CAPITULO 15

GLORIA

Las primeras horas de la claridad me reciben a través de la ventana por estar en su totalidad sus cortinas corridas.

Y con eso, la comodidad y confort del colchón en la cama que descanso en una habitación que deduje anoche cuando Arthur como Didier me acompañaron, que iba a ser improvisado.

Pero, no.

Ya que y para mi asombro en este hermoso edificio remodelado, resulta que en su último piso el deseo de Arthur era convertirlo en una vivienda.

Su propia morada en la ciudad con un diseño absoluto a su placer, cual respetó la antigüedad de la construcción, pero con una renovación de aire urbano, causando mi total admiración al ser testigo.

Hasta se me escapó un silbido nada disimulado cuando me mostraron el lugar.

Y así como fui invitada a pasar la noche en una de las habitaciones de huéspedes, el mismo Arthur lo hizo también en la suya inaugurando ambos el apartamento, ya que sus cosas personales habían sido removidos del hotel que se hospedaba y fueron traídas acá.

Me incorporo y me desperezo con ganas, observando ahora con luz diurna y sin tanto sueño, todo lo que me rodea.

Verdaderamente y pese a que no abunda lo lujoso, aunque sí, mucha calidad y excelencia.

Es una hermosa habitación con su mobiliario y decoración.

Los primeros sonidos citadinos comienzan a llegar de la ventana y haciendo a un lado las sábanas, camino hacia ella con pereza y hasta rascando a placer mi trasero como acomodando mi ropa interior para asomarme por ella y ver.

Y sí, lo que suponía.

Una hermosa vista desde mi altura me recibe al hacerlo con los primeros coches circulando por la calle principal, al igual que los primeros transeúntes y jornaleros comenzando su día.

Y me tomo unos momentos en apreciarlo, apoyando ambos brazos y hasta cerrando brevemente mis ojos para embellecerme de lo que el paisaje me regala.

Sus sonidos.

Olor.

Percibir la leve brisa mañanera que circula.

Todo.

Incluso y permaneciendo así, retrocedo pocos pasos y reconozco que estos, aún permanecen vigentes.

Y descubro sorprendida prestando atención, que más cosas si me concentro y al abrir mis ojos despacio, solo se materializan.

Suspiro, viniendo a mi mente Arthur.

Porque entre ver y verdaderamente sentir, solo hay una delgada línea que separa las cosas.

Y volteo por mi ropa con ese pensamiento en mi cabeza, descubriendo sobre una silla, no solo mi ropa dejada por mí, ayer.

Encuentro a su lado, otra.

Cual al tomarla y extenderla frente mío, es un bonito vestido de tono claro y con el accesorio de un delgado cinturón a tono.

- ¿Para mí? - Me pregunto en voz alta midiendo su talla por sobre mí y mirándome por le reflejo de la ventana.

Y se me escapa una maldición, notando la marca de la etiqueta y analizando, que jodidamente debe valer una fortuna mientras llevándolo entre mis manos, me encamino al baño por una ducha.

ARTHUR

Siendo muy temprano y abriendo la puerta de mi despacho, me disipa la segunda duda que tenía cuando desperté y al salir de mi habitación, focalicé en la otra a poca distancia de la mía.

Si tras su puerta cerrada, aún dormía Gloria.

Cosa que esa primera duda me lo respondió por sí solo al conducirme hasta la cocina el aroma a café recién hecho y proviniendo de una taza que descansaba para mí, en la mesa junto a unos panecillos que debe haber encontrado y dejado por Didier para nosotros.

Cual, bebí sonriendo de pie y acomodando en el proceso mi corbata para terminar de alistarme, degustando su muy buen sabor y añorando no haberlo hecho en su compañía por no ser tan madrugador como ella.

Encontrarla en mi oficina mirando papeles, provoca el afloje de mi hombros tensos.

No lo había percibido antes, pero lo descubro por sentir ahora en toda mi postura, un alivio relajado caminando a mi escritorio y se confirma cuando su voz llega a mí, dándome los buenos días.

Y más.

Disimulo una sonrisa en mi seriedad y agradeciendo la generosa claridad de la bendita mañana despejada y cual cada ventana abierta, ilumina el lugar para una mayor de la poca visión que tengo.

Viendo a Gloria llevando el vestido que pedí a Didier que le consiga como muda para hoy y eso, no causara que muy de mañana se fuera a su casa.

Esa segunda duda.

- Gracias, Arthur. - Me dice, acercándose.

- ¿Por el vestido? - Pregunto como si nada y tomando la primer carpeta de varias que aguardan por mí.

