viii. He'll Find Her

━━ chapter eight
he'll find her
( savreen )

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Cuando Savreen vio a Leo marcharse de la fogata, no perdió ni un segundo en seguirlo. Todos estaban tan embobados de Piper con el repentino y llamativo vestido, que nadie notó que ella se escapaba en la noche detrás de su mejor amigo. Siempre se les dio bien irse en silencio desde que se conocieron en el hogar de acogida, corriendo a esconderse en el pasto alto de la propiedad.

Savreen mintió al negar que supiera por qué no se levantó y anunció que era hija de Harmonía. La respuesta era fácil. Tenía miedo. Miedo del estúpido collar que llevaba en el bolsillo y miedo de lo que le pasaría a ella y a sus amigos. Nunca esperó que Leo y Piper fueran con Jason, pero ¿cómo podía ser tan estúpida para pensar que no lo harían? Ahora iban, y Savreen todavía estaba demasiado asustada para acompañarlos. Se preguntaba si esto era ser armónica, o simplemente una completa cobarde. ¿Eran la misma cosa?

Pero estaba asustada. Esta misma mañana ni siquiera se dio cuenta de que era una semidiosa o de que ese momento en el baño había sido real. Había luchado contra los espíritus de la tormenta, casi perdió a sus mejores amigos (tenía uno que nunca existió en sus recuerdos), se reunió con la mujer que le había dado el temido collar en primer lugar, que en realidad era Hera todo el tiempo, ¿y ahora se suponía que debía emprender una misión que conducía a esta Gran Profecía de la que todos estaban aterrorizados?

¡Era demasiado! ¡Iba todo muy rápido!

Había una parte de ella que quería gritar: ¡yo soy la hija de Harmonía! No por Hera, ni por la idea de una perdición inminente, sino porque sus amigos iban a emprender esta misión. Porque Leo estaba dentro. Y no podía perderlo después de haberlo vuelto a encontrar luego de tanto tiempo.

Lo alcanzó fuera del bosque. No sabía qué planeaba hacer al entrar, simplemente estaba feliz de haber logrado gritar su nombre antes de desaparecer en las profundidades del bosque. Estaban de regreso en el mismo lugar donde Claire había llevado a Savreen de visita; por el lago.

Su mejor amigo miró hacia atrás. Él sonrió suavemente al verla, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. Savreen corrió hacia él y, antes de que pudiera detenerse, le cogió la mano. Siempre estaba cálida, siempre solía calmarla cuando era pequeña, e incluso ahora, años después, todavía lo hacía, como si nunca se hubieran separado.

—Te fuiste sin avisar... —murmuró, sin estar segura de cómo contarle que su corazón saltaba a través de su pecho ante la idea de que él saliera lastimado. Leo se mantuvo exactamente a su altura. Ambos eran bajos, pero parecían hechos el uno para el otro. Se suponía que su amistad existía hasta el punto de que podían mirarse a los ojos al mismo nivel, tener sus pequeñas manos alrededor del otro—. ¿Estás bien?

Leo inmediatamente le restó importancia. Incluso si no se sintiera bien, nunca lo diría.

—No te preocupes por mí, preciosa. ¡Voy a preparar el Leo Express para el gran viaje de mañana!

Savreen se dispuso a discutir, pero no le salió la voz. Se quebró justo antes de llegar a la punta de la lengua, atascada en el fondo de la garganta. Leo arrugó el ceño. El humor de su mirada desapareció cuando se dio cuenta de la expresión de su rostro. Sin dejar de cogerla de la mano, sintió que le daba un toque: ¿qué te pasa, Sav?

Sav quería decírselo. Pero no pudo. Su corazón gritó: ¡dilo! ¡Dile la verdad! Pero no funcionó. En cambio, lo que soltó estuvo lejos de lo que ella quería:

—N-No vayas.

Los ojos chocolate de Leo se suavizaron al darse cuenta de lo que quería decir. Savreen no pudo sostener esa mirada. Soltó su mano y caminó hasta el borde del muelle. Sentándose, dejó que sus piernas colgaran sobre el borde. ¿Qué fue eso? Se regañó a sí misma. ¿Acaso eres una niña suplicante? ¡Vamos, Sav!

