04:Compras

Viernes 10:12 a.m

A la mañana siguiente, no perdí el tiempo.
Apenas Kwon abrió los ojos, me encargué de hacerle saber que ya había excedido su estadía. Lo miré con los brazos cruzados, apoyada en el marco de la puerta de mi habitación, mientras él intentaba despertarse del todo.

—¿Tan temprano me estás echando? —protestó, con voz ronca y los ojos aún entrecerrados mientras buscaba sus jeans tirados en el suelo.

—Esto no es un hotel, Kwon. Y mucho menos uno de esos de lujo que vos te pensás que merecés. —Mi tono era seco, directo, como si estuviera dictando una regla.

—Vos también dormiste, ¿o no? —replicó con esa sonrisita ladeada que tanto me molestaba, como si creyera que podía desafiarme y salir impune.

—Sí, pero esta es mi casa. Vos no pagás alquiler, así que afuera.

Él bufó y dejó caer sus hombros en un gesto exagerado, pero no discutió. Sabía que discutir conmigo era inútil y que yo siempre ganaba, especialmente a esta hora de la mañana. Apenas cerré la puerta detrás de él, solté un suspiro aliviado. Era temprano, y lo último que necesitaba era lidiar con un parásito en mi espacio personal.

Me fui directo al baño para darme una ducha larga. El agua caliente siempre tenía ese efecto mágico de calmarme, especialmente cuando sentía que todo el mundo estaba tratando de invadir mi vida. Me tomé mi tiempo, disfrutando del silencio y la privacidad que, últimamente, parecía un lujo escaso en mi propia casa. Cuando terminé, me puse un conjunto simple pero impecable —porque aunque no saliera aún, siempre debía verme presentable— y bajé a desayunar.

Como siempre, María ya tenía todo listo en la mesa: café recién hecho, jugo de naranja, tostadas doradas y un par de medialunas perfectas.

—Gracias, María —dije al sentarme.

—De nada, señorita Victoria. Siempre tan exigente y puntual con su desayuno. —Me lanzó una sonrisa burlona, pero yo sabía que era su forma de mostrar afecto.

Estaba a punto de darle el primer mordisco a mi tostada cuando la voz grave del insípido resonó desde la entrada de la cocina.

—¿No creés que deberías esperar a que todos estén sentados para empezar? —dijo mientras se acercaba, despeinado y en ropa deportiva, con ese aire serio que parecía parte de su personalidad.

Levanté la mirada lentamente, con una ceja arqueada.

—¿Qué pasa? ¿No tenés casa?

—Tengo, pero no desayuno medialunas calientes todos los días. El café de María es mejor que el mío.

—Lo mío no es el café, es la compañía —respondí con sarcasmo, mientras él se servía un vaso de jugo como si estuviera en su propia casa.

Robby había estado en mi vida desde hacía tres días enteros, gracias a la brillante idea de mis padres de contratarlo como mi "niñero". Según ellos, necesitaba alguien que me "supervisara" mientras ellos estaban ocupados en sus mil y un negocios, pero yo no podía evitar sentirme insultada por eso. ¡Yo no necesitaba niñero! Tenía diecinueve años, por Dios, y era perfectamente capaz de cuidar de mí misma.

El, por otro lado, parecía disfrutar de su nuevo rol más de lo que estaba dispuesto a admitir. A pesar de ser serio y correcto, había una pequeña parte de él que claramente encontraba placer en fastidiarme.

—¿Qué vas a hacer hoy? —preguntó, inclinándose hacia la mesa para servirse café.

—Voy a salir —respondí con indiferencia, enfocándome en mi medialuna.

—¿A dónde?

—Al shopping.

—¿Para qué?

—Mis padres me dijeron que hay un evento en unos días, y no tengo nada que ponerme.

Robby dejó su taza en la mesa y me miró con incredulidad.

—¿Nada que ponerte? Tenés un ropero que parece un universo paralelo. Es como Narnia ahí adentro.

Fruncí los labios, conteniendo una sonrisa.

—No es suficiente.

—Ah, claro. Porque repetir un conjunto sería el fin del mundo —dijo con sarcasmo, estirando la mano para robarme una de las tostadas.

—¡Hey! Esa era mía —protesté, fulminándolo con la mirada.

—Consideralo mi paga por ser tu niñero.

Me crucé de brazos, irritada.

—No necesito un niñero.

—Eso decís vos, pero tus padres opinan otra cosa.

Rodé los ojos.

—No podés hacer esto toda la vida, ¿sabés? Algún día van a entender que soy lo suficientemente madura para cuidarme sola.

Robby soltó una leve risa, casi inaudible, mientras se llevaba la tostada a la boca.

—Madura, claro. Porque echar a Kwon antes del desayuno es algo que hace una persona madura.

—Ese no cuenta. Era un intruso.

—De todas formas, te acompaño al shopping.

Lo miré con los ojos entrecerrados, como si intentara descifrar sus intenciones.

—¿En serio?

—Sí. Alguien tiene que asegurarse de que no te lleves el shopping entero. Además, no tengo nada mejor que hacer.

Suspiré, sabiendo que no iba a convencerlo de quedarse.

—Bueno, pero no te quejes cuando pase horas buscando algo.

—Eso me preocupa más por vos que por mí, pero dale, vamos.

Y así, con una mezcla de resignación y capricho, me preparé para una salida que, estaba segura, iba a ser más interesante de lo que estaba dispuesta a admitir.

13:48 p.m

Agarré las llaves de mi auto con un gesto casi teatral, disfrutando de ese pequeño momento de poder. Mi auto era una de las pocas cosas que verdaderamente me emocionaban, y salir con él siempre me ponía de buen humor. Pero cuando giré hacia la puerta principal, ahí estaba Robby, parado como si fuera un guardia de seguridad en un evento exclusivo. Vestía una camisa negra perfectamente ajustada, unos pantalones a juego y una expresión seria que parecía no abandonar jamás.

