Normal

—No, no, no. Nonono. No... no. Simplemente bésala. No hay necesidad de que la subas a un árbol—Gaspar sonó tajante, casi como si de la boca de Melchor estuviese saliendo la más terrible de las blasfemias—. Quieres conquistarla, no matarla.

—Pero, es que de esa forma no saldrá corriendo—pronunció Chie tratando de esconder su carita, roja como un tomate. Era lo suficientemente vergonzoso contarle sus intenciones a Gaspar como para que además este lo tratara como un tarado.

—¿Salir corriendo? Pff... caerá rendida a tus pies. Haz lo que te digo y tendrás su ropa interior en tus manos así de rápido—chasqueó los dedos ante la mirada confundida de Melchor.

—¿Para qué quiero su ropa interior?

Gaspar boqueó como un pez.

—Amm... Te lo explicaré cuando te salga pelo—explicó.

—Ya tengo pelo.

—Cuando te salga en partes en donde no tienes.

—¿La cara?

—Sí, la cara es un buen ejemplo, hay otras partes, pero la cara es un buen ejemplo—Gaspar se rascó la cabeza. Casi metía la pata a fondo.

—¿Tiene esto algo que ver con hacer bebés?—corrección, había metido la pata a fondo—Porque el otro día, cuando ibas a salir le pregunté a Felipe dónde ibas, y él me dijo ibas a hacer bebés, pero le dijiste a mamá que estarías en la casa de una amiga, entonces ¿Tiene algo que ver besar a Cristina con hacer bebés? Porque yo no quiero hacer bebés. Soy muy joven, además no tengo con que mantenerlo, y quiero primero ser el mejor cartografista del mundo... ¡Tengo muchos planes!

—Definitivamente eres el más inteligente de los dos...—sentenció pensativo Gaspar, y le desordenó el cabello al pequeño—El tema en cuestión es que hablo de la experiencia cuando digo que puedes besar a Cristina con toda tranquilidad. No saldrá ningún bebé de ahí a menos que llegues a segunda base.

—¿Por qué me hablas de baseball? ¿Tiene algo que ver?

—Sí, bueno, hay un bate, dos bolas... y a veces la casa corre.

—No entiendo nada. Hacer bebés es complicado—gruñó Melchor, tratando de ordenar tanta información inconexa en su cabeza.

—No lo es la verdad, y aunque no lo creas lo más importante de hacer bebés es no hacerlos. Pero no viene al caso, te lo explicaré cuando tengas quince.

—¿Quince?

—Bien, catorce, pero no bajaré de ahí. No queremos que René Marambio te mate por tomar el honor de su flor.

—¿Por qué hablas de Samuráis ahora?

—Bueno, hay una espada, sangre... y mucha acción.

—Gaspar, no me estás ayudando—el menor se cruzó de brazos y miró a su hermanos con ceño fruncido.

—Calmado insecto, siéntate en la cama y escucha el experto. Primero: deja de calcular hasta el último segundo, las cosas de este tipo solo se dan. Pasan...

—Pero...

—¡Sh! Callado, si vienes por ayuda cierra la boca— Melchor juntó los labios—. Segundo: Siente el momento, sabrás cuando besarla de solo mirarla, cuando tu cabeza diga ahora... ¡Es ahora!—el pequeño se sonrojó de nuevo—. Tercero: después que la beses, espera la magia. Vendrá sola, no es algo que tú fuerces, o pienses, o planifiques, simplemente viene y ordena todo de tal forma que después del beso sabrás exactamente qué hacer. Ya verás, en este minuto tienes pánico, pero cuando llegue la magia te olvidarás de esas cosas.

—No encuentro factible dejar a manos de algo inexistente, como la magia, el desarrollo de cosas reales como un beso.

Gaspar extendió su enorme sonrisa y desordenó por completo el peinado de su hermano con una sola mano. Se agachó hasta quedar un poco más bajo que Melchor y jugueteó con su nariz de esa forma cariñosa que el menor tanto detestaba, esa que le hacía sentir como si no supiera nada del mundo.

—Eres muy niño para verlo, saltamontes, pero vas a sentir pocas cosas más reales que la magia, incluso, cuando realmente la sientas, vas a preguntarte si lo que te ha rodeado toda la vida ha sido real alguna vez.

Chie ladeó su cabeza sin comprender ni media palabra de lo que Gaspar decía, entrecerró los ojos con suspicacia y frunció la boca. Claramente las cosas a su alrededor eran reales ¿Cómo si no? Podía tocarlas, podía verlas, podía oírlas ¿De que hablaba Gaspar?

—Hablas cosas extrañas que no me son útiles—Gaspar resopló entretenido y se levantó.

—¿Quieres un consejo tangible? Abre la boca, cierra los ojos y cuidado con los dientes—el mutismo atacó nuevamente al chiquillo y se llevó la mano hasta la boca para tocarse los incisivos. No había pensado en los dientes—. Y por sobre todo Melchor, no te acobardes. Las oportunidades no llegan dos veces...

Se dio media vuelta y tomó su bolso para hacer ejercicio, había quedado de juntarse con Felipe y ya era hora, con lo puntual que era su mejor amigo muy probablemente le esperaba hace horas en la cancha.

Se puso la gorra y metió algo de dinero en su bolsillo. Antes de irse Chie le hizo una última pregunta.

—¿De verdad no tendremos bebes?—aún se tocaba los incisivos y las palabras le sonaban chistosas.

—Te lo juro... pero recuerda, no te enseñaré a no hacerlos hasta que cumplas quince.

Le guiñó un ojo y se fue veloz, con una sonrisa en el rostro. Adoraba demasiado al mocoso, más de lo que lograba entender.

···~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~···

Melchor se enjuagó el cabello afanosamente para poder quitarse el shampoo. El agua le recorrió el cuerpo y se fue por el desagüe.

Estaba realmente cansado, aquel viernes había participado en su primera clase de educación física.

La doctora Gárate había llamado el día anterior para avisar que ya no estaba anémico, que sus electrolitos se mantenían en buenos rangos, y que en el aspecto nutritivo no podía encontrarse mejor, era tiempo de quitarle algunas restricciones, entre ellas el deporte.

Según ella era imperioso que comenzara a mover el cuerpo lo más pronto posible, sino pasaría de la desnutrición a la obesidad en menos de lo que cantara un gallo, además de que no le vendría nada de mal algunos músculos y algo de tono en la piel.

Sonaba fácil, pero después de tanto tiempo mirando desde las gradas a sus compañeros ejercitarse esto de "mover el cuerpo" se había vuelto una experiencia traumática. Mientras todos lograron dar diez vueltas a la cancha el solo logró dar tres antes de perder el aliento por completo. Llegado el momento de los abdominales descubrió que solo lograba hacer quince, cuando la orden exigía sesenta mínimo. Ni hablar de la trepa, barras, lagartijas, y todo lo que le siguió a eso.

Su estado físico era deplorable.

Hacia el final de la clase lo único que deseaba era morir ahí mismo, en medio de sus compañeros, que aunque se veían casados no necesitaban apoyarse en sus rodillas para no perder el conocimiento. Lamentablemente para él aun no terminaba, toda aquella maldición culminó con un partido amistoso de futbol que le recordó algo muy importante, apestaba en coordinación balón-pie.

Podía jurar que el viernes se convertiría en el peor día de la semana, solo porque tenía deportes.

Aun así, con todo el cuerpo molido y sudado, Melchor, por primera vez en mucho tiempo se sintió normal. Era como cualquiera de sus compañeros, asistía a clases regularmente, hacía deportes los viernes, a veces hablaba con una u otra persona que no fuera Amanda, sacaba buenas notas, hacía sus trabajos a tiempo. Era otro chico de diecisiete.

