y esas dos personas serían obligatoriamente Natalia y Marc, los únicos con permiso de conducir, cosa que tampoco era justa.
—A ver cuándo os sacáis el carné, panda de vagos —se quejó este último, tirándole un fideo crudo que les había quedado por ahí a Silvia.
—¿Para qué? Si tengo un novio con coche, no necesito más —bromeó ella, y me eché a reír.
—Hay que ser independiente, Silvia —le recriminó Anna, y ella rodó los ojos.
—Que ya lo sé, pesada. Era una broma.
—Yo daría lo que fuera porque alguien me llevara a los sitios, sea mi pareja o no —suspiró Marian—. Conducir no es lo mío, a mí me gusta que me lleven.
—Pues móntatelo igual de bien que Ari. ¿Alguno de tus chicos Tinder tiene coche? Seguro que sí —me preguntó Natalia, que parecía tener una inclinación involuntaria por hacer comentarios con el poder de crear un ambiente muy incómodo entre Gabriel y yo.
Miré al rubio involuntariamente y él me apartó la mirada, siguiendo la dinámica en la que llevábamos todo el día, pero con una expresión incluso más seria.
—Que yo sepa, no —respondí—. No me gusta subirme en el coche de gente a la que conozco poco.
—Pero con alguno te habrás visto más veces y tendrás más confianza, ¿no? —inquirió Silvia.
—La verdad es que no. —Negué con la cabeza—. Creo que el máximo de veces que me he visto con el mismo tío han sido dos.
—Y, ¿no has encontrado a nadie con quien tengas una buena conexión? —preguntó ella.
Tuve que reprimir mis ganas de soltar un gruñido por su insistencia, porque quería acabar con ese tema lo antes posible.
—No —mentí, porque realmente sí lo había encontrado, era el chico rubio que estaba sentado a escasos metros de mí, comiendo fideos con un desinterés bastante bien fingido, pero él no sentía lo mismo por mí—. No me interesa encontrar nada así por ahora. Necesito un descanso después de lo de Leo, y además tampoco me apetece tener pareja o algo serio.
—Ahí te veo, disfrutando de la soltería —dijo Marian, abogando a mi favor, porque seguramente se dio cuenta de que estaba siendo una conversación incómoda para mí.
Y no era porque sintiera que era menos por acostarme con quien quisiera, sino porque, incluso sin estar en los mejores términos, me parecía feo estar hablando de mis ligues delante de alguien con quien había tenido algo que ni siquiera sabíamos por qué había acabado.
Por suerte, cambiaron de tema al poco rato y se pusieron a hablar de cosas que ni siquiera recuerdo, porque estaba distraída con la tensión que seguía sintiendo entre Gabriel y yo. Estuve así hasta que terminamos de cenar, pero a la que me puse a preparar mojitos con Marian, volví a centrarme.
—¿Todo bien? —me preguntó mi amiga en cuanto nos quedamos solas.
Asentí con la cabeza.
—No ha sido muy cómodo, pero es lo que hay —contesté.
—Yo creo que deberíais hablar —dijo, intentando machacar la menta con una cuchara que nos habían dejado los de la parcela vecina.
—No voy a ser yo la que le vaya detrás para hablar —respondí, y Marian rodó los ojos.
—Los dos sois unos cabezones inaguantables —gruñó.
Levanté una ceja, extrañada.
—¿Has hablado de esto con él?
—Pues claro que lo hemos hablado, mujer. —Se llevó las manos a la cintura, como si le pareciera indignante que dudara de ello. Abrí la boca para preguntar, pero ella se me adelantó—. No, no te diré nada de lo que he hablado con él, que te veo venir. Si tenéis un problema, lo solucionáis vosotros dos, que ya sois adultos.
—Tú sí que eres inaguantable —mascullé, aunque sabía que tenía razón.
—Pues llevas mucho tiempo aguantándome sin que nadie te obligue, eh. —Sonrió, y solté una carcajada antes de empezar a poner hielo en los vasos.
