La noche avanzaba con un aire que oscilaba entre lo caótico y lo entretenido. Aunque no era fanático de las reuniones sociales, esta vez había algo diferente, una energía que mantenía las cosas en movimiento. Desde mi lugar en el sillón, observaba cómo Tory y Moon hablaban animadamente, riendo por alguna broma que solo ellas entendían. Era extraño ver a Tory tan relajada, como si por un momento se permitiera soltar toda la tensión que normalmente llevaba encima. Era bueno para ella, y, aunque no lo admitiría en voz alta, también para mí.
Mientras tanto, Erick, Miguel, Eli y yo habíamos formado un cuarteto casi improvisado. Bueno, "formado" es un decir, considerando que apenas conocía a Erick, el hermano de Tory, y que Miguel era un completo desconocido para mí hasta hace unas horas. Sin embargo, había algo en la dinámica que hacía que las cosas fluyeran. Erick parecía ser el centro de atención natural, soltando comentarios sarcásticos que, para mi sorpresa, hacían reír incluso a Eli, lo cual no era tarea fácil. Miguel, por otro lado, tenía una actitud abierta y accesible, como si quisiera caerle bien a todos. Algo que funcionaba, a juzgar por la facilidad con la que se había integrado en el grupo.
—Entonces, ¿eres como... el niñero oficial de Tory? —preguntó Miguel, girándose hacia mí con una sonrisa juguetona mientras tomaba un sorbo de su gaseosa.
Sentí que los demás se callaban, expectantes por mi respuesta.
—Algo así. —respondí con calma, aunque en mi tono se filtró una pizca de seriedad. —Alguien tiene que asegurarse de que no termine metida en problemas.
—¡Por favor! —exclamó Tory desde el otro lado del salón, con una mezcla de sarcasmo y diversión. —Si fuera por Robby, estaría encerrada en una torre como Rapunzel.
—No sería una mala idea. —respondí sin mirarla, manteniendo mi atención en el vaso que tenía en la mano. —Así no tendrías que andar lidiando con cosas como esta reunión.
—¿"Lidiando"? —Tory se levantó del sillón con exageración teatral. —¿Sabes qué, Robby? Me voy a buscar ropa para mis invitados. Así no tienen que "lidiar" conmigo.
Sin darle tiempo a nadie para responder, subió las escaleras con pasos firmes.
Miguel rió por lo bajo, y Erick se inclinó hacia él.
—Tory siendo Tory. Bienvenido a la experiencia completa. —comentó Eli con tono burlón.
Yo apenas moví la cabeza. Estaba acostumbrado a las salidas dramáticas de Tory, y sabía que volvería en unos minutos como si nada hubiera pasado. Zara, sin embargo, que estaba sentada a mi lado, dejó escapar un suspiro audible mientras jugaba con el borde de su vaso.
—¿Siempre es así? —preguntó en voz baja, girándose ligeramente hacia mí.
—¿Así cómo? —respondí, aunque sabía perfectamente a qué se refería.
—Dramática, impulsiva, un poco... no sé... demasiado. —murmuró, asegurándose de que nadie más pudiera escucharla.
—La mayoría de las veces, sí. Pero tiene sus momentos. —dije, encogiéndome de hombros. —Es parte del paquete.
Zara asintió lentamente, pero no parecía del todo convencida. Su incomodidad era evidente, y sabía exactamente de dónde venía. Ella no estaba del todo contenta con la idea de que yo me hubiera mudado al departamento de Tory. Y, aunque no lo decía abiertamente, tampoco le hacía gracia mi papel de "niñero". Nos conocíamos lo suficiente como para que pudiera leer sus pensamientos en su expresión.
—Todavía creo que fue un error que te mudaras aquí. —dijo después de un momento, su tono más serio. —Nuestro departamento estaba bien. Teníamos un sistema que funcionaba.
—Lo sé. —admití, girándome un poco hacia ella. —Pero esto es algo que tenía que hacer, Zara. Tory necesita apoyo, y no había nadie más que pudiera hacerlo.
—No soy nadie más. —replicó, y aunque su voz era suave, su comentario tenía peso.
No respondí de inmediato. Sabía que no tenía una buena respuesta para eso, al menos no una que la convenciera. Ella y yo siempre habíamos tenido una conexión fácil, una especie de entendimiento mutuo que no requería demasiadas palabras. Pero este tema era diferente. Era un punto de fricción que ambos intentábamos evitar, pero que siempre terminaba saliendo a la luz.
Tory regresó antes de que pudiera decir algo más, cargando un par de prendas en las manos. Caminó directo hacia Moon y Zara, con esa mezcla de confianza y desafío que siempre la acompañaba.
—Moon, Zara, pensé que tal vez querrían algo más cómodo. —dijo, extendiéndoles la ropa.
Moon aceptó de inmediato, sonriendo de oreja a oreja.
—¡Gracias, linda! Esto es perfecto. —dijo mientras tomaba la camiseta oversized y los shorts que Tory le ofrecía.
Zara, en cambio, se tomó su tiempo. Miró las prendas como si fueran un insulto personal antes de alzar la vista hacia Tory.
—¿En serio? —preguntó, con un tono que bordeaba el sarcasmo. —¿Esto es lo mejor que tienes?
Tory no se inmutó.
—Podrías seguir con lo que llevas puesto, pero pensé que esto sería más práctico. Claro, si no es mucho esfuerzo para ti. —respondió con una sonrisa cortante.
Zara finalmente tomó la ropa, murmurando algo inaudible antes de dirigirse a las escaleras.
—¿Siempre tan diplomática, Tory? —comenté, sin poder evitarlo.
Ella se giró hacia mí con una ceja levantada.
—¿Te importa? —preguntó, aunque no esperó mi respuesta antes de volver a su conversación con Moon.
Cuando Zara regresó, vestida con la ropa que Tory le había dado, parecía un poco más relajada. Tal vez no tanto como Moon, pero suficiente como para reírse de algunos comentarios de Eli y participar en las conversaciones. Yo observaba, tratando de mantenerme al margen, pero Zara terminó sentándose a mi lado otra vez, más cerca de lo que esperaba.
—A veces no entiendo por qué haces esto. —susurró, mirando hacia Tory, que ahora estaba hablando con Erick.
—¿Hacer qué? —pregunté, aunque creo que sabía a qué se refería.
—Esto. Ser su niñero. Dedicarle tanto tiempo. —dijo, cruzando los brazos. —No creo que lo valore, Robby.
—No se trata de que lo valore o no. Se trata de hacer lo correcto. —respondí, mirándola a los ojos.
Zara me sostuvo la mirada por un momento antes de asentir, aunque no parecía del todo convencida. No dije nada más, pero el peso de la conversación quedó flotando entre nosotros. Ella sabía lo importante que era esto para mí, pero eso no significaba que tuviera que gustarle. Y aunque nunca lo admitiría en voz alta, yo tampoco estaba seguro de cuánto tiempo podría mantener este equilibrio.
