Capítulo 15: Un viaje de negocios: la reunión.

"Real sweet faces. Every different nation, Spanish, Hatian, Indian, Jamaican, black, white, Cuban, and Asian. I only came for two days of playinn but every time I come I always wind up stayin'. This the type of town I could spend a few days in Miami the city that keeps the roof blazin' "

"Caras realmente dulces. Cada nación diferente, española, hatiana, india, jamaicana, negra, blanca, cubana y asiática. Solo vine para jugar dos días, pero cada vez que vengo siempre termino quedándome. Este es el tipo de ciudad en la que podría pasar unos días en Miami, la ciudad que mantiene el techo en llamas."

-Miami/Will Smith

Viernes 21 de Julio del 2023, Miami, Florida 10:01 a.m.

Marissa

Oscar y yo habíamos logrado sobrellevar la extraña situación en la que nos habíamos visto envueltos durante el vuelo: después de todo, ambos nos recostamos en nuestros respectivos asientos, fingiendo dormir y un par de horas después, nos encontrábamos cerca del área metropolitana al sur de la Florida en el Aeropuerto Internacional de Miami o MIA, por sus siglas en inglés.

No iba a negar que durante el resto del viaje, por más que intentara arduamente concentrarme en descansar un poco, no podía dejar de pensar en los ojos de Oscar mirándome los labios. Tampoco en sus manos, cálidas y grandes, sosteniéndome para no caerme sobre él, ¿por qué parecía que encajaban tan bien en mí? Es que ya estaba delirando. ¿Sería la altura a la que estábamos en ese momento? 12,000 metros sobre el suelo. Sí, eso debía ser pero, ¿y qué hay de las malditas ganas inmensas de lanzarme hacia él, abrazarlo por el cuello y comerle la boca a besos? ¿O de esas intrigantes palabras que acompañaron su voz?

"Tu cabello huele bien."

¿Por qué? ¿Por qué me hacía eso? ¿Es que no sabe todo el caos que provoca en mí con solo estar cerca? ¿Y por qué demonios tenía el aroma de un jodido paraíso? ¿Eso era posible? Debería ser ilegal... Ya imagino las noticias: "Mujer trastornada denuncia a su jefe por usar colonias de calidad y altamente costosas, ya que el aroma que desprendía, la hacía delirar por él." Oh, pero si parecía una de las noticias amarillistas del periódico local...

La ansiedad se estaba apoderando de mí. Quería pensar que esto solo había sido un accidente, un mero mal entendido y que el breve viaje de negocios seguiría su curso normal hasta que volviéramos a Chicago y volviéramos a enfocarnos en nuestros trabajos de forma habitual, con Oscar siendo mi jefe de manera normal, olvidando ese pequeño incidente donde por un poco más, terminaba sentada en sus piernas.

Si lo pensaba bien, podría escribir un libro de estas experiencias, en donde seguramente, los lectores se reirían de todos los acontecimientos plasmados en esa obra y los tomarían como enseñanzas para no cometer los mismos errores. Podría ser como una especie de libro de auto ayuda con leves giros de comedia y tal vez, solo tal vez, eso podría ser una buena idea o, podría estar sufriendo una crisis de sobre pensamientos... Definitivamente, era la segunda opción.

Y, definitivamente necesitaba hacer por lo menos uno de mis ejercicios de respiración. No perdí tiempo en abrir la aplicación del reloj digital para poder inhalar y exhalar unas cuentas veces.

Cuando la seguridad del aeropuerto terminó de revisar de manera exhaustiva las mochilas que nos acompañaban, eran apenas unos minutos más de las 10:00 de la mañana y para asegurarse de que nuestro regreso a Chicago esa misma tarde fuera completamente seguro, Oscar habló con un par de agentes de servicios al pasajero, quienes por lo que había alcanzado a escuchar, le habían confirmado que el vuelo de las 6:15 de la noche de regreso a Chicago se llevaría a cabo sin ningún problema.

Yo estaba parada a un medio metro de distancia de ellos mientras hablaban y justo cuando cortaron la conversación, Oscar caminó hacia mí con paso firme, su típica sonrisa deslumbrante y una mano en la bolsa de su pantalón, mientras la otra la usaba para peinar su cabello hacia atrás. Al llegar frente a mí. Se acomodó sus anteojos.