No pude evitar darme una cachetada mental. ¿Cómo alguien podía verse tan bien con tan poco esfuerzo? No era justo.

—¿Te tomás en serio lo de guardaespaldas, no? —pregunté, tratando de mantener el tono juguetón mientras me acercaba.

Él se limitó a mirarme con su típica expresión neutral, como si lo que acababa de decir no mereciera siquiera una sonrisa.

—Todos mis trabajos son serios —respondió, con esa voz grave y calmada que parecía diseñada para ponerme los pelos de punta.

—Ah, claro. Porque protegerme del peligro mortal del shopping debe ser todo un desafío —repliqué, arqueando una ceja mientras hacía girar las llaves entre mis dedos.

—No subestimes el poder del consumismo, Victoria. —Su respuesta fue tan seca que por un segundo no supe si estaba bromeando o si realmente lo pensaba.

Resoplé y me giré hacia mi auto, dejando que mis tacos resonaran contra el piso de mármol con cada paso. Había elegido un vestido negro ajustado, simple pero elegante, porque si algo tenía claro era que siempre debía verme impecable, incluso para algo tan trivial como una tarde de compras con el insípido.

Al llegar al auto, pasé los dedos por la carrocería brillante, sintiendo una pequeña chispa de emoción. Era mi pequeño tesoro. Robby, por otro lado, parecía más interesado en observarme como si estuviera a punto de hacer algo desastroso.

—Yo conduzco —anuncié, abriendo la puerta del conductor con decisión.

Pero antes de que pudiera siquiera sentarme, sentí un tirón suave pero firme en mi muñeca. Las llaves ya no estaban en mi mano. Me giré, incrédula, para ver a Robby sosteniéndolas como si hubiera ganado un premio.

—¿Qué hacés? —espeté, intentando recuperar las llaves, pero él simplemente levantó la mano, alejándolas de mi alcance.

—Yo soy el mayor, por lo tanto, yo conduzco.

—¿Qué clase de lógica es esa? —pregunté, cruzándome de brazos mientras lo fulminaba con la mirada.

—La lógica de alguien responsable. —Su tono era tan calmado y serio que me daban ganas de gritar.

—¿Responsable? Por favor. Conduzco este auto mejor que cualquiera. Además, es mío.

—Y es precisamente por eso que voy a manejarlo. —No se inmutó, ni siquiera cuando le lancé mi mejor mirada asesina.

—¡No podés estar hablando en serio!

—Siempre hablo en serio. Ahora subí antes de que haga algo realmente infantil, como llevarme el auto sin vos.

Lo miré fijamente, esperando encontrar algún rastro de broma en sus ojos, pero no había nada. Él estaba completamente seguro de lo que decía. Finalmente, solté un gruñido de frustración y rodeé el auto, resignada a ocupar el lugar del copiloto.

—Espero que no choques. —murmuré mientras me abrochaba el cinturón de seguridad.

—Yo espero que no te quejes todo el viaje. —Robby encendió el motor con una facilidad irritante, y el rugido del motor llenó el aire.

Me crucé de brazos y miré por la ventana, intentando ignorar la pequeña parte de mí que, muy en el fondo, encontraba algo atractivo en esa actitud de "siempre tengo la razón". Pero no pensaba admitirlo. No, señor.

El auto salió del garaje con suavidad, y me di cuenta de que Robby manejaba con la misma precisión con la que hacía todo: tranquilo, seguro, y un poco demasiado serio para mi gusto.

—¿Siempre tenés que ser tan... mandón? —pregunté, rompiendo el silencio mientras los árboles pasaban rápidamente por mi ventana.

—No soy mandón. Soy práctico.

—Ah, claro. Porque es súper práctico quitarme las llaves de MI auto.

Él no respondió de inmediato, y por un segundo pensé que iba a ignorarme por completo. Pero entonces habló, con ese tono calmado que tanto me irritaba.

—Mirá, Victoria. Me pagan para asegurarme de que estés bien. Si eso significa conducir tu auto y aguantar tus berrinches, entonces lo hago.

—¿Berrinches? —exclamé, girándome hacia él.

—Sí, berrinches. Como ahora.

—Esto no es un berrinche.

—Por supuesto que no.

Lo miré con los ojos entrecerrados, pero él seguía con la vista fija en la carretera, completamente imperturbable. Decidí guardar silencio, al menos por un rato, porque sabía que si seguía discutiendo, él encontraría la manera de hacerme quedar como la inmadura.

El resto del trayecto fue una mezcla de mi frustración y su calma inquebrantable, pero, a pesar de todo, no podía negar que Robby sabía cómo manejar. Mi auto nunca se había sentido tan estable en la carretera, y una pequeña parte de mí odiaba lo mucho que eso me impresionaba.

Cuando finalmente llegamos al shopping, estaba lista para recuperar mi autoridad... o al menos intentarlo.

Apenas estacionamos en el shopping, Robby bajó del auto con una tranquilidad irritante, mientras yo seguía tambaleando entre mi molestia y la necesidad de recordarme a mí misma que debía mantener la compostura. Este tipo disfrutaba demasiado haciéndome rabiar, y ahora que tenía el control total del volante, se sentía como si hubiera ganado alguna especie de batalla silenciosa.

Me bajé con elegancia, ajustando el dobladillo de mi vestido negro y dejando que mis tacos resonaran en el asfalto del estacionamiento. Quería que el mundo supiera que estaba en control, aunque no lo estuviera.