- Sí y quiero informarte, que presiento que vale una fortuna. - Acerca una silla para sentarse a mi lado como si fuera natural eso, tomando la carpeta entre mis manos y abrirla. - Yo te leo...no quiero que te fuerces. - Me informa y pestañeo. - Y como debe valer un riñón y un pedacito de mi hígado... - Prosigue con el otro tema del vestido. - ...y yo quiero mucho mis órganos en su lugar y no me gusta aceptar regalos de este tipo. - Hecha una ojeada a los papeles mientras. - Voy a devolverte su valor en pequeñas y comodísimas cuotas que me irás descontando de mi sueldo... - Piensa brevemente, supongo calculando. - ...como en tres años, cosa que prometo ser muy competente y no defraudarte, aunque estés en Francia... - Me mira. - ¿No te agrada? ¿Te parece mucho? - Supongo que mi ceño está muy fruncido y por eso esas preguntas. - ¿Dos años? - Negocia.

Y niego.

Ya que, no me molestó eso.

Mierda, si siquiera lo pensé y dejé para su comodidad que siga con eso.

Porque mi molestia es lo último que mencionó.

Cuando yo esté en Francia.

Oración que obviamente es un hecho y más de una vez lo mencioné.

Se lo mencioné.

Y sentí al escucharlo como si tres bloques de ladrillos.

O tal vez, cuatro.

Cayeran sobre mí.

GLORIA

Aguas tranquilas con mi última negociación.

Creo.

Porque el ceño de Arthur aunque siguió arrugado, cambió  a otro gesto, ya que noté que lo dejó pensando profundamente otra cosa.

Supongo algo más importante, porque hasta su postura cambió meditando lo que sea, entrecruzando sus manos y descansando su barbilla entre ellas.

Tal, que sea cual sea su conclusión.

Y lo observé extrañada por su reacción.

Fue reír divertido y hasta negando con su cabeza por la conclusión, mirándome.

Sí y como siempre dije.

Mirándome y mucho, por más poca vida pronostiquen a esos ojos que parecen dos mares y que tiene Arthur, ahora y aún riendo, prestando atención a los papeles que sostengo y voy a leer por él.

Que tipo raro.

Pero sonrío, iniciando la lectura.

Porque siendo rarito y todo, es un jefe adorable y pasamos parte de la mañana sumergidos en papeles que conllevan a lo que es el mundo del arte y como epicentro Francia, su país natal, pero ahora anexándose en mi ciudad una sede que entrelaza sus negociaciones en Europa y parte de América como empresario y mucho, cual la demanda es grande en ello, como artista.

Desde invitaciones para participar en eventos con potenciales clientes, fiestas, visitas a grandes mandatarios y más, mar de cosas.

El almuerzo lo hacemos en la galería, cual Didier presto como siempre, ya nos esperaba con él listo como servido en una mesa improvisada en un jardín interno que aún no había descubierto y bajo la sombra de un agradable árbol centenario con los mismos años o quizás más que la edificación.

Y entre bocado y vaso de jugo natural fresco, la organización de la apertura de la galería con sus obras como los de los artistas aprobados.

Que yo no entré en esa lista, les recuerdo.

Y como fecha de la gran fiesta y ya todo el mundo está hablando por las invitaciones mandadas, el fin de semana siguiente.

- Necesito que esa noche permanezcas a mi lado todo el tiempo. - Arthur me dice terminando de firmar el final de unos papeles que lo demandan y voy alcanzando.

- No te preocupes, seré una eficiente secretaria... - Acomodando esas hojas, le respondo con bastante fervor y hasta emoción, porque el entusiasmo me supera en cuanto a ser parte de esa mega fiesta y de lo que amo.

Arte.

Y la no menos importante, sea asistente o no.

Ayudar a Arthur lo mejor que pueda.

Saca del interior de su saco la cajetilla de sus cigarrillos franceses y me ofrece uno, pero niego. 

No tengo intenciones de dejar, pero decidí en horario laboral no hacerlo.

Enciende uno y acomodándose mejor contra el respaldo de su silla, exhala relajado el humo con su vista en el claro que forma todo este mini jardín de árbol, césped con su verde bien cuidado y algunas flores decorando el lugar.

Su vista sigue el trinar de algunos pájaros que como telón natural, son la música funcional donde estamos y causa que sonría.

Y por un instante quedo embobada.

Sí y mucho.

Pero, no por las aves que cantan, aunque admito que muy lindo.

Sino y maldición.

Por mi jodido jefe a plena luz del día y pleno jardín, teniendo el privilegio en la silla contigua de ser testigo.

