27

Salí al balcón, con una repentina necesidad de que me diera el aire. Me senté en una de las sillas que había allí y me dediqué a mirar la foto de nuevo, intentando comprender cómo y, sobre todo cuándo, me había hecho esa foto, porque me costaba recordarlo. Entonces me vino a la cabeza. Un día, habíamos tomado un par de copas y estábamos teniendo sexo y riendo, cuando él sacó el móvil y me hizo una foto. Yo me había reído, porque confiaba en él, pero le había pedido que la borrara, algo que claramente no había hecho.

Y me daba rabia, porque en esa foto yo salía desnuda y riendo, estando en la cama con una persona a quien no creía capaz de hacerme daño, y ahora cualquier persona con acceso a Internet podía verla. Eso me llevaba a la pregunta que más me hacía comerme la cabeza: ¿por qué?

¿Qué necesidad había tenido Leo de hacer eso? Era evidente que había sido él, porque era el que tenía la foto —aunque ahora empezaba a dudar de que no se la hubiera mandado a nadie—, y porque era demasiada coincidencia que la foto hubiera sido publicada justo el día en que me había pillado besándome con Gabriel. Pero es que yo nunca le haría algo así a nadie, aunque me hubiera hecho mucho daño, ni se me pasaría por la cabeza... Pero estaba claro que este chaval seguía un proceso mental que yo era incapaz de comprender. Y tampoco es que quisiera comprenderlo. No quería saber cómo pensaba una persona que era capaz de hacer eso, porque yo no era así en absoluto.

Había tantas cosas en mi cabeza que apenas podía concentrarme en una sola, y las preocupaciones parecieron acumularse en mi pecho y mi garganta, creando tapones que me impedían respirar con normalidad.

Bloqueé la pantalla del móvil, intentando alejar la imagen de mi vista, pero es que ya estaba incrustada en mi cabeza. Enterré la cabeza entre mis manos e intenté respirar hondo para calmarme y ser capaz de decidir qué hacer a continuación, pero no podía.

Escuché la puerta corredera del balcón abrirse, y me giré para ver a Elvira mirándome con una ceja levantada. Panceta iba detrás de ella, siempre fiel a su compañera, y también me miraba con curiosidad.

—¿Va todo bien? —inquirió mi tía.

—Sí, sí, todo b... —empecé, pero un sollozo que no me esperaba me impidió seguir hablando, y tuve que mirar a un punto fijo de la mesa para no echarme a llorar.

—Está claro que no —murmuró ella antes de sentarse delante de mí—. ¿Quieres hablar de ello?

Inhalé con fuerza y solté el aire poco a poco, como la psicóloga a la que había acudido hasta apenas un año atrás me había enseñado a hacer cuando tenía ansiedad, y asentí lentamente con la cabeza. No tenía ni idea de qué hacer, y sabía que Elvira podía ayudarme y no me iba a juzgar. De repente me vinieron mis padres a la cabeza, el cómo reaccionarían si vieran esa foto, y empecé a marearme porque estaba claro que ellos no eran como mi tía. Necesitaba que esa foto desapareciera.

—Hay una foto mía en Instagram —empecé, y cuando mi voz salió ronca carraspeé para continuar—. Salgo desnuda. Estoy bastante segura de que la ha subido mi ex.

Elvira cerró los ojos, se masajeó las sienes, y mi ansiedad se incrementó porque pensé que me iba a regañar.

—Ni una carrera y años de experiencia como psicóloga me han preparado para entender por qué los hombres hacen estas cosas —dijo, negando con la cabeza, y luego se serenó antes de mirarme—. Hay protocolos para denunciar estas cosas. No solo en Instagram para que lo borren, también a nivel penal. ¿Es lo que quieres hacer?

—Lo único que quiero es que borren la foto —murmuré, pero luego lo pensé bien. Estaba harta de ese cabrón, y si la única consecuencia de sus actos era que borraran la foto, no tardaría en volver a hacerlo. De repente, me invadió una rabia enorme, incluso más fuerte que la que había sentido cuando me había encontrado a ese energúmeno enrollándose con otra, y golpeé la mesa con mi puño, haciendo que mi tía se sobresaltara y que Panceta se acercara a mí con entusiasmo, como si se pensara que iba a jugar con él. Entonces volví a hablar—. No. Quiero que pague por lo que ha hecho. Quiero que no se atreva a volver a hacerlo, ni conmigo ni con ninguna chica más.