Era normal.

Cerró el agua y sacudió la cabeza para quitarse el exceso, se peinó el cabello hacia atrás y llegó a la resolución de que definitivamente lo tenía demasiado largo, si lo intentaba podía hasta hacerse una cola.

Miró sus pies y notó que justo en la región del ombligo sobresalía un poco su barriga. Nada demasiado notorio, solo un leve montículo en su antiguamente excavado abdomen.

Se tocó solo para asumir que lo que veía era efectivamente grasa. No recordaba la última vez que fue incapaz de tocar sus huesos directamente, ni algún momento en que su barriga se hubiese sentido así de blandita.

Definitivamente era normal, tan normal como todos.

Salió de la ducha, se secó el cuerpo y se amarró la toalla a la cintura. El día había sido largo y era momento de hacer su cosa favorita, dormir. No tenía idea desde cuando lo disfrutaba tanto, seguía despertándose constantemente, pero en el intertanto el sueño se le antojaba muy reparador.

Antes de llegar a su cuarto escuchó que su madre le llamaba, asomó la cabeza por la escalera y la vio con el teléfono en la mano.

—Es Amanda—dijo acercándole el aparato—. Dice que es importante.

Él lo cogió sin contratiempos y retomó el camino hasta su cuarto. Cerró la puerta y escuchó atentamente las últimas noticias.

—¿Qué pasa?—preguntó con tono serio.

—Melchor tengo una propuesta que no vas a ser capaz de rechazar—ella sonaba extrañamente emocionada.

—¿Una propuesta? ¿No tenías algo importante que decirme?

—Sí, mi propuesta es importante.

—¿Qué es?—temió que no hubiese nada importante que escuchar, pero luego tuvo la seguridad. Amanda sufría de un síndrome que le impedía categorizar la urgencia de las cosas.

—Verónica Luna está de cumpleaños...

—¿Quién es ella? No... mejor dicho ¿Por qué tendría que importarme?—trató de sonar molesto, pero cada día le molestaban menos los sinsentidos de Amanda. Se había acostumbrado a sus temas simplones, a su alegría a veces incontenible, a sus múltiples abrazos diarios (aun cuando no le gustaba demasiado que le tocaran), y a esa necesidad casi patológica de llenar cualquier silencio.

—Es compañera de Antonio, la de pelo rojo.

—¿La de lentes?—Melchor rebuscó entre sus cosas un pijama, no le importaba que apenas si atardeciera, necesitaba ponerse cómodo, quizás ver algo de televisión, comer un trozo de tarta (últimamente había mucha), rascarse el obligo y dormir, sobretodo dormir.

Esto de ser normal comenzaba a gustarle.

—No, la que usa demasiado maquillaje.

—¡Ah! ¿Qué con ella?

—Está de cumpleaños...

—Sí, eso ya me lo dijiste.

—¡Si me dejaras terminar!—gimoteó al otro lado de la línea. Melchor sonrió solo un poco.

—Ya, ya... continúa.

—Está de cumpleaños y nos invitó a su fiesta.

—Querrás decir TE invitó a su cumpleaños.

—No, no—le corrigió con suficiencia—, NOS invitó. Después de deportes me dijo que estaría encantada que fuera a su fiesta y que me asegurara que también fueras tú. Creo que le gustas.

Lo último pilló a Melchor desprevenido ¿Él gustarle a alguien? ¡Ja! Qué ocurrente.

—Amanda, creo que te está afectando el cambio de clima.

—¡No, oye, que es verdad! Yo la notó demasiado interesada en ti—comentó completamente seria—. Se sienta cerca cuando almorzamos, hoy no te quitaba los ojos de encima y me dijo que si querías podías invitar a tu novia... créeme que casi salta de felicidad cuando le dije que no tenías.

—Perdóname que lo dude, pero tu percepción de la realidad es bastante dudosa.

—¿Por qué no me crees?

—Creí que era obvio.

—¿Qué? ¿Crees que ser adicto y lucir desalineado espanta a todas las chicas? Para los gustos colores Melchor...

—Serás tonta—dijo con una sonrisa en la boca, mientras se colocaba su polera para dormir. Ella carcajeaba al otro lado de la línea.

—Pero si eres la sensación del momento, tienes lindos ojos, tu pelo te da cierto aire salvaje y tienes un sexy pasado misterioso... ¡Uh!

—¿Sexy pasado misterioso? ¿Puedes explicarme que exactamente te parece sexy de mi pasado?—se lanzó a la cama y esperó que Amanda contestara.

—¡No me preguntes a mí! Yo solo repito lo que le escuché a una chica en el baño—se excusó divertida—. Y para que te quedes tranquilo te diré que su amiga puso cara de asco y le dijo que eras lo más asqueroso de la escuela.

—Eso suena mucho más probable—rio.

—Pero escucha Melchor, de verdad, no estás mal, más ahora que no pareces un esqueleto, no me sorprendería que de aquí a unos meses consiguieras novia ¡Pero oye, nada de dejarme a un lado!

—¿Bromeas? Mi novia hipotética deberá pasar tu filtro—explicó—, dado que eres experta en el tema.

Hubo un silencio que Melchor no supo interpretar, supuso que Amanda se sentiría alagada o algo por el estilo.

—En ese caso—dijo después de un rato—, no sé si apruebo a Verónica. Es muy superficial y no creo que sea tu tipo.

—Bien, no será ella entonces.

—Pero igual iremos a su fiesta.

—Bien... iremos ¿Cuándo es?

—Hoy. Sé que estás en la cama así que sal de ahí y ponte lo que compraste en la feria ¡Es una orden! Pasaré por ti a las nueve y media.

Cortó sin despedirse.

Melchor rodó los ojos cansado, su relajada noche de viernes acaba de irse a la mierda.



Esto era todo lo que Cristina necesitaba, música, gente, Antonio, y estar a muchos metros de Melchor o Amanda. No era una petición demasiado complicada, se enfocaba básicamente en la paz y la tranquilidad de su mente. No se sentía dispuesta a pensar en nada muy complicado, solo quería dejarse llevar por la corriente y fingir—aunque solo fuera por una horas—que no tenía problemas, que su vida era perfectamente normal.

Antonio por su parte se le hinchaba el pecho de orgullo, había hecho una travesura de aquellas.

—Creí que estarías cumpliendo condena—comentó Cristina mientras buscaban a la cumpleañera entre la gente y de paso hacía una parada en el mesón de las bebidas.

—Mi madre también lo cree—una risita maligna se escapó entre sus dientes.

—¿Te has escapado? ¿Quién eres y que hiciste con el santurrón de Antonio?

—Antonito se fue de vacaciones, nena—ella le miró de arriba abajo, alzó un ceja y bufó—. Lo siento, Cristina.

—Lo que sea, lo bueno es que te has escapado como todo un hombre, lo malo es que te has escapado y si tu padre se entera arderán Los Robles. A todo esto, no me has dicho porque te castigaron para el resto de tu vida.

—Nada muy importante—dijo sirviéndose un vaso con algo de vodka y Ginger ale—. Ofendí al alcalde, porque defendí a Melchor.

Cristina rodó los ojos y suspiró cansada, todo regresaba inevitablemente al tema «Valencia» ¿No podía librarse aunque fuera una noche de él?

—Creo que estamos arriesgando mucho el pellejo por él, terminaremos mal parados.

—¡Vamos, Titi! No puede ser que aún estés en plan: no voy a acercarme a él porque soy muy orgullosa—respondió con voz de pito.

—No tiene nada que ver con el orgullo—masculló tratando de que no pareciera que las palabras le afectaban—. Es una cosa de hechos, la última vez fuimos muy buenos con él y ya ves, simplemente dejó de hablarnos.

