21

—Esto es una mierda —murmuré para mí misma mientras revisaba todo lo que había estado haciendo durante las últimas dos horas.

Hojas y hojas de bocetos, la gran mayoría inacabados, que había hecho usando imágenes de internet como referente. El profesor de dibujo me había comentado, un par de días atrás, que me faltaba trabajo sobre el bloque del cuerpo, así que eso es lo que estaba intentando hacer ese día. Había empezado en la biblioteca, pero me había cansado y había trasladado mis intentos de dibujar algo decente a la azotea de la facultad, esperando que el buen día que hacía me inspirara un poco, cosa que no había funcionado en absoluto.

Levanté la vista. No había ni una sola nube en el cielo y, pese al frío que había hecho en los días anteriores —nada raro si tenemos en cuenta que estábamos a mediados de marzo—, el sol daba un calor agradable y hacía brillar la ciudad, que podía ver casi al completo al estar en la parte más alta del edificio.

Respiré hondo y volví a intentarlo de nuevo, con una imagen de un cuerpo masculino semidesnudo abierta en mi portátil. Plasmé las líneas del cuerpo en el papel y, al terminar, volví a sentirme frustrada. Sí, había conseguido un dibujo que se parecía mucho a la fotografía, pero ¿de qué me servía eso? ¿Qué gracia tenía? No quería estar copiando imágenes, quería crear las mías propias, así que quizás usar una fotografía como referente no era la mejor idea.

—No pareces muy contenta —comentó una voz a mi lado, y levanté la cabeza para encontrarme a Gabriel mirando mi dibujo—. Pero está genial.

—¿Me estás siguiendo? —bromeé.

—Te puse un chip localizador en el zapato —respondió con una sonrisa, y reí—. Llevo tres horas encerrado en el taller de foto, y casi se me estaba olvidando de qué color es el cielo. Pero, en serio, no entiendo por qué llevas esa cara, si el dibujo es muy bueno.

—Ya, pero para dibujar esto, casi que prefiero imprimir la foto y pegarla en el cuaderno —contesté—. No tiene nada de especial. Le falta vida, le falta gracia.

—Igual si pruebas con un vídeo, se te abren más posibilidades —sugirió, sentándose a mi  lado, en el suelo.

Arrugué la nariz, poco convencida con la idea.

—No estoy segura —murmuré—. Cuando traían modelos a clase me salía mucho mejor.

—Pues vas a necesitar un modelo.

Lo miré, con las cejas levantadas, y vi que me sonreía con diversión.

—¿Soy yo, o te estás ofreciendo para hacer ese trabajo?

—Es posible —contestó en un tono sugerente.

—¿Tiene usted experiencia como modelo? —pregunté, cruzándome de brazos como si lo estuviera examinando.

—No —respondió—. Pero tengo experiencia estando desnudo.

Solté una carcajada.

—No sería desnudez completa.

—¿No? —preguntó, llevándose una mano al pecho—. Ah, pues ya no me interesa.

—Y, ¿por qué iba a interesarte tanto estar desnudo conmigo? —Levanté una ceja, con una sonrisa pícara.

Su única respuesta fue una carcajada, y se echó hacia atrás, apoyándose contra la pared con los ojos cerrados. El sol iluminaba su cara, y hacía una pequeña sombra en sus hoyuelos. Igual sí que me iría bien tenerlo como modelo, porque parecía estar hecho para ser dibujado.

Cuando volvió a abrir los ojos, su mirada se encontró con la mía. Nos quedamos callados, sin apartar la mirada como solíamos tener que hacer. Estaba debatiéndome entre apartarme, decir algo para romper la tensión o acercarme y besarlo de una vez, pero fue Silvia la que tomó la decisión por mí al salir a la azotea abriendo la puerta como una bruta, con tanta fuerza que el pomo rebotó contra la pared.

Me separé de golpe y Gabriel hizo lo mismo. Él carraspeó, y yo miré a nuestra amiga, que nos miraba con una ceja levantada.

