»Capítulo 43

Todo muere cuando la esperanza y la confianza es traicionada.

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[Tres días después]


Ha llegado el día de acabar con todo esto de una vez.

El olor a mar y el ruido de las grúas del puerto nos reciben en esta tensa situación.

Dyclan está a mi lado portando su arma, su rostro está serio y su mirada implacable, se percata de que lo estoy observando y me regala una media sonrisa torcida, lo imito y junto a nuestros hombres seguimos el camino.

Aryek va junto a James, desde que salimos del escondite no ha dicho ninguna palabra, sé que todo esto le está costando, siempre ha sido leal a sus principios y a sus objetivos, todo lo que quería lo lograba, pero la vida es tan jodida que muchas veces hay que elegir una sola salida.

Cueste lo que cueste.

Hoy es el día que pondré final al reinado de Mahone.

Nos dirigimos al punto de encuentro. Las armas las llevan un grupo de hombres los cuales pertenecen a la policía, Aryek se encargó de sacarlas junto a su equipo.

Nuestras pisadas se detienen al visualizar a un grupo de chicos armados, vestidos con ropas holgadas y tatuajes, otros con el uniforme de los federales y junto a estos, se encuentra el maldito gobernador, al instante afirmo mi arma, esta vez vengo armada hasta los dientes, para él no habrá un puto día más.

—¡Bienvenidos! Me gusta la puntualidad. —Nos recibe con una sonrisa llena de hipocresía, mi sangre hierve, pero dejo que mis gestos no se noten—. ¿Tienen lo que les pedí?

Aryek asiente y Dyclan solo observa los movimientos de ambos, frunzo el ceño por la forma en que está analizando todo.

¿Qué sucede?

Observo la escena y no veo nada raro, despejo mi mente y me enfoco en mi objetivo.

—Sí, hicimos lo que dijiste, costó obtenerlos, pero aquí están. —Antes que Aryek de la señal de entregar las armas, Dyclan hace un movimiento.

—Primero lo primero, maldito escoria —masculla apuntando con su arma la cien del gobernador y en la otra mano lleva una granada—, ya que estamos entre demonios, quiero que digas todas las mierdas que has hecho contra nosotros. —El gobernador asiente, Dyclan sigue apuntándole sin inmutarse.

— Quieres que te dé una explicación del por qué les arruine la maldita infancia, no seas ridículo. —Se ríe unos segundos y luego hace como si se limpiara las lágrimas de la risa.

Maldito desgraciado.

Mi sangre hierve al instante.

Dyclan no se mueve ni un centímetro y en su mirada se plasma el odio que le tiene a este miserable.

—Bueno... ¿Qué se les puede pedir a los cobardes como tú?, ¿cierto? La diferencia entre tú y yo es que yo sé quién soy y por qué. ¿Puedes decir lo mismo?

—Claro que sí, en este mundo el dinero es el principal motivo para hacer cualquier tipo de acción. Hasta la de matar. —menciona y trata de alejarse del agarre de Dyclan, pero no lo logra—, se acabó el tiempo, quiero mis armas. ¡Ahora! —ordena iracundo.

Aryek se mueve y deposita un bolso en el suelo frente a ellos, asiente hacia Dyclan, este se aleja a unos centímetros del gobernador, y yo solo espero mi oportunidad.

—Aquí están. Las demás las tienen mis hombres. —Aryek señala con la cabeza a su grupo—. Esto es todo, tienes tus armas, no creo que necesites algo más de nosotros —dice entre dientes, puedo ver su cuerpo tenso.

—Jhandra... —El gobernador lo ignora y me observa desde su posición—. Espero que no me guardes rencor por matar a tu familia, pasado es pasado, eres muy joven y hermosa para vivir atrapada en esto. —La forma en que lo dice es sarcástica y burlona, mi cuerpo entra en ebullición, la ira arremete contra mí de una manera voraz.

—Eres un maldito. Mataste a mis padres por una mafia donde eres una simple marioneta y a mi hermana por cobarde. Desgraciados como tú solo merecen una sola cosa —mascullo y sin dar más tiempo a esto... Disparo.

El infierno se desata.

Dyclan comienza a responder las detonaciones contra ellos mientras corremos a refugiarnos de las lluvias de balas.

Observo el panorama cuando me escondo en uno de los contenedores, un dejavu invade mi mente. Esta vez no quiero salir de aquí con alguien muerto.

Veo a Dyclan escondido, pero a Aryek y a James no los veo.

Enfoco mi vista y el grupo del gobernador están por todos lados, mientras este está ahí parado entre ellos sujetándose el brazo izquierdo.

¡Maldita sea! La bala no llegó adonde quería.

—Sirenita, esto no me está gustando, debemos acabar con esto ya, tenemos lo que queríamos —exclama desde su posición alzando un móvil, asiento y salimos ambos de nuestro escondite.

