15

Las vacaciones de Navidad pasaron volando, porque estuve la mayor parte del tiempo estudiando para los exámenes y terminando los trabajos para la universidad. Cuando quise darme cuenta, ya era enero y estaba entrando en clase otra vez.

Pese a haber estado la mayor parte de las fiestas estudiando, también había tenido tiempo para ver a mis amigos —de fuera de la universidad ese grupo se resumía en Patri y Alex, a decir verdad—, y quedé un par de veces para estudiar con los de clase. Leo también había estado en nuestras sesiones de estudio, pero Gabriel parecía desaparecido. No había sabido nada de él en todas las vacaciones, pero tampoco me preocupaba porque él era así, y en el fondo quizás era mejor para mí.

Tal y como Adil me había aconsejado, había intentado con todas mis fuerzas ver la situación de una forma objetiva, pero eso solo me había llevado a darme cuenta de cosas que no me eran agradables.

Esa sensación se había intensificado cuando había tenido un altercado con Leo porque me había propuesto pasar el Fin de Año con él y su familia, y le había dicho que no de la forma más amable posible, porque me negaba a volver a ponerme en una situación en la que me sentía observada bajo lupa, aunque está claro que eso no fue lo que le dije. Simplemente le había dicho que quería pasarlo con mi familia, y cuando la palabra "niña de papá" había salido en la discusión, había tenido que invocar toda mi paciencia para no mandarlo a la mierda. Yo no era una niña de papá, de hecho la relación con mis padres era muy complicada y él lo sabía, así que su comentario estúpido me había molestado mucho.

Ni siquiera había salido de fiesta para celebrar el nuevo año, porque con el estrés de los trabajos y exámenes no me había sentido con ánimos.

Pese a tenerme de los nervios, la época de exámenes pasó con relativa rapidez. Volví a ver a Gabriel y, aunque todavía notaba un subidón de adrenalina cada vez que lo veía, no fue tan fuerte como esperaba. Las cosas entre nosotros fluían como siempre, y con Leo volví a estar bien al poco tiempo.

A finales de enero, poco antes de terminar los exámenes, Claudia, la chica de nuestra clase que tenía una casa enorme en Pedralbes, propuso hacer una fiesta de fin de exámenes el fin de semana siguiente. De mi grupo de amigos nos apuntamos todos, porque necesitábamos un respiro, pero no me imaginaba que me iba a llevar justo lo contrario.

El sábado en cuestión, me estaba preparando en mi casa después de haberme pasado casi todo el día recuperando horas de sueño y acumulando algunas de más para poder aguantar durante la noche. Silvia me mandó un mensaje avisándome de que estaban en mi calle y murmuré un "mierda" antes de empezar a coger todo lo que necesitaba —que venían a ser una botella de ron y mi chaqueta—. Me despedí de mis padres rápidamente, salí de casa y bajé corriendo las escaleras hasta el portal.

Uno de los eventos principales de la noche era el hecho de que Natalia, que apenas llevaba dos semanas con el carné de conducir, nos iba a llevar en el coche que sus padres le habían prestado a la fiesta. Anna, con la que tenía una extraña relación, no sé si romántica o solo sexual, nos había dicho que conducía fatal y yo, lejos de estar asustada, iba preparada para reír durante un buen rato.

—Bienvenida al coche de la muerte —me dijo Anna, sentada en el asiento del copiloto, cuando me subí.

Leo estaba sentado en el asiento trasero del medio, y me dio un beso antes de que pudiera saludar al resto. Al otro lado estaba Silvia, que rodó los ojos cuando nos besamos y le levanté una ceja porque ella, a la que había visto comerse la boca con Marc unas cuantas veces, no era la más indicada para hablar.

—Entonces, ¿cuántos semáforos se ha saltado? —pregunté, y Natalia rio con sarcasmo.

—Ninguno —contestó—. Soy una conductora excelente.

—Bueno, tampoco hace falta exagerar —comentó Silvia—. No te has saltado ningún semáforo, pero porque te hemos gritado "semáforo" dos veces, que si no te los habrías saltado.