22:10 a.m
La cocina era un refugio temporal de la mezcla caótica de risas, música y conversaciones que llenaban la casa. Me ofrecí a ir a buscar platos y vasos para las pizzas que habían llegado, más por necesidad de aire que por ganas de ser útil. Estaba abriendo los armarios cuando escuché pasos detrás de mí. No necesitaba girarme para saber de quién se trataba.
—¿Qué pasó con nuestra noche de pelis? —preguntó Tory desde el marco de la puerta, su voz cargada de fingida indignación. Se cruzó de brazos, inclinándose ligeramente hacia un lado mientras me observaba con una ceja alzada.
Sonreí, sin mirarla, mientras sacaba un par de platos. —Échalos a todos y las miramos.
Ella soltó una risa suave, pero enseguida su rostro adoptó una expresión de exagerada seriedad. —No me lo digas dos veces, que lo hago. Especialmente a tu amiguita esa —añadió con tono mordaz, refiriéndose a Zara. Luego tomó un tenedor de la encimera y lo sostuvo en alto como si fuera un arma. —Que deje de mirarme así, porque voy a dejarle esto —sacudió el tenedor de forma teatral— ya sabes dónde.
Me apoyé en la encimera con los brazos cruzados, mirándola con diversión. Tory y su afán de drama eran una constante que no me molestaba, pero a veces no podía evitar provocarla un poco más.
—No lastimarías ni a una mosca.
Su expresión cambió, y por un segundo sus ojos brillaron con ese destello peligroso que solía tener cuando alguien la desafiaba. Dio un paso hacia mí, el tenedor aún en la mano, como si realmente estuviera considerando probarme.
—¿Querés apostar? —preguntó, su voz más baja, suave y seria.
Incliné un poco la cabeza, reduciendo la distancia entre nosotros. —Quizás en un futuro quiera averiguar qué tan capaz sos.
Sus ojos se abrieron levemente, sorprendidos por mi tono. El silencio que siguió estaba cargado de algo que no podía identificar del todo. ¿Era tensión? ¿Un desafío? ¿Otra pelea sin sentido? Con Tory, a veces las líneas eran difíciles de distinguir.
Finalmente, dejó escapar una risa sarcástica y alzó una ceja. —¿Así que ahora te creés gracioso?
—No, me considero observador —respondí con tranquilidad, disfrutando de su reacción mientras comenzaba a sacar los vasos del mueble.
Ella dejó el tenedor sobre la encimera con un ruido sordo, apoyando una mano en su cadera. —¿Observador? Bueno, entonces, Robby el Observador, ¿por qué te parece buena idea invitar a tu "amiguita" Zara? ¿Pensás que me va a caer bien?
Suspiré, sintiendo cómo esta conversación iba en círculos. —Vos y Zara no tienen que ser mejores amigas. Solo tienen que evitar lanzarse objetos afilados.
Ella rió, pero fue una risa seca. Luego, señaló algo que probablemente llevaba rato rondando en su mente. —No es mi culpa que me mire como si fuera menos que ella. ¿Cómo es que no te molesta?
—Tal vez porque no busco pelea con todo el mundo como vos, Victoria.
Sabía lo que hacía al usar su nombre completo. Era una carta ganadora cada vez que quería irritarla, y como esperaba, funcionó. Su expresión pasó de incredulidad a una mezcla de fastidio y diversión.
—¿Me acabás de llamar Victoria? —preguntó, con ese tono cargado de amenaza que conocía tan bien.
—Es tu nombre, ¿o no? —respondí, fingiendo inocencia mientras colocaba los vasos sobre la mesa.
Ella dio un paso más hacia mí, señalándome con un dedo. —Te juro que si volvés a decir eso...
—¿Qué vas a hacer? ¿Usar el tenedor? —La desafié, sonriendo de lado.
Ella negó con la cabeza, soltando un resoplido mientras tomaba un plato. —Sos insuportable, ¿sabías?
—Sí, lo sé. —La observé mientras se giraba hacia la puerta, pero algo en su actitud me hizo detenerla antes de que saliera. —Y, por cierto, no te preocupes tanto por Zara. No es una competencia.
Ella se detuvo en seco, girándose lentamente. Sus ojos estaban fijos en mí, como si intentara descifrar qué significaba mi comentario.
—¿Competencia? —repitió, con un tono incrédulo.
—No dije que lo fuera. Solo pensé que necesitabas escucharlo.
Se quedó en silencio por un momento, pero antes de que pudiera decir algo más, una sonrisa maliciosa apareció en su rostro.
—Sabés qué, Robby. Mejor olvidate de nuestra noche de pelis. Me voy a una fiesta con Miguel y Erick ,también con tus amigos.
Solté una risa nerviosa, pensando que estaba bromeando. Pero la forma en que empezó a caminar hacia la puerta me dejó claro que no lo estaba.
—¿Qué? No, no, no. Vos no vas a ningún lado.
Ella se giró, cruzando los brazos con un aire desafiante. —¿Quién sos vos para decirme qué puedo o no puedo hacer?
—Tu niñero, por si lo olvidaste. —Me acerqué, bloqueando la salida. —Y no pienso dejar que salgas con esos dos locos. Eli y Moon juntos son una bomba de tiempo, y no quiero que termines en el medio.
Ella rodó los ojos, pero su sonrisa decía que estaba disfrutando de cómo me alteraba. —Relajate, Robby. No voy a meterme en problemas. Solo quiero divertirme un rato.
—Tory, ni se te ocurra...
—Es Victoria, ¿no? —replicó, burlándose.
—No me desafíes —advertí, tratando de mantener la calma.
—¿Qué vas a hacer, niñero? ¿Atarme al sillón?
La miré, frustrado, mientras intentaba buscar una solución. Pero con Tory, la única opción era jugar su propio juego. Solté un suspiro exagerado y me crucé de brazos.
Suspiré, resignado, mientras veía a Tory salirse con la suya una vez más. Esa sonrisa triunfante que tenía dibujada en el rostro me hacía querer darle una lección... aunque sabía que era más probable que terminara metido en problemas yo mismo antes de que ella admitiera que estaba equivocada.
—Está bien, andá. Pero te aviso que si algo pasa, no me importa dónde estés ni con quién. Te voy a buscar y te traigo de vuelta de las orejas. —La miré con seriedad, esperando que entendiera que hablaba en serio.
Ella solo rodó los ojos con una sonrisa burlona. —Ay, sos un dramático. Relajate, niñero.
La palabra "niñero" me hizo apretar la mandíbula. Sabía que lo hacía para fastidiarme, pero funcionaba cada vez. Antes de que pudiera replicar, escuché pasos acercándose desde la sala.