—¿Y ahora? —preguntó Robby mientras cerraba la puerta del auto y caminaba a mi lado, su camisa negra perfectamente ajustada contrastando con su actitud relajada.

—Ahora, compras. ¿Qué otra cosa se hace en un shopping? —respondí con sarcasmo, girándome hacia él.

—Ah, claro. La misión más importante del día. —Sonrió apenas, esa pequeña curvatura en los labios que me hacía querer lanzarle algo.

—Para vos puede parecer trivial, pero yo tengo que ir impecable a ese evento. Y como mi 'niñero' oficial, no te queda otra que acompañarme.

—Claro, Victoria. Lo que vos digas.

Me detuve en seco y lo fulminé con la mirada.

—No me llames así.

—¿Victoria? Pero es tu nombre, ¿no? —preguntó con fingida inocencia, inclinando ligeramente la cabeza como si realmente quisiera confirmarlo.

—No. Es Tory. Solo Tory.

—Yo diría que es Victoria. O tal vez... ¿Vicky? —Su tono era lo suficientemente neutral como para que cualquiera pensara que hablaba en serio, pero yo sabía que lo hacía para fastidiarme.

—¿Cuántos años tenés? ¿Cinco? —espeté, apretando los dientes mientras retomaba mi caminata hacia la entrada del shopping.

—Veintiséis, pero gracias por recordármelo. Me siento más maduro cada vez que discutimos.

Lo escuché reír bajo mientras seguía caminando, y tuve que contener las ganas de darle un pisotón con mis tacos. Era como si disfrutara de mi frustración, como si verle a mí, la siempre perfecta y controlada Tory, perder los estribos fuera su pasatiempo favorito.

—Espero que estés listo para pasar horas mirando ropa —dije mientras entrábamos al centro comercial, con la intención de vengarme haciéndolo sufrir en cada tienda.

—Estoy listo para lo que sea, señorita.

Solté un gruñido de pura irritación, pero decidí no darle el gusto de responder. En lugar de eso, me dirigí directamente a una de las tiendas más exclusivas, sabiendo que los precios y la cantidad de opciones lo iban a volver loco.

Una vez adentro, me sumergí entre los estantes, dejando que los colores y las texturas me distrajeran del hombre molesto que me seguía como una sombra. Pero Robby, claro, no podía quedarse callado.

—¿No tenés ya diez vestidos negros?

—Sí, pero este es diferente —respondí, sosteniendo un vestido en el aire para observarlo mejor.

—Claro. Totalmente diferente. Este tiene un botón más.

Lo miré por encima del hombro y levanté el vestido hacia él como si fuera a lanzárselo. Él alzó las manos en señal de rendición, pero esa sonrisa burlona seguía pegada a su cara.

—Si vas a estar así todo el día, podés esperar el auto.

—Y dejarte sola en el peligroso mundo de la moda? Ni loco.

—¿Siempre sos tan insoportable?

—¿Siempre sos tan caprichosa? —replicó sin perder el ritmo.

Me di vuelta para enfrentarlo, sosteniendo el vestido con una mano y apoyando la otra en mi cadera.

—Esto no es ser caprichosa, es tener estándares. Algo que, evidentemente, no entendés.

—Mis estándares son lo suficientemente altos como para tolerarte, así que no te preocupes.

Me quedé boquiabierta, sin palabras por un segundo. ¿Cómo podía ser tan descarado y seguir luciendo tan tranquilo? Pero antes de que pudiera responder, una de las empleadas de la tienda se acercó con una sonrisa demasiado amable.

—¿Todo bien por acá? —preguntó, probablemente notando la tensión en el aire.

—Perfecto —respondí rápidamente, con mi sonrisa más encantadora. No iba a dejar que Robby me hiciera perder la compostura delante de extraños.

La empleada asintió y se alejó, dejándome a solas con mi irritante guardaespaldas.

—¿Ves lo que hacés? —le dije en voz baja, volviendo a revisar los estantes.

—¿Yo? Si alguien está haciendo un espectáculo acá, sos vos, Victoria.

Le lancé una mirada asesina.

—Una palabra más y juro que vas a lamentarlo.

Él levantó las manos en un gesto de rendición nuevamente, pero su sonrisa apenas contenida me dijo que estaba lejos de haber terminado. Y yo también. Si pensaba que iba a ganar esta batalla, estaba muy equivocado.

Los minutos se transformaron en horas, y Robby terminó aprendiendo una verdad universal sobre mí: cuando voy de compras, no hay límites. Mi tarjeta de crédito estaba al borde del colapso, y no porque yo me preocupara demasiado por los números; eso era un problema para mi padre. Pero en ese momento, mi único objetivo era encontrar el outfit perfecto.

—¿Otro bolso? —preguntó Robby, levantando una ceja mientras yo le pasaba una bolsa con el logo de una marca exclusiva.

—Es un bolso básico. Combina con todo. —Moví la mano como si fuera obvio.

—Claro, porque los otros cinco que ya compraste no combinan con todo.

Lo fulminé con la mirada mientras él acomodaba la bolsa encima de las otras que ya cargaba en los brazos.

—Si tenés algo que decir sobre mi estilo, podés guardártelo, guardaespaldas.

—Yo diría que el estilo no es el problema, Victoria. Es el exceso.

Ignoré el uso de ese apodo que tanto detestaba y seguí revisando los estantes de la siguiente tienda. Había vestidos de todos los colores, pero uno en particular llamó mi atención. Era un vestido largo, de seda, en un tono rojo intenso que parecía diseñado para destacar en cualquier evento.

—¿Qué te parece este? —pregunté, sosteniéndolo en alto para que Robby lo viera.

Él lo miró por un segundo antes de encogerse de hombros.