—Y, ¿dónde están los demás? —inquirí cuando Natalia arrancó.

—Marc y Gabriel vienen en metro —respondió Silvia—, y creo que Marian va con ellos, pero no estoy segura.

Nos metimos por la Diagonal, y pude notar cómo Natalia se ponía algo nerviosa, cosa que tenía todo el sentido del mundo porque esa calle era un descontrol, y complicada de entender.

—Ánimos, que casi llegamos a la rotonda —le dije con algo de maldad, y me miró por el retrovisor como si me quisiera matar.

La rotonda de Francesc Macià era una pesadilla para los conductores novatos. Yo nunca había conducido por ahí, más que nada porque no tenía el carné, pero Patri había hecho las prácticas ahí y decía que era el mismísimo Infierno. Muchos carriles, muchos coches y varias salidas que confundían.

Cuando por fin divisamos la rotonda, Natalia agarró el volante con fuerza, y bajó considerablemente la velocidad cuando llegamos. Estuvo parada delante durante un buen rato, y cuando vio la oportunidad, entró. Lo hizo todavía con la velocidad baja, y un imbécil que venía detrás empezó a pitarle como un poseso.

—Este gilipollas me está poniendo de los nervios —dijo Natalia, al ver que el tío no paraba.

Aguanté dos pitidos más antes de bajar la ventanilla, mirarlo con toda mi cara de mala leche, y gritarle.

—¡¿Que no ves la "L"?! —exclamé, mirando hacia atrás, pero como parecía no escucharme me limité a señalar hacia donde estaba la "L" que indicaba que mi amiga era una conductora novata, y cuando no paró de pitar fui incapaz de resistir el impulso de enseñarle mi dedo corazón.

—¡Eso, defiende el castillo! —me animó Anna, aplaudiendo.

Por fin salimos de la rotonda, y Natalia liberó un suspiro de alivio.

—Si has sobrevivido esto, puedes sobrevivir lo que sea —le dijo Silvia, y ella le dio una pequeña sonrisa—. Y no veas, Ari, con tu fiera interior. He decidido que no me pelearé nunca contigo.

—Ha sido bastante sexy —comentó Leo.

—No lo he hecho por ser sexy —rebatí, y debo admitir que seguía un poco cabreada por el incidente.

Él frunció el ceño, apartó la mirada de mí y negó con la cabeza para sí mismo.

Llegamos a la calle de Claudia quince minutos más tarde. Tuvimos que dar varias vueltas hasta encontrar una calle en la que se pudiera aparcar, y luego caminamos hacia nuestro destino. La imponente casa —o mansión, casi— parecía fácil de reconocer pero, en una calle donde todo era lujo, no pude evitar quedarme mirando cada casa que íbamos pasando.

—Lo que daría por vivir aquí —suspiró Silvia, tan fascinada como yo por las casas—. Y no solo por lo bonito que es, sino porque tiene que ser tranquilísimo. En mi casa se escuchan ambulancias cada diez minutos, y los fines de semana está todo lleno de borrachos gritando en la calle.

Yo no podía quejarme de mi ubicación porque la calle Muntaner no estaba nada mal, pero también tenía el problema del ruido de forma constante, y más teniendo en cuenta que era una de las calles más concurridas de la zona.

Nos abrió la puerta un chico de nuestra clase con el que yo apenas había hablado, pero nos recibió con una sonrisa. Dentro había comida, aunque Silvia y Anna habían traído más porque la idea era que trajéramos cosas por grupos. Leo, Natalia y yo habíamos traído bebida, así que no nos iba a faltar de nada.

El ambiente era alegre, la música era del tipo que me habría hecho bailar toda la noche en una discoteca, y la gente estaba repartida por el enorme salón, comiendo, hablando y bebiendo. Sonreí al verlo. Me había hecho falta algo como eso.

Igual éramos unas quince personas de clase —lo cual representaba algo más de la mitad, porque el curso estaba dividido en tres clases y no llegábamos a treinta por grupo—, y había más gente a la que no conocía y que suponía que eran amigos de Claudia.