Condenado aire que sigue y no se va dentro de mi pecho y presiento que creció más.

De admirar su descomunal belleza masculina, castaña y con esos asesinos ojos de ese azul intenso.

Y con disimulo, me obligo a beber de mi jugo deseando que tuviera más hielo.

- Aunque voy a necesitar de tu ayuda, Gloria. - Su mirada sigue en la altura del árbol. - No quiero que vayas como mi asistente...

- ¿No?

Niega, bajando su vista.

- Lo harás como mi acompañante de velada. - Apaga su cigarrillo y no entiendo nada, pero con mi índice me señalo.

- ¿Yo?

Ahora, asiente.

Y de golpe me asombro sobre mi lugar.

- ¿Me estás invitando a una cita? - Y lo que pienso, mis labios lo sueltan.

Ríe por mi sinceridad.

- ¿Has estado en una? - Me dice y lo pienso dejando mi vaso.

Analizando.

No niego que he salido con algunos chicos, pero no sé, si llamarlo citas.

Tal vez, ligues.

Pero lo que entiendo como una cita por conocidas o la misma Honor con cena romántica de por medio, chocolates y lugares de ensueño en el recorrido, no.

Por eso, creo que salida al cine, un par de hamburguesas y luego en su coche siendo escenario la vista de la ciudad desde una alta colina, mi conclusión es, que no es ese tipo de cita que Arthur menciona.

- Sé, lo importante que es para ti este tipo de evento y a lo que me refiero es simplemente que me gustaría que lo disfrutaras como una artista más... - Saca de un bolsillo interior de su saco de vestir un sobre que reconozco con su ribete dorado y plata.

Son como los que vi que Didier repartió a la mensajería para ser enviados a cada invitado para la gala de inauguración.

Pero este, mientras lo tomo entre mis manos al dármelo.

Sonrío feliz.

Dice mi nombre y apellido con su labrado en oro.

- ¿Aceptarías ser mi acompañante, Gloria? - Me habla y de la emoción por no sacar la vista del sobre, cual abro y hasta torpemente mis dedos demoran en la esquela interior por puros nervios de emoción, leyendo su contenido.

- La compañía del mismísimo artista Arthur L'Rou... - Susurro, comprendiendo la inmensidad de la situación, ya que todo el mundo lo va a ver.

Sin embargo, Arthur niega.

- Compañera florero, no. - Me corrige, causando que eleve mi vista a él. - La artista en ascenso Gloria Fuerte y que que aceptó acompañarme. - Finaliza encontrándose nuestras miradas.

La mía, sonriente.

Y la de Arthur con mucha vida en su claridad por más que me digan lo contrario.

Sí.

Y muchas razones lo confirman a medida que nos conocemos más con los días transcurriendo, sea como ayudarlo a leer más documentación.

Alcanzarle en su perímetro cosas que por la distancia, ya su vista no logra divisar sin la ayuda de la luz del día.

Ser su guía si Didier no está.

Hablar por él con unos agentes por su ausencia, sea por reuniones o alguna consulta médica de turno.

Y hasta describirle estando a su lado, cada obra llegando del extranjero por una buena compra o de exhibición al ser desembalado con cuidado y lo expone algún empleado para nosotros.

Como también, cada tarde y después de lo laboral en su estudio, compartiendo tiempo entre nosotros lo que amamos.

Pintar.

Él, concentrado en ese trabajo que aún no vi y yo, en los míos.

En mis prácticas de dibujo en mi ya familiar rollo de papel sin salirme de su tamaño como siempre me recuerda y que ya, varios metros por mis constantes diseños tapizan su blanco con grafito, donde su voz se hace presente por alguna indicación o enseñanza, cual presto mucha atención y otras, llena de silencio siendo la única música entre ambos, el sonido de un pincel y un grafito.

Una maldición de Arthur hace que voltee a su dirección.

Concentrada sobre en unos papeles en un sillón, no advertí que se dirigió a una de las ventanas cuando momentos antes descansaba en su escritorio.

Camino hacia él y me sobresalto en su conflicto que fue abrir la ventana, gotas rojas manchan la hoja que sostiene una de sus manos.

Sangre.

- ¡Dios! - Exclamo y sin dudar como pedir permiso, la tomo y con el pañuelo que recogía mi pelo, lo desato para envolver su dedo cortado.

- Olvidé como son las bisagras... - Se disculpa mientras lo llevo a su silla para que tome asiento.

- No lo has hecho, Arthur. - Digo, abandonándolo breves segundos para buscar un botiquín de primeros auxilios del baño. - No recordaste que parte de la remodelación días atrás fue el cambio de estas... - Regresando le digo, arrastrando otra silla para sentarme a su lado y sacando mi pañuelo para poder curar su herida.

