30
Mi vista estaba enfocada en la ventana del despacho, que tenía varios tiestos con flores en la parte exterior, aunque no conseguía verlas bien porque había una cortina dentro. Podría parecer que estaba distraída, pero estaba pensando. Nada más sentarme en la silla de delante de su escritorio, la psicóloga me había dicho "dime, ¿qué es lo que ocurre?", y me había quedado en blanco. Estaba intentando pensar en qué contestar a su pregunta, y terminé diciendo lo primero que me pasó por la cabeza.
—Supongo que estoy aquí porque mi ex es un imbécil —dije, y ella levantó las cejas antes de asentir varias veces con la cabeza y ponerse a apuntar algo.
No conseguía ver lo que estaba anotando en el papel, que parecía colocado estratégicamente para que los pacientes no pudieran leerlo, y me entraron ganas de reír al imaginar un "su ex es un imbécil" en los apuntes, pero tuve que obligarme a concentrarme.
—¿Qué te hace decir que es un imbécil? —inquirió, animándome a continuar.
Pensé en Leo, en nuestra relación, en sus celos, en la foto... Y me di cuenta de que eso no era todo.
—En realidad no estoy aquí por mi ex —admití—. Supongo que es solo una parte del problema.
Y se lo conté todo. Le conté el acoso al que me había visto sometida en el instituto, la brecha que eso había abierto entre mi hermana y yo, la nefasta relación que tenía con mis padres, la tormentosa relación con Leo, lo de la foto... Omití a Gabriel, porque ya me parecía mucho todo lo que le había contado, y por ahora lo mío con el rubio no me suponía ningún problema, aunque me diera la sensación de que iba a terminar mal.
Se lo expliqué de forma desordenada, porque cuando sacaba un tema me acordaba de otro, así que la línea temporal de mis problemas estaba un poco distorsionada, pero a ella no parecía importarle.
Durante gran parte de la hora, la psicóloga solo se dedicó a escucharme, anotar en el papel, y hacerme preguntas de vez en cuando para que concretara en alguna de las cosas que le contaba. Era la primera visita, así que tampoco esperaba que me solucionara la vida en una hora, y sabía que la terapia tomaba mucho más tiempo que eso.
Salí a las cinco de la tarde. El único plan que tenía ese día era cenar con Patri, pero todavía quedaban cuatro horas para eso, así que decidí irme al taller de pintura. Decidí coger el bus en vez del metro, porque hacía un día muy bueno comparado con el fin de semana, en el que no había parado de llover, y quería disfrutar del sol.
Nada más bajar del bus, mi móvil empezó a vibrar. Lo saqué del bolsillo de mi chaqueta y vi que era un número desconocido. En cualquier otra ocasión no habría contestado, pero esa mañana había tenido una entrevista de trabajo —me había tenido que saltar una hora de clase para poder ir—, y estaba esperando noticias.
—¿Diga? —pregunté al contestar la llamada.
—¿Ariadna Dalmau? —me preguntó una voz masculina y grave.
—Sí, soy yo.
—Llamo del gimnasio Olimpia —me explicó, y levanté las cejas, sorprendida—. La semana pasada tuviste una entrevista con nosotros, y te llamaba para comentarte que te hemos seleccionado. ¿Sigues interesada en el trabajo?
—Sí, claro que sí —contesté, intentando ocultar mi entusiasmo.
—Muy bien. Pasa mañana por aquí, a las seis, y hablamos de las condiciones, horarios y demás.
—Genial. Muchas gracias.
Se despidió con un escueto "hasta mañana", y terminé la llamada con una sonrisa en la cara. De verdad que pensaba que no iban a decirme nada más, porque había sido mi primera entrevista y no tenía ninguna experiencia en ese tipo de trabajo, así que me podía considerar afortunada.
Llegué al taller muy animada, aunque era consciente de que el trabajo me iba a robar muchas de las horas que solía invertir en pintar, pero me hacía sentir tranquila porque por fin iba a tener un poco de estabilidad económica, y me iba a poder permitir el piso al que me tenía que mudar en apenas un mes.
Saludé a la profesora y a otro alumno que no sabía ni cómo se llamaba, pero que solía estar por ahí, y empecé a organizar mis cosas alrededor del caballete. Estuve trabajando durante más de dos horas. La poca gente que quedaba en el taller, incluyendo la profesora, se fueron yendo, y a las siete y media estaba completamente sola.
Estaba pintando los últimos trazos del cuadro cuando la puerta del taller se abrió. Me giré para ver quién era, y noté una presión en el pecho cuando reconocí a la persona que estaba caminando hacia mí.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, sin intentar ocultar el enfado en mi voz.
Leo se quedó quieto donde estaba y me miró.
—Tenemos que hablar —dijo, con la inseguridad marcada en su voz, pero no quise caer en su trampa.