—Es rojo.

—¿Eso es todo lo que tenés para decir?

—¿Qué querés que diga? Es un vestido. Se ve bien. Como todos los otros que ya llevamos.

Suspiré y rodé los ojos antes de llevar el vestido al probador. Robby, mientras tanto, se apoyó en una de las columnas cercanas, mirando el teléfono con expresión aburrida.

Cuando salí del probador, él levantó la vista y se quedó en silencio por un momento. Aunque trató de mantener su expresión neutral, noté un destello de aprobación en sus ojos antes de que recuperara su típica actitud seria.

—Bueno, ¿qué opinás? —pregunté, girando sobre mis tacones para que pudiera ver el vestido desde todos los ángulos.

—Está bien.

—¿Solo 'bien'? —exclamé, incrédula.

—¿Qué querés que diga? —repitió, esta vez con un pequeño toque de burla en su voz.

—Algo más emocionante, tal vez. "Wow, Tory, estas hermosa". ¿Eso sería mucho pedir?

Robby negó con la cabeza, dejando escapar una risa baja.

—Wow, Victoria, estas hermosa. —Su tono estaba cargado de sarcasmo, pero aún así no pude evitar sonreír.

—Gracias. Sabía que podías hacerlo mejor.

Regresé al probador para cambiarme de nuevo, y cuando salí, encontré a Robby mirando con resignación las bolsas que ya cargaba.

—¿Todavía estás vivo ahí abajo? —pregunté mientras recogía mi cartera.

—Barely —respondió, lanzándome una mirada que mezclaba cansancio y diversión.

—Bueno, ahora vamos a los tacones.

—¿Más? ¿Cuántos pies pensás que tenés?

—Uno para cada ocasión —contesté con una sonrisa.

Robby suspiró, pero no dijo nada más mientras lo arrastraba hacia la siguiente tienda.

Pasé por cada fila de zapatos como si estuviera en una misión, probándome tacones de diferentes colores y alturas, mientras Robby me miraba con una mezcla de paciencia y desesperación.

—¿Qué tal estos? —pregunté, mostrando un par de stilettos dorados.

—Parecen iguales a los negros que compraste hace una hora.

—No son iguales. Estos son dorados.

—Ah, claro. Perdón por no notar la diferencia cósmica.

No pude evitar reírme ante su tono seco. Era irritante, pero en cierto modo, su actitud hacía que toda la experiencia fuera más entretenida.

Cuando finalmente terminamos, Robby parecía cargado como un burro de carga, con bolsas colgando de cada brazo.

—Deberíamos haber traído una carretilla —murmuró mientras caminábamos hacia el estacionamiento.

—Deberías agradecer que no compré más.

—Sí, claro. Esto no es "más", es prácticamente todo el shopping.

Llegamos al auto y abrí el maletero mientras él colocaba las bolsas con cuidado. Por un segundo, me sentí un poco culpable al verlo tan cansado, pero la sensación desapareció cuando él me lanzó una mirada burlona.

—¿Falta algo más, su majestad? —preguntó con una inclinación exagerada.

—No. Por ahora. —Sonreí, subiéndome al auto.

Él se acomodó en el asiento del conductor, y mientras arrancaba el motor, no pude evitar pensar que, a pesar de todo, Robby hacía que incluso un día de compras fuera memorable. Por mucho que lo molestara, sabía que no lo cambiaría por nada.

—¿Entonces no vas a salir esta noche? —preguntó Robby, manteniendo una mano relajada sobre el volante mientras sus ojos se mantenían fijos en la carretera. Su tono era casual, pero había algo en su expresión que sugería que le importaba más la respuesta de lo que quería admitir.

—Seguramente no —respondí, mirando por la ventana. Las luces de la ciudad comenzaban a encenderse, iluminando el camino con un tono cálido y familiar. —No estoy de humor. Además, ya salimos hoy. ¿No cuenta?

Robby dejó escapar una risa suave.

—Claro, porque una tarde de compras agotadora es justo lo que cualquiera necesita para socializar después.

—¿Ah, sí? ¿Y qué harías vos en mi lugar? —le pregunté, girándome para mirarlo.

Él se encogió de hombros, como si la respuesta fuera obvia.

—Salir, obvio. Hacer algo que no implique gastar una fortuna en zapatos.

—Primero, no gasté tanto. —Lo miré con los ojos entrecerrados, aunque una sonrisa me traicionaba. —Y segundo, no entiendo qué gracia le ves a salir cada noche.

—No salgo cada noche —protestó, pero su tono era más bromista que serio.

—¡Por favor! —Solté una carcajada. —¿me vas a decir que no tenés planes esta noche?

—Te sorprenderías. —Hizo una pausa y me lanzó una mirada rápida antes de volver su atención al camino. —Capaz tampoco salga.

Eso me tomó por sorpresa. Robby siempre tenía algo que hacer o alguien con quien reunirse.

—¿Por qué no? —pregunté, tratando de sonar desinteresada mientras jugueteaba con la manija de la ventana.

Él se encogió de hombros, su tono más serio ahora.

—No sé. A veces también está bueno tener una noche tranquila, ¿no?

—¿Desde cuándo sos fan de las noches tranquilas? —bromeé, pero la verdad era que me gustaba esa faceta más relajada de él.

—Desde que me arrastraron por cinco tiendas en una tarde —replicó, lanzándome una sonrisa pícara.

Reí, sacudiendo la cabeza.

—¡Ah, claro! Ahora la culpa es mía.

—Siempre. —Robby asintió con una expresión de falsa gravedad.