Antonio desvió la mirada y le sirvió un vaso a Cristina, aunque solo con Ginger, ella nunca bebía nada con alcohol, le hacía fatal al estómago, a la cabeza y bastaba con un mínimo sorbo como para que comenzara a marearse.

Su resistencia a las bebidas alcohólicas era ridículamente baja.

—Aun así ¿Dejarías que hablaran mal de él frente a ti?

Cristina ya tenía la respuesta a esa pregunta, lo supo en el mismo instante en que le dio la mano a Melchor mientras le sacaban sangre y no se la soltó hasta que estuvieron fuera del hospital. No iba a dejarlo solo, aun cuando una vocecita muy sabia en su cabeza le gritara a todo pulmón que era una pésima idea.

Estaba metiendo el pie en la mierda, lo sabía, podía asegurarlo, pero por alguna extraña razón su conciencia le impedía quitarlo.

—¿Podemos hablar de alguna otra cosa? Es viernes de fiesta y de lo último que quiero hablar es Valencia. Cuéntame algo de Felipe, o no sé, del equipo, de tu madre, algún tema tendrás para hablar.

La sola mención de Felipe mermó el ánimo de Anto. Apenas si lo había visto en días y muy probablemente no lo volvería a ver hasta que terminara su castigo. Le ofreció la oportunidad de escaparse, de verlo a escondidas, pero Felipe se negó, según él no quería "meterlo en problemas".

Ya no lo entendía, era como si no quisiese verlo, como si no lo extrañara para nada. Quizás si se estaba cansando de él, quizás la situación no daba para más. Suspiró deprimido, pero no dejó que sus sentimientos salieran a flote, la herida se estaba formando recién y prefería mantenerla cubierta para evitar que se hiciese más grande. De alguna forma, si no lo hacía verbal era como si no estuviese sucediendo.

—Nada que contar... bueno, el torneo empieza el jueves, supongo que nos irá bien este año, es el último año de la mitad del equipo así que hay como más energía, más ganas, sería espectacular que saliéramos primeros...

—¡Y una mierda!—Cristina lo interrumpió de la nada, frunció el ceño y gruñó. Su mirada se clavaba en algo detrás de él y no pudo hacer otra cosa que girarse para entender el repentino cambio de humor de su amiga.

Divisó primero a Amanda, vestida de esa manera casual, sin poner ni el más mínimo esfuerzo en verse bonita. Seguía sin entender el diez del que tanto Tomás como Melchor hablaban, era tan normal, tan típica. Claro que la simpatía daba puntos, pero nunca tantos.

Junto a ella estaba Melchor, quien lucía extrañamente bien. No tenía idea que era, pero podía hasta mimetizarse entre todos los demás, como cualquier otro chico.

—¿No crees que Melchor se ve extrañamente bien?—preguntó mientras regresaba la vista hasta Cristina.

Pero ella ya no estaba, se había esfumado por completo. La buscó entre las personas pero no pudo encontrarla entre tanta cabellera castaña.

Negó lentamente, la mayoría del tiempo no entendía que pasaba por la cabeza de aquella mujer. Tomó su vaso de la mesa y le dio un sorbo, lo encontró inusualmente suave, se la había pasado la mano con la Ginger. Le metió un poco más de Vodka y se fue bebiendo un poco más de la cuenta.

Quizás el alcohol si sirviera para olvidar y él definitivamente quería hacerlo.



Tomás tenía una capacidad increíble para fingir que estaba en un lugar cuando no estaba ahí realmente. Podía pararse por horas frente a una persona sonriendo y asintiendo sin siquiera intentar escuchar lo que le decía. Era un don, siempre fue muy bueno actuando y para sus increíbles capacidades de simulación fingir atención era un juego de niños.

Eso mismo hacía parado frente a Tatiana. Ella movía y movía sus labios y él estaba a años luz de distancia. Asentía de vez en cuando, y cuando notó que la expresión de ella mientras hablaba no era de felicidad guardó su sonrisa y forzó su rostro a una cara mucho más seria.

No tenía ni las más mínimas ganas de estar en esa fiesta, pero estar en su casa era mucho peor. En su casa estaba solo y sin nada que hacer, lo que lo llevaba a pensar, y pensar, en tiempos como este, era un arma terrible.

Su hermana, el tal Enrique, la droga... iba a enloquecer.

Desde que descubriera la foto de Emilia en el departamento de aquel hombre un montón de ideas le acribillaban la mente como espadas venenosas. Irónicamente aquellos pensamientos, que bastante se acercaban a la realidad, eran para Tomás blasfemias. Si las mismas ideas hubiesen rondado su cabeza meses antes podría haberlas considerando, pero ahora, tal como estaban las cosas, le resultaban repugnantes, pero al mismo tiempo atrayentes. Era agobiante.

La mejor decisión había sido ir a la fiesta, beber algo de cerveza, escuchar música liviana, conversar con personas que no le importaban y luego llegar a dormir a su casa. Sí, ese era un muy buen plan.

Pero no contaba con el hecho de que lo quisiera o no, lo planeara o no, sus pensamientos iban con él a cualquier parte. Nunca lo abandonaban y esa era la peor de las torturas.

Tatiana dejó de hablar y Tomás entendió que era su turno de decir algo, aun cuando no tuviese idea de cuál era el tema.

—Bueno Tati, me dejas sin palabras—dijo bajando la mirada—creo que entiendo cómo te sientes.

—¿De verdad?

—Sí, pero yo sé que tu podrás solucionarlo—sonrió de lado y le guiñó un ojo—te conozco, y hasta el momento nada ha podido superarte.

—No digas eso Tomás, harás que me sonroje.

—¡Que va! Deberías sentirte orgullosa, eres toda una luchadora.

—Gracias, aunque no lo creas ya me siento mejor, quizás solo necesitaba alguien que me escuchara.

—Cuando quieras. Iré por otra cerveza, te veo luego—trató de suavizar su huida con un gesto simpático y Tatiana pareció tragárselo.

Se fue antes de que ella iniciara un nuevo tema de conversación poco o nada interesante.

Era inútil tratar de evadir sus pensamientos, era imposible hacerlo.

Emilia lo llevaba a Enrique, Enrique lo llevaba a Felipe, Felipe lo llevaba a Gaspar y Gaspar, por mucho que no quisiera, lo llevaba a Melchor.

En un principio había una brecha enorme entre el tal Enrique y todas las otras piezas del juego, era un peón aparte. Después el tipo llamado Felipe apareció en el tablero y lo subió de categoría, quizás era una torre, un alfil, un caballo. Jugaba un papel dentro de todo.

Pero aun con eso entre él y su hermana no había nada real, nada de verdad. Hasta ahora. Entre venderle droga a su hermana y tener una foto de ella había un océano de distancia.

Todo se iba atando de a poco pero nada se esclarecía. De tener un montón de hilos paralelos ahora tenía un gigantesco nudo ciego.

Todos se conocían, Emilia, Erique, Felipe, Gaspar... Melchor.

Melchor, Melchor, Melchor, Melchor, Melchor, Melchor, Melchor.

No quería pensaren él, no de esa forma, no ahora que todo parecía volver a la normalidad, a ser como antes.

Arrastró los pies hasta la sala y buscó una lata cerrada de cerveza. La tomó, la abrió y le dio un larguísimo sorbo.

—¡Hasta el fondo señor presidente!—gritó un chico cerca de él. Tomás se sacó la lata de la boca y le sonrió alzando su cerveza.

Detestaba a ese idiota, de verdad lo hacía, era un pobre primate subdesarrollado pero, a pesar de lo que pensara, no se llevaba mal con nadie. Era su regla, ya que todos, tarde o temprano, pueden ser útiles.