—¿Qué pasa? —preguntó Miguel mientras entraba con Eli detrás de él, ambos con miradas curiosas.
—Nada, que Tory se cree adulta y quiere irse a una fiesta con ustedes —respondí, cruzándome de brazos mientras los miraba con reproche.
Eli sonrió de lado, claramente disfrutando de la situación. —¿Y? No es como si fuera la primera vez. Además, yo la cuido, Robby.
—Sí, claro, vos la cuidás. Porque sos tan responsable —repliqué con sarcasmo.
Eli puso una mano en su pecho, fingiendo estar ofendido. —Hey, puedo ser un excelente niñero.
—Es verdad, Robby. Eli es mucho más divertido que vos —dijo Tory, lanzándome una mirada desafiante.
Miguel intervino, tratando de calmar las cosas. —Vamos, Robby, no es para tanto. Es solo una fiesta. Además, si venís vos, podés asegurarte de que todo esté bien.
—No voy a ninguna parte —repliqué de inmediato.
—Dale, loco. Va a estar Moon también. Seguro que te divierte verla con sus locuras. —Eli me dio un codazo, sonriendo con complicidad.
Solté un suspiro, sintiendo cómo todos me rodeaban como si estuvieran conspirando juntos. No quería ceder, pero sabía que si no lo hacía, Tory iba a encontrar la manera de salirse con la suya de todas formas.
—Está bien, voy. Pero si esto se descontrola, ustedes dos —señalé a Eli y a Miguel— van a ser los primeros en escucharme.
Eli levantó las manos en señal de rendición. —Relajate, papá. Todo va a estar bajo control.
—No me digas "papá" —gruñí, pero él solo se echó a reír.
—Entonces, ¿listos para comer antes de irnos? —preguntó Miguel, tratando de cambiar de tema mientras señalaba las cajas de pizza sobre la mesa.
Nos sentamos alrededor de la mesa, y aunque el ambiente seguía algo tenso, la pizza ayudó a relajar las cosas... al menos un poco.
Moon tomó una porción de una pizza que nadie más parecía estar mirando, cubierta de ingredientes que parecían sacados de un experimento de cocina: piña, champiñones y lo que juraría que era algún tipo de queso azul.
Eli la miró con horror fingido. —¿Qué es eso? ¿Y por qué lo estás comiendo?
Moon lo miró como si fuera la persona más inculta del planeta. —Es deliciosa. Es una combinación de sabores complejos que tu paladar básico no puede entender.
Miguel soltó una carcajada, casi escupiendo su bebida. —"Sabores complejos". Moon, eso parece un castigo para tus papilas gustativas.
—Hey, no critiquen mis gustos. Ustedes comen pepperoni como si fuera lo único que existe en el mundo. Que aburridos —replicó ella, encogiéndose de hombros.
Eli tomó una porción de pepperoni y la sostuvo en alto como si estuviera proclamando una verdad universal. —Porque es lo único que vale la pena. Todo lo demás es traición.
—¿Traición? —Moon levantó una ceja, desafiándolo. —¿Sabés qué es traición? Comer pizza sin un poco de creatividad.
—Creatividad no significa ponerle cosas raras, Moon. Eso es simplemente estar loca. —Eli le dio un mordisco a su porción, sin dejar de mirarla con burla.
Tory intervino, riendo mientras miraba la pizza de Moon. —Aunque odio admitirlo, Eli tiene razón. ¿Qué es eso? ¿Piña con champiñones?
—Es arte culinario —dijo Moon con orgullo.
—Es un atentado gastronómico —solté, uniéndome a las burlas mientras terminaba mi porción.
Moon nos lanzó una mirada ofendida, pero había un brillo divertido en sus ojos. —Ustedes no saben nada de arte.
—Y vos no sabés nada de pizza —replicó Eli.
La conversación continuó con bromas y risas, y aunque el tema seguía siendo las elecciones cuestionables de Moon, el ambiente se volvió mucho más relajado. Incluso Tory parecía de mejor humor, aunque de vez en cuando lanzaba miradas hacia mí, como si todavía estuviera disfrutando de nuestra discusión anterior.
Cuando terminamos de comer, Eli se levantó primero, estirándose como si estuviera preparándose para algo importante.
—Bueno, niños, ¿listos para la fiesta?
Miguel asintió, y Moon parecía emocionada, aunque todavía estaba terminando su última porción de pizza rara. Tory, por su parte, se levantó con una sonrisa satisfecha, como si ya hubiera ganado alguna batalla invisible.
Yo, por otro lado, me sentía como si estuviera firmando un contrato que sabía que iba a lamentar. —Solo recuerden lo que dije. Si esto se descontrola...
—Sí, sí, ya sabemos, papá —dijo Eli, guiñándome un ojo mientras se dirigía hacia la puerta.
Suspiré, sacudiendo la cabeza mientras los seguía. La noche apenas comenzaba, y algo me decía que no iba a ser tan sencilla como todos creían.
23:21 p.m
Tory
Robby tenía esa forma de caminar que hacía que todo el mundo lo notara, incluso cuando no hacía nada especial. Zara estaba parada junto a él en la puerta, con su celular en mano, revisando algo mientras esperaba el Uber. Él estaba quieto, con las manos en los bolsillos y esa postura de tipo serio que parecía reservada exclusivamente para ella. Esa actitud siempre me sacaba de quicio, como si el mundo entero se detuviera cada vez que Zara estaba cerca.
Eli, que nunca perdía la oportunidad de fastidiar, fue el primero en romper el silencio.
—¡Robby, no te olvides de darle su besito de despedida! —canturreó con una sonrisa maliciosa, mientras hacía ese clásico sonido de látigo que siempre usaba para burlarse.
Moon, que vivía para seguirle el juego, levantó las cejas y agregó: —Parece que alguien tiene bien ajustada la correa. Zara, ¿cuánto te tardó entrenarlo?
Zara, sin siquiera levantar la vista del teléfono, respondió con calma: —Me tomó una tarde.
Eli y Moon soltaron carcajadas al unísono, y hasta Miguel, que generalmente se mantenía al margen de esas bromas, no pudo evitar reírse un poco. Robby, por su parte, les lanzó una mirada que podría haber congelado a cualquiera menos a ellos. Su mandíbula estaba más apretada de lo normal, pero no dijo ni una palabra.
Cuando finalmente llegó el auto, Zara se subió sin despedirse ni mirar atrás. Robby se quedó en la puerta por unos segundos más antes de regresar, como si nada hubiera pasado. Agarró una lata de refresco y se dejó caer en el sillón, con la mirada fija en algún punto distante.