Quería empezar la noche con calma, así que me cargué poco el mojito. Los demás, excepto Anna, parecían tener la intención de mantener su nivel de consumo alcohólico de esa semana —que deduje que era bastante elevado—, así que cargamos más el resto y los fuimos repartiendo.
A la hora, ya había gente en su segunda ronda de mojitos, aunque Marc, Natalia y Gabriel habían decidido pasarse a la cerveza. Nos costó, pero a las once y media conseguimos levantarnos para empezar a ir hacia la discoteca.
Estuve caminando con Marian y Silvia la mayor parte del trayecto, y consiguieron que me olvidara de la incómoda tensión que sentía con sus bromas. Mientras hablaba con ellas no pude evitar pensar en si Silvia sería consciente de que Marian sentía cosas por su novio. Ellas también estaban en una situación incómoda —Marian, al menos, seguro—, y aun así podían pasárselo bien, así que yo no iba a ser menos.
—¡Marian! —escuché en cuanto llegamos a la puerta de la discoteca.
La susodicha se giró, y vi a un chico alto, de pelo castaño, acercándose a ella. Mi amiga sonrió y levanté las cejas con interés.
—Nil —dijo antes de saludarlo con dos besos—. ¿Listo para la fiesta?
El tal Nil asintió con la cabeza.
—Más listo que nunca. —Sonrió, y tengo que admitir que, si ya era guapo de por sí, cuando sonreía lo parecía todavía más.
Lo que sí que noté fue un marcado acento en su habla, así que en cuanto se fue a buscar a sus amigos, miré a Marian con diversión.
—Así que es el chico de Girona que "no estaba mal" —afirmé, y ella rodó los ojos, porque ya veía a dónde iba la conversación.
—Vale, está buenísimo —admitió—, pero en un par de días él volverá a Girona y yo a Barcelona.
—¿Y no puedes pasártelo bien con él estos dos días y luego quedarte con el bonito recuerdo? —inquirí.
—No lo sé, porque soy tan tonta que me pillo de la gente que menos me conviene. —Suspiró—. Ojalá pudiera ser como tú.
—¿Como yo?
—Sí, ya sabes, poder liarme con gente y que luego me den igual.
—A mí también me va eso de pillarme por los menos indicados, eh, no sé de qué hablas —respondí—. Si no mira a Leo, que era un imbécil, y a Gabriel, que sabía desde el minuto uno que él no quería nada serio y aun así me pillé.
Ella se calló unos segundos antes de hablar.
—Pues también es verdad. Al final resultará que sí somos unas desgraciadas.
Me eché a reír, y Marc empezó a meternos prisa para entrar. El grupo de Nil, que era principalmente de chicos excepto por dos chicas —ni siquiera recuerdo la mayoría de los nombres— se nos terminó uniendo.
Parece que, con una copa, a Marian se le olvidaron sus dudas con respecto a Nil, porque empezaron a bailar, y al poco rato se estaban enrollando. Sonreí al verlos, pero en cuanto desvié la mirada de nuevo hacia mi grupo de amigos, que estaban bailando cerca de mí, vi que Marc los observaba con una expresión que no supe descifrar, pero que no era precisamente agradable. Iba a acercarme a él, porque creí que teníamos que hablar del tema, pero entonces Silvia, ajena a todo lo que estaba ocurriendo, rodeó sus hombros con los brazos y se abrazó a él. Marc le dio una última mirada a Marian antes de devolverle el abrazo a su novia.
Habiendo perdido mi objetivo, busqué a Natalia con la mirada, porque me apetecía bailar con ella, y fue cuando vi a Gabriel hablando con una de las chicas del grupo de Nil. Ella estaba claramente intentando ligar con él, y el rubio sonreía, pero mantenía las distancias, como siempre que lo había visto con chicas de fiesta. Sabía que él no se interesaba por gente a la que acababa de conocer, y dudaba mucho que lo estuviera haciendo expresamente para darme celos —al fin y al cabo, tenía todo el derecho del mundo a hablar con quien quisiera—, pero noté cómo aumentaba la presión en mi pecho.