Empuño mi arma mientras él se coloca frente a mí y lo sigo.

Observo el panorama: el caos sume todo el ambiente entre cenizas y fuego, la sangre recorre el suelo, los coches ardiendo en llamas, la muerte está haciendo de la suya, veo varios cuerpos a mi paso, muchos de parte del gobernador y algunos de los nuestros.

—¡Están aquí! —Escucho a mi lado—. Debemos irnos, por el alboroto algún cuerpo policial vendrá —informa agitado James, Dyclan lo observa detenidamente.

—¿Dónde está, Aryek? —pregunta de forma hostil, veo a James tragar saliva y el miedo se instala en mi cuerpo.

—¿Le paso algo?, ¿está bien? — exclamo con el miedo en mi ser.

James me observa y en sus ojos hay un sentimiento que no logro comprender, ¿lástima?

—Él está bien, Brave, me mandó a avisarles. —El alivio recorre mi cuerpo al instante y asiento. Él se adelanta y lo sigo, parece que la calma ha vuelto, sigo el camino por donde se metió James, observo a mi paso algunos cuerpos y uno que otro contenedor en fuego.

—¡Agáchense! —El grito de Dyclan me aturde, pero hago caso al instante, mientras escucho el roce de balas contra el metal, un segundo más tarde y nos hubiesen dado, nos escondemos y respiro de forma forzada.

— ¡Es él maldito de Conrad! Está Mierda se acaba hoy. —Veo a Dyclan sacar una granada de su chaleco, al instante con sus dientes saca el seguro y sin pensarlo se gira y la lanza hacia donde se encuentra ese grupo grande.

» ¡Cúbranse! —El sonido retumba en mi oído, a los segundos, poco a poco nos levantamos, enfoco mi mirada al lugar donde la lanzó y todo está lleno de humo y fuego.

Nos movemos de allí y a lo lejos veo a Aryek dando órdenes a su equipo y capturando a unos federales que quedan.

Frunzo el ceño.

¿Por qué los está arrestando?

¿Acaso le devolvieron su cargo?

Dyclan se adelanta y observa lo mismo que yo y la furia se plasma en su rostro.

—¡Nos traiciono! —Observo a James que está a varios pasos delante de mí, no sé en qué momento quedé atrás de ellos—. Sirenita, Aryek te traiciono. —Sus palabras son tan contundentes que caen en mí como un balde de agua fría.

No.

Él no pudo hacerme esto.

Contengo la respiración.

Las manos me tiemblan.

Mi corazón se estremece de una forma arrolladora.

No me doy cuenta de que me he quedado en mi sitio cuando escucho esa voz cargada de rabia y burla.

—¿Creían que me podían matar así por así? Peores cosas he vivido, ha llegado tu momento, basta ya de juegos, esta vez te sacaré de mi camino, cueste lo que me cueste. —Él apunta hacia mí agitado y herido.

Observo cautelosamente a mi alrededor, no veo a los chicos, pero pese a eso no me inmuto.

Lo enfrento.

—Acabar con la basura siempre cuesta —increpo a pesar de la voz rota que me sale y presiono el gatillo, el pasador se queda atascado, aprieto el arma una vez más y no sucede nada, alzo mi mirada y lo veo sonreír.

¡Maldición!

—Nos vemos en el infierno, ¡maldita zorra! —Lo veo apretar el gatillo, cierro los ojos y el disparo suena.

Dicen que antes de morir tu vida pasa por tu mente como un fotograma, sin embargo, solo llega a mí el momento exacto donde el hombre en el que confié y todo este tiempo me mantuvo en una total contradicción me traicionó.

Sus promesas las creí mientras él solo se las ingeniaba para traicionarme.

Una bala no fue la causante de mi muerte...

—¡Jhandra!

Escucho a lo lejos y solo soy consciente de como mi cuerpo sale disparado hacia a un lado, al instante siento el asfalto pegado a mi piel, estoy aturdida, abro mis ojos y el cielo oscuro sin estrellas es lo primero que veo, me incorporo con un poco de dolor y me tanteo...

Veo al frente y la garganta se me cierra.

No.

¿Qué mierda ha hecho?

La opresión en mi corazón hace que todo en mí se revuelva y quede devastada, me llevo la mano al pecho para presionar esa zona, siento que al sostenerlo no se podrá salir de allí.

Camino de manera torpe hacia donde esta, me arrodillo y siento el choque de mis huesos contra el pavimento.

Este es el punto sin retorno donde mi vida ha encontrado redención, pero la condena de la misma forma.

Lo abrazo y en automático estoy repleta de sangre que no es mía.

—Eres un maldito mentiroso, me dijiste que nunca me abandonarías, ahora te rindes. —Las lágrimas y la impotencia llenan mi ser, el dolor se está encargando de matar cada parte mis sentidos.