Los chicos le rodearon y le obligaron a terminar lo que le quedaba de alcohol, el festejó con ellos y cuando vio su oportunidad de escapar se escabulló hasta la cocina, donde la música no era tan fuerte y no había gente.

Casi no había gente.

Se sorprendió al ver a Cristina sentada en el suelo, con la espalda apoyada en los muebles de la cocina y las piernas estiradas en el suelo. Tenía un vaso entre las manos, repleto de bebida que no había tocado, y una cara de que nada en el mundo le importaba de verdad.

Tomás se acercó sin hablarle y se sentó a su lado. Por alguna razón sentarse junto a Cristina era un panorama mucho más motivante que la fiesta en sí misma.

Ella suspiró, dejó caer su cabeza en el hombro de Tomás y él paso su brazos detrás del cuello de la chica. Algo les resultaba tremendamente familiar y cálido, como estar en casa después de una terrible tormenta.

—La vida apesta—se quejó ella—y mientras más tiempo pasa, más apesta.

—Todo tiempo pasado fue mejor—agregó él.

—Claro que sí ¿Qué pasa?

—Nada en especial, solo estoy cansado.

—No me mientas Tomás, tienes esa mirada en los ojos.

—¿Qué mirada?

—Como si supieras que el mundo se va a terminar en los próximos diez minutos, pero te lo callaras para no asustar a nadie—a él le hizo gracia su comparación.

—Sabes que no soy así.

—Claro que sí, a ti te encanta parecer muchas cosas. Te gusta parecer un niño bueno y fingir que en verdad eres malo, pero no eres ninguno de esos dos.

—¿No? ¿Y qué soy?

—Una persona, como todos. Egoísta, mimado, tierno y protector. Dime Tomás ¿Qué es?

Cristina tenía ese algo, no tenía idea que era, pero lo tenía. Podía pelear por todo y chillar a más no poder y armar una tormenta de un vaso de agua pero, si necesitabas un amigo, ella simplemente paraba el caos, separaba las aguas y creaba un claro perfecto. Era imposible no abrirse a Cristina porque no había forma de no sentirse en casa cerca de ella, como una capa de seguridad que te cubría del horrible y desolado mundo exterior.

—De verdad, nada importante, me agobia la vida a veces.

—Te entiendo. Creo que nunca debimos crecer.

—Sí, ese fue nuestro gran error—suspiraron juntos.

—No he podido hacer lo que me pediste. No quiero ver a Amanda ahora mismo—dijo cambiando el tema radicalmente.

—Tranquila, ya no importa, creo que debo dejarla ir.

—Sí, es lo mejor—susurró ella casi como cayendo en un sueño.

—¿Para ella?

—Para todos.

Tomás sacó su brazo y la obligó a que lo mirara. Titi parecía destruida por dentro pero indiferente por fuera. Quizás eso era lo que ella tenía, quizás simplemente se parecían demasiado.

—¿Qué te sucede a ti?

—No lo sé—respondió esquivando los ojo de Tomás y observando su vaso lleno—. Simplemente me siento perdida. Como si estuviera parada frente a dos caminos y supiera que uno es bueno y el otro muy malo.

—Toma el bueno—le aconsejó.

—Pero es que, para tomar el bueno debo ser mala. Y si tomo el malo es casi seguro que voy a sufrir...

—Créeme, este Melchor no es tan malo como te lo imaginas—interrumpió Tom, apoyó la cabeza en el mueble y cerró los ojos. Supo que Cristina le estaría mirando asombrada, buscando alguna manera de negarle que fuese aquello lo que le preocupaba—, y no intentes negarlo. Tengo ojos y se usarlos.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Significa que sé cómo te sientes, yo me sentía igual, pero son solo prejuicios tuyos, Melchor es como cualquiera.

Ella se ocultó tras su cabello y acarició el borde del vaso con lentitud. Aún dudaba de la decisión que había tomado, aun dudaba de acercarse a aquella trampa para osos que representaba Melchor.

—Lo sé, pero Chie no era como cualquiera.

—Pero él no es Chie.

—Lo sé.

—Dale una oportunidad, te agradará este Melchor—se sintió mucho más relajado de repente, no había nada que temer, probablemente eran ideas suyas, Melchor no tenía nada que ver—, además no tienes una idea de lo agradable que es el hecho de que se mantenga en silencio.

Cristina rió y él también.

Titi lo miró con otros ojos y se sintió más calmada. Entendía que todas las chicas estuvieran medio enamoradas de él, era guapo, inteligente y simpático, pero sentía lástima de que nadie se enamorara del verdadero Tomás, ese que se escondía bajo varias capas de disfraces.

Le besó fugazmente la mejilla, sacándolo de su letargo. Se levantó de improviso y le dio un gran sorbo a su vaso. De inmediato lo sacó de su boca.

—¡Qué asco!—arrugó el rostro y vertió todo el contenido por el desagüe.

—¿Qué era?

—Ginger, pero parece que perdió todo el gas y está tibia—dejó el vaso sobre la mesada y miró a Tom—. Iré a enfrentar mis problemas. Nos vemos luego.

Él asintió y decidió quedarse un par de minutos más sentado ahí en el suelo. Le agradaba esa paz que Cristina le había dejado, le permitía no pensar.

Y justamente eso era lo que quería, no volver a pensar jamás.



Melchor estaba asombrado de lo popular que era Amanda. Por lo general en la escuela no mucha gente le hablaba, y él se atribuía gran parte de la culpa, pero en situaciones distendidas como ésta montones de personas se acercaban a saludarla de lo más relajados.

Era de esperarse tal reacción, mal que mal Amanda era extremadamente simpática, y antes de convertirse en la sombra de Melchor solía vagar de grupo en grupo y hablar con todos.

Quizás lo que más le sorprendió es que a pesar de toda esa gente a su alrededor Amanda siempre lo prefería a él, lo presentaba a la gente nueva, trataba de incluirlo en la conversación y si no resultaba se retiraba sin ser grosera colgada de su brazo.

No le agradaba del todo que Amanda le tocara, no le gustaba que le tocaran en general, pero se lo dejaba pasar porque... porque... bueno, porque Amanda era Amanda, y a ella le permitía un montón de cosas.

Se acercaron hasta la escalera buscando a la cumpleañera, y la encontraron. Ella abrazó a la chica y a Melchor con la misma efusividad, a leguas se notaba que iba bastante pasada de tragos, pero no lo suficiente como para ser molesta.

—Te traje esto, feliz cumpleaños—pronunció Melchor con una caja en su mano—. Es solo una torta pequeña, mi madre insistió.

—¿Es una de las tortas de tu mamá? ¡Maravilloso! Ya quiero probarla, mi hermana no para de hablar de ellas desde que fue al café que las vende.

Tomó la cajita entre las manos y se quedó mirando a Melchor con una sonrisa atontada en la cara.

Verónica era pelirroja y de tanto cabello que tenía su cabeza ocupaba mucho más espacio del que debería. Tenía la cara repleta de pecas que cubría con una capa muy gruesa de maquillaje, y siempre destacaba sus ojos avellana con una negra línea de delineador y rímel. No era del gusto de Melchor, eso era cierto, pero la encontraba atractiva a su manera.

—No es nada, hay muchas en casa.

—Debe ser genial que tu madre cocine tan bien.

—Eso creo—no sabía en qué momento Amanda había desaparecido de su lado, pero ahora se encontraba detrás de Verónica y se reía silenciosamente de Melchor y su aprieto amoroso.

Él la ubicó rápidamente y le fulminó con la mirada. Le había abandonado de manera ruin, dejándolo a merced de aquella chica a medio camino de emborracharse.

—¿Qué estás bebiendo?—preguntó ella señalando el vaso del chico.