El resto del trayecto lo pasamos hablando de cosas triviales: una banda nueva que él quería mostrarme, algún chisme absurdo que había escuchado en el gimnasio. Era fácil caer en ese ritmo con Robby. Por mucho que a veces quisiera empujarlo por un barranco (de forma figurativa, claro), no podía negar que nuestra dinámica tenía algo especial.

Cuando estacionó frente a mi casa, Robby apagó el motor pero no hizo ningún movimiento para bajar.

—Entonces, ¿noche tranquila para los dos? —preguntó, apoyando el brazo en el respaldo de mi asiento.

—Parece que sí. —Sonreí ligeramente, jugando con un mechón de mi cabello.

—Podríamos hacer algo. —Su tono era casual, pero sus ojos me estudiaban con cuidado, como si midiera mi reacción.

Lo miré, arqueando una ceja.

—¿Algo como qué?

—No sé. Pizza y una peli, tal vez. Algo fácil.

¿Robert Keene sugiriendo una noche de películas? Era tan fuera de lugar que no pude evitar sonreír.

—¿Y quién elige la película? Porque si vamos a ver algo como "Rápido y Furioso", te aviso que paso.

—¿Qué tenés contra Rápido y Furioso? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y diversión. —Es cine.

—Sí, seguro. —Rodé los ojos. —¿Qué pasó con todas esas noches tranquilas que estabas defendiendo?

—Puedo ser tranquilo y ver autos veloces al mismo tiempo. —Se encogió de hombros, fingiendo inocencia.

Me crucé de brazos, tratando de mantener una expresión seria, aunque sabía que no lo lograría por mucho tiempo.

—Bueno, si vos elegís la peli, yo elijo la pizza.

—¿Eso significa que aceptás? —preguntó, su sonrisa ampliándose.

Lo miré por un segundo, fingiendo pensarlo, antes de suspirar dramáticamente.

—Supongo que sí. Pero solo porque no tengo nada mejor que hacer.

—Claro, porque soy tu última opción. —Robby negó con la cabeza, fingiendo indignación, pero en sus ojos había algo más cálido, algo que no se molestó en ocultar.

17:15 p.m

Robby bajó del auto y fue directamente al maletero. Desde el asiento del copiloto, lo vi maniobrar con todas las bolsas como si fueran plumas. No se molestó en pedir ayuda, ni yo tenía la más mínima intención de ofrecerla. Me crucé de brazos, apoyándome cómodamente contra la puerta del auto mientras lo observaba, inexpresiva, aunque por dentro no podía evitar encontrar algo divertido en su determinación.

Con las bolsas colgando de ambos brazos y una equilibrándose sobre su hombro, cerró el maletero con el pie, lo que hizo que arqueé una ceja. Muy impresionante, Keene. Muy impresionante.

Cuando llegó hasta mí, se detuvo un momento y me miró directamente.

—¿De verdad no pensás ayudarme? —preguntó, respirando apenas un poco más agitado de lo habitual, lo que claramente no quería mostrar.

Me encogí de hombros, sin moverme del lugar.

—¿Para qué? Lo estás haciendo perfectamente solo. Además, pensé que eras fuerte.

Él me lanzó una mirada de incredulidad mezclada con diversión y negó con la cabeza, soltando una carcajada.

—Sos un caso perdido, Victoria.

—Gracias, lo sé. Ahora apurate antes de que se me enfríen las manos.

Se rió mientras comenzaba a subir las escaleras hacia la puerta de entrada, balanceando todas las bolsas como si fueran una rutina de gimnasio. Yo lo seguí, con las llaves en la mano y una sonrisa apenas contenida en mi rostro.

Cuando entramos a la casa, fui directamente a mi habitación, dejando la puerta abierta para que Robby pudiera seguirme. No pasaron ni dos segundos antes de que apareciera en el marco de la puerta, todavía cargado como un mulero, con una expresión exageradamente dramática.

—¿Dónde querés esto, su alteza? —preguntó, fingiendo un tono servil.

—En la cama. —Señalé el lugar sin molestia alguna en ocultar mi comodidad. —Y cuidado con los zapatos. Son nuevos.

Robby rodó los ojos pero hizo lo que le pedí, dejando las bolsas cuidadosamente sobre la cama, aunque no sin murmurar algo en voz baja que no alcancé a escuchar.

—¿Dijiste algo? —pregunté, entrecerrando los ojos.

—Nada, nada. Solo que no sé cómo sobrevivías antes sin mí. —Me lanzó una sonrisa burlona, como si fuera un héroe trágico que cargaba con el peso del mundo.

Lo ignoré y me acerqué a las bolsas, revisando rápidamente que todo estuviera en orden, pero antes de que pudiera decir algo más, Robby se cruzó de brazos y habló, esta vez más serio.

—Escuchá, princesa. Estaba pensando... En un rato vienen mis amigos. Vamos a tomar algo ,nada muy loco.

Me detuve, alzando la mirada hacia él con expresión de aparente decepción.

—¿Y nuestra noche de pelis? —pregunté, bajando un poco la voz y fingiendo una tristeza tan teatral que podría haberme ganado un premio.

Robby no tardó ni medio segundo en captar mi intención. Soltó una carcajada y, para mi total horror, se inclinó hacia adelante y comenzó a hacerme un puchero ridículo, exagerado hasta el punto de parecer un niño de cinco años.

—Ay, ¿estás triste porque te cancelé? pobreeecetaa.... —Se llevó una mano al pecho, como si fuera la peor persona del mundo, y luego añadió con tono burlón: —Prometo que ni bien se vayan, miramos todas las películas que quieras. Incluso esas de dramas lentos que tanto te gustan.

Me crucé de brazos y lo miré con seriedad.

—No son dramas lentos. Tienen profundidad emocional. Algo que vos claramente no entendés.

