10

—Esta. —Le mostré la imagen de un cuadro a Natalia en la pantalla de mi ordenador, y ella asintió con la cabeza.

La balsa de la Medusa —dijo—. Pintada por Théodore Géricault entre 1818 y 1819. Es una pintura al óleo, perteneciente al Romanticismo. La obra representa a varios náufragos de la fragata Medusa, que avistan un barco en el horizonte y hacen señales para que los recojan. En la parte inferior de la obra...

Siguió recitando los apuntes que previamente habíamos estudiado mientras Anna, Marian y yo la escuchábamos. Cuando terminó, me tocó a mí, así que me enseñó una imagen aleatoria de entre las muchas obras que nos teníamos que estudiar, que resultó ser El caminante sobre el mar de nubes, de Friedrich. Como era una obra que me gustaba, me la sabía bien, y poder dar toda la información alivió un poco la ansiedad que me daba el examen de Historia del Arte que teníamos al día siguiente.

Estábamos en casa de Anna, que vivía con dos compañeros de piso que también estaban de exámenes —aunque de otras carreras—, así que en el piso se respiraba un ambiente de estudio que nos era muy necesario. Silvia se había ido a estudiar a casa de Marc, aunque estudiar quizás sea decir mucho, porque desde que estaban juntos no paraban de darle al tema.

A las nueve decidimos dejarlo estar, porque ya había quedado claro que nos lo sabíamos muy bien, y nos pusimos a preparar la cena.

—Si sobrevivo al estrés de esta semana, ya podré vivir tranquila para siempre —dijo Natalia mientras cenábamos.

—Y que lo digas —respondí—. Yo todavía tengo que terminar el trabajo de Antropología.

—Oh, el trabajo de Antropología —repitió Marian con un tono de voz sugerente, y rodé los ojos.

—¿Qué le pasa al trabajo? —pregunté, aunque sabía de sobra qué era lo que tanta gracia le hacía.

—¿Vas a terminarlo en casa de Gabriel? —cuestionó, mirándome con diversión.

—Sí —contesté, y su sonrisa se ensanchó.

La profesora de Antropología había asignado las parejas para el trabajo aleatoriamente, y a mí me había tocado con Gabriel, cosa que a Marian le hacía mucha gracia.

Leo no había comentado nada al respecto, porque la verdad es que el tema de sus celos de Gabriel ya estaba bastante superado, así que los dos meses y medio que ya llevábamos juntos habían sido muy tranquilos.

Mi relación con Gabriel seguía igual que siempre. Como habíamos prometido esa noche de fiesta, no habíamos vuelto a sacar el tema de nuestra atracción mutua. Pensaba que eso serviría para que lo que sentía por él se evaporara, pero no había sido así. De todos modos, tampoco tenía intención de hacer nada al respecto, y menos teniendo en cuenta lo bien que estaba con Leo.

Marian, por eso, no estaba de acuerdo.

—Acabaréis liados —aseguró—, lo estoy viendo.

—Pero si estoy con Leo —le recordé—, y no veo a Gabriel de esa manera. No va a ocurrir, Marian, supéralo.

Ella hizo una mueca de protesta, como si le pareciera mal que no quisiera ponerle los cuernos a Leo con Gabriel, o dejarlo por él, y yo solo me reí, porque cuando se ponía así estaba muy graciosa.

***

Al día siguiente, salí del examen de Historia del Arte sintiéndome bastante optimista con respecto a la nota que iba a sacar. Estudiar en grupo había sido una buena idea, y estaba muy satisfecha. Los nervios por el examen ya habían desaparecido, pero ahora estaba sintiendo otro tipo de nervios, y tenían mucho que ver con el hecho de que en pocas horas iba a estar en casa de Gabriel, sola con él.

Nos quedaba una clase antes de salir, y la pasé mirando por la ventana. Debería haber estado prestando atención, porque teníamos que entregar un proyecto la semana siguiente de esa misma asignatura, pero después de haber estado tan liada entre trabajos y exámenes, me sentía más distraída de lo normal. Mi mano parecía dibujar sola con el bolígrafo sobre el papel, hasta que Silvia me dió un codazo y volví a la realidad.

Me giré hacia ella como si acabara de despertar, y me dedicó una pequeña sonrisa antes de deslizar el papel donde había estado tomando apuntes. Le di las gracias en un murmuro y empecé a copiar lo que ponía en su hoja.