—Jugo.

—Pero si hay de todo. Ron, vodka, cerveza...

—No bebo, estoy en abstinencia—ella abrió la boca sorprendida, luego se mordió el labio y medio sonrió. La situación se estaba volviendo más incómoda de lo que era capaz de soportar y necesitaba que alguien le tirara un salvavidas.

Amanda, quien no podía parar de reírse, se acercó a Verónica por la espalda para rescatar a su amigo, pero cuando fue a tocar su hombro esta se volteó derramando todo el vaso que Mandy tenía en la mano sobre sí misma.

Verónica se llevó una mano a la boca. Y buscó algo con que limpiar a Amanda, pero no había nada cerca. Se deshizo en disculpas y le rogó a Amanda que subiera hasta su cuarto y se pusiera cualquier cosa que encontrara en su closet, lo que ella quisiera.

Mandy insistió en que no había necesidad de llegar tan lejos, pero Verónica fue más persuasiva. La empujó escaleras arriba, seguida de cerca por Melchor, y la metió en su cuarto a la fuerza.

—Voy por algo con que limpiarte, no te muevas—ordenó y se fue rápidamente.

Melchor miró la puerta con una ceja alzada y luego miró a Amanda. Ella estalló en carcajadas.

—Definitivamente no es para mí.

—Dios, debiste ver tu cara—dijo en cuanto pudo tomar algo de aire—, rogabas algo de ayuda.

—¿Estaba coqueteándome?—preguntó impactado.

—¡Claro que estaba coqueteándote! Creo que sacó músculos en las mejillas de tanto sonreírte.

—Que ridículo ¿Por qué yo? Soy como la peor opción.

—Ya te lo dije, no es la única—Amanda se paseó en el cuarto mientras miraba las fotografías de Verónica montando a caballo—, también está Bárbara Núñez y Florencia Páez... y esas son de las que me he enterado. Como ves, para gustos colores. Y a ti ¿Quién te gusta de ellas?

Melchor se acercó tratando de computar la información recibida. No solo una chica estaba tras él, sino que mínimo eran tres ¿Quién lo diría?

—No lo sé, solo conozco a Verónica, y definitivamente no es mi tipo.

—¿Y cuál es tu tipo?—preguntó mirándolo de medio lado—¿Cómo es tu chica ideal?

Dentro de todo lo surreal de la escena, lo que más sorprendió a Melchor fue que no bien Amanda terminó de formular la pregunta, la imagen de una Cristina de once años apareció en su mente. Era comprensible, Cristina era, al fin y al cabo, la primera chica que había besado, su primer amor y la única niña en la que alguna vez se fijó mientras aún era él.

Sacó esa imagen de su mente y buscó otra respuesta, una que se acomodará más al Melchor de ahora.

—No lo sé, no lo he pensado. Me gustan tiernas y alegres. Como tú.

Amanda sintió como comenzaba a sonrojarse ¿Había escuchado lo que había escuchado? ¿Melchor se refería a ella como su tipo ideal? Debía ser una broma.

—No es necesario que mientas—pronunció tímidamente fijando la mirada en las fotografías y evitando a toda costa esos ojos azules que encontraba tan bonitos.

—De verdad. Eres completamente un diez.

En cuanto la última letra de esa oración salió de su boca, Melchor casi pudo ver a su hermano Gaspar palmeándose la cara. «Definitivamente tienes demasiado cerebro sin usar ahí dentro» escuchó «imbécil».

Amanda le miró con ojos enormes ¿Ella era un diez? ¿Hablaba en serio?

—¿Diez de cuánto?—bromeó para no sentirse tan expuesta—¿Diez de un millón?

—Diez de diez, o diez de nueve si te acomoda más.

«Es un buen momento para que pares de hablar». Ahí estaba de nuevo, la voz grave y sabia de su hermano mayor, el experto en tratar chicas.

—Por favor Melchor, no es necesario que digas cosas para hacerme sentir mejor—le miró desafiante, no le gustaba que le dijeran cosas bonitas, más cuando no eran verdad.

—No lo hago—alegó.

«Hazme el favor de callarte ¿Quieres? Solo bésala» Gaspar se volvía más y más osado dentro de su mente ¿De dónde salía la ridícula idea de besar a Amanda?

—¿Entonces para qué dices tanto disparate?—comenzaba a sonar molesta.

—¡Porque creo que eres un diez!—se defendió con propiedad.

«Por el amor de Jesucristo ¡Bésala ya!»

De repente la voz de Gaspar se silenció.

Solo requirió un movimiento bien calculado llegar hasta la altura de Amanda, ni siquiera Melchor sabía que tenía la capacidad de aproximar distancias tan correctamente, pero de ese simple cálculo dependió que la distancia entre sus labios se volviera cero.

Fue corto, rápido y suave. Como un suspiro.

«Puta madre».

Esa no era la vos de Gaspar, era su propia voz evidenciado una verdad casi increíble, había besado a Amanda.

—Lo siento, eso no salió muy bien—fue lo único que pudo pronunciar. La magia de la que hablaba Gaspar aun no llegaba y se estaba poniendo nervioso ¿Cómo había sido con Cristina esa vez? ¿Qué había hecho para no sentirse incómodo.

—Tienes razón—pronunció ella con un hilo de voz—podríamos intentar de nuevo.

Fue ella quien se acercó esta vez. Suave, delicado, como besar una nube. Los labios de Amanda eran igual que ella, tiernos, blandos y pequeños.

Volvieron a separarse pero esta vez fue diferente, fue extraño.

La puerta se abrió evitando que cualquiera de los dos pudiese decir algo y en el marco apareció Antonio con la respiración entrecortada y cara de desesperación.

Melchor retrocedió un paso y Amanda se mordió el labio con nerviosismo.

—¿Han visto a Cristina?

—No, Antonio—gruñó Melchor molesto, era un pésimo momento para ser interrumpido.

—¡Mierda!—el mayor se mordió las uñas y revisó la habitación como si Titi pudiese estar ahí, aún después de la negativa de Melchor. La peor de sus pesadillas se estaba volviendo realidad y cual película de terror nadie parecía afectado en lo más mínimo—Deben ayudarme a encontrarla, es urgente.

Melchor estaba preparándose para decir que no, cuando Amanda le tomó la delantera.

—Claro, lo que quieras ¿Qué sucede con ella?—ella se había alejado del lado de Melchor y ya se dirigía hasta Antonio con expresión preocupada.

—Se ha llevado mi vaso...

Melchor gruñó hastiado. Tanto drama por un vaso robado.

—Deberías prepararte otro entonces, no creo que lo encontremos intacto—se cruzó de brazos y le perforó un agujero en la frente a Antonio, solo con la mirada.

—Da lo mismo eso, se ha confundido con el mío, ella no está acostumbrada a beber alcohol.

—Es solo un vaso Antonio, no va a darle cirrosis—se quejó nuevamente.

—Es que tú no lo entiendes Melchor, Cristina se embriaga con solo oler una copa de vino, no tiene resistencia al alcohol.

—Es solo un vaso...—insistió Melchor.

—¡Basta con un sorbo de cerveza para que se crea Mulan y quiera salvar a toda China! Por favor, necesito encontrarla.

Amanda notó la nota de desesperación en la voz de Antonio, realmente estaba preocupado por Cristina, demasiado preocupado para ser solo un vaso de licor. Le dedicó una mirada significativa a Melchor quien cedió rodando los ojos y soltando los brazos.

—De acuerdo—balbuceó—, vamos por ella.

—¡Gracias!—exclamó Antonio un poco más calmado y les explicó rápidamente donde había buscado ya.