Marc vino hacia nosotros, nos saludó uno por uno con un abrazo y le dio un beso a Silvia antes de que dejáramos nuestras cosas en la mesa. Reconocí a Gabriel y Marian sentados juntos, en uno de los sofás, mirando algo en el móvil de ella entre risas. Me quedé mirando al chico rubio, medio echado en el sofá y con las cejas levantadas por la diversión, ajeno a mi presencia. Ni siquiera se había vestido de una forma especial —yo tampoco, a decir verdad, porque había optado por unos tejanos algo anchos verdes que hacía poco que tenía y un top blanco, además de la chaqueta porque hacía un frío horrible—, pero estaba tan atractivo que no pude evitar acercarme.

—¿Vídeos de perritos? —les pregunté cuando estuve delante.

—No, es que me he hecho Tinder —contestó Natalia—, y hay cada perfil que es para ponerlo en un programa de comedia. Mira este: "quiero a una mujer que me respete, que obedezca, que sepa cocinar y que sea fiel". Básicamente quiere una esclava, este idiota. Ah, y antes hemos visto a uno que decía abiertísimamente que le gustaba beber pis.

Arrugué la nariz, asqueada, pero no pude evitar reír.

—Obviamente, a este le doy que no —dijo, deslizando su dedo índice hacia la izquierda en la pantalla del móvil.

—Uy, aquí sale una pareja —comentó Gabriel, viendo el siguiente perfil, y me senté al lado de Marian para cotillear.

—Ah, sí —murmuró Natalia—. Es que puse que también buscaba chicas, porque la verdad es que me atraen bastante, y hay muchos perfiles de chicas buscando otras chicas para hacer un trío con su novio.

—Y, ¿no te interesa? —le pregunté.

—No lo sé —contestó—. Podría estar bien probarlo. Les voy a dar like, va, a ver qué me dicen.

Estuvimos un buen rato jugando con el Tinder de Marian, hasta que el hambre me pudo y me fui a buscar algo para comer. Terminé comiendo tortilla de patata mientras Leo me preparaba un cubata de ron cola. Me lo tendió, y le di las gracias con un beso antes de dar un trago.

—Le ha salido una bebida excelente, señor coctelero —le dije con una sonrisa.

—Me alegra que le guste, milady —contestó antes de besarme otra vez.

Estuvimos comiendo, bebiendo y bailando durante un buen rato. Cuando quise darme cuenta, ya llevábamos dos horas en la casa y el alcohol me estaba empezando a subir, y mira que tampoco había bebido tanto. Supongo que era porque llevaba semanas sin tomar un solo trago, así que mi cuerpo se había desacostumbrado.

Eran alrededor de las once cuando salió la propuesta. Estaba con Natalia, Leo y Anna cuando Claudia se nos acercó.

—Unos cuantos vamos a jugar a la botella —nos dijo—. ¿Os apuntáis?

—¿A la botella? —pregunté, con una ceja levantada, no porque no supiera de qué hablaba, sino porque no me lo esperaba, aunque la idea me parecía más que sugerente.

Solo había un problema...

—Claro. Por mí, sí —dijo Leo, y esta vez levanté las dos cejas, porque no me lo esperaba. Él me miró—. ¿Te parece bien? Son solo algunos besos, no significan nada.

—Me parece bien —contesté, con algo de miedo de que fuera una pregunta trampa, pero el alcohol en mi cuerpo consiguió enterrar ese sentimiento.

Ahí fue cuando la noche se empezó a descontrolar.

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DEEESCONTROOOOOOL (leer con voz de Daddy Yankee)

Al final me estaba quedando un capítulo larguísimo y he decidido partirlo en dos, porque así también contribuye a dejaros con la intriga y SUFRIENDO *risa maléfica*.

En el próximo capítulo se va a liar parda, y quiero leer vuestras teorías al respecto. ¿Qué creéis que pasará?

En principio subiré el capítulo 16 el miércoles que viene, pero si me flipo igual lo subo antes, who knows.

Os quiere (aunque le guste haceros sufrir),

Claire

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