—Ah, claro. —Robby asintió, fingiendo que estaba completamente de acuerdo. —Porque en el fondo sos una intelectual incomprendida que ama el cine de arte.

—Exactamente. —Sonreí, decidida a seguirle la corriente.

Él negó con la cabeza, todavía riéndose, y se dirigió hacia la puerta.

—En serio, no va a ser mucho. Están solo un rato y después me deshago de ellos. Te aviso cuando sea hora de tu "cine de arte".

—Espero que cumplas. Si no, mañana tengo planes de llevarte a un shopping tour aún más largo. —Lo amenacé con una sonrisa inocente.

Se detuvo en seco y me miró con ojos entrecerrados, claramente considerando si me atrevía a hacer algo así.

—Sos mala, Nichols. Muy mala.

—Vos me obligaste. —Le guiñé un ojo antes de volver mi atención a las bolsas.

Cuando finalmente salió de mi habitación, me dejé caer en la cama junto a mis nuevas adquisiciones, dejando escapar un suspiro. Robby podía ser muchas cosas, pero aburrido no era una de ellas. Y aunque no lo admitiera en voz alta, su compañía era justo lo que necesitaba, incluso si a veces parecía destinado a hacerme la vida un poco más complicada.

18:08 p.m

Después de un rato, mientras estaba en mi habitación revisando el contenido de las bolsas, escuché voces provenientes del living. Me quedé quieta un segundo, afinando el oído para intentar distinguir las risas y fragmentos de conversación. Reconocí la voz de Robby de inmediato, junto con otras que no había escuchado antes.

Mi curiosidad ganó, así que dejé todo y me dirigí hacia la escalera. Bajé despacio, asegurándome de no hacer ruido, y me asomé por el borde del pasillo. Allí estaban: Robby junto a tres personas que hablaban animadamente. Una chica de estatura media, otra muy bajita y un chico alto.

Antes de que pudiera decidir si entraba o me daba media vuelta, Robby me vio. Su rostro se iluminó con una sonrisa maliciosa y, para mi horror, hizo un gesto exagerado con la mano, como si yo fuera una niña pequeña.

—¡Vicky! Vení, quiero presentarte. —Su tono era tan burlesco que casi me hizo darme vuelta en ese instante.

Con un suspiro resignado, caminé hacia ellos con calma, cruzándome de brazos y mirando directamente a Robby, dejándole en claro que no estaba de humor para sus bromas. Pero, como siempre, a él no le importó.

—Esta es la chica que está a mi cargo, la famosa Victoria. —Me presentó con una reverencia exagerada, haciendo que los demás se rieran.

—Primero: no me digas así. Segundo: no estoy a tu cargo. —Le lancé una mirada que esperaba que lo fulminara, pero Robby solo se encogió de hombros, divertido.

Los tres me miraron con curiosidad y, uno por uno, comenzaron a presentarse.

El primero fue el chico alto. Tenía el cabello castaño y una sonrisa bastante agradable.

—Eli ,un gusto. —Extendió la mano para saludarme y yo se la estreché rápidamente, sin perder la compostura.

Después, la chica de estatura media dio un paso adelante. Tenía unos ojos lindos, marrones y cálidos, y un cabello castaño corto que enmarcaba su rostro perfectamente. Sonrió y me mostró unos hoyuelos tiernos que casi compensaban el hecho de que estuviera en mi casa sin invitación.

—Soy Moon ,que linda casa tenes. —Su voz era amable, aunque un poco nerviosa.

Finalmente, la más pequeña de las tres, que parecía un minion al lado de los demás, se cruzó de brazos y me miró con una mezcla de curiosidad e intensidad. Tenía el cabello oscuro que le caía largo sobre los hombros y una mirada que, aunque intimidante, no superaba la mía.

—Zara Malik. —Su voz era firme, como si no le interesara ser amigable.

Los miré a todos y les dediqué una sonrisa cortés, aunque no particularmente cálida.

—Bienvenidos a mi casa. —Mi tono era neutral, pero suficientemente educado como para que Robby no tuviera de qué quejarse.

Robby me observó con una sonrisa que claramente decía: Portate bien. Decidí ignorarlo por completo y me giré, caminando hacia la cocina. Necesitaba un momento lejos de esa escena y, además, tenía algo más importante que hacer.

Saqué mi teléfono del bolsillo y abrí el chat con mi hermano, Erick. Hacía días que no sabía nada de él, lo cual no era inusual. Su vida siempre había sido un caos, y no me sorprendería que estuviera metido en algún lío o, más probablemente, revolcándose con alguna zorra de turno. Suspiré mientras escribía el mensaje:

"¿Todavía estás vivo o te tragó la tierra? Avisame si necesito llamar a la policía o si simplemente estás ocupado siendo el desastre que siempre sos."

Presioné enviar y me apoyé contra la encimera, esperando una respuesta. Mientras tanto, escuchaba risas provenientes del living. Por un segundo, consideré volver y ver de qué se trataba tanto alboroto, pero la idea de tener que lidiar con Robby y sus "amigos" no era particularmente tentadora.

Cuando el teléfono vibró, lo levanté de inmediato. Era un mensaje de Erick:

"Estoy vivo, gracias por preguntar. ¿Qué querés, pesada?"

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír un poco. Siempre tenía esa actitud despreocupada que me volvía loca, pero al mismo tiempo me recordaba que era mi hermano y, a su manera, siempre respondía.

"Nada, solo asegurarme de que no te moriste. Aunque, si estás con alguien, tal vez preferís que lo haga más tarde."

Su respuesta llegó al instante:

"Estás insoportable. Estoy bien, ¿ok? ¿Vos?"

Suspiré, pensando en cómo resumir mi día.