Clavó la mirada en el agua, observando cómo ondulaba, como si buscara una mano. Sabía que no tendría que ser ella, pero de todos modos extendió la mano y dejó que se deslizara entre sus dedos. Savreen no sabía si el tal Percy Jackson la estaba escuchando, en el extremo de la línea de flotación, dondequiera que estuviese, pero le dijo mentalmente Claire te está buscando, por la única razón de que le parecía bien.

La madera crujió y Leo se sentó en el pequeño lugar a su lado. Sus rodillas se tocaron. Savreen retiró los dedos y los colocó contra sus piernas. Hubo un silencio entre ellos, antes de que Sav sintiera los dedos de Leo moverse hacia los suyos contra la madera. Su corazón dio un vuelco cuando él tomó su mano con delicadeza y la apretó.

No la apartó, simplemente siguió mirando el agua.

Finalmente, murmuró.

—Podría... cortarte el dedo meñique del pie con mi chakram. Así no tendrías que ir.

¡Princesa! —Leo jadeó, ofendido.

Savreen explotó y sus preocupaciones desaparecieron.

—¿Y si ocurre algo malo? ¡Solo sabemos quiénes somos en realidad por un día! Oíste a Nyssa: ¡podrías morir! No puedo... —se detuvo, negándose a mirar a Leo a los ojos. Al encontrar sus palabras nuevamente, respiró hondo—. Si algo va mal...

Leo la interrumpió con un suave empujón. Ella no tuvo más remedio que mirarlo con ojos suaves y gentiles; como una cierva. Su mejor amigo solo se sentaba ahí, mirándola fijamente durante unos segundos, y Savreen no pudo apartar su mirada. La recordó de cuando eran pequeños. Cálida, como si estuviera sentada frente al fuego en pleno invierno, manteniéndola cómoda y segura.

Siempre fue capaz de calmar a Leo. Tenía una personalidad muy vivaz y ruidosa. Pero cuando estaba cerca de ella conseguía tranquilizarse. Lucía en calma, centrado. Tal vez era por su madre, pero Savreen quería pensar que no era por nadie más que ella.

Él le sonrió; no una sonrisa traviesa, sino una dulce y tierna que hizo que su corazón se derritiera.

—Encontraré el camino de vuelta a ti —dijo Leo, asintiendo. La respiración de Sav se entrecortó—. Lo prometo, ¿de acuerdo?

Cuando le soltó la mano, Savreen sintió de repente frío. Leo le sonrió por última vez antes de levantarse, y así, volvió a ser el mismo de siempre.

—¡Me adelanto para buscar el expreso Leo Valdez! ¡Hasta luego, preciosa! ¡Te veré mañana antes de que parta el tren!

Savreen se obligó a soltar una risita y lo vio alejarse. Cuando se fue, Sav se dio cuenta de que estaba sola, sentada observando el agua ondear alrededor del poste de madera.

Antes de que pudiera detenerse, estalló en un pequeño sollozo. Savreen se llevó las manos a la boca y se dobló, amortiguando sus gritos junto al agua.

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Tenían una cama libre en la cabaña de Hermes para Savreen esa noche. La mayoría se sorprendió de que aún no la hubieran reclamado, y ella no tuvo el coraje de decirles que ya lo habían hecho hace años. Significaría que tendría que emprender la misión. Se quedó despierta en su litera, mirando al techo, dividida entre su deseo de ir y su deseo de quedarse.

Mantuvo sus pertenencias debajo de las mantas, aferrándose a ellas. Tenía miedo de que uno de los niños Hermes pudiera robarle algo. O peor aún, robar el temido collar. Si era el collar que pensaba que era, significaba que cualquiera que lo tuviera se enfrentaría a una horrible tragedia. Estaba maldita a vivir con ello; no quería que nadie más lo supiera.

El techo era bastante aburrido; las telarañas colgaban de las esquinas de la cabaña de madera. Savreen las miró fijamente y observó cómo la araña continuaba tejiendo su red con las moscas ya atrapadas. Sav se sentía como una de esas moscas; atrapada en más de un sentido.

Todavía aferrándose a sus pertenencias, que era poco o nada, Savreen miró a su lado. Oyó los ronquidos de Travis Stoll y puso los ojos en blanco. Deseaba que pudieran dormir en cualquier cabaña que quisieran en lugar de tener que estar atados con tus hermanos (no es que estos fueran sus hermanos. Sav no tenía). Quería estar cerca de Piper y Leo. Quería meterse en la cama con Piper y dormir con ella si no podía sola como solían hacerlo en los dormitorios.