No puedo perderlo a él.

¡Maldita sea la vida! De que me sirvió luchar por vengar a mi hermana si en el camino he perdido tanto y hoy a pesar de querer terminar con mis propias manos la vida de Conrad Mahone, he terminado con la de él.

Siento mi alma separarse de mi cuerpo al verlo tendido en este suelo de asfalto, lo sujeto contra mí y su respiración esta pausada.

—Nadie dijo que duraría para siempre. Ahora eres libre en este maldito mundo lleno de miserias, no llores, no lo hagas. —Niego con la cabeza mojando su rostro con mis gruesas lagrimas—. En este momento puedo morir sabiendo que podrás estar tranquila y eso me hace un hombre feliz, te amo, lo hice desde que vi tus ojos verdes.

Las palabras no me salen, niego y me aferro a él.

—Por favor no me dejes, no me hagas esto. —imploro.

—Si no sobrevivo esta noche, no me olvides. Sirenita... —Sonríe y sus ojos se cierran, quedando su peso en mis brazos.

—El mundo es así... siempre ganará el más fuerte, aquel que tiene el poder tiene todas las de ganar. ─Escucho su voz llena de burla.

Ahora mismo solo deseo matarlo con mis propias manos y sin pensarlo, agarro el arma que yace en la mano de Dyclan y la afirmo en la mía, me levanto poco a poco con el dolor de ver su cuerpo inconsciente tirado en ese frio suelo y con la rabia aflorando en cada poro.

─Tienes toda la razón. Cuando el más fuerte es el que gana, los cobardes quedan destruidos. —Apunto y sonrío de forma maniaca—. Esta vez... Ambos moriremos.

Lo veo apuntarme.

—Que así sea, maldita cría —gruñe.

—¡Basta! ─Veo como Aryek aparece detrás de él apuntándole en la nuca—. Jhandra se acabó, esta escoria obtendrá su merecido —increpa y niego sintiéndome perdida, aun no logro comprender que está sucediendo, al instante escucho ruidos detrás de mí. Doy una mirada sobre mis hombros y observo como uno de los nuestros alza el cuerpo de Dyclan y el vuelco que hace mi corazón me hace actuar de manera colérica, apunto y presiono el gatillo de forma frenética.

¡Maldita arma!

Se halla sin balas.

¡Maldita vida!

Me abalanzo hacia él sin importarme ya nada.

Doy una patada al gobernador con todas mis fuerzas en su pecho, él se desestabiliza cayendo de rodillas, sin embargo, Aryek es más rápido que yo y ya lo tiene esposado, sin ofrecerle tregua sigo dándoles puñetazos tras puñetazos a ese miserable bastardo, toda la furia, dolor e impotencia lo dejo en ese cuerpo que cae laxo al asfalto.

─Deja de pelear o tendré que inmovilizarte a ti también. —exige entre dientes.

Me suelto de su agarre y lo enfrento.

—¡Eres un maldito traidor! Eres un cobarde, Aryek, confiamos en ti. —El dolor en el pecho no me deja respirar—. Confié en ti... me traicionaste, ¿por qué lo hiciste? ─reclamo negando débilmente, las lágrimas de decepción e impotencia nublan mi mente y mi vista.

Me siento enojada, decepcionada, triste conmigo misma porque después de todo, confié en él dejando que los estúpidos recuerdos de mi infancia me volvieran débil y patética.

─Todos sacrificamos en algún momento lo que más anhelamos para poder obtener algo mayor en el futuro, Jhandra. —Me rio de una forma amarga.

«Prefiero verte en una cárcel que muerta»

—No se preocupe, capitán Dorell. Haga su maldito trabajo, que a fin de cuentas no tengo nada que perder, ya lo he perdido todo. ─El dolor en mi alma no mengua, siento como los trozos de esta caen dentro de mí sin tregua—. Entre tantas mentiras que me dijiste hay una que no lo era y hoy la harás realidad. No estaré muerta para mi desgracia, pero estaré en la cárcel para la tuya.

Mi Jazba... Todo esto es por tu bien. —Lo miro con todo el odio que mi cuerpo posee en este momento.

─Ahórrate tus patéticas palabras ─gruño entre dientes—, cuando los hechos lo dicen todo, las explicaciones solo sirven para nada en absoluto, imbécil. —termino de decir en un tono distante y hostil.

Él hace su maldito trabajo y me coloca las esposas.

«Te voy a detener Jhandra Bell, así sea lo último que haga en mi vida».

Dejándome así en un desolado mundo de dolor, donde las balas no me mataron, pero la realidad impacto en mí destrozando cada mísero sentimiento que tenía.

Mi mente desde este instante se desconectó y solo deseaba que Dyclan estuviera vivo con todo mi ser.

Él... Siempre fue la única persona que logro comprender mi miserable vida. 

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