Capítulo XII

De verdad que yo, a veces, no sé ni para qué abro la boca.

Bastó con decir eso para que el destino me preparase una tarde entre cajas, ropa y accesorios varios. Aunque no es para menos: llegar al piso y ver el armario de Paris Hilton embalado en cajas, te hace querer ayudar un poco al prójimo a pesar de las amenazas previas.

Ya os había comentado que el piso en el que estábamos realmente era un piso perfecto, excepto por un detalle: nuestros queridos vecinos tenían un problema y es que eran adictos al sexo. Sino, a mí que me lo expliquen porque no le encuentro otro sentido. Si bien es cierto que con unos cascos una arreglaba perfectamente, era un poco incómoda la situación de estar en cama con sus gemidos como banda sonora nocturna. Por eso nos turnábamos la habitación maldita cada año desde que Claudette descubriese las aficciones de los miembros más allegados de nuestra comunidad. Este año, por ser el tercero, le tocaba volver a pringar, lo que significaba que yo me quedaba con la otra habitación dónde a duras penas y escuchabas a una persona que estuviese en la puerta del piso gritando.

Yo creo que debía estar en crisis el sector del cemento cuando hicieron las paredes o algo parecido, porque era una auténtica locura la diferencia en el grosor de las paredes. ¡Prometido!

Y os estoy contando esto desde mi querida cama, mi eterna amante, porque, sinceramente, no puedo con el culo. Estoy tan cansada que solo pensar en levantarme a acabar de ordenar, o simplemente a coger algo de comida, se me antoja una odisea. Supongo que en algún momento tendré que hacerlo pero mientras pueda seguir remoloneando entre las sábanas, seré feliz.

Cogí el móvil que siempre estaba en mi mesita de noche y me puse a leer una historia de las tropecientas mil que tenía agregadas a mi biblioteca de Wattpad. Bendito momento en el que descubrí la plataforma porque en ese momento fui verdaderamente feliz.

En ello estaba cuando Claudette, que debía de haber despertado, abrió la puerta de la habitación.

-Lay, tengo un problema... -dijo cuál zombie acercándose a mi cama- Me muero...

-A ver, ven aquí -dije haciéndole un hueco en la cama. No a cualquiera dejo entrar en mis sábanas por las mañanas porque no estoy dispuesta a pasar frío mientras cualquiera tarda tres horas en meterse dentro. Así que si lo hago, siéntete como si te acabase de tocar la lotería.- De uno a diez, ¿cuánto te estás muriendo?

-Tres mil.

-Perfecto. Marchando una de chocolate Milka con galleta para la supervivencia de la nación francesa -dije como quién anuncia que hay una oferta de dos por uno, que por cierto yo no suelo encontrar, en productos de higiene femenina.

Y ahora, volviendo al tema dulce que seguro que se os está haciendo raro ya que dije que no tenía pensado levantarme, os explico: amo el chocolate.

Adoro el chocolate.

Si no estuviese casada, según mi estado de Facebook, con mi cama, me casaría mañana con el chocolate.

Es algo tan vital en mi existencia que no vivo sin él.

Es por eso que, debajo de mi cama, al lado de todas las pelusas y montones de polvo que suelo acumular, hay una caja súper mona de los chinos donde guardo mis reservas de chocolate, ordenadas según la importancia que le damos en la vivienda.

La clave es preguntar el grado de mortalidad al que se está llegando y, según eso, se aplica una dosis u otra del alimento elemento. Así, si por ejemplo, nos estamos muriendo en un uno, tenemos el chocolate con leche normal, si tenemos un cinco, tenemos el chocolate con almendras y si tenemos un diez tenemos la mousse de chocolate. En caso de que las ganas de morirse superen el diez, como en este caso, utilizamos el chocolate Milka con galletas, que es nuestro favorito. ¿Qué tan locas podemos estar por esto?

¿Sabéis? Casi que prefiero que no me respondáis.

- ¿Qué tal? ¿Algo mejor? -le pregunté tras darle el chocolate.

-Sin duda, ese kit de emergencia es lo mejor que he visto en muchos años. Me hacía falta una dosis de azúcar eh -me dijo cuando acabó de engullir el alimento elemento.

-Lo sé.

Sobra decir que yo también comí algo, claramente.

Nos habría encantado quedarnos a dormir otro rato más, incluso el cuerpo nos lo pedía, pero nuestras ganas de ser alguien productivo en la vida decidieron hacer acto de presencia en aquel mismo momento recordándonos que teníamos clase en dos horas. Así que, con toda la pena de nuestro corazón, decidimos dejar la cama, desayunar e irnos a clase.

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