—Venga, va, que si le das un poco más fuerte igual rompes la pared —bromeé.

—Haré como que no he visto nada —dijo.

—Y, ¿qué has visto, exactamente? —inquirí, divertida.

—¿Yo? —Se señaló a sí misma con el dedo índice, haciéndose la confundida—. Nada de nada.

Gabriel y yo nos echamos a reír, pero no le dimos más importancia. No creo que Silvia acabara de darse cuenta de la tensión extraña que había entre nosotros, y menos teniendo en cuenta que Marian bromeaba sobre ello a menudo.

—Y, ¿qué haces aquí? —le pregunté a mi amiga—. ¿Es que hoy os ha dado a todos por perseguirme?

—Así de irresistible eres. —Me guiñó un ojo—. Pero he venido porque Natalia me ha dicho que estabas en la azotea, y necesito consejo. Ya me va bien que Gabriel esté aquí.

—¿Consejo? —Levanté una ceja.

Ella se sentó delante de nosotros.

—Este finde Marc y yo cumplimos cinco meses —empezó—. Quería regalarle algo, pero por el poco tiempo que llevamos me parecía un poco exagerado... Así que he pensado que igual innovar en la cama podría estar bien.

La miré con interés, instándola a continuar.

—Y nada, eso es todo —dijo—. No sé qué hacer. Se aceptan sugerencias.

—Podéis probar a hacerlo en otra pose que no sea el misionero —bromeé, y ella rodó los ojos.

—Va, en serio.

—¿Habéis probado con juguetes? —pregunté, y ella hizo una mueca—. ¿No te molan? Hmm... Bueno, es que yo tampoco tengo mucha experiencia en esto de innovar. He repetido pocas veces con el mismo tío, si no contamos a Leo.

Ya hacía casi dos meses desde que había ocurrido lo de la fiesta con Leo, así que hablaba de ello abiertamente, pero la verdad es que nuestra vida sexual tampoco había sido nada extraordinario. Hablando de él, apenas aparecía por clase, y creo que era porque por fin se había dado cuenta de que esa carrera no era lo suyo, algo que yo ya había notado antes. Entre eso, y el hecho de que la gente del grupo ya no lo quería ni ver por lo que había pasado en la fiesta, tenía toda la pinta de que pronto ya no vendría más.

—Pero si estuvisteis bastante tiempo juntos —comentó ella.

—Si fueron como tres meses —le recordé—. ¿Y si pruebas con esposas? Hay tíos a los que les gusta que los aten.

—No sé si a Marc le haría mucha gracia —respondió.

—Aceite —sugirió Gabriel, y las dos nos giramos hacia él.

—¿Aceite? —preguntó Silvia.

—Compra uno de esos aceites que venden en las sex shops, o un aceite corporal de tiendas de cosmética —propuso él—. Hay algunos que huelen muy bien, y sirven para muchas cosas.

—¿Le importaría a usted entrar en detalles? —pregunté, divertida.

Gabriel me sonrió antes de continuar.

—Podéis haceros masajes, o simplemente acariciaros —prosiguió—. Va genial para disfrutar del cuerpo de la otra persona sin necesidad de que haya contacto sexual directo. Y, para follar... Bueno, solo te diré que es una pasada.

La imagen mental de Gabriel dándole al tema con el aceite envuelto me encendió por completo, y tuve que resistir la tentación de mirarlo, porque me habría puesto peor.

—Puede que pruebe eso —murmuró Silvia, dándole vueltas a la idea—. Suena guay.

—Lo es —afirmó el rubio.

—Gracias —contestó ella, sonriendo—. Oye, ¿a qué hora era lo de Natalia esta noche? Que lo dijo hace unos días y ya se me ha olvidado.

—Creo que a las nueve —respondí.