Todavía sale sangre y lo limpio con cuidado y muy concentrada.

- ¿Duele? - Le pregunto, ya que por lo general los antibacteriales saben picar como perra.

- Bastante... - Lo suspira.

Y yo elevo mi vista de su mano para mirarlo, causando que se me escape otro a mí, también.

Y no es por esa siempre forma bonita que dice esa palabra y me gusta.

Tampoco, por tenerlo a pocos centímetros y eso hace crecer ese aire dentro de mi pecho al tamaño de dos continentes.

Lo juro, aunque provoca que partes de mi cuerpo que no sabía que se pueden retorcer, lo hacen.

Simplemente es por como lo dice, comprendiendo que no es por su dedo lastimado.

Y me fuerzo a aclarar mi garganta para preguntarle.

- ¿Tu vista desmejoró? - No sé, si es correcto ser tan sincera.

Aunque forjamos en estos días una especie de amistad, no deja de ser mi jefe y sin ir más lejos, una potencia reconocida en el ambiente artístico.

Mundial, diría yo.

Sin embargo, de eso me olvido varias veces y yo, como ahora, solo me preocupo y hablo con el simple Arthur famoso o no, pero que conocí esa noche en el puente de los deseos y me dio empleo.

Y la no, menos importante.

Mierda.

Que me importa mucho.

Demasiado.

Mira hacia el ventanal que estuvo momentos antes.

- ¿El día está despejado como siempre? - Me consulta.

- Sí. 

Se sonríe triste.

- Entonces, sí. - Susurra, notando como finalizo de curar, envolviendo su dedo con una venda.

- Arthur...

- ...es tarde... - Me interrumpe, poniéndose de pie. - ...hoy tengo un par de reuniones Gloria y no podremos tener clases.

- Puedo esperarte... - Sale de mi boca y me asombra eso, ya que es una excusa para no irme.

¿Y eso?

Pero Arthur niega recogiendo su saco de vestir para ponerse, como unos papeles de su escritorio.

- Regresa a tu casa... - Intenta sonreír. - ...tu amiga Honor debe estar ansiosa de eso. - Camina a la puerta, pero se detiene abriéndola a medias como para decir algo antes de marcharse.

Pero y sobre ese titubeo.

Creo.

No lo hace y se va.

Y yo que había quedado de pie, caigo con todo mi peso nuevamente en mi silla y con esa carga, también de dudas.

Desde que lo hice esa noche en dormir en una de las habitaciones de huéspedes en su ático, lo seguí haciendo algunas noches restantes hasta que estas últimas ya plenamente.

Solo pasé por casa y cual Honor, comprensible lo aceptó por ella misma y de siempre por hacerlo en sus turnos continuos en el Hospital, por algunas mudas de ropas y elementos de mi higiene como cosas personal.

Con Arthur no convivíamos.

Lejos de eso.

Pero, compartiendo luego del trabajo las clases de arte y estas a veces por placer prolongarse hasta altas horas de la noche, las cenas improvisadas por Didier en el taller y piso, luego fueron transferidas a una mesa como la decencia manda y esta para ser precisa, en el piso de Arthur.

Siendo una comida de medianoche agradable para ambos a veces en compañía de Didier y otras, no.

Y cierre de ello, cada uno a su habitación a descansar.

Tal, que comenzó como bien mencioné de huéspedes, pero poco a poco y con cada día pasando, empezó a tener matices femeninas.

No solo por mis propias cosas ya establecidas en el cuarto.

También, por descubrir ciertos cambios y no hechos por mí.

Como una noche descubrir y al abrir la puerta con un bostezo por la noche tardía.

Que había para mi sorpresa y donde antes descansaba una cajonera, ahora lo reemplazaba un pequeño tocador en tono rosa con silla a juego, cajones como un espejo y dos noches después, cual lo disfruté sentándome antes de ir a la cama.

Una mecedora con un lindo almohadón con colores alegres.

- Ordenes del joven Arthur. - Fueron la simple respuesta de Didier al otro día y cual no cambió el argumento ni un gramo como cuando le consulté por el tocador días atrás.

- Ideas de Didier. - En cambio fueron las respuestas de Arthur, cuando obviamente también lo hice.

Y sí y de igual manera, el jefe tampoco se explayó con sus respuestas.

¿Entonces?

Y me cruzo de brazos.

¿Por qué, ahora me dice que me marche?

Y lo más importante.

Palpo mi pecho.

¿Por qué me duele tanto acá, que lo haya hecho?

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