A mí no me importaba mucho lo que hiciera Zara, pero lo que sí me intrigaba era esa actitud tan... solemne que Robby tenía con ella. Había algo ahí, y aunque no era mi estilo meterme en la vida de los demás, no podía negar que quería saber qué había detrás. Además, Zara me había estado lanzando miradas fulminantes toda la noche, como si tuviera algún problema conmigo, y si había algo que no toleraba era que alguien creyera que podía intimidarme.
Así que, con una sonrisa disimulada, me levanté y me senté al lado de Moon, quien estaba entretenida con una caja de galletitas que había sacado de su bolso como por arte de magia.
—Moon, ¿vos sabés qué onda con Robby y Zara? —le pregunté, tratando de sonar casual.
Moon me miró de reojo, claramente sorprendida de que yo fuera la que iniciara la conversación. Luego, como si decidiera que valía la pena contarme el chisme, dejó la caja de galletitas a un lado y se acomodó en el sillón.
—¿Por qué? ¿Te interesa? —preguntó con una sonrisa pícara.
—Nah, para nada —mentí, encogiéndome de hombros. —Es solo que Zara me estuvo mirando como si le debiera plata o algo.
Moon soltó una risita. —Bueno, esa es su cara normal. Pero si querés saber, te cuento. Es una historia larga.
—Dale, tengo tiempo —respondí, fingiendo indiferencia.
Moon se inclinó hacia mí, como si estuviera a punto de contarme un secreto de estado.
—Robby y Zara se conocen desde que eran nenes. Sus mamás eran amigas, o algo así, y siempre los llevaban a los mismos lugares: parques, cumpleaños, esas cosas. Eran inseparables.
—¿En serio? —pregunté, intentando sonar desinteresada, aunque ahora sí estaba algo intrigada.
—Sí. —Moon sonrió, disfrutando de mi curiosidad. —Robby era medio tímido de chiquito, ¿sabías? Zara siempre lo defendía en la escuela. Una vez, un niño se burló de él por algo y Zara le tiró una cartuchera en la cabeza.
Esa imagen me hizo reír más de lo que quería admitir. —¿Zara? ¿Defendiendo a Robby?
—Tal cual. Pero ahí no termina. —Moon bajó la voz, como si estuviera a punto de soltar la mejor parte. —Cuando tenían ocho años, Robby le pidió matrimonio.
Parpadeé, sorprendida. —¿Qué?
—Sí, literal. Con un anillo de plástico de esos que venían en las cajas de cereales. Se lo dio y todo, súper serio, y le dijo: "Zara, quiero que te cases conmigo".
Me reí, aunque la imagen de un mini Robby haciendo algo así era difícil de imaginar.
—¿Y qué le dijo ella?
—Que se lo pidiera cuando fueran grandes. —Moon se encogió de hombros, riéndose. —Pero bueno, ahora son grandes, y Zara dice que Robby no quiere saber nada con casarse.
—¿De verdad? —pregunté, arqueando una ceja.
Moon asintió. —Sí. Él siempre dice que el matrimonio no es lo suyo. Pero igual viven juntos, ¿sabías?
Eso sí me sorprendió un poco, pero no iba a mostrárselo a Moon.
—¿En serio? —repetí, fingiendo desinterés.
—Sí, como si ya estuvieran casados. Es raro, pero bueno, ellos sabrán.
Moon volvió a concentrarse en sus galletitas, como si el tema ya estuviera cerrado. Pero yo tenía otra cosa en mente. Si Zara pensaba que podía mirarme mal toda la noche, entonces me iba a divertir un rato.
Me recosté en el sillón con una sonrisa, imaginando todas las maneras en las que podía fastidiarla. Podría hacerle creer que Robby me caía demasiado bien, o que pasábamos más tiempo juntos de lo que ella pensaba. Algo me decía que no le iba a gustar, y yo iba a disfrutar cada segundo de eso. Tomé a Moon del brazo y la arrastré hacia mi habitación, ignorando sus protestas débiles y las risitas nerviosas que soltaba mientras trataba de aferrarse a su caja de galletitas como si fuera su bien más preciado. No es que yo estuviera precisamente emocionada con la idea de salir, pero no iba a quedarme en la sala viendo a Robby fingir que no me miraba cada vez que Eli se acercaba demasiado. Y, bueno, también necesitábamos un cambio urgente; con las pintas que teníamos, parecía que estábamos listas para una maratón de series y no para una salida.
—Tory, no es para tanto —dijo Moon mientras cruzábamos la puerta de mi habitación. Su voz sonaba algo resignada, pero todavía con ese tono relajado que nunca perdía. —A nadie le importa cómo estamos vestidas.
Me giré hacia ella con una ceja arqueada y un poco de dramatismo extra, porque sabía que funcionaba con ella. —¿"A nadie"? ¿Estás segura?
Moon soltó una carcajada, dejándose caer en mi cama como si el simple esfuerzo de subir las escaleras la hubiera agotado. —Bueno, bueno...cálmate.
—Bueno, alguien tiene que hacerlo —respondí mientras rebuscaba en mi armario, sacando ropa que iba acumulando en una pila desordenada.
Moon me miró, ladeando la cabeza como si no me creyera del todo, pero no dijo nada. En lugar de eso, tomó una de las camisetas que le lancé y la sostuvo frente a ella.
—¿Esto sirve? —preguntó, haciendo un gesto como si estuviera en una pasarela.
—Sí, pero combinala con algo lindo abajo. Nada de joggers o parecemos dos nenas que acaban de escaparse de una pijamada.
Moon bufó, pero no discutió. Sabía que tenía razón, aunque siempre intentara hacerse la despreocupada.
Nos arreglamos en un caos de risas, bromas y comentarios sarcásticos. Moon era de esas personas que podían ponerse una bolsa de papas y verse espectaculares, pero también era meticulosa en los detalles. Yo, en cambio, iba más al grano. Un top ajustado negro y una falda plateada. No necesitaba más.
—Sos tan simple y, al mismo tiempo, tan efectiva —comentó Moon mientras se ponía unos aros grandes. —Es frustrante.
—Gracias, lo intento —respondí con una sonrisa falsa.
Cuando bajamos, el ambiente había cambiado. Erick y Robby habían recogido todo el desastre de la reunión improvisada, y ahora la mesa del comedor estaba ocupada por varias botellas de alcohol que claramente no estaban ahí antes.
Eli y Miguel estaban en pleno ataque de risa por algo que claramente solo ellos encontraban gracioso. Fue Eli quien nos vio primero. Levantó un vaso en mi dirección, con esa sonrisa descarada que ya empezaba a reconocer como su marca personal.
—¿Un traguito? —preguntó, alzando las cejas.
—¿Por qué no? —respondí, acercándome mientras tomaba el vaso que me ofrecía.
