16

Para mi sorpresa, no éramos muchas las personas que queríamos jugar a la botella, aunque lo preferí, porque tampoco me apetecía morrearme con mil personas. Debía haber unas treinta personas en la fiesta, o incluso más, pero solo ocho jugamos a la botella: varias personas a las que no conocía, Claudia, Marian, Leo y yo.

Justo cuando ya estábamos sentados, algunos en los dos sofás que había, uno delante del otro, y otros en el suelo, Gabriel pasó por nuestro lado.

—Va, únete, aburrido —le dijo Marian, y él soltó una carcajada.

Me dedicó una mirada rápida, y luego volvió a mirar a nuestra amiga.

—Venga, va.

Marian soltó un grito de alegría y le dio un pequeño aplauso mientras él se sentaba a su lado. No pude evitar mirar a Leo, y por su expresión vi que no estaba muy contento con que Gabriel se nos hubiera unido. Empecé a ponerme nerviosa, pero no de una forma negativa. Era expectación porque, aunque supiera que iba a traer problemas, una parte de mí deseaba que, cuando hiciera girar la botella, esta terminara señalando a Gabriel.

—Bueno, ¿quién empieza? —preguntó Claudia, y se paró a pensarlo unos segundos—. La persona que tenga más edad del grupo. Yo tengo dieciocho, así que no creo que me toque a mí.

Así fue como descubrí que tanto Gabriel como Marian tenían un año más que yo. Aun así, no eran los mayores, porque había una chica que tenía veinte, y fue ella la que hizo girar la botella vacía de cerveza por primera vez, dando el juego por empezado.

Nos quedamos en silencio, mirando el objeto de cristal dando vueltas, hasta que su boca se quedó quieta apuntando a Marian.

—¿Es un pico, o algo más? —preguntó la chica.

—Yo haría picos, al menos para empezar —sugirió otro chico al que no conocía, pero que estaba bastante segura de que se llamaba Joan.

Estuvimos todos de acuerdo, y Natalia se besó con la chica entre aplausos. Durante la siguiente hora, hubo un poco de todo. Prácticamente nos besamos todos con todos —incluso Leo con Gabriel, aunque no le pusieron demasiado entusiasmo—, pero en ningún momento me tocó con el rubio... Hasta que pasó.

Fui yo la que giró la botella, y cuando la boca apuntó a Gabriel, mi corazón dio un salto. Él me sonrió, y fue todo lo que necesité para empezar a acercarme a él, hasta que Leo me interrumpió.

—Ari no juega.

Me giré hacia él, con una ceja levantada, y vi que me miraba con seriedad.

—¿Cómo que no juego? —pregunté, porque no estaba segura de haberlo escuchado bien.

—Que se acabó el juego para nosotros —contestó.

Ya decía yo que la noche estaba yendo demasiado bien.

—Me da a mí que no —repuse.

Así que pasé de él y sus rabietas completamente, y seguí acercándome a Gabriel hasta que estuve delante de él. Me miró, y pude ver la duda brillando en sus ojos. Le di una pequeña sonrisa, intentando transmitirle que no pasaba nada y, cuando su mirada se fijó en mis labios, pareció relajarse.

—¿Puedo? —le pregunté en un murmuro, porque solo quería que lo escuchara él.

Él asintió lentamente con la cabeza. Puse una de mis manos en su mejilla, notando la ya conocida electricidad entre nosotros, y me incliné para juntar mis labios con los suyos. Apenas fue una caricia, una leve presión, pero fue suficiente para mandar una ola de adrenalina por mis venas.

Cuando me separé y volví a la realidad, Gabriel me miró con una expresión que no supe descifrar, y tampoco tuve demasiado tiempo para fijarme en ella porque escuché a Leo levantarse e irse, enfadado.

—Y a este, ¿qué le pasa? —preguntó Marian.

—Ni idea —contesté, aunque lo sabía perfectamente, pero su forma de darme órdenes como si tuviera algún tipo de poder sobre mí me había molestado, y no iba a perseguirlo para pedirle perdón, porque era él quien se debía disculpar—. Ya se le pasará.