Al final debió quedarse dormida, porque alguien le pasaba los dedos por el pelo, cantando suavemente en un idioma que apenas recordaba. Una canción de cuna que su abuela solía susurrarle cuando intentaba dormir para alejar sus pesadillas.

Abrió los ojos y sintió que su corazón daba un vuelco al verse de nuevo en su cama en el apartamento de sus abuelos. Un dormitorio pequeño con una colcha que su dadi había tejido ella misma y envuelta alrededor de su cuerpo. Se le cortó la respiración al ver los pequeños tapices que su abuela le había cosido para ayudarla a dormir; para alejar las pesadillas. Empezó a derramar algunas lágrimas. Echaba de menos a sus abuelos, como si le hubieran arrancado partes de su corazón demasiado pronto.

La mujer que seguía cantando tenía una hermosa voz. Lo sorprendente fue que Savreen la reconoció. Su corazón dio un vuelco e inmediatamente se sentó. La mujer dejó de jugar con su cabello y en su lugar le envió una cálida sonrisa que derritió su miedo como si fuera mantequilla.

—Tranquila, mi niña, solo te ayudo a dormir —le dijo dulcemente, acariciando con el pulgar la mejilla de Savreen.

La chica murmuró:

—He oído antes esa canción...

—Solía cantártela cuando eras bebé —dijo la mujer, su tacto era tan cálido como su voz—. Dormías muy mal, así que te vigilé desde arriba y te cantaba para que te durmieras.

Savreen frunció y apenas se dio cuenta de quién era. Se parecía mucho a ella. Tenían los mismos ojos redondos, la misma barbilla y el mismo rubor natural en las mejillas.

—¿Mamá?

Harmonía sonrió una vez más.

—Eres muy hermosa, mi dulce ángel. Tan hermosa como lo fui yo una vez.

Todavía era muy hermosa, pero cuando Harmonía lo dijo, Savreen se preguntó con un sabor amargo en la boca si se refería a ingenua.

—¿Qué haces? —entonces preguntó Sav, no le gustaba que su propia madre pensara que era ingenua. De hecho, estaba lejos de serlo. Las cosas que ha vivido; de casa en casa, de lugar en lugar, siempre sola. Aprendió a cuidarse a su manera. No era ingenua—. Oí que Zeus cerró el Olimpo.

—Ah, no me suele vigilar mucho —había un destello de diversión en la mirada de su madre—. Las diosas menores podemos hacer lo que queramos, si tenemos cuidado.

—¿Por qué hablas conmigo? —Savreen cruzó las piernas bajo su vieja colcha y miró a su madre con curiosidad—. ¿Por qué ahora? ¿Por qué romper las reglas? Nunca antes te importó hablar conmigo. ¿Es por lo que pasó en ese baño?

Su madre apretó los labios y apartó la mano de la mejilla

—Son muchas cosas, mi angelito. Las Puertas de la Muerte están abiertas y cosas malignas se agitan, maldad antigua. Los monstruos que mates no desaparecerán durante eones, sólo durante segundos. El caos ha sido liberado, y tú, querida mía, necesitas recuperar la armonía.

Savreen sintió que enfermaba. Sacudió la cabeza y Harmonía suspiró.

—No puedo. No sé cómo pelear. Recién hoy me di cuenta de que era una semidiosa.

—Querida, siempre has sido una semidiosa. Siempre fuiste capaz; el destino ha estado escrito durante años. Tu historia fue representada desde el principio de los tiempos.

A Sav no le gustó eso. Frunció. ¿Qué significaba? ¿Todo lo que le sucedió fue según lo decretado por los dioses? ¿Por el destino? ¿La muerte de su padre y sus abuelos? ¿De todas las casas a las que había estado desesperada por llamar hogar sólo para que le dijeran que hiciera las maletas y pasara a la siguiente? ¿Que le dieran un collar que supuestamente provocaría una tragedia horrible?

Harmonía colocó parte del cabello de Sav detrás de su oreja.

—Sé que tienes miedo, mi ángel. Y no te desearía esto; ninguna madre lo haría, ni siquiera una diosa. Eres tan hermosa... tan joven. Pronto verás la tragedia a la que te enfrentarás. La verás en tus ojos. Te pesará, se convertirá en parte de ti. Tengo miedo de que no estés preparada.