Eli tenía un aire que me gustaba. Era confianzudo, un caradura total, y no parecía importarle si alguien lo miraba mal. Me caía bien desde el minuto en que cruzamos nuestras primeras palabras. Además, no podía negar que tenía una sonrisa linda.
Mientras me pasaba el vaso, su mano se deslizó casualmente por mi cintura, un gesto que no pasó desapercibido. Lo miré con una sonrisa traviesa, y él me devolvió una mirada cómplice, como si compartiéramos un chiste privado.
Desde el otro lado de la sala, sentí los ojos de Robby sobre nosotros. No intentaba disimularlo mucho, aunque estaba hablando con Miguel y Moon. Me miraba con el ceño fruncido y una ceja alzada, claramente molesto por algo. No pude evitar provocarlo. Le saqué la lengua, disfrutando del leve movimiento de sus labios al apretar la mandíbula.
La tensión no duró mucho, porque pronto decidimos salir. El único problema era que no había suficientes asientos en el auto de Erick, el imbécil de mi hermano. Él ya estaba al volante, golpeando el volante con los dedos como si le importara mucho el tiempo que estábamos tardando.
—Yo puedo ir en las piernas de Moon —dije encogiéndome de hombros.
Moon negó con la cabeza. —Estás loca. Estoy llena de cosas.
—Yo no tengo problema —dijo Eli, levantando una mano con su sonrisa de siempre. —Podés sentarte en mis piernas. Prometo no quejarme.
Estaba a punto de aceptar, porque, sinceramente, ¿por qué no? Pero Robby interrumpió desde el otro lado del auto.
—No, ella va conmigo.
Me giré para mirarlo, sorprendida. Él estaba apoyado contra la puerta, con los brazos cruzados y esa expresión suya que gritaba "hago lo que quiero".
—¿Desde cuándo sos mi guardaespaldas? —pregunté, arqueando una ceja.
—Desde ahora —respondió sin inmutarse.
Eli me miró y alzó las manos como si no fuera a discutir. Robby, por otro lado, no me dejó opción, así que me subí al auto y me senté en sus piernas, acomodándome lo mejor que podía.
—¿Estás cómoda? —preguntó en voz baja, inclinándose un poco hacia mí.
—Podrías haber dejado que fuera con Eli —respondí, fingiendo ignorar su pregunta.
—Sí, claro. Y después tendría que escuchar sus comentarios todo el viaje. No, gracias.
Rodé los ojos, aunque no podía negar que su reacción me divertía. Robby podía ser tan serio a veces que era imposible resistirme a fastidiarlo.
El viaje comenzó, con Moon contando alguna anécdota que hizo reír incluso a Miguel. Yo me acomodé un poco más en las piernas de Robby, sintiendo sus manos firmes en mi cintura para asegurarse de que no me cayera.
—Deberías relajarte un poco —dije, girando ligeramente la cabeza para mirarlo. —No voy a morderte.
—Eso espero —respondió, con un tono que no supe si era serio o una broma.
01:23 a.m
El auto rugió al detenerse frente al club, inundado de risas, música alta y miradas cómplices que intentaban suavizar una tensión palpable. Ni bien se apagó el motor, Erick fue el primero en abrir la puerta y bajarse con su habitual aire de seguridad. Alzó las cejas, se ajustó la chaqueta de cuero y echó un vistazo alrededor como si estuviera en su elemento. Lo miré de reojo, acostumbrada a esa actitud, pero no pude evitar esbozar una pequeña sonrisa. Siempre tenía ese algo que lo hacía destacar.
Moon y yo lo seguimos, nuestras botas resonando contra el pavimento. Ella iba justo detrás de él, con esa energía relajada que parecía envolverla siempre. Se detuvo por un momento para acomodarse el vestido ligero que llevaba, y Erick, que nunca perdía detalle, se giró hacia ella con una sonrisa de medio lado.
—¿Te vas a demorar toda la noche, Moon? —le dijo en tono casual, aunque el brillo en sus ojos decía otra cosa.
—Si te molesta, podés irte adelantando —respondió ella, devolviéndole una sonrisa que, aunque suave, tenía cierto dejo juguetón.
Me quedé callada, observándolos desde un paso atrás. Había algo interesante en la dinámica entre ellos. Mi hermano era un zorro, el tipo de persona que podía convertir hasta el coqueteo más sencillo en un arte, mientras que Moon, con su vibra tranquila y esa risa suave, parecía un completo contraste. En cualquier otro momento, habría soltado algún comentario sarcástico, pero esta vez no lo hice. Por alguna razón, la escena me resultaba... ¿tierna? Quizás era porque ver a alguien como Erick interactuando con alguien tan diferente a él resultaba extraño, casi humano.
Entramos juntos al club, el sonido de la música golpeándonos como una ola. Las luces bailaban por todas partes, rebotando contra las paredes mientras las bandejas de bebidas fluían entre la multitud. Todo parecía brillar con esa intensidad que solo la noche podía ofrecer.
Erick, como siempre, no tardó en hacerse notar. Nos dirigió con paso decidido a la zona VIP, donde logró conseguir una mesa con más facilidad de la que debería ser posible. Me dejé caer en uno de los sillones mientras él lanzaba miradas despreocupadas a su alrededor, evaluando el ambiente como si fuera dueño del lugar. Moon se sentó a su lado, inclinándose hacia él para decir algo que no alcancé a escuchar, pero que lo hizo sonreír ampliamente. Había algo en la forma en que se miraban, algo que se deslizaba entre lo casual y lo íntimo.
—Voy a bailar un rato —dijo ella de repente, levantándose con esa gracia natural que la caracterizaba.
—Te acompaño —respondió Erick de inmediato, poniéndose de pie sin siquiera dudarlo.
Moon le lanzó una mirada rápida, quizás evaluándolo, y luego asintió. Se alejaron juntos hacia la pista de baile, y me quedé mirándolos mientras se perdían entre la multitud. No era la primera vez que veía a Erick coquetear con alguien, pero esto se sentía diferente. Había algo genuino en la manera en que Moon lo miraba, como si realmente le interesara más allá de su sonrisa fácil o sus frases calculadas. Y él... bueno, él estaba siendo él, pero con un toque de cuidado que no veía muy seguido.
Suspiré y me volví hacia la mesa.
Miguel y Eli tampoco tardaron en desaparecer. Los vi acercarse a un grupo de chicas que no dejaban de lanzarles miradas coquetas desde que llegamos. Eli, como siempre, estaba en su elemento, lanzando comentarios que las hacían reír casi al instante. Miguel, más reservado, parecía disfrutar de la atención pero sin ser tan obvio. Los observé por un momento antes de desviar la mirada.
Y ahí estaba yo, sola con Robby.
El aire entre nosotros era pesado, cargado de algo que no podía definir del todo pero que me resultaba imposible ignorar. Él estaba sentado al otro lado de la mesa, con los brazos cruzados y esa postura rígida que parecía tener siempre. Sus ojos oscuros se posaron en mí por un momento antes de desviar la mirada hacia algún punto en la distancia.