—Nuestro vuelo de la noche nos espera sin problema alguno más tarde. Todo indica que estaremos en casa para la hora de la cena —comentó con un atisbo de diversión en su voz, que me hizo reír.

—Eso suena bien —le sonreí.

Él asintió y tomó su mochila para colgarla en su hombro y de nuevo, su vista volvió a mí. —Aún es bastante temprano y no sé tú pero, la comida que ofrecen en los vuelos no es mi favorita y tengo hambre. ¿Tú probaste lo que nos dieron a bordo?

De solo recordar ese sándwich mal preparado me dieron nauseas. —Dios, no. Se veía horrible. Lo único que probé fue el agua de la botella que la azafata nos entregó. Ojalá la comida fuera igual de buena que el servicio —me encogí de hombros—. Aunque no estoy segura si podría opinar mucho, esta fue mi primera experiencia en un vuelo.

Una sonrisa se asomó entre los labios de Oscar. —Entiendo. Aunque, tampoco es que te pierdas de la gran cosa. Pero sin duda alguna, hay vuelos y comida de avión mucho peor que esta, créeme —habló con un tono divertido mientras acomodaba las muñecas de su saco, el mismo que sentía que más tarde tendría que quitarse gracias a los 27° que marcaba la pantalla colgada del techo de la sala de espera en la que nos encontrábamos porque, adentro había aire acondicionado pero afuera, el sol veraniego se veía dispuesto a derretirte en cada paso que dabas. Pensé que yo iba a tener que hacer lo mismo con el mío muy pronto—. ¿Entonces también tienes hambre?

Reaccioné a su pregunta parpadeando unos segundos. —Yo... Pues, sí, eso creo.

—Eso es un sí para mí. —otra sonrisa que quiere llevar el piso hasta mis rodillas. Demonios—. Ven conmigo, aquí cerca está el hotel en el que siempre me hospedo cuando vengo aquí por trabajo y tienen un desayuno buffet exquisito y lo mejor de todo es que nos pueden dar una mesa que tenga vista a la playa. ¿Qué te parece la idea? —una pregunta lanzada con tanto entusiasmo y que aunado a la forma de poner su mano en mi cintura para que caminara con él, redujo mi léxico a solo dos palabras...

—De acuerdo. —no pude decir nada más, Oscar ya me tenía con ambos pies fuera del aeropuerto, bajo los rayos calientes del sol que se acercaba a su punto máximo en el cielo mientras esperábamos un taxi.

15 kilómetros más adelante, el hotel Hampton Inn iba apareciendo frente a nuestro camino mientras nuestro taxi se acercaba cada vez más a la puerta de acceso principal al ir atravesando un camino de altas palmeras y casas y edificios pintorescos y de colores brillantes.

Oscar parecía un niño pequeño mirando por la ventana que llevaba abierta, disfrutando del paisaje. Cada quien disfrutaba de su vista y yo, lo miraba a él: el viento desordenaba su cabello y su ropa pero, parecía no importarle en absoluto, ya que su sonrisa se hacía más amplia conforme más avanzábamos. Miraba los comercios, los puestos de comida, de fruta y verduras. A las personas caminando por las calles empedradas para poder hacer sus compras matutinas, a los perros jugando con algunos niños cerca de la zona comercial; personas de todas razas y colores, la mayoría latinos, incluso, saludó a un par de personas que pasaron frente al taxi cuando este se detuvo en su semáforo en rojo. Se notaba que había venido aquí ya muchas veces, que lo disfrutaba y que incluso podría tener amigos, el brillo de sus ojos lo delataba y su manera de relajar sus hombros y suspirar cuando alcanzó a ver la costa con sus olas rompiendo en la orilla de la playa...

Ojalá pudiera guardar como memoria fotográfica todas las imágenes que mi vista estaba capturando en ese momento: su manera de sonreír, de mover la cabeza hacia un lado al observar con atención un punto fijo, sus largas pestañas brillando por la luz que se filtraba y hacían resaltar aún más ese bonito color chocolate en sus ojos. Dios, hasta me había percatado de un lunar junto a su ceja derecha. Debería dejar de mirarlo antes de que me encuentre observándolo así...