Esa noche, aprovechando que era viernes, íbamos a celebrar el cumpleaños de Natalia, que había sido un par de días atrás, en su casa. Sus padres no estaban, y el plan era cenar todos juntos, tomar algo y pasarlo bien en general. Igual salíamos a alguna discoteca, pero a mí el plan de estar en su casa me convencía más. En el último mes habíamos estado saliendo bastante, y me apetecía algo más tranquilo.

Así que a las nueve y cuarto —porque una nunca iba a superar sus problemas con la puntualidad— estaba llamando al interfono de Natalia. Silvia me regañó por la tardanza a través del telefonillo, y cuando me abrió subí los tres pisos hasta su puerta, que estaba entreabierta.

—¡Aquí llega la tardona! —gritó Natalia, dándome un aplauso, e hice una reverencia.

—Lo mejor para lo último, ya sabes —bromeé.

—De hecho, "lo último" es Marian, que todavía no ha aparecido —comentó mientras yo dejaba una botella de ron en la nevera.

—Pero lo mejor sigo siendo yo —respondí en cuanto salí y fui hacia la mesa.

—Oye, dame un poco de tu autoestima —dijo Silvia, y me reí.

Había tres sillas libres, pero me senté al lado de Gabriel, que se giró hacia mí.

—Hola —me saludó con una sonrisa.

—Buenas noches —contesté con un refinamiento fingido, y soltó una carcajada con voz grave que mandó un cosquilleo por todo mi cuerpo.

Debo admitir que esa noche iba algo encendida.

Marian llegó a los pocos minutos, y empezamos a cenar. Estábamos los de siempre, excepto Leo, además de dos compañeros de clase con los que nos habíamos empezado a llevar mucho en los últimos meses.

Después de pasarnos un buen rato comiendo y criticando todas las asignaturas de la carrera —no se salvó ni una—, pusimos música y nos trasladamos al salón. Conseguí sentarme en el sofá, mientras que algunos tuvieron que ponerse en el suelo. Yo tenía un cubata en la mano desde hacía poco, y la mayoría estaban tomando lo mismo, excepto Gabriel y Anna, que se habían decidido por tomar cerveza. Sacamos un pastel que Anna había preparado y Natalia sopló las velas en forma de diecinueve.

—¡Vamos a jugar a la botella! —propuso Marian cuando ya íbamos por el segundo cubata y no quedaba ni rastro del pastel.

—Ni hablar —contesté, porque teniendo en cuenta cómo había salido la última vez, iba a tardar un tiempo en volver a querer jugar.

—¿No tienes ganas de darme otro besito? —preguntó, haciendo un puchero mientras se abrazaba a mí.

—Si tantas ganas tienes, solo tienes que pedirlo —dije, y me acerqué a ella como si la fuera a besar, pero en el último momento cambié de dirección y le mordí la mejilla, haciéndola gritar.

—¡Eres una bruta! —exclamó, dándome golpes en el pecho mientras yo me moría de risa. Se frotó la zona donde la había mordido, y reemplazó su ceño fruncido por una sonrisa antes de volver a hablar—. Yo sé a quién sí habrías besado sin pensártelo dos veces.

—Ya estamos otra vez. —Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír con diversión.

Ella soltó una risita malvada y se apartó de mí antes de ponerse a hablar con Silvia de vete a saber qué. Miré a Gabriel, que me miraba con curiosidad, y me dio una media sonrisa que le devolví.

Algo más tarde, Marc salió a fumar al balcón y decidí unirme a él, sentándome en el suelo del balcón. Estuvimos hablando durante un buen rato, y me sentí tentada a preguntarle sobre Marian porque, aunque no había vuelto a hablar del tema con ella, me daba la sensación de que Marc le seguía gustando. Aun así, no tardé en darme cuenta de que era una mala idea, porque tampoco quería causar problemas entre ellos y Silvia. Cuando el cigarro de Marc ya estaba en las últimas, se abrió la puerta del balcón y apareció Gabriel.