No pude evitar sonreírme un poco. Si iba a estar atrapada con él, al menos iba a divertirme.
—¿Qué pasa? —le pregunté, sosteniendo mi copa y alzándola en su dirección. —¿Te incomoda estar solo conmigo?
Robby dejó escapar una risa breve, sin humor.
—¿Por qué me incomodaría? —respondió, su voz baja y cargada de esa calma irritante que siempre lograba sacarme de quicio.
—No sé, quizás porque no podés evitar mirarme como si estuviera a punto de prender fuego el lugar —dije, inclinándome hacia él con una sonrisa desafiante.
Él me observó con cuidado, sus ojos oscuros recorriendo mi rostro como si estuviera intentando descifrar algo. Después de unos segundos, se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa.
—Capaz es porque estoy esperando a que hagas algo interesante.
No pude evitar arquear una ceja, sintiendo cómo la tensión entre nosotros aumentaba.
—¿Interesante? —repetí, fingiendo estar ofendida. —Entonces probá esto. Capaz te despierta un poco.
Le ofrecí mi copa, extendiéndola hacia él. Robby la miró por un momento antes de alcanzarla, sus dedos rozando los míos en el proceso. Fue un contacto breve, pero suficiente como para que un escalofrío recorriera mi columna.
—¿Qué es esto? —preguntó, sosteniendo la copa con cuidado.
—Algo que probablemente no te guste —respondí, sin dejar de mirarlo.
Llevó la copa a sus labios y tomó un sorbo. Su rostro se transformó casi al instante, y no pude evitar soltar una carcajada.
—¿Qué demonios es esto? —preguntó, dejándola sobre la mesa con una expresión de disgusto.
—Sabía que no ibas a aguantar —dije, recuperando la copa y bebiendo de ella. —Es un trago fuerte. No es para cualquiera.
—No es que no pueda aguantar. Es que sabe horrible.
—Excusas, excusas. Sos tan aburrido a veces, Robby.
Él me lanzó una mirada intensa, una que hizo que el aire pareciera aún más denso entre nosotros.
—Y vos sos tan insoportable que me sorprende que alguien quiera quedarse cerca tuyo.
Me reí, pero el sonido salió más nervioso de lo que esperaba. Nos quedamos mirándonos en silencio, y por un momento, pareció que el resto del mundo desaparecía. Había algo en la forma en que me miraba, algo que hacía que mi corazón latiera un poco más rápido de lo que debería.
—¿Qué pasa? —preguntó de repente, inclinándose un poco más hacia mí.
—Nada —mentí, recuperando mi compostura. —Solo me pregunto cuánto tiempo más vas a durar antes de aburrirme.
—¿Ah, sí? —preguntó, sus labios curvándose en una pequeña sonrisa.
—Sí —respondí, inclinándome hacia él, tan cerca que podía sentir el calor de su respiración. —Vamos a ver quién se aburre primero.
Robby y yo no dejábamos de lanzarnos miradas cargadas de algo que no sabría describir si me lo pidieran. Estaba claro que no podía evitarlo. Parecía una fuerza de la naturaleza: cada vez que él decía algo, mi instinto me empujaba a responder, a desafiarlo. Lo peor era que él también hacía lo mismo conmigo.
—¿Qué? ¿Ahora me vas a decir que soy insoportable otra vez? —le solté después de un largo silencio. Estábamos sentados frente a frente en la mesa VIP, las luces reflejándose en los bordes de los vasos entre nosotros.
—No hace falta que lo diga. Ya lo sabés —respondió, cruzándose de brazos, con esa expresión neutral que lograba irritarme más de lo que debería.
—¿Y vos? ¿Te miraste al espejo últimamente? —repliqué, tomando un sorbo largo de mi bebida.
—Todos los días. ¿Querés que te preste uno? —Su tono era tan seco como sarcástico, y eso solo logró arrancarme una risa corta.
—Ah, sos gracioso ahora. Mirá vos. —Levanté una ceja, inclinándome hacia él. —Capaz te conviene practicar frente al espejo, entonces. Capaz un día lográs ser interesante.
Robby me miró durante unos segundos, como si estuviera evaluando mis palabras. Luego se inclinó también, reduciendo la distancia entre nosotros de una forma que me tomó por sorpresa. Su mirada estaba fija en la mía, y el ruido del lugar parecía desvanecerse un poco.
—¿Sabés qué es interesante, Tory? —preguntó, su voz más baja pero cargada de un desafío que me aceleró el corazón.
—¿Qué cosa? —respondí, intentando mantener mi tono firme, aunque sentía que mi respiración se aceleraba un poco.
—El hecho de que siempre tengas algo para decir. Como si no pudieras soportar quedarte callada. —Sonrió apenas, como si hubiera dicho algo ingenioso.
—Porque alguien tiene que llenar el vacío que dejás cuando abrís la boca. —Me recosté contra el respaldo del sillón, intentando recuperar el control de la conversación.
—¿Vacío? —repitió, arqueando una ceja. —Si mi presencia te molesta tanto, ¿por qué no te levantás y te vas?
—¿Y darle la victoria? Ni en tus sueños, Keene. —Sonreí, aunque mis manos se apretaron un poco contra la copa. Era como si cada palabra suya me retara a ir más lejos. Y el hecho de que estuviera tan cerca no ayudaba.
Se rió suavemente, y ese sonido, bajo y casi burlón, me hizo querer lanzar algo por la ventana. En lugar de eso, tomé otro sorbo de mi bebida.
—¿Te pasa algo? —pregunté, tratando de mantener el tono casual.
—Nada. —Negó con la cabeza, pero sus ojos decían otra cosa. —Solo me divierte ver cuánto esfuerzo ponés en molestarme. Es casi... lindo.
Ese comentario me tomó desprevenida. Por un segundo, no supe si estaba siendo sincero o si era otra provocación.
—¿Lindo? —pregunté, intentando procesarlo mientras lo miraba con desconfianza.
—Sí, lindo. Como un cachorro que intenta ladrar más fuerte de lo que puede. —Se apoyó contra el respaldo del sillón, claramente satisfecho consigo mismo.
—¿Un cachorro? —repetí, y mi tono era más afilado ahora. —¿Sabés qué, Robby? Sos un completo idiota.
—Y vos, un caso perdido. —Su sonrisa se amplió, y había algo en su expresión que me hacía querer... no sé. Gritarle, tal vez. O algo completamente diferente.
Nos quedamos en silencio por un momento, pero esa tensión seguía ahí, palpable en el aire entre nosotros.
—¿Por qué siempre hacés esto? —le pregunté finalmente, rompiendo la calma.