Recorrieron todos los cuartos del segundo piso y revisaron el entretecho solo por si las moscas. Cristina se volvía muy escurridiza con algo de alcohol, cualquiera diría que adquiría la capacidad de teletransportarse.

Bajaron al primer piso y decidieron separarse para buscarla, preguntaron a todos quienes podrían haberle visto y, completamente desilusionados se reunieron en la cocina.

—Nadie la ha visto—sentenció Melchor mirando a los otros dos chicos—. Tampoco ha salido. Verónica me dijo que hay que abrir la puerta desde la cocina para poder irse.

—¡Quizás está ahí!—Amanda comenzaba a impacientarse. Si bien Cristina no era santo de su devoción, después de todo lo sucedido con la fotografía, no le parecía conveniente que vagara por ahí medio borracha, o en su defecto completamente borracha.

Melchor abrió la puerta de la cocina. La única persona en ella era Tomás, sentado en el suelo de baldosa, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en los muebles.

Despertó de su estado de trance y les miró confundido. Tuvo un mal presentimiento de inmediato, el rosto de Antonio transmitía tanta intranquilidad que era imposible que el mundo estuviera bien.

—¿Qué ha pasado?—se levantó poniéndose en guardia de inmediato.

—¿Has visto a Cristina?—Antonio casi gritó.

—Sí, estaba acá hace un rato conversando conmigo.

—¡De verdad! ¿Estaba bien? ¿Tenía un vaso en las manos?—lo tomó por los brazos con más fuerza de la que podía controlar, las tripas se contraían con tanta fuerza que pensó que vomitaría.

—Sí, estaba bien, y tenía un vaso, pero solo bebió un sorbo, luego lo botó porque estaba malo.

—¡Claro que estaba malo! ¡Tenía Vodka! ¡Mierda! ¡Debo encontrarla, debo encontrarla ahora!—se pasó las manos por entre los cabellos de su cabeza y se masajeó las sienes. Quería correr en círculos, no tenía idea que hacer—¿Y si escapó? ¿Y si trepó la reja? Cristina es muy buena trepando ¡Muy buena!

—Tranquilo Anto—comentó Tomás—, solo fue un trago pequeño, nada más.

—Lo mismo le dije—agregó Melchor—, pero ya lo ves, que se pone histérico como una chica.

—¡Ya, ya! Que no te va a engañar solo por unas gotitas de alcohol—Tomás se sentía más relajado—. O quizás sí, todo depende de que tan buen novio seas.

Soltó una risita.

—Además puede hasta que Cristina se relaje, ya sabemos todos que es una reina del drama—bromeó Melchor.

—Demasiado—Tomás no podía evitar estirar la sonrisa.

—¡No!—el rugido de Antonio les selló la boca y les borró las sonrisas—No se atrevan a bajarle el perfil a esto. Ustedes no entienden, ninguno de los dos. Ustedes se largaron, ustedes nos abandonaron, a ustedes no les importa Cristina, pero ella es mi persona, mi mejor amiga, y si algo le pasa quemaré el pueblo completo con tal que alguien pague.

Antonio estaba rojo de furia. Hablaba en serio.

—Tranquilo Antonio—Amanda se acercó hasta él y puso su mano en el brazo del chico. Miró fulminante a Tomás y a Melchor—, vamos buscarla ¿de acuerdo? Todos lo haremos.

El chico se sintió menos ansioso ante la respuesta comprensiva de Mandy y asintió.

—Bien.

—Nos dividiremos. Yo y Antonio revisaremos el primer piso nuevamente. Tomás y Melchor, suban y entren a todos los cuartos nuevamente, si en diez minutos no la hallamos saldremos a buscarla a la calle.

La orden fue acatada de inmediato y los cuatro salieron hasta la sala raudos, pero no bien habían avanzado un par de pasos alguien los interceptó en el camino.

—¡Oye, Valencia!—gritó Gonzalo desde el otro lado de la sala—¿Quién te invitó a esta fiesta?

Los cuatro se detuvieron y miraron en dirección del alborotador. Melchor le miró con cara de pocos amigos, pero decidió ignorarlo deliberadamente, Cristina era más importante en ese minuto. Siguió su camino junto a Tomás, aunque Gonzalo no se lo hizo fácil, se apareció frente a él y le cortó camino.

—Oye, te estoy hablando pedazo de porquería, si te hablo no me ignoras—comentó picando con un dedo a Melchor en el pecho. Olía fuertemente a alcohol y le costaba mantener la posición amenazante.

—Estamos ocupados Gonzalo, ve a ser patético a otra parte—replicó Tomás tratando de apartarlo.

—¡Déjame Tomás!—escupió Gonzalo—No te metas en problemas de grandes—miró a Melchor nuevamente con todo el asco que podía—. Escúchame Valencia, no eres nada. Quizás a ti te regalan todas las oportunidades, pero otros no esforzamos para lograr las cosas ¿Te crees mejor porque tu mamá se tira al director? Y no pongas cara de sorpresa, que todo el mundo sabe lo muy puta que es tu vieja.

La sangre le hirvió a Melchor, pero se contuvo, no valía la pena golpear a tal basura. Sonrió de lado y se dispuso a soltar algún insulto más inteligente de lo que el pequeño cerebrito de Gonzalo pudiese entender, pero Antonio se le adelantó.

—Lárgate de acá Gonzalo, si no quieres que tu vieja tenga que venir a recoger tus pedazos.

Había crecido como un kilómetro en todas las direcciones posibles, los ojos grises le chispeaban y mantenía la mandíbula tan tensa que podría haber partido nueces con ella.

La gente había dejado de disfrutar la fiesta y ahora se arremolinaban alrededor del grupo, buscando el mejor puesto para tener la primicia de primera mano.

—¡Otro a quien quería ver! Vete a la mierda capitán—gruñó—. No lograrás que renuncie al equipo. No sé por qué todos creen que eres bueno, todo lo contrario, eres lamentable. Hasta tú novia lo cree, si anda defendiendo al drogadicto de la escuela y paseándose borracha justo bajo tus narices. Si la veo de nuevo voy a demostrarle lo que es un hombre de verdad.

Antes de que Antonio pudiera partirle la cara, Tomás y Melchor lo sujetaron, apenas.

—No vale la pena, Anto—le susurró Melchor.

—Vete a hablar mierdas a otra parte, Gonzalo—lo amedrentó Tomás.

—Dejen que me golpeé, así se dará cuenta que no es más que un marica...

No fue necesario que soltaran a Antonio, porque un puño, salido de la nada, se impactó en la mejilla de Gonzalo tan certero, que cayó al suelo como un plomo.

Los cuatro miraron sorprendidos la cabellera teñida de castaño que se dibujaba frente a ellos.

—¡Eso es por química!—chilló Cristina. Se acercó hasta el bulto que formaba el chico en el suelo y le pateó la espalda. Este se retorció—¡Y si hay alguien puta en este pueblo de mierda, esa es tu madre!—finalmente le escupió justo en la cara—¡Y que te quede claro, nadie jamás llama marica a un amigo mío! ¡Jodido puerco!

Segundos más tarde se desató el caos.



—Y entonces Tomás empujó a Rogelio, y... y... y... y este cayó sobre Gonzalo ¡Como gritaba ese pobre cristiano!—Cristina soltó una carcajada cansada. Le hacía demasiada gracia saber que Gonzalo sufría.

—Sí Cristina, lo sé, estaba ahí contigo—explicó Antonio, con calma y sosiego.

—Pero quizás no te acuerdas—replicó ella con voz adormilada.

—Pasó hace veinte minutos, lo recuerdo.

Acomodó a Titi en su espalda, subiéndola un poco para que no se le resbalara, ella enroscó los brazos en su cuello y acurrucó su cabeza.

—Te amo ¿lo sabes cierto?