Empezaba a estar harta de tener que pensar "ya se le pasará" cada vez que le daba una de sus rabietas porque, honestamente, tenía cosas mejores que hacer que estar esperando a que se calmara constantemente. Así que, por una vez, decidí dejar de preocuparme por él. Estábamos celebrando que habían terminado los exámenes, y quería pasármelo bien con mis amigos.

El juego de la botella terminó ahí, así que fui a buscar al resto de mis amigos, que estaban todos juntos charlando en el jardín mientras Anna fumaba. Me senté con ellos, cubata en mano, y nos dedicamos a hablar de tonterías. Gabriel y Marian también se unieron, y al principio fue incómodo estar delante del rubio después de lo que acababa de pasar, de todo lo que me había hecho sentir con un beso tan corto, pero pronto ya estábamos hablando y bromeando con normalidad.

Por una vez, ni siquiera me preocupaba dónde estaría Leo, cómo se estaría sintiendo o si estaría muy enfadado conmigo, y esa sensación me traía mucha paz, aunque me sintiera mal al admitirlo.

No había pasado ni una hora cuando Claudia salió al jardín y, en cuanto me vio, vino hacia mí.

—Ari, me han dicho que Leo te está buscando —contesta—. Está en el piso de arriba.

—Y, ¿no puede venir él? —inquirí.

—Ni idea. —Claudia se encogió de hombros—. Me lo ha dicho un amigo, se ve que se lo ha encontrado arriba y le ha pedido que te diga que subas.

Fruncí el ceño, sin entender qué diablos quería y por qué tenía que ser yo la que fuera a buscarlo, pero respiré hondo y decidí hacer lo que decía, ya por curiosidad más que por otra cosa.

Cuando entré de nuevo en la casa, no me pasó inadvertida la mirada de diversión que me dio un chico que estaba ahí, al lado de la puerta. Lo había visto unas horas antes, al llegar a la fiesta, pero no lo conocía. Volví a fruncir el ceño, sin entender a qué venía eso, pero la verdad es que al poco rato me olvidé del tema —probablemente porque iba bastante borracha y no me pareció importante—.

Subí las escaleras, pensando en qué podía ser lo que quería Leo y preparándome mentalmente, porque era muy probable que buscara discutir.

En el piso de arriba había poca gente. Vi a una chica de nuestra clase salir del baño, antes de saludarme con alegría, y a dos chicos enrollándose al final del pasillo. Al no ver a nadie más en el pasillo, paré a Marta, la chica de mi clase, antes de que bajara.

—Oye, Marta, ¿has visto a Leo? —le pregunté.

Ella tuvo que pararse a pensarlo unos segundos porque, a juzgar por el rojo intenso de sus mejillas y su postura algo inestable, había bebido bastante.

—Lo he visto antes entrando ahí. —Señaló una de las puertas del pasillo, y apoyó una mano en mi hombro—. No sabía que lo habíais dejado. Lo siento.

Levanté una ceja, sin comprender a qué se refería, pero no pude preguntarle más porque empezó a bajar las escaleras, caminando con cuidado y sujetándose en la barandilla.

Me invadió una sensación extraña, como si algo no fuera bien. Me acerqué a la puerta que Marta me había indicado, con algo de miedo, y puse la mano en el pomo antes de respirar hondo y abrir.

No sé si fue el alcohol, la sorpresa o la poca luz que había en la habitación pero, al principio, no comprendí lo que estaba ocurriendo. Había dos cuerpos semidesnudos y abrazados en la cama, besándose, moviéndose el uno contra el otro. Estaba a punto de disculparme y salir de la habitación cuando reconocí el rostro de Leo en uno de esos cuerpos.

Había una chica debajo de él, llevando solo unas bragas, y Leo estaba sin camiseta. Pararon lo que estaban haciendo, y él me miró. Me quedé parada, estática, y abrí la boca para decir algo, pero no me salían las palabras.

—Así aprenderás a dejar de ser tan zorra —me dijo Leo, y empecé a sentir ganas de vomitar.

No dije nada. Salí de la habitación lo más rápido que pude, cerré la puerta con un fuerte golpe, como si no quisiera que se volviera a abrir nunca más, y me apoyé contra la madera para intentar procesar todo lo que había pasado.