"Robby trajo a tres amigos que no conozco. Uno parece buena onda, la otra demasiado amable, y la última tiene más actitud que yo. Básicamente, me estoy escondiendo en la cocina."

La respuesta de Erick fue tan rápida como siempre:

"Suena divertido. Salí de tu escondite y demostrá quién manda."

—¿Qué estás haciendo ahí tan callada? —La voz de Robby interrumpió mis pensamientos.

Levanté la vista para verlo apoyado contra el marco de la puerta de la cocina, con los brazos cruzados y una sonrisa que no podía decidir si era burlona o simplemente curiosa.

—Nada que te importe. —Guardé el teléfono en el bolsillo y me enderecé, caminando hacia él. —¿Qué querés?

—Solo me preguntaba si habías decidido huir de mis amigos. Se están preguntando si les caíste mal. —Levantó una ceja, claramente divirtiéndose.

—No les di razones para pensar eso. —Le respondí, cruzándome de brazos.

—No, claro que no. Tu cálida bienvenida fue inolvidable. —Robby me dio una palmadita en el hombro y luego señaló hacia el living. —Vení. Mostrales que no sos tan seria como aparentás.

Lo miré, evaluando mis opciones, pero finalmente cedí. Después de todo, si iba a sobrevivir esa noche, más valía que marcara mi territorio.

Seguí a Robby hasta el living y tomé asiento en uno de los sillones, justo al lado de él. A mi izquierda estaba Zara, quien parecía bastante ocupada cuchicheándole algo al oído a Robby. No me molesté en intentar escuchar, aunque los gestos de ambos me resultaban ligeramente irritantes. Decidí enfocarme en Eli, que estaba sentado frente a mí, sonriendo como si estuviera a punto de iniciar una conversación.

—Entonces, Tory, ¿qué hacés en tus tiempos libres? —preguntó, inclinándose un poco hacia adelante con interés genuino.

Lo pensé un momento, evaluando qué tanto quería compartir. Finalmente decidí ser honesta.

—Estudio modelaje. —Su mirada me instó a continuar, así que añadí: —Cada tanto participo en pasarelas o sesiones de fotos. Es algo que me gusta mucho, aunque a veces la presión es un poco insoportable.

Eli abrió los ojos con sorpresa y asintió, claramente impresionado. Moon, que estaba hojeando una revista al otro lado de la sala, levantó la vista con curiosidad.

—Eso suena increíble. ¿Desde cuándo lo hacés? —preguntó Eli.

—Desde hace unos años. Todo empezó por insistencia de mi mamá, pero al final terminé disfrutándolo. —Levanté los hombros con una ligera sonrisa. —Supongo que, al menos en eso, tuvo razón.

—¿Has modelado para revistas conocidas? —intervino Moon, dejando la revista en su regazo.

Antes de que pudiera responder, sus ojos se iluminaron al mirar la portada de la revista que tenía en la mano. La levantó con una expresión de sorpresa.

—¡Espera! ¿Sos vos, no? —Señaló la portada, donde yo aparecía junto a Erick en una sesión de fotos que habíamos hecho meses atrás.

Me incliné un poco para mirar y sonreí.

—Sí, esa sesión fue una locura. Mi hermano y yo casi nos matamos por quién tenía más primeros planos.

Moon rio suavemente, claramente divertida con mi comentario. Pasó las páginas de la revista, buscando más fotos mientras Eli volvía a llamarme la atención.

—Eso es impresionante. —Eli parecía genuinamente interesado, lo que, para ser honesta, no me pasaba muy a menudo con extraños. —Debe ser difícil tener que mantener tanta confianza frente a las cámaras, ¿no?

—Un poco. —Lo miré con una sonrisa ladeada. —Pero supongo que ayuda tener un ego lo suficientemente grande para soportarlo. —Mi comentario hizo que Eli y Moon rieran, y hasta Robby dejó de lado su conversación con Zara para lanzarme una mirada divertida.

—Lo bueno es que no te falta confianza. —Eli me sonrió y luego cambió de tema, algo que agradecí porque empezaba a sentir que estábamos hablando demasiado de mí. —Yo toco la guitarra. Siempre quise ser músico, aunque mi viejo quería que me dedicara al fútbol.

Eso capturó mi atención. Me acomodé mejor en el asiento, cruzando una pierna sobre la otra.

—¿Fútbol? No te veo como un jugador. —Lo miré con curiosidad, intentando imaginarlo corriendo detrás de una pelota.

—Eso es porque odiaba jugar. —Eli hizo una mueca que me hizo reír. —Mi viejo estaba obsesionado con que debía seguir sus pasos, pero lo mío siempre fue la música.

—¿Y cómo pasaste de una cosa a la otra? —pregunté, interesada.

—Cuando tenía diecisiete , me lesioné en un partido. Fue como una señal. Aproveché la excusa para dejar el fútbol y empezar con la guitarra. —Sonrió, claramente satisfecho con su decisión. —Al principio no me apoyaron, pero con el tiempo se dieron cuenta de que realmente era bueno.

—Es muy bueno, de hecho. —Moon se unió a la conversación, dejando la revista de lado. —Una vez lo escuché tocar en una fiesta, y te juro que todos dejaron de hablar solo para escucharlo.

—Exagerás. —Eli se sonrojó un poco, pero había orgullo en su tono.

—¿Y nunca pensaste en dedicarte profesionalmente? —pregunté, interesada.

—Todo el tiempo. —Su sonrisa se amplió, pero también parecía algo melancólica. —Aunque todavía estoy viendo cómo lograrlo. Por ahora, toco en pequeños eventos o fiestas.