—Oh mira, ya llegamos —Oscar se asomó por la ventana de mi lado al ver la fachada del hotel ya frente a nosotros, encontrándome in fraganti con los ojos puestos en él.

¡Dios mío, ya suéltame por favor!

—Ah, qué bien... —fue todo lo que pude decir, antes de sentir un nudo en la garganta, esperando que pasara por alto al haberme descubierto.

—Vamos, ese desayuno nos está esperando —parecía que había hecho caso omiso de mi vergüenza y solo se limitó a pagar al conductor para después tomarme de la mano y bajar conmigo del auto, sin saber que las piernas ya me estaban fallando con todo esto.

Un desayuno continental no es lo que me esperaba para esa mañana, sin embargo, después de que resultara más delicioso de lo que imaginaba, Oscar y yo ya estábamos de camino a la sala de reuniones principal del hotel, lugar en donde, según la explicación que él me brindó durante el desayuno, era el lugar mejor equipado para sesiones empresariales de este tipo. Además de que ya la conocía, puesto que esta no era la primera vez que celebraba una reunión de negocios en el hotel donde nos encontrábamos.

Al atravesar una gran puerta de roble que Oscar amablemente abrió para que pudiera ingresar por ella, entramos a una elegante y amplia sala de reuniones, cuidadosamente alfombrada y con paredes perfectamente pintadas un color verde esmeralda que, al ser combinado con la neutralidad del blanco, hacían que la habitación resaltara de una manera cómoda y agradable, además de que la hacía destacar con el ambiente tropical de la zona donde estaba ubicada.

Justo en la pared que estaba justo en medio de la sala, había un enorme ventanal de puertas de cristal corredizas que daban una de las vistas más espectaculares de Miami Beach: el Atlántico lucía su belleza en todo su esplendor, con la luz de sol rebotando en su superficie, las olas rompiéndose en orilla de la playa dejando una blanca espuma a su paso y un azul celeste y cristalino que te obligaba a mirarlo para poder apreciar su belleza con toda la atención de la cual era merecedor. Esa mañana el cielo también estaba despejado y las nubes se veían esponjosas y suaves; la brisa marina acompañada de ese característico gusto salado movía las hojas de las palmeras que a su vez, evocaban un sonido relajante y tranquilizador. Había veleros a lo lejos, disfrutando de la tranquilidad de las primeras horas del día en un tranquilo paseo marítimo, personas descansado en la costa, disfrutando del agua, de la arena y del sol. Las gaviotas sobrevolando el océano y descansando en la playa complementaban la escena, volviéndola efímeramente perfecta, por lo menos por un instante.

Siempre había amado la playa, desde que era una niña. Lo recuerdos más hermosos de mi vida fueron con los pies dentro de la arena, formando castillos con mis hermanos y con mamá descansando sobre una toalla bajo una de esas enormes sombrillas de colores para cubrir el abrumador sol caracterizo de un la costa.

En ninguna de esas memorias deambulaba Abel, porque todos esos momentos de breve felicidad los podíamos disfrutar cuando él se iba por semanas, a veces hasta meses, a participar en concursos de juegos de azar para profesionales, en los cuales obviamente, era pésimo y terminaba gastando todo el dinero que a mi madre le había costado tanto esfuerzo reunir, con turnos dobles, a veces hasta triples en un bar, con su otro trabajo como empleada doméstica de familias mejor posicionadas social y económicamente e incluso, psicológicamente; familias que podían darse el lujo de tener una empleada doméstica y pagar por lavar la vajilla, la ropa y el piso de la casa... Para que después de un tiempo, él volviera y culpara a mamá por su mala racha, a sus hijos por ser un lastre en su vida, y terminara por romper cosas y golpear a esas cuatro personas que en ese entonces, no tenían voz ni voto, ni manera de defenderse.