Terminamos la clase a las dos de la tarde, y Gabriel vino a buscarme a mi mesa.

—¿Nos vamos? —preguntó, y aunque estaba sonriendo, pude notar que también estaba un poco nervioso, lo que me hizo sentir reconfortada.

—Sí —contesté, acompañando mi respuesta con un asentimiento de cabeza, y terminé de recoger mis cosas para irme con él.

No tenía ni idea de dónde vivía, así que me dediqué a seguirlo hacia la boca del metro mientras hablábamos del examen de Historia del Arte y de los trabajos que teníamos para la semana viniente. Nos subimos en el metro, donde nos sentamos uno delante del otro, y seguimos hablando hasta que Gabriel se levantó justo antes de llegar a la parada del Clot. Nos bajamos, y apenas tuvimos que caminar cinco minutos hasta que se paró delante de un portal y sacó las llaves.

La casa de Gabriel era pequeña, pero desprendía calidez. Estaba decorada de una forma sencilla pero moderna, con algún que otro cuadro colgado, además de varias fotografías en las paredes y estanterías. Las paredes eran blancas, lo que le daba aún más luz a la estancia, y no pude evitar curiosear mirando las fotos. Sonreí al ver la foto que Gabriel me había enseñado meses atrás, después del revelado en el taller de fotografía, en la que salía su madre. Recordé cuando me había dicho que estaba seguro de que su madre la colgaría cuando se la enseñara, y quise reír al ver que así había sido. Había otras fotos en las que salía ella, y una en la que se la veía más joven, con un niño rubio a su lado al que reconocí como Gabriel, aunque no tendría más de cinco años.

—Eras muy mono —comenté, sin despegar la mirada de la foto.

—Y lo sigo siendo —respondió, haciéndome reír.

—Además de humilde —murmuré, y casi pude escuchar cómo sonreía—. ¿No tienes hermanos?

—No —contestó—. Solo somos mi madre y yo.

—¿Tu madre no está?

—Volverá en un par de horas —dijo—. ¿Quieres comer algo? No sé hacer pad thai, pero seguro que puedo cocinar algo que te guste.

—Oh, no lo dudo —respondí, y me regañé mentalmente al darme cuenta de que ese tono sugerente me había salido de una forma casi automática.

Gabriel rió y se puso manos a la obra. Cocinó fideos con una variedad bastante curiosa de ingredientes que me hizo dudar de si sabía lo que estaba haciendo, pero cuando los probé pude ver que estaba buenísimo.

Terminamos de comer, fregamos los platos y nos fuimos hacia su habitación. Cuando abrió la puerta, me encontré con un cuarto ordenado, con un estilo decorativo muy similar al del resto de la casa: minimalista, pero con todo lo necesario. Tenía una cama doble, un armario y un mueble con estanterías llenas de libros, aunque en algunas había cámaras viejas y libretas. Al lado de dicho mueble estaba el escritorio, que rompía un poco con el orden de la habitación, pues había papeles, lápices y fotografías esparcidas por encima. Gabriel lo apartó todo a un lado y sacó el portátil de su mochila para ponerlo encima de la mesa. Se fue al salón sin decir nada, y volvió con una silla, que puso al lado de la suya. Me senté, y no pude evitar fijarme en el montón de fotografías que Gabriel había apartado.

—¿Puedo? —le pregunté, señalando las fotos.

—Claro —contestó con una sonrisa.

Las cogí y empecé a mirarlas, con curiosidad. Algunas de ellas eran las que había revelado ese día conmigo en el taller, pero también había otras nuevas. Vi la foto de la chica misteriosa en la que me había fijado la otra vez, y luego vi más fotos de esa chica.

—¿Quién es? —no pude evitar preguntar, porque cada vez me intrigaba más.

Él desvió la atención del ordenador y miró la foto.

—Oh, es Anya —contestó—, una amiga.

Me quedé mirando la foto, en la que la chica salía sentada en su cama.

—Parece más que eso —comenté.

—Bueno, nos acostamos de vez en cuando —respondió—, pero no somos nada más. Nos llevamos muy bien, pero no funcionaríamos como pareja.

—¿Y eso? —inquirí.

—Me atrae, pero no la quiero de esa forma —dijo—, y ella a mí tampoco. Nos lo pasamos genial, pero yo ahora mismo no quiero tener pareja.

—Interesante —murmuré, dejando las fotos en su sitio.

