Capítulo XXIV

¿Nunca os pasó que, a veces, cuando más cansados estáis, peor noche pasáis?

Pues esa soy yo, en todo mi esplendor. Un defecto más a la lista.

El caso es que no paré, durante las dos horas siguientes a acostarnos, de darle vueltas al asunto de Arno. No era una situación fácil ni mucho menos, tampoco era mi familia directa y quizás no me convenía meterme, por el momento of course, en el asunto pero allí estaba yo, cual Madre Teresa de Calcuta, devanándome los sesos para intentar ayudar al prójimo.

Y más o menos ahí fue cuando oí el grito de Arno. No lo sabía a ciencia cierta pero dado que Claudette tiene el sueño más pesado que una pared de hormigón armado, pues pocas opciones me quedaban la verdad.

Fui corriendo al salón y allí me encontré con un Arno acurrucado en el sofá, llorando a lágrima viva. Corrí a abrazarlo y a intentar tranquilizarlo ya que era lo único que se me ocurría.

-Ey Arno, tranquilo, ¿si? Está todo bien ¿Fue algo que soñaste lo que te tiene así?

Asintió como pudo. Le costó un rato hablar entre sorber mocos, que le dejara de temblar el labio inferior y que se le quitasen las ganas de llorar al menos por dos minutos. Al final, lo poco que conseguí sacar en limpio fue algo sobre una pesadilla que no paraba de atormentarlo desde que era pequeño, que hacía años que no soñaba, pero que hoy había vuelto con más fuerza y nitidez que nunca.

Había soñado que encontraba muertos a sus padres en su habitación, sosteniendo una foto de él y, de repente, se daba cuenta de que era él quien tenía el cuchillo en las manos. Y lo peor de todo, se daba cuenta de que no sentía absolutamente nada y daba media vuelta para irse.

Reconozcamos que el chico también busca las mejores pesadillas para los mejores momentos, ¿eh? Es decir, el sueño en sí ya es un poco acojonante, perdónenme la palabra si hay niños pequeños delante, pero, además, soñarlo después de que te digan que eres adoptado... Perdón pero a eso le llamo yo el colmo de la mala suerte.

-De verdad que, quizás parece una tontería, pero es horrible verlos ahí muertos y no sentir absolutamente nada. Solo frío.

-No te preocupes Arno, solo fue un sueño. Tú estás aquí y de ninguna forma podrías haberles hecho nada.

-Pero, ¿y si es como un mensaje de que les estoy haciendo daño? -aquí presente el señor de las premoniciones.

-Puede ser, pero no es algo que podamos saber. Si te sientes mejor, mañana llámalos y asegúrate de que están bien -propuse.

-Quizás, pero no se como voy a hablar con ellos sin que me tiemble la voz. Es que me siento dolido, engañado...

-Si quieres les podemos llamar nosotras...

-¿Sí? ¿Haríais eso?

-Claro rey, pero eso mejor lo decidimos mañana por la mañana más descansados todos, ¿te parece?

-Sí. Es cierto, estoy siendo un invitado horrible -comentó con un atisbo de risa en la voz.

-Nada a lo que tu prima no me tenga acostumbrada -reí yo.- Venga, duérmete.

Y como si de un niño pequeño se tratase, aunque no estoy segura de que se diferenciasen mucho en este momento, Arno se acostó otra vez en el sofá quedándose frito cual angelito.

¿Os habéis fijado en que tengo un don para hacer rimas en los peores momentos? Entre eso, mi complejo de Madre Teresa de Calcuta y que, a veces, parezco la madre de alguno, no se como aún me queda algo de autoestima...

Cosas de la vida supongo.

Y tras esa reflexión me fui a dormir, espero que esta vez ya sin sobresaltos, lo que me quedaba de noche.

  

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