Las náuseas aumentaron cuando recordé lo que acababa de ver, repitiéndolo en mi cabeza sin parar mientras sentía que me ahogaba. La culpa se instaló en mi cabeza y casi consiguió dominarla, porque no podía parar de pensar en que yo había provocado esa situación, besando a Gabriel cuando Leo había dejado claro que no quería que ocurriera.

Pero de repente un sentimiento se superpuso a todos los demás: la rabia. Una rabia tan visceral y tan intensa que, por un momento, me dio incluso miedo.

Y esa rabia no solo venía de lo que acababa de ocurrir, no, venía de hacía meses. Era la rabia que había apartado en cada una de las rabietas de Leo, cada vez que se ponía celoso, cada vez que tenía un comportamiento de mierda conmigo. Es como si no me hubiera dado cuenta de que esa rabia se había estado acumulando, hasta que salió toda de golpe.

Bajé las escaleras con paso decidido. El chico de antes seguía sonriendo con diversión, sin dejar de mirarme, y al darme cuenta de que se estaba burlando de mí porque sabía lo que estaba ocurriendo en el piso de arriba, y que probablemente había sido él quien había avisado a Claudia, me sentí tentada a descargar mi rabia contra él, pero lo descarté rápidamente. No merecía la pena.

El sonido de la música, el ruido de las charlas, las risas, la gente bailando... Empecé a agobiarme. Todo el dolor, la tristeza y la rabia se instalaron en mi pecho, creando una presión desagradable y que amenazaba con cortarme la respiración. Así que me fui. Caminé hacia la puerta de la casa, y me pareció escuchar a alguien llamándome, pero no me giré. Seguí caminando, abrí la puerta principal y salí al exterior. Inspiré con fuerza, notando el aire frío de finales de enero inundar mis fosas nasales, mis pulmones, trayendo consigo un poco de alivio.

Caminé hacia la calle, y me senté en el bordillo de la acera. Seguí respirando hondo, y cuando quise darme cuenta estaba llorando. Todo lo que estaba sintiendo salió a trompicones, y enterré mi cara entre mis manos. Me concentré en respirar, pero no podía parar de pensar en lo que había visto.

¿Cómo había podido hacerme algo así? No solo el acto en sí, y encima después de todos sus celos injustificados, sino encima haciendo que yo lo viera, porque quería hacerme daño. Se suponía que me quería, y me había hecho esto.

La puerta de la casa se abrió, y me sequé las lágrimas antes de ver a Natalia caminando hacia mí.

—¿Qué ha pasado? —me preguntó—. ¿Ha sido Leo? Joder, claro que ha sido Leo. Lo voy a matar.

—Lo voy a matar yo antes —contesté, con la voz ronca.

—¿Qué cojones ha hecho? —insistió, sentándose a mi lado.

—Se estaba liando con otra —respondí—. O estaban follando, yo qué sé. Y ha tenido los cojones de decirme que eso me pasa por ser tan zorra. Yo. O sea, la zorra en esta historia soy yo. ¿De qué coño va? ¿Quién se ha creído que es?

—¡¿Qué?! —exclamó, alucinada—. Pero menudo gilipollas. Es que lo mato, te lo juro.

—Tendría que haberos hecho caso. Tenías razón, Natalia: este tío es una mierda. O un tóxico, como lo llamaste tú. ¿Quién le hace eso a una persona a la que dice querer? Qué puto asco.

—Oye, que no es culpa tuya —dijo ella—. Es difícil darse cuenta de que una persona es tóxica cuando es tu pareja y la quieres, o te gusta mucho, o lo que sea. Desde fuera, todo se suele ver con más claridad.

—Ya, pero me siento como una imbécil —contesté—. Si en el fondo me daba cuenta, pero he necesitado esta bofetada monumental para aceptarlo. Y, ¿sabes? Ni siquiera me duele tanto que se haya liado con otra. Lo que me jode es que lo haya hecho expresamente para hacerme daño.

—Eso es de estar enfermo —coincidió ella—. Mira que he visto a gente haciendo cosas turbias, eh, pero este idiota se lleva la palma.