No sabía si eran celos, pero luego pensé que quizás, sencillamente, era que echaba de menos poder interactuar así con él, sin tensiones, sin malas caras, sin cosas por decir. Que se riera conmigo y nos olvidáramos de que estábamos enfadados sin ni siquiera saber por qué... Pero, para variar, el orgullo fue más fuerte, y decidí pasar de él en cuanto encontré a Natalia y me puse a bailar con ella.
Uno de los amigos de Nil —no recuerdo su nombre— empezó a hablarme cuando fui a la barra a pedir otra bebida. Era simpático, y estuve charlando con él un buen rato. La verdad es que esa noche no tenía ninguna intención de estar con nadie, porque me lo quería pasar bien con mis amigas, pero al parecer él no pensaba lo mismo, porque al cabo de un rato se me lanzó. Apenas nuestros labios se rozaron me aparté, y le dije amablemente que no me interesaba. Se lo tomó bien —como debería ser—, pero mi atención se alejó completamente de él cuando vi a Gabriel caminar hacia la salida con cara de pocos amigos.
Como el alcohol me hacía creer que todo lo que pasaba por mi cabeza era una buenísima idea, decidí ir tras él. Ya estaba imaginando la conversación que íbamos a tener en mi cabeza, en la que por fin los dos aprendíamos a comunicarnos como seres humanos normales, pero en cuanto salí todo tomó un rumbo diferente.
Gabriel estaba fumando, apoyado contra la pared, mirando a su móvil con atención. La expresión contrariada que llevaba cuando lo había visto salir ya no estaba, e incluso lo vi sonreír antes de contestar un mensaje. Me di cuenta de que probablemente estuviera hablando con Anya, y debería haberme ido en ese momento, pero tuve la estúpida idea de hablar.
—¿Qué tal con Anya? —le pregunté, y él se sobresaltó antes de mirarme.
Y volvió la expresión hostil.
—Muy bien —respondió, y su atención se fue de nuevo a su móvil, seguramente intentando no hacerme caso, pero parece que no fue capaz, porque volvió a mirarme—. ¿Qué tal con los chicos de Tinder?
Apreté los labios antes de fingir una sonrisa.
—Fantásticamente.
—Me alegro —respondió, sin dejar de mirarme.
—Yo también me alegro, la verdad —contesté, porque una servidora siempre tenía que tener la última palabra.
—Pues poco más hay que hablar —me devolvió la sonrisa, pero sin esforzarse en ocultar que la estaba fingiendo, y se guardó el móvil en el bolsillo antes de pasar por mi lado sin ni siquiera mirarme y entrar de nuevo en la discoteca.
—Eso ha salido muy bien —murmuré para mí misma antes de liberar un gruñido de frustración.
Teníamos que dejar de hacer el idiota. El único problema era que, a esas alturas, todo era tan estúpido que no sabía cómo iba a solucionarlo sin sentir que me estaba hiriendo el orgullo... Y menos teniendo en cuenta que me acababa de confirmar que estaba con Anya. Me dolió, me dolió mucho, pero quizás era un paso necesario para matar ese deje de esperanza que seguía teniendo dentro, ese que me decía que entre Gabriel y yo las cosas acabarían saliendo bien, y podríamos estar juntos. Estaba claro que eso ya no era una opción.
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Aviso para navegantas: esta semana he cerrado los esquemas de esta novela (más vale tarde que nunca), y puedo decir que le quedan 5 capítulos mas el epílogo. Tenía dudas sobre cómo cerrar la novela, y tengo que darle las gracias a Sílvia (si estás leyendo esto, tkm bb) por ayudarme a darle el final SUPER DRAMÁTICO que merece :D Abrochaos los cinturones, que vienen curvas JAJAJAJ
Also, os dije por Instagram que veríamos a Gabriel enfadado, aunque yo esto lo definiría más como molesto, porque a su enfado real le queda poco por aparecer ;D it's coming, amigas, el trocito de pan SE VA A ENFADAR.
Os quiere,
Claire, también conocida como la que tiene problemas para no hacer spoilers
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