—¿Hacer qué? —Alzó una ceja, fingiendo no entender.
—Buscarme. Provocarme. ¿Es tu forma de entretenerte? —Lo miré fijamente, esperando una respuesta.
Él pareció pensarlo por un momento antes de responder.
—Capaz me gusta verte así. Siempre tenés esa actitud de que nada ni nadie te puede tocar, pero con un par de palabras logro sacarte de tu lugar. Es... interesante.
—¿Sabés qué es interesante? —respondí, inclinándome hacia él. —La paciencia que tengo para no romperte esa sonrisa con mi vaso.
Él soltó una carcajada baja, inclinándose un poco más hacia mí. Ahora nuestras caras estaban peligrosamente cerca.
—Admitilo, Tory. Te encanta.
No pude evitar devolverle la sonrisa, aunque me odié un poco por hacerlo.
—¿Qué me encanta? ¿Soportarte? —bromeé, aunque mi voz sonó más suave de lo que esperaba.
—Lo que sea que pase en tu cabeza de puberta. —Su tono era serio esta vez, y eso me dejó sin palabras por un segundo.
—No pasa nada en mi cabeza. —Intenté sonar convincente, pero ni yo me creí eso.
—Claro. Si eso te ayuda a dormir tranquila, seguí diciéndolo. —Sus ojos se fijaron en los míos, y por un segundo, sentí que iba a decir algo más. Pero entonces, el ruido de la música y las voces a nuestro alrededor nos devolvió al momento.
Decidí alejarme, recostándome otra vez contra el sillón mientras buscaba algo para decir. Pero no importaba lo que intentara, su mirada seguía clavada en mí. Y esa mirada, intensa y calculadora, era suficiente para hacerme dudar de todo.
03:49 a.m
Narrador omnipresente
La música vibraba con fuerza en el ambiente, las luces intermitentes creando sombras y destellos en el club. Tory estaba sentada en una de las mesas del fondo, jugueteando con su copa de vodka y limón. Sus pensamientos estaban tan dispersos como el humo artificial que llenaba el lugar. Aunque intentaba disfrutar de la noche, había una sensación de incomodidad que no podía ignorar.
Robby estaba a unos metros de distancia, su mirada fija en ella. No intentaba disimularlo. Se había convertido en algo habitual, como si su sola presencia fuera una especie de advertencia silenciosa: No hagas nada de lo que me arrepienta mañana.
Y entonces apareció Kwon.
Kwon era un torbellino. Siempre lo había sido. Desde el momento en que entró al club, su energía llenó el lugar. Su sonrisa arrogante, el pelo despeinado que caía justo en el ángulo perfecto, y esa forma despreocupada de caminar... todo en él era un espectáculo diseñado para llamar la atención. A los 15 años, Tory habría caído de cabeza por eso. De hecho, lo hizo.
En ese entonces, Kwon era todo lo que ella quería: atrevido, encantador y peligrosamente inaccesible. Pero también era un mujeriego. Un idiota incapaz de comprometerse con nadie más que consigo mismo. Tory había llorado por él, había sufrido, y luego, finalmente, había aprendido. Ahora, cinco años después, los roles se habían invertido.
Tory ya no lo amaba, ni siquiera estaba segura de sentir algo más allá de un leve cariño por la persona que había sido en su vida. Pero Kwon... Kwon parecía estar obsesionado con ella. Lo veía en la forma en que la buscaba, en cómo su sonrisa se volvía un poco más genuina cuando estaba cerca de ella, y en la manera en que insistía en aparecer en los peores momentos.
Como ahora.
Kwon se detuvo frente a la mesa y miró directamente a Robby con esa confianza que siempre lo había caracterizado.
—¿Me la prestás por un segundo? —preguntó, ignorando por completo la tensión en el aire.
Robby no respondió de inmediato. Su mandíbula se tensó, y su mirada se volvió aún más oscura. Tory, que conocía demasiado bien esa expresión, decidió intervenir antes de que la situación escalara.
—No es su decisión, Kwon. —Se puso de pie con una sonrisa desafiante y tomó la mano de él. Antes de alejarse, miró a Robby por encima del hombro, sus palabras cargadas de sarcasmo. —Relajate, Keene. No te pagan por opinar.
Robby no respondió, pero su mirada era suficiente para dejar claro que la conversación no había terminado.
Kwon la llevó hacia la pista de baile, y Tory intentó ignorar la sensación de que dos ojos seguían cada uno de sus movimientos.
—¿Por qué siempre estás con ese tipo? —preguntó Kwon mientras le ponía una mano en la cintura, acercándola más a él.
—Porque mis padres creen que soy una niña que necesita supervisión. —Tory suspiró, dejando que sus manos se deslizaran por los hombros de Kwon.
—¿Y vos? ¿Lo necesitás? —preguntó con una sonrisa ladeada, inclinándose un poco más cerca.
Tory lo miró, sus labios curvándose en una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—¿Vos qué creés?
Kwon se rió, pero había una nota de incomodidad en su reacción. A veces, Tory pensaba que Kwon odiaba no poder controlarla como antes. En esos días, ella habría hecho cualquier cosa por él. Ahora, sabía que su interés era puramente superficial. No era un hombre. No como Robert.
Los pensamientos de Tory fueron interrumpidos cuando Kwon se inclinó y le susurró al oído:
—Deberías relajarte un poco más, ¿por qué no tomás otro trago?
Ella negó con la cabeza.
—Ya tomé suficiente.
—Vamos, amor. ¿Desde cuándo sos tan aburrida? —insistió, guiñándole un ojo.
Antes de que pudiera responder, una voz fría y cortante se abrió paso entre la música.
—Ella ya dijo que no.
Ambos se giraron, y ahí estaba Robby. De cerca, su presencia era abrumadora. Mientras que Kwon siempre parecía un niño jugando a ser adulto, Robby era un hombre de verdad. Su postura, su mirada, incluso la forma en que se movía, exudaban autoridad.
—¿Qué hacés acá, cuidador? —preguntó Kwon, con un intento fallido de sonar despreocupado.
—Llevándola a casa. —Robby se cruzó de brazos, sus ojos fijos en Tory.
—No necesito que me lleves a ningún lado. —protestó ella, pero la leve inclinación en su voz traicionó su estado. Había tomado más de lo que quería admitir.
—Sí, sí lo necesitás. —Robby ignoró su tono y avanzó, colocándose entre ella y Kwon.
—Hey, no es tu trabajo decidir por ella. —Kwon dio un paso adelante, pero Robby no se movió.
—Mi trabajo es asegurarme de que no termine en el hospital. Y vos, niño, claramente no estás ayudando. —Robby lo miró con desdén.
Kwon resopló, pero no tenía argumentos. Sabía que Robby tenía razón.
Tory, molesta, intentó soltarse del agarre de Robby.