La puerta se volvió a abrir, y vimos a Gabriel saliendo de ella. Caminó hacia nosotras con paso relajado, pero se podía ver la preocupación en su cara.

—¿Todo bien? —preguntó, aunque era evidente que no.

Me quedé callada, y Natalia me miró.

—¿Se lo quieres decir? —me preguntó en un susurro, y asentí con la cabeza.

—Leo se ha liado con una chica —le conté al rubio, que levantó las cejas, sorprendido—. Y me ha soltado que eso me pasa por ser tan zorra, o una zorra... Ya ni me acuerdo de lo que ha dicho.

Gabriel se pasó las dos manos por la cabeza, y cerró los ojos.

—Joder —murmuró—. Será gilipollas.

—Lo es —concordó Natalia.

El rubio se arrodilló delante de mí, y apoyó una de sus manos en mi rodilla. Y esta vez no sentí esa electricidad de siempre, porque estaba tan saturada de sentimientos que uno más apenas se notaba.

—¿Cómo estás? —me preguntó—. Dentro de lo malo, digo.

—Tengo ganas de matarlo —respondí—, de gritar, y de romper algo... Pero, por raro que suene, empiezo a sentirme como si me hubiera quitado un peso de encima.

Él asintió con la cabeza varias veces, como si supiera de qué le hablaba, y me hizo otra pregunta.

—¿Qué quieres hacer?

—¿En general, o ahora? —inquirí.

—Ahora —contestó.

—Irme. No quiero ir a casa ahora mismo, pero quiero... Quiero caminar. Daré una vuelta y, cuando me canse, me iré a casa.

—Vamos contigo —dijo.

—Eso es —añadió Natalia—. No vamos a dejar que te vayas sola a las dos de la mañana, y mucho menos con lo sensible que estás.

—No estoy sensible —me defendí.

—Estar cabreada también es estar sensible —apuntó, y tuve que darle la razón.

—Tienes que conducir el coche de vuelta y llevar a los demás —le dije a Natalia, y ella soltó un gruñido.

—Mierda, es verdad.

—Voy yo con ella —le dijo Gabriel—. Tú quédate, y pégale unos cuantos gritos al imbécil de Leo, si quieres.

—Qué va, me da que la fiesta para mí ha terminado —murmuró—. Intentaré convencer a los demás de irnos. Y como vea a Leo le pego una paliza, ya os lo digo.

—Pasa de él —contesté—. Es lo mejor que puedes hacer. Yo haré lo mismo.

—Suerte que la semana que viene no hay clase y no tendrás que verlo —dijo ella.

—Pues sí. Además, el lunes me voy a París a ver a mi hermana unos días, y me irá bien para desconectar.

Entré un momento a la casa para coger mi chaqueta y mi bolsa. Me despedí de Natalia antes de salir y, en cuanto estuve fuera, miré a Gabriel.

—No hace falta que vengas conmigo. Puedo coger un taxi, o algo así. No quiero que tengas que irte de la fiesta por mí.

—Has dicho que querías caminar, y caminaremos —me aseguró—. Tú no me dejaste solo cuando me encontré mal esa noche que salimos, y yo no te dejaré sola ahora. Además, de todos modos, ya me estaba cansando de esta fiesta.

—Gracias. —Le di una pequeña sonrisa, y él me la devolvió.

—Venga, vamos.


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Bueno, por fin puedo expresarme con libertad sin miedo a spoilearos:

QUÉ ASCO LEO, LO LLEVO ODIANDO A MUERTE DESDE EL CAPÍTULO 1 (más que nada porque sabía desde el principio que le haría esto a Ari, ups), AAAAAHHHHHHHH. EL ODIO QUE LE TENGO NO ME HA DEJADO NI CENTRARME EN LO REALMENTE IMPORTANTE DEL CAPÍTULO, QUE ES QUE ARI Y GABRIEL SE HAN DAO UN BESITO AHDIUABFW

Dejad un comentario aquí si queréis desahogaros con el imbécil.

Y nada, eso es todo por hoy. No quiero decir nada, pero la semana que viene cumplo 7 años en Wattpad y hay maratón de 3 capítulos de Cosas de rubios (baia, se me ha escapao) ;D

Os quiere,

Claire

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