Un suspiro largo me abandonó cuerpo cuando comencé a darme cuenta de lo abrumada que estaba empezando a sentirme con tantos pensamientos, tantos recuerdos, malos recuerdos... Intenté centrarme en la vista de la playa otra vez, observando a varios niños corriendo en busca de un helado, incluso lograba escuchar sus risas, no estábamos a una gran altura como para no escuchar ese tipo de sonidos; el hotel tenía veinticinco pesos y nosotros estábamos en el quinto. Suspiré de nuevo y me recargue en el marco del ventanal, tratando de contener las lágrimas que estaban a punto de brotar y entonces, esa voz angelical apareció de nuevo.

—Issa, ¿pasa algo? —Oscar dejó su mano descansando en mi hombro, con el objetivo de llamar mi atención y funcionó. Tuve que hacer un esfuerzo sobre humano para no romperme en lágrimas.

Me gire para verlo y tratando de parecer en un estado normal, le dedique una sonrisa que esperaba que no se viera falsa. —Todo bien, solo estaba observando el paisaje. ¿No es hermoso?

Él me miro por unos segundos, juntando ambas cejas, como si no estuviera seguro de mi respuesta pero, unos segundos después, asintió y sonrió.

—Es muy bello... —aseguró, empujando sus lentes hacia arriba que habían resbalado por el puente de su nariz, alejando su mirada de la mía para poder poner su atención en la vista. Una suave sonrisa adornó sus labios y luego de suspirar, volvió su vista a mí pero, por unos cuantos segundos pude ver el reflejo del cielo en sus ojos, y se me cortó el aliento—...pero, me temó que llegó la hora en que tenemos que ponernos a trabajar —comentó para luego reír suavemente y regresar al centro de la sala de reuniones, mirándome y esperando que lo siguiera y así lo hice.

Vi la hora en el reloj que colgaba de la pared junto a varios cuadros con fotografías que narraban la historia del hotel, faltan apenas diez minutos para el medio día y a esa hora, era nuestra reunión. Comenzamos a prepararnos.

Oscar se sentó frente a la enorme mesa de madera de caoba barnizada que se ubicaba en medio de la habitación y comenzó a revisar la presentación que habíamos preparado para la sesión. Por mí parte, también me senté justo a su lado y al igual que él, saqué mi laptop y empecé a revisar mis notas para la reunión. De pronto me sentí como en aquellos días de universidad donde ensayaba la exposición para no equivocarme al hablar frente a los profesores y compañeros, ahora lo hacía para no equivocarme ni tartamudear frente a los posibles socios de Black Velvet, que cambio tan drástico, antes tenía que salvar materias, ahora tenía que salvar mi carrera en esta compañía y mi propia vida, este era un momento decisivo y tenía que ser cuidadosa.

Deje la laptop en la mesa y busqué otras cosas en la mochila, necesitaba mi libreta de apuntes y algo con qué tomar esos apuntes: un lápiz, un bolígrafo, lo que sea que pudiera escribir.

Noté que Oscar se levantó para atender una llamada y yo hice lo mismo para poder buscar mejor en la mochila las cosas que necesitaba. No tardé mucho en encontrarlas y Oscar tampoco en volver a la mesa y, fue cuando Dios volvió a ponerme una prueba... Justo en el momento que iba a volver a tomar asiento, tropecé con una de las patas de la silla que estaba a mi derecha y eso empezó a provocar una reacción en cadena, ya que Oscar al instante posó su atención en mi sin saber exactamente que hacer ya que, todo parecía suceder demasiado rápido; con el choque, provoqué que los bolígrafos que tenía sobre la mesa cayeran al piso y en apenas unos pocos segundos, ya estaba causando otro desastre, porque al pisarlos, resbalé con ellos y me dirigía a darme un terrible golpe contra la mesa pero, no...

—¡Marissa! —A los pocos segundos y en medio de todo el caos, la voz de Oscar atravesó mis oídos, y sin entender exactamente qué hizo y cómo, él alcanzó a tomar la silla que estaba ocupando y colocarla detrás de mí, lo que evitó el golpe pero, el impulso y la fuerza con la que caí sobre la silla, provocó que Oscar se inclinara hacía mí, quedando en una posición nada favorecedora para el anormal enamoramiento que estaba sufriendo por su causa.