Elvira asintió con la cabeza.

—Pues manos a la obra.

En ese momento mi móvil sonó, y leí el nombre de Marian en la pantalla. Había estado hablando con Silvia poco antes, y Natalia me había escrito una retahíla de insultos dirigidos a Leo antes de preguntarme si estaba bien y si quería que me llamara, a lo que le había contestado que no hacía falta.

Cogí el móvil y deslizé el pulgar por el botón verde antes de llevarlo a mi oreja.

Tía, acabo de verlo, estoy flipando —me dijo sin ni siquiera darme las buenas noches—. ¿Estás bien? ¿Cómo te sientes? ¿Lo quieres matar? Porque yo sí, y conozco a un par de personas del barrio que son amigos de mi padre y podrían darle un susto...

—No hará falta. —Reí, aunque por dentro estaba hecha un desastre, porque las ocurrencias de Marian siempre conseguían sacarme una sonrisa—. Estoy... No sé cómo estoy. Lo quiero matar, pero con mi tía estamos hablando de denunciarlo.

Eso, eso, denúncialo —empezó, animada, pero luego se calló unos segundos antes de volver a hablar—. ¿Cómo se denuncia eso?

—No lo sé, ahora me lo explicará mi tía, que creo que sabe cómo se hace. —Miré a Elvira, que volvió a asentir con la cabeza.

Pues te dejo para que hables con ella —contestó Marian—. Si necesitas cualquier cosa llámame, aunque sean las cinco de la mañana. O sea, no me llames a las cinco para preguntarme si tenemos deberes ni nada de eso porque te mataré, pero si te sientes mal puedes llamarme cuando quieras, ya lo sabes.

Solté una carcajada.

—Gracias —le dije con honestidad—. Eres la mejor.

Eso dicen, y yo estoy bastante de acuerdo —bromeó, haciéndome volver a reír—. Nos vemos mañana... Si quieres venir a clase, claro está. Nadie te va a culpar si no quieres venir.

—Ya veré si voy —contesté, porque todavía no había pensado en eso, en que al día siguiente tendría que entrar en una clase llena de gente que probablemente habría visto la foto.

Colgué antes de volver a dejar el móvil encima de la mesa, y miré a mi tía. Ella se levantó sin decir nada, entró de nuevo en el salón, y volvió a salir poco después con su portátil.

—No hace mucho a una chica a la que trato le pasó algo parecido —me comentó, levantando la pantalla del ordenador para pulsar el botón de encendido—. Ella llevó el procedimiento a cabo con abogados, pero hay unos primeros pasos que se deben seguir. Necesitamos capturas de pantalla, y poder demostrar de alguna forma que ha sido él. Si él es el único que tenía la foto, es más fácil de demostrar, pero teniendo en cuenta que ha demostrado ser un gilipollas integral, igual se la pasó a alguien.

Hice un gesto de asentimiento con la cabeza, intentando buscar maneras de demostrar que había sido Leo, pero tenía demasiadas cosas en la cabeza como para centrarme en una sola.

Elvira pareció ver que estaba teniendo problemas para pensar, porque volvió a hablar.

—Mira, haremos una cosa: vamos a entrar en la web del Gobierno que te ayuda a denunciar estas cosas, y nos lo vamos a leer bien para que nos quede claro —sugirió—. ¿Te parece bien?

—Vale —murmuré.

Ella llevó una de sus manos a la mía, que estaba sobre la mesa, y dejó una caricia en mi piel con su pulgar.

—Todo saldrá bien —me aseguró—. El mundo está lleno de gente de mierda, pero cada vez hay más recursos para que paguen por lo que hacen. No te voy a decir que la justicia es una maravilla, porque no lo es, pero nos encargaremos de que este imbécil no se vaya de rositas.

—Pero... —empecé, y tuve que respirar hondo antes de seguir hablando para no ponerme a llorar—. ¿Cómo ha podido hacerme esto? Es que yo nunca le haría algo así a nadie, en la vida...