—Sí, lo sé Titi.

—¡No me digas Titi!

—¡No grites en mi oreja!

—No estoy gritando—susurró bajito.

—Sí, lo estás haciendo—se quejó Tomás.

—¡No metas tu cuchara Tomás!—se arguyó mirando al muchacho a su izquierda.

—¡No grites en mi oreja!—volvió a demandar Antonio.

—¡No estoy gritando!

—Por favor Cristina, no grites—rogó Amanda—son las dos de la mañana.

—¡Tampoco metas tu cuchara Amanda!

—¿No puedes hacer que se calle?—preguntó Tomás.

—Claro, llévala tú y yo la calló.

—No, gracias, prefiero escucharla.

—¡No necesito a nadie para que me cargue!—exclamó antes de soltarse del agarre de Antonio— Puedo caminar solita.

Se apoyó en sus propios pies sin siquiera dudar y se adelantó un par de pasos con los brazos cruzados y una mueca de disgusto. Bajo los efectos del alcohol su humor era volátil y cambiante, mucho más que estando sobria.

—¿Qué le pasa ahora?

—No lo sé, si pudiese entender todos los estados de ánimo de Cristina y sus porqués, alguien ya me hubiera dado un premio.

Antonio sonaba relajado, incluso alegre. Tenía el pómulo algo rojo y un par de rasmillones en el brazo, pero valían la pena, todo fuera por honrar el escupitajo de Cristina a Gonzalo. Nunca iba a olvidar esa escena, nunca.

—Definitivamente no nos volverán a invitar a una fiesta—comentó Amanda—, han armado una verdadera escena.

—¿Han armado? ¡Hemos armado! Te vi hacerle una zancadilla al imbécil de Luciano Romero—agregó Antonio. La chica se enrojeció levemente.

—Todos estaban peleando y no logré detenerlos, debía hacer algo.

—Al final todo es culpa de Cristina—comentó Melchor. Todos asintieron.

Caminaban por el parque de vuelta a sus respectivas casas, cansados y magullados. Luego del escupitajo de Cristina se había armado una verdadera catástrofe. Los amigos de Gonzalo entraron a armar mocha y a los chicos no les había quedado más opción que defender el honor de Cristina y su declaración de principios. No duró lo suficiente como para que alguno terminara seriamente dañado, pero su punto estaba claro y patente, si se metían con uno, se metían con todos.

La noche estaba fría y corría una brisa que auguraba un crudo invierno, si no hubiera sido por la adrenalina que aun corría por sus venas se habrían visto tiritando de frío en vez de riendo como tontos. El mundo estaba extrañamente bien, todo era casi normal.

—¿Recuerdan esa vez que Cristina nos hizo pasteles de barro y nos los comimos para no herir sus sentimientos?—dijo de repente Antonio.

—Mi hígado todavía lo recuerda—contestó Melchor.

—¿Tu hígado?—preguntó Amanda

—A los cuatro nos dio hepatitis después de eso. Fue un mes terrible—agregó Tomás—, terminamos hospitalizados, incluso hay una foto de todos con la piel amarillo brillante en la misma sala del hospital.

—Cristina nos metía en todo tipo de problemas—Antonio recordaba aquella fotografía.

—Pero nos sacaba de más problemas de los que nos metía—sentenció Melchor—, siempre tenía una excusa.

—Sí.

Los tres muchachos se sonrieron y Amanda no pudo no notar que la atmosfera había cambiado, se sentía como ser parte de algo, incluso cuando no hubiese estado presente en ese momento. Como si caminar junto a Melchor, Tomás, Cristina y Antonio fuese algo de todos los días, parte cotidiana de una vida completa.

—Bien, mi casa queda hacia allá—señaló Tomás—¿Vamos Anto?

—No, debo ir a dejar a Cristina, prefiero asegurarme que llega a su cama completa.

—¡Se llegar a mi casa!—chilló unos pasos adelante. Los cuatro la callaron al unísono— ¡Váyanse a la mierda!

—Se pone muy violenta con alcohol.

—Se pone muy de todo con alcohol—corrigió Anto.

—Pero Antonio, si quieres yo y Melchor vamos a dejarla. Iremos en la misma dirección así que no es una molestia—habló Amanda.

Antonio alzó una ceja, incrédulo y dubitativo, pero terminó aceptando, le convenía llegar temprano a su casa, antes de que alguien notara su ausencia. Se separaron y tomaron sus respectivos caminos.

Cristina siguió caminando muchos pasos delante de Melchor y Amanda, iba a su ritmo, metida en su mundo, cavilando sus propios dramas.

Melchor por su parte notó la tensión en el ambiente. Desde el beso era la primera ocasión para decir algo a Amanda, y la verdad, no tenía idea que decir. Prefería no decir nada, callarse para siempre y fingir que aquello no había sucedido.

Él había besado a Mandy y luego Mandy lo había besado. Era tan raro pensarlo y hacerlo, no se parecía en nada a su beso con Cristina años atrás, era una sensación completamente opuesta. El beso con Cristina se le antojaba de niños, nervioso, ridículo, torpe. Con Amanda la sensación era otra cosa. Más maduro, más real, más como se supone que son los besos.

La miró de reojo justo cuando ella hacía lo mismo. De inmediato, y por reflejo, observaron otra cosa. Amanda jugó con su pelo, Melchor se rascó la nuca.

Y Cristina caminaba, muchos metros más allá.

Alguien tenía que romper el silencio, se acercaban a la casa de Mandy y el tiempo no les sobraba. Debían inventar algo, lo que fuera, incluso un comentario trivial o un ruido gutural. Todo menos el silencio sepulcral que abarcaba todo el espacio entre ellos.

Pero no lo lograron.

Ya delante de la casa de Amanda se quedaron mirando, frente a frente, sin nada más para despedirse que un escueto «Buenas noches». Ella lo dijo. Él también. Y de pronto ella ya no estaba y él se sentía estúpido.

No quiso escuchar lo que la voz de Gaspar tenía para decirle, estaba seguro que no sería nada agradable. Se limitó a botar el aire de sus pulmones e insultarse, se lo había ganado.

El cansancio de antes de la fiesta volvió a su cuerpo, repentinamente estaba exhausto. Soñaba despierto con su cama, deseaba dejar de lado la normalidad por un rato y solo ser él y la comodidad de sus sábanas.

Solo había un problema ¿Dónde se había metido Cristina?

La buscó en la calle desierta sin hallarla de buenas a primeras. Como si su noche no hubiese sido ya lo suficientemente ajetreada ahora perdía a la chica que había prometido dejar en su casa, la que estaba borracha e indefensa. Maravilloso.

Corrió calle arriba para encontrársela ya frente a la casa Marambio. Suspiró aliviado pero ella no parecía contenta de verle.

—Me he quedado afuera—balbuceó—, no tengo llaves.

—¿Qué?

—No importa, esperaré acá a que me abran—se sentó en la entrada y apoyó la cabeza entre sus manos.

—¿Por qué no llamas? ¿Tienes teléfono, no?

—Estoy borracha—evidenció con rostro amargo—, no soy tan tonta como para despertar a toda mi familia en estado de ebriedad.

—Cristina, le dije a Anto que te llevaría a tu casa.

—¡Estoy en mi casa!—gritó, y de inmediato se tapó la boca.

—Gran trabajo no despertando a nadie ¿Eh?

La burla de Melchor no le sentó nada bien, el alcohol la volvía violenta e irascible, entre muchas otras cosas. Alzó su dedo del medio y se cruzó de brazos. Él suspiró y la agarró del brazo.

—¡Suéltame!—chilló molesta—¿Quién te crees? ¡Eres un...

—¿Un qué?—gruño—Dilo Cristina, vamos...