—No tenemos que hablar de nada —espeté—, y hasta donde yo sé, estás expulsado, así que no puedes estar aquí.
—Es un edificio público. No se me puede prohibir la entrada.
Solté una carcajada amarga.
—¿No has hecho suficiente? No quiero verte, ni hablar contigo de nada. No me interesa lo que tengas que decir.
Leo tragó saliva.
—Lo siento, Ari. Lo que hice fue una estupidez. Estaba dolido por lo tuyo con Gabriel, y sé que no debería haber actuado así. Lo siento muchísimo.
—¿"Una estupidez"? —pregunté, incrédula, haciendo comillas con los dedos al repetir lo que me acababa de decir—. Esa "estupidez" podría haberme amargado la existencia, si no fuera porque la gente de nuestra clase tiene más neuronas que tú y no les dio por meterse conmigo por lo de la foto. Tuviste mucho tiempo para darte cuenta de lo que estabas haciendo, mientras creabas la cuenta y seguías a toda la jodida clase, así que no me vengas con excusas de mierda.
Puso la espalda recta, adoptando una pose intimidante y abandonando su actitud de perrito arrepentido.
—No es para tanto —dijo, y me sentí tentada a tirarle el taburete vacío que había al lado del que estaba usando para sentarme—. Tampoco ha sido tan grave. Con la de gente que te debe de haber visto desnuda, tampoco creo que nadie se haya sorprendido demasiado. No hacía falta que me denunciaras, te has pasado de exagerada.
—Oh, así que por eso has venido. —Sonreí al adivinar sus intenciones—. Vas por muy buen camino para que quite la denuncia. Sigue así, hombre.
—Lo mío era una broma, Ari; una denuncia no lo es.
—No, creo que ha quedado claro que voy muy en serio con la denuncia. Y menudas bromas de mierda haces, si para ti subir una foto desnuda de una persona que ni siquiera te dio su consentimiento para sacarla es una tontería.
La denuncia ya estaba oficialmente puesta, estaba en contacto con una abogada que me ayudaría si había complicaciones, y no tenía ninguna intención de quitarla.
Leo rodó los ojos.
—Tampoco es para tanto —repitió—. Que parece que hoy en día ya no se puede hacer nada sin que se te tire todo el mundo encima o sin que sea un delito.
—Es que es un delito, y con razón. Mira, esta conversación no nos va a llevar a ningún lado, así que hazme un favor y háztelo también a ti mismo, y vete. Tengo un cuadro que terminar.
—¿Te follaste a Gabriel estando conmigo?
Ahí sí que no pude reprimir el gruñido exasperado que salió de mi boca.
—No, Leo, no hice nada con él. Tengo un sentido de la decencia, al contrario que tú. Y ahora vete de una vez. Esta conversación ha terminado. No voy a contestarte más.
Pareció entender que iba en serio, y se fue, no sin echarme una mirada de desprecio antes de salir por la puerta. Todo el buen humor que había acumulado durante el día se había evaporado nada más verlo, y me enfadaba todavía más que fuera así. Estaba harta de que lo que ese imbécil hiciera o dejara de hacer afectara a mi estado de ánimo.
Ni siquiera conseguí terminar el cuadro. Lo dejé en el suelo, apoyado contra la pared junto con los cuadros de otros alumnos, que los habían dejado allí para que se secaran.
Cuando salí del taller, todavía estaba intentando calmarme. Sabía que Gabriel estaba en el taller de fotografía porque me lo había dicho hacía unas horas, y cuando se quedaba lo hacía hasta tarde. Me sentí tentada a llamarlo para vernos, enrollarnos o incluso tener sexo en cualquier rincón escondido para poder quitarme ese mal humor de encima, pero lo descarté rápidamente por dos razones: no quería sentir que lo estaba usando para desahogarme, y tampoco quería que se pensara que iba demasiado detrás de él. Apenas hacía dos días que nos habíamos acostado por última vez, e igual tocaba descansar un poco. Además, había quedado con Patri en una hora.
Así que me fui a coger el metro. Llegué a mi antiguo barrio, donde vivían mis padres y Patri, y fui hacia el restaurante en el que habíamos quedado dando una vuelta más larga de lo habitual para hacer tiempo, porque todavía tenía quince minutos.
Conseguí relajarme cenando con mi amiga, escuchando sus aventuras, la mayoría de ellas relacionadas con el sexo. Le hablé de Gabriel, y me sentó bien poder hacerlo con alguien que no fuera mi hermana, que era la única que sabía de nuestra relación.
Esa noche, contra todo pronóstico, conseguí dormir bastante bien, después de haber bloqueado a Leo de todos lados para que no pudiera ponerse en contacto conmigo, algo que debería haber hecho tiempo atrás.
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