—Lo sé, Ariadna, lo sé —dijo, volviendo a acariciar el dorso de mi mano con su pulgar—. A mí a veces también me cuesta entender por qué la gente hace estas cosas, y mira que es mi trabajo. El mundo es así: hay gente egoísta, gente sin empatía, gente que está vacía por dentro, gente que disfruta haciéndole daño a los demás, y también gente que está en un mal momento de su vida o está confundida y su forma de reaccionar es haciendo daño. No sé cuál de todos estos es tu ex, pero no te ofusques intentando comprenderlo. Lo que sí te recomendaría, Ari, y no solo por lo que acaba de pasar, sino por todo en general, incluyendo lo de tus padres, es que busques ayuda. Yo no podría hacerte de terapeuta porque sería muy difícil para mí ser objetiva teniendo en cuenta que eres mi sobrina, pero tengo compañeras fantásticas que podrían ayudarte.

—No tengo dinero para eso —murmuré—. Ya he aceptado una habitación para mudarme en apenas un mes, y tengo que buscar trabajo...

—No te preocupes por el dinero.

—Ni hablar. —Negué con la cabeza—. Ya suficiente estás haciendo por mí dejando que me quede en tu casa sin pagarme nada, no voy a dejar que además...

—Ariadna Dalmau, escúchame bien —me interrumpió, con seriedad pero sin apartar su mano de la mía—. Eres mi sobrina, y estoy aquí para todo lo que necesites. Has tenido muy mala suerte con los padres que te han tocado, y sé que fuiste a terapia y la tuviste que pagar tú con los pocos ahorros que tenías porque tus padres no creen en estas cosas. No es justo, y no pienso quedarme de brazos cruzados mirando cómo te hundes cuando te podría estar ayudando. La salud mental es muy importante, y hay que cuidarla. Vivo sola, mis únicos gastos son los míos y los de Panceta, y no me representa ningún esfuerzo ayudarte en este sentido. Así que ahora vas a dejar de ser tan tozuda, vas a aceptar que te dé el teléfono de alguna de mis compañeras para que concertéis una cita, y vamos a ponernos a leer la página del Gobierno que trata la difusión no autorizada de imágenes sexuales.

Solo pude asentir con la cabeza, abrumada por todo lo que me había dicho, y ella abrió la página web mencionada antes de ponerse a leerla conmigo.

Una hora más tarde, después de haber mandado capturas de pantalla, datos, explicaciones y no sé cuántas cosas más, habíamos tramitado la denuncia, a parte de haber denunciado la publicación en Instagram. Había conseguido obtener algunas de las letras del mail con el que se había creado el usuario falso que había subido la foto, con la opción de "he olvidado mi contraseña", y coincidían con las del correo electrónico de Leo.

Me eché en la cama a la una y cuarto de la mañana, mentalmente agotada, pero no podía dormir. No paraba de entrar en Instagram para ver si ya habían eliminado la foto. No fue hasta pasadas las dos de la mañana que la foto desapareció de la plataforma. Me sorprendió la rapidez, pero lo agradecí porque por fin pude quedarme dormida.





A la mañana siguiente, me despertó el sonido de la alarma que tenía programada para las siete. Solté un gruñido, removiéndome en la cama y queriendo dormir más, pero en cuanto el recuerdo de todo lo que había pasado la noche anterior apareció con claridad en mi cabeza, me desperté de golpe. La ansiedad me invadió de repente y me incorporé, intentando hacer los ejercicios de respiración que ya conocía. Conseguí calmarme un poco, y me levanté de la cama. Escuché ruidos por la casa, indicando que Elvira ya estaba despierta, algo inusual teniendo en cuenta que solía levantarse poco antes de que yo saliera de casa.

Panceta me recibió con alegría en cuanto abrí la puerta de mi habitación, con la toalla en el hombro para irme a la ducha. Acaricié su barriga, a lo que él respondió tumbándose en el suelo boca arriba para que pudiera acariciarlo mejor.

—Buenos días, guapo —le dije, en un intento por hacer como que esa era una mañana normal, aunque no lo era ni de lejos, porque ni siquiera sabía si iba a ir a clase.

Elvira cantaba en voz baja una canción que reconocí pero no supe nombrar, y decidí que la saludaría luego, después de la ducha.