Ella se mordió la lengua y volvió a su posición de rabia. Melchor se sintió más cansado aun. No estaba como para soportar las niñerías y pataleos de Titi.

—No voy a tocarte, pero entonces hazme caso—se cruzó de brazos también y la miró con soberbia—. Subiremos hasta mi balcón y te pasaras a tu cuarto ¿De acuerdo?

Cristina miró su cuarto, el de él y luego a Melchor. No quería admitirlo, pero el chico había tenido una buena idea. De vuelta en los días de su niñez lo había hecho tantas veces que no podía ni contarlas.

Aceptó sin más, a esas alturas de la noche ya nada le parecía tan raro.

Subieron en silencio, tratando de no despertar a Magdalena quien dormía plácidamente. Cruzaron el pasillo y por último llegaron a la habitación de Melchor. Él entró callado y se acercó hasta el ventanal para abrirlo. La brisa inundó la habitación e hizo danzar las cortinas. Cristina no estaba junto a él.

Miró a su espalda para encontrársela estática justo en la entrada a su pieza, parada sobre la división exacta entre adentro y afuera.

El aire se le había escapado de los pulmones. Todo estaba exactamente igual. La cama, los cobertores, el escritorio, la silla de madera, las murallas verde musgo. Cristina no lo podía entender. Si el mundo seguía girando ¿Por qué el cuarto de Melchor se mantenía detenido en el tiempo?

Temía dar un paso y rejuvenecer, volver a tener doce años, la cara de una niña y energía infinita.

¿Cómo la vida podía ser tan perra y golpearla de esa forma? ¿Por qué no podía separar a Valencia de Chie? ¿Por qué tenía que decidir? ¿Por qué siguiera se lo planteaba? ¿Por qué?

—¿Por qué?—preguntó medio apoyada en el marco, seguía sin moverse. Admirando como el tiempo se volvía más y más lento.

—Cristina por favor, no tengo ganas de ponerme metafísico ahora mismo—se acercó decidido a dejarla en su cuarto a como diera lugar—. Ven, vamos al balcón.

—¡No!—chilló. Él la tomó de un brazo—No me toques...

—¡Como sea! Solo ven ¿Quieres?—respondió soltándola.

—¿Por qué Melchor?—preguntó nuevamente mientras se abrazaba el cuerpo.

—¿Qué cosa?

—¿Por qué dejaste de hablarme?—él rodó los ojos y suspiró.

Estaba cansado y lo único que deseaba era poner la cabeza en la almohada y que el día terminara por fin. Nadie le avisó que empezar a sentirse normal conllevaría tantos problemas, incluso hasta se le ocurría que ser drogadicto no significaba tanta tortura gratuita.

Tomó la muñeca de la muchacha con más fuerza de la que hubiese querido y le dio un tirón seco. Cristina avanzó a pasos torpes y pesados.

—Estás borracha y yo cansado, no hay nada de lo que tengamos que hablar.

Ella se soltó furia y trastabillo. Se sentía mareada, pero igualmente valiente. No estaba segura si lo que daba vueltas era el cuarto de Melchor o sus recuerdos, y por más que lo intentaba no lograba aclarar su cabeza.

—Dímelo y te dejaré en paz para siempre.

—¿Qué importancia tiene? Han pasado... ¿Cinco, seis años?—inquirió él alzando los brazos.

Ella movió la boca para que salieran las palabras, pero primero salieron las lágrimas ¿Por qué lloraba? No se sentía especialmente triste, ni vulnerable, pero no podía evitarlo. Ahí estaba de nuevo, la gran duda que la separaba de Chie, de Valencia, de aquel otro ser humano que con expresión arrogante le exigía volver a su casa.

—No lo entiendes, eras mi persona.

—Ya oí eso Cristina—gruñó asqueado.

—Sé que dije que no me importaba, y lo intento, pero a veces mientras me ducho aparece la pregunta en mi mente ¿Por qué Chie nos dejó? Otras sueño con que aún somos amigos y despierto llorando. Me persigue, lo ha hecho por seis años y no sé por cuantos años más estará ahí.

—No sé qué quieres que te diga—dijo mientras se acercaba para atraparla.

—La verdad... o miénteme ¡No me importa! Solo di algo, lo que sea—sentía como se le apretaba el pecho y se le cerraba la garganta. Las lágrimas no se detenían y las ideas se le enredaban— ¿Querías crecer? Era eso ¿Ya no te agradábamos? Da lo mismo lo que sea, solo dame una razón para poder vivir tranquila.

—¡No funciona así!—sus manos sujetaron los brazos de Cristina y la obligaron a mirarle. Los ojos azules de él chispeaban rabia e hipnotizaban a Titi al mismo tiempo.

—Por favor, Chie, no hay razones para que sigas escondiéndolo, ya no importa.

—¡No hay una razón Cristina! ¡Métetelo en la cabeza! Esas cosas pasan, la gente deja de verse, la gente cambia...

—¡No nosotros!—gritó sujetando el cuello de la camisa de Melchor entre sus dedos, con tanta fuerza que pensó que la rompería—No éramos así, Chie, tú no eras así—fue muy parecido a un martillo aporreando su pecho, la palabra Chie lo derrumbó. Sonaba tan distinta dicha por Cristina, como significara otra cosa—. Hubiese puesto mi cara en la hoguera por ti, todos lo hubiéramos hecho ¡Dímelo! ¿Qué fue Melchor? ¿Por qué nos dejaste?

—¡No voy a decírtelo!—escupió con la cara roja de ira a punto de perder la cordura. Estaba cansado, tan cansado—¡No te lo diré nunca, Cristina! ¡No te lo dije hace seis años, no te lo diré hoy y no importa cuántos años pasen jamás lo sabrás! Si es necesario que desaparezca del planeta para qué dejes de insistir lo haré, pero no saldrá de mi boca sin importar lo que hagas. Vive con ello, Titi, por favor, déjalo ir.

De repente ya no peleaban. Era un ruego, una súplica, un susurro que salía directo de un corazón y se deslizaba hasta el otro corazón. No era que no quisiera decirlo, simplemente no podía.

Ella dejó de luchar y olvidó las preguntas que se arremolinaban en su cabeza, mientras que él la miraba como hace años no la miraba.

Melchor bajó la guardia y dejó que cayera todo lo que lo protegía de sí mismo y de los demás.

Por eso no se resistió cuando Cristina se acercó a su rostro, ni detuvo a sus ojos cuando la observaban como si la necesitara, ni evitó que su mano le acariciara el rostro y secara las lágrimas que le quedaban.

Por eso, cuando Cristina lo besó, simplemente dejó que sucediera.

Cerró los ojos y la abrazó por la cintura, rogando que no se evaporara, que no se desintegrara, que no se derritiera. Respondió el beso con una ternura sublime y respiró el aire que ella exhalaba. Sintió su piel, suave y tibia, y el aroma de su cabello le recordó las flores de la primavera.

Por eso en vez de alejarla la apretó con la intención de no dejarla ir, la acercó para que escuchara como latía su corazón, y dejó que le besara con la esperanza secreta que sus labios supieran arrancarle las palabras que no quería pronunciar.

Por primera vez en mucho tiempo no le molestaba que se acercaran tanto, que lo tocaran, que lo acariciaran, que derribaran ese muro que tanto le había costado construir.

Por eso, cuando sintió las manos de Cristina enredarse en su cabello, el mundo no le pareció un lugar tan frío, inhóspito y desolador. Le supo más bien a magia, a esperanza, a fe.

Por eso no abrió los ojos cuando ella se separó de él y por eso no hizo nada cuando escuchó como caminaba hasta el balcón.

Por eso dejó que se fuera como si nada hubiese pasado.

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