—Qué calor hace ahí dentro —comentó antes de sentarse a mi lado, porque la única silla del balcón estaba ocupada por Marc.

—Eso es que has bebido mucho —bromeé.

—Si solo voy por la tercera birra —respondió—. Me da a mí que tú has bebido más.

—No me he acabado el segundo cubata —dije, encogiéndome de hombros.

—Creo que os haré un favor y os dejaré solos —murmuró Marc, y nos guiñó un ojo antes de dejar la colilla en el cenicero de la mesa y entrar de nuevo en el piso.

—Qué obsesionados están. —Reí, pero esta vez Gabriel no rió conmigo.

Se quedó callado, mirando al horizonte, y quise decir algo más pero parecía pensativo, así que lo dejé hacer.

—Igual sería hora de parar —murmuró tras un largo silencio, y fruncí el ceño.

—¿Parar de qué? —inquirí.

Él se giró para mirarme. De repente fui todavía más consciente de lo cerca que estaba, de su rodilla rozando la mía y de nuestros hombros a escasos centímetros de distancia.

—De fingir que no está pasando nada entre nosotros —contestó—. Nuestra relación siempre ha sido así, Ari: bailamos uno alrededor del otro, sin atrevernos a acercarnos por miedo a lo que pueda pasar.

—Y, ¿qué podría pasar? —pregunté en un murmuro, con ese sentimiento de anticipación que me causaba su cercanía más intenso que nunca.

—No lo sabremos hasta que lo probemos, ¿no?

Y no quise esperar más. Ya llevaba demasiado tiempo esperando, y ni siquiera sabía por qué. Me acerqué a él poco a poco, estudiando su reacción, y cuando vi que su rostro también se acercaba al mío, acorté la poca distancia que quedaba entre nuestros labios y lo besé.

Y fue como una explosión dentro de mí.

No tuvo nada que ver con ese beso que nos habíamos dado jugando a la botella. Ese día yo había estado tensa, llena de inseguridad porque mi entonces novio estaba al lado, pero en ese momento, a solas con él en el balcón, sin nadie que nos viera, me dejé llevar. Mis manos fueron a su nuca y acaricié su pelo mientras colaba mi lengua en su boca. Él puso una mano en mi mejilla, se separó y me mordió el labio, haciéndome gemir.

—Joder —murmuró, mirándome con deseo—. Ven aquí.

Me cogió de la cintura y tiró de mí hacia él. Separé las piernas y me senté en su regazo antes de volver a besarlo. Sus manos viajaron por mi cintura hasta mi culo, y me pegó aún más contra él. Esta vez fui yo la que mordió su labio, y él el que gimió. Bajé mis besos hacia su cuello, dejando otro mordisco, y cuando lo escuché suspirar de placer estuve a punto de olvidar que estábamos en un balcón que daba a la calle y nuestros amigos estaban a apenas unos metros de distancia.

El sonido de alguien acercándose al balcón me hizo reaccionar, y me aparté rápidamente de Gabriel, con la respiración agitada. Anna apareció por la puerta, y nos saludó distraídamente antes de apoyarse en la barandilla y encenderse un cigarro. Miré a Gabriel, que apoyó la cabeza en la pared y cerró los ojos antes de respirar hondo, seguramente odiando a Anna tanto como yo, y mira que era una chica genial.

Cuando volvió a abrirlos y me miró, no pude evitar reírme, sintiéndome en las nubes, y él sonrió.

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AAAAH QUE SAN DAO UN BESITO (bueno, varios), POR FIIIIIIIIN

Nadie tenía más ganas que yo, os lo aseguro JAJAJAJJA

¿Qué va a pasar ahora? ¿La boda pa cuándo? ¿El ñiqui ñiqui con aceite pa cuándo? Ya veremos, mi gente. Si fuera por mí pasaría todo en el próximo capítulo, pero la historia tiene una estructura y esas cosas :(

Os quiere,

Claire

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