El agua caliente cayó sobre mi cabeza y consiguió que mi tenso cuerpo se relajara un poco. Noté cómo mis extremidades se desentumecían y cerré los ojos, disfrutando de la sensación. Mi cabeza seguía hecha un lío, pero empecé a pensar con más claridad, y fue entonces cuando tomé la decisión de que iría a clase. Quedaban pocas semanas para terminar el curso, y no iba a estar perdiendo clases solo porque un imbécil resentido hubiera querido hacerme daño. Y si a la gente de clase le parecía mal o divertido lo que habían visto, entonces el problema era suyo. Yo no tenía por qué estar escondiéndome. Además, teniendo en cuenta lo cobarde que era Leo, no iba a tener que enfrentarme a él porque no estaría en clase.

Quedaba la posibilidad de que me diera un bajón en clase, pero sabía que mis amigas estarían ahí para ayudarme, y que podía volver a casa si quería.

Salí de la ducha sintiéndome muy segura de mí misma, aunque era consciente de que la sensación duraría poco. Fui a mi habitación, seguida por Panceta, y me vestí con lo primero que encontré. Me habría gustado salir de casa en pijama, pero me obligué a ponerme unos tejanos, un top con estampado de zebra que me gustaba mucho, y la chaqueta verde que me había encantado en cuanto la había visto y que Elvira me había dicho que me regalaba, porque llevaba años sin usarla. No me maquillaba todos los días, pero esa mañana quise hacerme la raya del ojo. Había estado mirando tutoriales por internet sobre las nuevas tendencias para maquillarse los ojos, así que quise aplicar alguna de las cosas que había aprendido. Entré en la cocina, saludé a mi tía, que sonrió al verme tan animada, pero no dudó en preguntarme si estaba bien. Respondí afirmativamente, me tomé un café y un plátano, y a las siete y media ya tenía los dientes lavados y estaba saliendo de casa.

Mi fuerza de voluntad empezó a flaquear mientras bajaba las escaleras hacia la puerta principal del edificio, porque todas las inseguridades se arremolinaron de golpe dentro de mí, y sentí la tentación de volver a casa corriendo, o de ponerme una chaqueta menos llamativa para que nadie se fijara en mí en clase, pero me obligué a seguir caminando. Quería que, al menos, me diera el aire, y si seguía sintiéndome mal ya subiría a casa.

Al abrir la puerta, me encontré con Marian en medio de un gran bostezo, y Gabriel apoyado en un árbol mirando a nuestra amiga con diversión. Silvia y Marc entraron en mi campo de visión pocos segundos después.

—Uy, buenos días —me saludó Marian como si nada en cuanto terminó de bostezar.

Fruncí el ceño, confundida.

—¿Qué hacéis aquí?

—Pues ir contigo a clase —contestó Marc, como si fuera evidente.

—No sabíamos si querrías ir a clase, pero hemos dicho "vamos a esperarla abajo, por si acaso" —dijo Silvia.

Mi labio inferior empezó a temblar mientras los miraba a todos.

—Acabo de invertir cinco minutos de mi vida en hacerme un eyeliner complicadísimo, y ahora vais a hacer que lo arruine —balbuceé, intentando contener las lágrimas.

Ellos estallaron en carcajadas, y Marian me abrazó con fuerza. Ahí sí que empecé a llorar como una tonta. Gabriel me miró con una sonrisa antes de unirse al abrazo, y Silvia y Marc también se unieron.

—¡Falto yo! —gritó Natalia, corriendo hacia nosotros para tirarse contra el abrazo grupal.

—¡Eres una bruta! —gritó Marian.

—¡Y una tardona! —añadió Silvia.

—No soy una morning person —se excusó la pelirroja.

—Y ahora encima va de inglesa —murmuró Marian, y me reí entre lágrimas.

—Sois los mejores —dije cuando empezamos a separarnos. 

—Tampoco hace falta que nos hagas la pelota, eh —bromeó Natalia.

Empezamos a caminar hacia la parada del metro entre bromas y risas, dándole una sensación de normalidad a esa inusual mañana. En un momento del camino Gabriel y yo nos quedamos un poco atrás, y él sacó algo de la mochila antes de tendérmelo.

—Gracias. —Sonreí antes de coger la tableta de chocolate con naranja, ese que él sabía que me gustaba.