—No soy una niña. Puedo cuidarme sola.
—No después de cuatro vodkas. —Robby la miró con dureza, aunque había un atisbo de preocupación en sus ojos.
—Andate, Kwon. —Robby desvió la mirada hacia el otro chico, quien finalmente levantó las manos en señal de rendición.
—Bien, pero sabés que ella vuelve conmigo cuando se canse de tu actitud de niñero. —Kwon le dedicó una última sonrisa arrogante a Tory antes de desaparecer entre la multitud.
Cuando quedaron solos, Robby soltó un largo suspiro y la sostuvo con más firmeza.
—Vamos, Victoria. Es hora de irnos.
Ella no respondió. No porque estuviera de acuerdo, sino porque no tenía la energía para discutir. Mientras la ayudaba a salir del club, Tory se permitió un instante de vulnerabilidad. Tal vez, solo tal vez, no estaba tan mal tener a alguien como Robby cuidándola. Aunque nunca lo admitiría en voz alta.
Ambos caminaron hacia el estacionamiento Robby le abrió la puerta a Tory. Su expresión era una mezcla de irritación y algo más difícil de descifrar: cansancio, quizás, o esa testaruda necesidad de cuidarla que nunca admitía en voz alta.
Tory, todavía tambaleante después de la fiesta, cruzó los brazos mientras lo miraba con un leve arqueo de cejas.
—¿De verdad, Robby? ¿Ahora vas a jugar a ser caballero? —murmuró, dejando que su tono mordaz cortara el aire.
—Subí al auto. —Su voz era firme, pero sin rastro de humor. No esperó a que discutiera más; simplemente sostuvo la puerta abierta con paciencia tensa.
Ella dudó por un segundo, como si estuviera considerando rechazar el gesto solo para molestarlo, pero finalmente se deslizó dentro del asiento. Cuando él cerró la puerta detrás de ella, lo hizo con una suavidad que contrastaba con su actitud irritada.
Robby rodeó el auto con pasos largos y se metió al asiento del conductor, ajustando el retrovisor y poniéndose el cinturón sin mirarla. El silencio que siguió era denso, como si ambos estuvieran esperando que el otro rompiera el hielo.
Dentro del vehículo hacía un calor sofocante, casi irrespirable, y Tory no estaba segura de si se debía al clima de Los Ángeles o a la palpable tensión entre ellos. Finalmente, no pudo soportarlo más.
—¿Podés prender el aire acondicionado? —preguntó, su tono cortante pero algo cansado.
Robby no respondió de inmediato, pero presionó un botón en el tablero. Una ráfaga de aire frío comenzó a circular, aliviando el ambiente físico, aunque no el emocional.
—Gracias, niñero. —Tory rodó los ojos y se hundió en el asiento, cruzando los brazos como una barrera invisible.
Robby soltó una risa amarga, pero no apartó la vista de la carretera.
—¿De verdad no tenés nada mejor que decir?
Ella se encogió de hombros, mirando por la ventana.
—No me pagan por ser agradecida.
—No, claro que no. Pero deberían pagarte por ser tan irresponsable. —Su tono era bajo, casi controlado, pero la tensión en sus palabras era evidente.
Tory giró la cabeza hacia él, fulminándolo con la mirada.
—Oh, por favor. No empieces con el sermón. No estoy de humor.
—¿No estás de humor? —Robby soltó una risa seca y negó con la cabeza, sus nudillos apretándose contra el volante. —¿Y cuándo vas a estarlo, Tory? ¿Cuando termines en una situación de la que ni siquiera vos puedas salir sola?
—¡Yo podía manejarlo sola! —espetó, inclinándose hacia él, como si las palabras pudieran atravesarlo.
Robby giró ligeramente la cabeza, su mirada fría y calculadora.
—¿Sola? ¿Como cuando estabas tambaleándote en la pista de baile mientras Kwon te convencía de seguir tomando?
Tory se quedó callada por un momento, apretando los labios.
—Kwon no iba a dejarme tirada.
—¿En serio? —Robby soltó un bufido incrédulo. —Ese imbécil no sabe ni cuidar de sí mismo. Lo único que le importa es divertirse, sin importar las consecuencias para nadie más.
—¿Y vos qué? —Tory lo miró con furia en los ojos, su voz cargada de resentimiento. —¿Te creés mejor que él? No sos mi padre, Robby. No sos nadie para decirme qué hacer.
Él golpeó el volante con la palma de la mano, el ruido resonando en el pequeño espacio.
—¡Tenés razón! No soy tu padre. Ni quiero serlo. Pero alguien tiene que preocuparse por vos, porque claramente vos no lo hacés.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Tory giró la cabeza hacia la ventana, tragando con fuerza mientras una mezcla de emociones se agitaba en su pecho.
—No necesito que me cuides. —murmuró finalmente, su voz apenas un susurro.
Robby la miró de reojo, sus facciones tensas suavizándose apenas.
—Eso no es verdad, y lo sabés.
Tory cerró los ojos con fuerza, intentando controlar las lágrimas que amenazaban con caer. Estaba cansada, frustrada, pero sobre todo, odiaba que Robby tuviera razón.
—¿Por qué te importa tanto? —preguntó finalmente, su voz quebrada.
Robby no respondió de inmediato. Sus manos apretaron el volante, como si estuviera luchando con algo dentro de sí mismo.
—Porque alguien tiene que hacerlo, Tory.
Ella giró la cabeza para mirarlo, buscando algo en su rostro que le diera una pista de lo que realmente significaban esas palabras. Pero él mantuvo la vista en la carretera, su expresión seria pero sincera.
—Kwon no es tan malo como pensás. —intentó ella, aunque incluso mientras lo decía sabía que sonaba débil.
—No, claro que no. —Robby soltó una risa amarga. —Solo es un niño jugando a ser hombre. ¿Sabés qué hubiera pasado si yo no llegaba? Él te habría dejado tirada en cuanto se aburriera o cuando vos empezaras a complicarle la noche.
Tory apretó los labios, sin saber qué responder. Porque, aunque odiaba admitirlo, sabía que Robby tenía razón.
El resto del viaje transcurrió en silencio, pero no era el mismo silencio incómodo de antes. Había algo más ahí, algo que Tory no quería analizar demasiado.
Cuando finalmente llegaron a su casa, Robby estacionó el auto y apagó el motor. Sin decir nada, bajó primero y le abrió la puerta a Tory. Ella salió, sin mirarlo, pero justo antes de alejarse, él habló.
—No importa cuántas veces intentés empujarme, Tory. Voy a seguir estando acá. Así que ahorrate la energía, ¿sí?
Ella tragó saliva, sus ojos ardiendo, pero no respondió. Solo se giró y caminó hacia su casa, sintiendo el peso de sus palabras como un ancla en el pecho.
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