Eso provocó que un soplo de ira se apoderara de Savreen. Antes de que pudiera detenerse, espetó:

—Me he enfrentado a una tragedia. Me he enfrentado a más tragedias de las que crees. Tú no estuviste ahí para mí.

—Sav, querida... —su madre hizo una mueca.

Savreen no supo cómo lo hizo, pero logró cerrar los ojos y volver a abrirlos, encontrándose de vuelta en la cama de la cabaña de Hermes.

¿Su madre no creía que estuviera lista? Hizo que quisiera gritar. Soy la hija de Harmonía y estoy lista. Quizás ese fue su plan desde el principio, nunca lo sabrá. Pero ahora, Savreen estaba segura de que quería emprender esta misión. No sólo por sus amigos o por Leo. Sino para demostrarse a sí misma. Que estaba lista. Que no era ingenua. Que podría hacerlo.

Sacando las piernas de debajo de las sábanas, saltó al suelo. Los demás en la cabaña le habían dado una camisa grande de campamento y una sudadera como pijama. Pero con una nueva determinación, corrió al baño y se preparó. Volviendo a ponerse su chaqueta vaquera y atando sus botas, escuchó un alboroto afuera. Oyó gritos.

Savreen giró la cabeza y su larga trenza voló sobre su hombro. Apretando los dientes y respirando con valentía, salió corriendo con el resto de sus compañeros de cabaña. Logró deslizarse para llegar al frente y ver qué estaba pasando. Sonó una caracola y los sátiros empezaron a gritar que no los mataran.

Jadeó, con los ojos muy abiertos ante el gran dragón de bronce que descendía hacia el suelo. Y encima, sonriendo, estaba Leo. Ella corrió, patinando hasta detenerse junto a Piper, quien miró a su amiga con incredulidad. El dragón se posó justo en mitad del prado, y Leo gritó:

—¡Tranquilos! ¡No disparéis!

Los arqueros bajaron sus arcos con indecisión. Los guerreros retrocedieron, manteniendo preparadas sus lanzas y sus espadas. Otros semidioses se escondieron detrás de las puertas de sus cabañas o se asomaron por las ventanas. Nadie parecía impaciente por acercarse.

El dragón era enorme. Relucía al sol matutino como una escultura de peniques viviente —distintos tonos de cobre y bronce—, una serpiente de casi veinte metros de largo con garras de acero, dientes de brocas y brillantes ojos color rubí. Tenía unas alas con forma de murciélago que medían el doble que su cuerpo y se desplegaban como unas velas metálicas, emitiendo un sonido de monedas saliendo de una máquina tragaperras cada vez que aleteaba.

El dragón levantó la cabeza y lanzó una columna de fuego al cielo. Los campistas se dispersaron y alzaron sus armas. Sav jadeó, incapaz de moverse mientras Leo se deslizaba tranquilamente fuera del lomo del dragón. Levantó las manos como si se estuviera rindiendo, excepto que la sonrisa loca todavía estaba pegada a su rostro.

—¡Habitantes de la Tierra, vengo en son de paz! —gritó. Parecía que se hubiera estado revolcando en la fogata. Su abrigo militar y su rostro estaban manchados de hollín. Sus manos estaban manchadas de grasa, y llevaba un cinturón portaherramientas alrededor de la cintura. Tenía los ojos inyectados en sangre, como si no hubiera dormido, y eso provocó que Sav frunciera el ceño con preocupación.Su cabello rizado estaba tan grasiento que le sobresalía como las púas de un puercoespín, y aún así, parecía totalmente encantado—. ¡Festus solo está saludando!

—¡Esa cosa es peligrosa! —gritó una hija de Ares, blandiendo su lanza—. ¡Mátala ahora mismo!

—¡Retiraos!

Para sorpresa de Savreen, era Jason. Se abrió paso entre la multitud, flanqueado por Claire y Annabeth, así como por Nyssa. Miró al dragón y sacudió la cabeza con asombro.

—¿Qué has hecho, Leo?

—¡He encontrado un medio de transporte! —Leo sonrió—. Dijiste que podría participar en la misión si encontraba un medio de transporte. ¡Pues te he conseguido un bicharraco volador metálico de primera! ¡Festus puede llevarnos a cualquier parte!