—He pasado por el súper, lo he visto, y he pensado en ti —bromeó, haciendo referencia a la anterior vez que me había regalado una tableta de ese chocolate.

—¿A las siete de la mañana? —inquirí, divertida, y él sonrió.

Su expresión se volvió algo más seria mientras yo abría el paquete.

—¿Cómo te sientes? —me preguntó, con la preocupación presente en su tono.

Lo miré.

—Ahora, mucho mejor —contesté con honestidad, porque en ese momento ya apenas podía pensar en el imbécil de Leo, solo en lo geniales que eran mis amigos.

—Dudo que Leo venga a clase, así que me da que nos perderemos la lucha a muerte que empezaría Natalia contra él —comentó, haciéndome sonreír—. Sería gracioso, por eso. Podríamos montar un ring de boxeo, y todo.

—Eso es algo que me gustaría ver, sí.

Cuando salimos del metro y empezamos a caminar los pocos minutos que nos separaban de la facultad, mi ansiedad fue creciendo, pero me obligué a respirar hondo. Me forcé a pensar en que las personas de mi clase eran estudiantes de universidad, se suponía que tenían más edad y madurez que todos los niñatos que se habían metido conmigo en el instituto. Que quizás ni siquiera era cierto, pero quería creerlo.

Sentí las miradas sobre mí en cuanto entré en clase, pero no hubo ningún comentario. Estaba segura de que habrían visto la foto, porque el muy desgraciado se había dedicado a seguir a toda la gente de nuestra clase con la cuenta en la que había subido la foto, pero nadie dijo nada. De hecho, la atención general apenas estuvo unos segundos centrada en mí, y luego cada uno siguió a lo suyo, hablando entre ellos o sacando las cosas de la mochila, como cada mañana. Se notaba que había personas que se estaban esforzando por no mirarme, pero lo agradecí.

Gabriel me dio una mirada interrogante, y asentí con la cabeza para indicarle que estaba todo bien. Me senté en la primera mesa que vi libre al lado de la ventana, y Marian se sentó a mi lado. Me dediqué a arrancarme las uñas por los nervios mientras escuchaba, como si fuera algo muy lejano, a la profesora entrando en clase. Miré a la docente, pero al parecer no tenía ni idea de lo que había pasado, porque se dedicó a sacar sus cosas del bolso de una forma muy poco apasionada. Llevaba desde esa mañana sintiéndome paranoica, como si todos me estuvieran mirando, y como si cada persona con la que me cruzaba hubiera visto esa foto.

Ya apenas me quedaban uñas cuando Marian me llamó.

—Ari —dijo en un murmuro cuando la profesora ya había empezado a hablar, y giré la cabeza para mirarla.

—Dime.

—¿Qué le dice una foca a otra?

Levanté una ceja.

—¿Qué?

I love you, mother foca —respondió, y tuve que taparme la boca para reprimir la carcajada que me había causado la idiotez que acababa de soltar.

—Eso será una foca a su madre, ¿no? —pregunté en el tono de voz más bajo que pude, intentando aguantarme las ganas de reír.

—Ah, sí, es verdad —contestó Marian—. Bueno, como este chiste me ha salido rana, te cuento otro.

—Ni hablar.

—Lo voy a hacer igual. —Se encogió de hombros, divertida—. ¿Tú sabes por qué los patos no tienen amigos?

—Por favor, no me digas que es porque son muy antipáticos.

Ella apretó los puños y me miró con el ceño fruncido.

—¡¿Es que te has leído la misma página de chistes malos que yo?! —me recriminó en una especie de grito susurrado.

Estaba muriéndome de la risa sin intentar hacer ruido cuando la pantalla de mi móvil, que había dejado encima de la mesa, se iluminó con un mensaje nuevo, de un número que no tenía guardado. Fruncí el ceño y desbloqueé la pantalla, antes de empezar a leer algo que no me esperaba, pero que me iba a ayudar mucho en los siguientes días.


___________

bueno solo me paso por aquí para decir que ojalá tener los amigos que tiene ari :((((( los quiero mucho, son los mejores.

y ahora mi pregunta fav: ¿qué creéis que dice el mensaje que ha recibido ari?

misterio MISTERIOOOOOO

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top