XII
Ese día, después de llorar por un buen rato, entro Alejandra y su familia, a despedirse, como le había prometido a la doctora no le dije nada a Alejandra y solo la ignore.
Ya habían pasado los 2 días que me tenía que quedar, no esperaba a que nadie fuera por mí, pues mejor que nadie sabía que estaba solo en el mundo, hacia ya un tiempo mi madre y mi padre habían muerto, mis tíos nunca me volvieron a hablar y ni que decir de mis hermanos, los entendía a la perfección, ¿pues quien en su sano juicio, iba a querer hablar con un cura?, Ellos tenían hijos y solo sabía de ellos porque mi madre cuando estaba aún con vida me lo había dicho.
Ya me había cambiado a mi traje enlutado y salí del hospital sin esperar nada, ya sabía que tenía que comer, cuidarme y si me sentía mal todavía, volver, también sabía que tenía que cumplir mi promesa a la doctora, así que la decisión estaba tomada, apenas llegará a la capilla iba a llamar al obispo a pedir el cambio, no quería seguir un según más aquí, o por lo menos eso creía.
Caminaba por las calles de aquel pueblo donde sus habitantes me habían recibido, con gran aprecio haciéndome sentir parte de este, como si tuviera de nuevo una familia.
En los años de seminario, los padres mayores decían, que todo el que se hacía cura, tenía que tener en cuánta cuatro cosas que según ellos eran importantes para saber el grado de vocación del novicio:
La primera
La soledad es una cruel amiga, que llega se instala y nunca se va.
La segunda:
Dios iba a poner pruebas en el camino y era cuestión de cada uno saber si tomar el valor y salir a allí.
La tercera:
Nunca se iba a volver a sentir el calor de una familia o a tener algo propio.
La cuarta:
Ser sacerdote, era más que servir a Dios, también era saber dejara todo atrás y servir al prójimo, con dolores y carencia, y todo esto sin esperar nada a cambio.
Siempre había seguido todo a cabalidad, pues nunca había tenido una prueba en mi fe, claro hasta que llegó Alejandra y empecé a dudar de si debía seguir mi fe o tal vez seguir mi instinto, pero como soy un torpe, miserable, imbécil e incluso inmaduro nunca sabía qué hacer.
Cuánta falta me hacía mi madre para pedir un consejo, pero no está bien lamentarse por alguien que tal vez este mejor que yo y vele por mis pasos cada día desde donde quiera que esté.
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