Él sonrió y nos pusimos manos a la obra con el trabajo. Al principio no nos aclarábamos, pero al poco rato empezamos a sacar información y a redactar, así que el tiempo pasó volando hasta que escuchamos unas llaves en la puerta principal, antes de que esta se abriera.

—¡Hola! —exclamó una voz en la entrada, y escuchamos unos pasos acercándose hasta que alguien abrió la puerta de la habitación.

—Mamá... —empezó Gabriel, pero ella puso cara de pánico y cerró la puerta de golpe, quedándose fuera.

—¡Perdón! —se disculpó, y fruncí el ceño, sin entender nada.

—Mamá, estamos haciendo un trabajo, puedes pasar —dijo Gabriel, aguantándose la risa.

La puerta se volvió a abrir, y esta vez pude fijarme en su madre. Era tal y como la recordaba de la fotografía, aunque se había cortado el pelo rubio. Tenía unos ojos verdes preciosos, y su forma de vestir combinaba perfectamente con la de la casa: sencilla, pero a la moda.

—Es que soy una madre moderna, aunque Gabriel diga que no, y yo respeto su intimidad sexual —me aseguró, llevándose una mano a la cintura.

—Decir que eres una madre moderna es muy poco moderno —apuntó su hijo, y ella lo miró con un desdén fingido.

—Tener hijos para esto... —murmuró, y luego volvió a dirigirse a mí—. Soy Victoria, por cierto.

—Ari —contesté con una sonrisa, que ella me devolvió.

—¿Queréis merendar? —nos preguntó.

—Acabamos de comer —respondió Gabriel—. Bueno, hace una hora o así. En un rato igual merendamos algo.

—He traído croissants de esos que te gustan, los de la panadería del lado de mi trabajo —comentó ella—. En fin, os dejo hacer el trabajo y me voy a ver la serie esa de los vikingos. ¡Que vaya bien!

Apenas tuvimos tiempo de contestar porque salió de la habitación, esta vez cerrando la puerta con cuidado.

—Tu madre es muy guay —le dije con honestidad, y Gabriel soltó una carcajada—. Es verdad. Ojalá mi madre fuera así.

—¿No te llevas bien con tu madre? —inquirió.

—Depende del día. —Me encogí de hombros.

Me daba mucha curiosidad saber qué era de su padre, pero no sentía que tuviéramos la confianza suficiente como para preguntarle eso, porque podía haber una historia desagradable detrás y quizás no quería contármela.

Él parece que opinaba algo parecido con respecto al tema de mi relación con mi madre, porque no preguntó más y seguimos haciendo el trabajo.

Una hora más tarde yo estaba mirando la pantalla del ordenador con poca esperanza, y Gabriel tenía la cara apoyada en la mesa.

—¿De qué me va a servir saber cómo se vestían en la prehistoria? —preguntó al aire, frustrado—. Que sí, que es muy interesante, pero no veo qué va a aportar a mi carrera.

—Yo tampoco consigo verlo. —Suspiré—. Pero hay que acabar esto.

—No, si ya lo sé —respondió, y se quedó callado unos segundos antes de continuar—. ¿Quieres merendar?

—Pues no te diré que no —contesté.

Salimos de su habitación y nos encontramos a su madre durmiendo en el sofá, con la serie de vikingos que había mencionado todavía reproduciéndose en la pantalla de la televisión. Gabriel sonrió al verla, y nos fuimos a la cocina intentando no hacer ruido.

Las pastas que había traído su madre estaban en una bolsa en la encimera, y Gabriel las sacó para ponerlas sobre dos platos.

—Creo que hay zumo en la nevera —murmuró, y fui a abrirla pero parece que él pensó lo mismo y su mano terminó sobre la mía.

Apenas fue una caricia, porque Gabriel apartó la mano rápidamente, pero fue suficiente para mandar un escalofrío de adrenalina por todo mi cuerpo. A veces incluso me costaba comprender cómo era posible que solo su tacto me provocara todo eso, pero me daba la sensación, por sus reacciones, de que él sentía algo parecido. Y eso no era bueno en absoluto.

Merendamos en silencio, cada uno con su mente en un lado diferente —aunque puede que estuviéramos pensando en lo mismo—, y recobramos energías para poder terminar el trabajo. Salí de casa de Gabriel a las ocho, aún notando la tensión que se había creado entre nosotros por un simple roce, y emprendí el camino hacia casa sin poder parar de pensar.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top