—Tendrías que venir a una de mis pasarelas y tocar. —No sé por qué lo dije, pero en el momento me pareció una idea brillante. —Podría ser interesante, ¿no? Mezclar música y moda.

—Eso suena genial. —Eli parecía emocionado con la idea, y Moon también asintió con entusiasmo.

Seguimos hablando de eso por un rato, intercambiando ideas y riéndonos de las anécdotas de Eli sobre sus primeros intentos de tocar en público. Moon, por su parte, demostró ser una persona cálida y fácil de tratar, con comentarios ingeniosos que siempre lograban sacarnos una sonrisa.

20:22 p.m

La puerta principal se abrió de golpe, interrumpiendo nuestra conversación justo cuando Eli estaba por contar algo sobre su primera guitarra. Todos giramos la cabeza hacia el ruido, y ahí estaban. Erick, con su típica actitud despreocupada, y Miguel, entrando con la misma confianza, como si fueran los dueños de la casa.

—¿Siempre tienen que hacer entradas tan dramáticas? —pregunté con sarcasmo mientras cruzaba los brazos.

Erick ni se molestó en responder. Simplemente levantó una ceja y me lanzó una mirada burlona antes de dirigirse a la cocina. Miguel, en cambio, se quedó en el living y su atención cayó directamente sobre Eli.

—¿Díaz? —dijo Eli, poniéndose de pie de inmediato.

—¡Eli! —exclamó Miguel con una sonrisa enorme mientras caminaba hacia él.

Ambos se encontraron en el centro de la sala y se dieron un saludo raro, una mezcla de choque de manos y abrazo que parecía un ritual propio. Los demás nos quedamos mirándolos, confundidos. Robby incluso arqueó una ceja, mientras Zara se cruzaba de brazos, claramente intrigada.

—¿Se conocen? —preguntó Zara, rompiendo el silencio con su tono directo.

Miguel se giró hacia ella, todavía sonriendo, y explicó con entusiasmo:

—¡Sí! Conocí a este fenómeno en un bar hace unos meses. Estaba tocando la guitarra, y no pude evitar acercarme para decirle lo bueno que era en lo que hacía.

—Es cierto. —Eli asintió, con una sonrisa que casi parecía nostálgica. —Y desde ese día nos mantuvimos en contacto.

—¿Vos también tocás la guitarra? —intervino Moon, con curiosidad.

Miguel negó con la cabeza, riendo.

—No, para nada. Pero siempre he admirado a la gente que sabe tocar. Es algo que jamás podría hacer sin arruinarle los oídos a alguien.

—¿Entonces qué hacías en un bar? —pregunté, entrecerrando los ojos.

Miguel me miró con una sonrisa traviesa.

—Lo mismo que todos los que van a un bar, Tory. Divertirme. ¿Por qué? ¿Te sorprende?

No respondí. Solo me recosté en el sillón, observándolo. Había algo en Miguel que siempre parecía mantener a todos a su alrededor atentos, como si su energía fuera magnética. Por supuesto, no iba a admitir eso en voz alta.

Robby, que hasta ahora había estado callado, decidió intervenir.

—Entonces, ¿qué? ¿Ahora todos en esta sala tienen una conexión mágica excepto yo? —preguntó con una sonrisa burlona, mirando entre Miguel y Eli.

—Es lo que pasa cuando no salís lo suficiente, Robby. —Eli se dejó caer en su asiento con una risa suave. —Deberías intentarlo alguna vez.

—Oh, claro, porque pasar mis noches en bares llenos de ruido y gente desconocida suena como mi idea de diversión. —Robby le devolvió la mirada con sarcasmo, ganándose una risa de Moon.

—Si te sirve de consuelo, yo tampoco soy fan de los bares. —Moon le sonrió a Robby antes de girarse hacia Miguel. —¿Y qué hacías en el bar además de admirar guitarristas?

—La verdad, no mucho. —Miguel levantó las manos con un gesto despreocupado. —Fui con unos amigos, pero terminé quedándome más tiempo del que pensaba porque Eli estaba tocando.

—¿Ves? —intervine con una sonrisa burlona. —Hasta Miguel sabe apreciar el talento. Vos, en cambio, preferís ignorarlo.

Robby me miró de reojo, claramente sin ánimos de seguirme el juego, y volvió su atención a Zara, quien le estaba diciendo algo en voz baja.

Mientras tanto, Miguel tomó asiento al lado de Moon, y los tres —Eli, Moon y él— empezaron a hablar como si fueran viejos amigos. Yo me quedé en mi lugar, observándolos.

Era raro, pero también... agradable. La dinámica se sentía extrañamente natural, como si todos hubiéramos sido parte del mismo grupo desde siempre. Aunque todavía no podía quitarme la curiosidad de encima. Miguel y Eli, ¿amigos? Esa conexión era inesperada, pero parecía genuina.

—Bueno, ya que estamos todos aquí —dije después de un rato, mirando a Erick, que había regresado con un vaso en la mano. —¿No creen que sería buena idea ordenar algo de comida?

—¿Por qué? —preguntó Erick, con su tono despreocupado de siempre. —¿No cocinaste nada para tus invitados?

—¡Por favor! —exclamé con una risa seca. —Si fuera por mí, todos estaríamos comiendo galletas de la alacena.

Miguel rio, al igual que Moon y Eli. Hasta Zara, aunque apenas, pareció divertida. Al final, terminamos pidiendo pizza, porque, bueno, ¿qué otra opción había? Mientras esperábamos, Miguel y Eli comenzaron a planear una especie de noche de guitarra improvisada, y para mi sorpresa, Moon también se ofreció a cantar. Parecía que la noche recién comenzaba, y aunque me costaba admitirlo, estaba disfrutando más de lo que esperaba.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top