Sus manos estaban en los reposabrazos, su rostro estaba de nueva cuenta cerca del mío, su cuerpo inclinado hacia mí, su cabello casi acariciaba mi frente y sus gafas estaban a punto de caerse y a nada de chocar son las mías y yo, hacía honor a la posición en la que me encontraba: derretida en esa silla, por la impresión del incidente pero sobre todo, por volver a tener esos labios tan cerca de los míos, con el deseo de besarlos quemándome viva y sin poder hacerlo.

—¿Estás bien? —esa mirada de preocupación estaba de nuevo ahí, queriendo saber si estaba bien, si yo estaba bien—. ¿No te lastimaste?

—Yo... Sí, sí, estoy bien. Lo lamento... —lo mire parpadeando, tragando con dificultad, con toda la sangre de mi cuerpo acumulándose en mi cara—. Dios mío, no creas que hago esto de manera intencional...

Oscar se rio entre dientes, pero no hizo ningún intento por alejarse de su posición actual y yo tampoco hice nada para cambiar eso. —No hay nada que lamentar, estás bien, ambos estamos bien. Pero, si estoy empezando a sospechar de estos curiosos accidentes tuyos —su tono pasó a ser uno bastante divertido y juguetón y por un momento, olvidé (¿u olvidamos?) dónde y para qué nos encontrábamos donde estábamos.

—Te prometo que son eventos aislados —reí suavemente—. Es decir, ¿piensas que deliberadamente me tropecé son la silla y me resbalé con los bolígrafos para obtener una ventaja de ello? —Estaba intento con todas mis fuerzas no mirar sus labios, pero fracasé y él lo notó.

—No lo sé, tú dime... —Oscar sonrió al darse cuenta de a dónde viajó mi vista y por unos segundos, pude sentir su cálido y mentolado aliento contra mis labios.

—Te juro que no...

Su ceja derecha se levantó, indicando curiosidad y justo cuando abrió la boca para decir otra cosa, la manija de la puerta de la habitación empezó a moverse, indicando que alguien estaba a punto de entrar. Ambos nos miramos con los ojos muy abiertos y casi lo empuje lejos de mí, tratando de levantarme de la silla rápidamente y fracasando en el intento, por lo que él tuvo que darme la mano para poder ponerme de pie y cuando ambos logramos estar de nuevo con los pies firmes en el piso alfombrado de la sala, Oscar se arregló un poco el traje y yo el cabello. Cualquier persona que hubiera visto la escena y no tuviera contexto de la misma, se habría ido por la tangente a pensar algo un poco diferente...

Cuando la puerta se abrió, una mujer de aspecto radiantemente espectacular y un hombre que parecía haber salido de una revista de modas para el caballero contemporáneo, ambos vestidos en trajes Giorgio Armani y que parecían estar a punto de llegar a las cuatro décadas aparecieron en el umbral, caminado hacia nosotros con una sonrisa bastante amable y agradable.

—¿Ustedes son Oscar Estrada y Marissa Saenz de Black Velvet? —preguntó la mujer con un elegante acento inglés.

—Somos nosotros. —Oscar devolvió la sonrisa y caminó hacia los invitados con su mano extendida para poder saludarlos—. Por favor, adelante, bienvenidos.

Sonreí también, acercando lentamente los bolígrafos a mí con el pie, para poderlos levantar en cuanto tuviera oportunidad.

Nota de la autora: ¿Qué le digo little moons? Estos dos se están resistiendo mucho, hay que admitirlo, su fuerza de voluntad para no besuquearse cada dos minutos en fantástica.

¿Cómo puedo explicar lo mucho que disfruto escribiendo esta historia? Dios mío, me llena de vida... <3

Amo ponerlos en situaciones de este tipo, que la tensión aumente, que se sienta que están sintiendo cositas y que están a punto de darse su primer besooooooooooo.

Hablando de eso, ¿me acompañan al siguiente capítulo? Iba a quedar demasiado largo si lo dejaba en uno solo, y siendo sincera el momento de su primer beso tiene que ser en un capítulo exclusivo para ello así que así, les traigo maratón de dos capítulos y ya está disponible el segundo, ese beso está a punto de suceder... Las y los leo allá. :3 

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