—Tiene... alas —dijo Nyssa tartamudeando. Parecía que se le fuera a caer la mandíbula.

—¡Sí! Las he encontrado y se las he vuelto a fijar.

—Pero no tenía alas. ¿Dónde las has encontrado?

Leo vaciló y el ceño de Sav se hizo más profundo. Escondía algo.

—En... el bosque —dijo—. También le he reparado los circuitos, la mayoría de ellos, así que ya no hay peligro de que se averíe.

¿La mayoría?

La cabeza del dragón se movió. Se inclinó hacia un lado y Leo fue sumergido con un chorro de líquido negro (con suerte, solo aceite) que salió de su oreja.

—Solo me falta resolver unos cuantos problemas —dijo, limpiándose el aceite de la cara y dándole al dragón una mirada punzante como si pudiera entenderlo.

—Pero ¿cómo has sobrevivido? —Nyssa seguía mirando fijamente a la criatura, asombrada—. El fuego de su boca...

—Soy rápido —contestó Leo—. Y tengo suerte. Bueno, ¿puedo participar en la misión o no?

Jason se rascó la cabeza.

—¿Le has puesto Festus? ¿Sabes que en latín festus significa feliz? ¿Quieres que vayamos a salvar el mundo en el Dragón Feliz?

El Dragón Feliz se retorció y batió sus alas.

—¡Sí, colega! —dijo Leo—. Bueno, propongo que nos pongamos en marcha, chicos. Ya he cogido provisiones en el... um... el bosque. Toda esta gente con armas está poniendo nervioso a Festus.

Jason frunció.

—Pero todavía no hemos planeado nada. No podemos...

—Marchaos —dijo Claire, y Annabeth asintió. Eran algunas de las únicas que no parecían nerviosas en absoluto. Sus expresiones, en cambio, eran tristes y melancólicas, compartiendo una sonrisa—. Solo quedan tres días hasta el solsticio.

Annabeth estuvo de acuerdo.

—Y nunca hay que hacer esperar a un dragón nervioso. Sin duda, es un buen presagio. ¡Marchaos!

Los ojos de Savreen se abrieron como platos. Es ahora o nunca, se dijo. Una parte de ella todavía estaba asustada, pero esa parte cuyo orgullo había sido herido fue lo que la hizo pasar para alcanzar a Piper nuevamente mientras daba un paso adelante.

—¡Un momento!

La miraron y todos vacilaron. Leo miró a Piper y Jason antes de dar un paso adelante hacia ella. A pesar de estar cubierto de aceite, le tomó la mano por los dedos.

—Estaremos bien, Sav. Lo prometí. Encontraré el camino de vuelta.

—No —ella negó con la cabeza. Respirando profundamente, asintió para sí misma. Dilo de una vez—. Tengo que ir. Soy la hija de Harmonía. Me reclamaron anoche. Mi madre me habló en un sueño —no fue exactamente una mentira.

Annabeth no pareció sorprendida, como si lo hubiera sospechado desde el principio. Jason sonrió levemente y asintió, feliz de que ella lo acompañara. Leo, sin embargo, le lanzó una mirada rápida y penetrante.

—Sav —dijo en voz baja, mirando a su alrededor.

Sabía que él solo estaba siendo protector con ella, pero ya estaba harta de que la gente la llamara ingenua.

—Puedo manejarlo.

—Si te corto el dedo meñique del pie, ya no tendrías que ir.

—Me gusta mucho mi dedo meñique, gracias —fue a pasar junto a él para ir hacia el dragón, pero Leo la detuvo y tiró de ella hacia atrás.

—Sav...

—Estaré bien —al encontrarse con la mirada de Leo, ella asintió—. Lo prometo. Y sabes que me necesitas.

Su mejor amigo apretó la mandíbula. Pero él sabía que ella tenía razón y por eso le soltó la mano. Savreen se secó el aceite en los pantalones y le lanzó una mirada de molestia. Con la ligera tensión, el aire se volvió un poco incómodo entre los dos más queridos amigos. Se volvieron hacia Jason y él puso una sonrisa en su rostro.

—¿Estáis listos, chicos?

Piper miró al dragón de bronce y pronto sonrió.

—Pues claro.

Savreen frunció los labios. Miró a Leo, que todavía la miraba preocupado. Respiró hondo, puedo hacerlo, se dijo. Recuperaré la armonía. Yo puedo con esto.

Entonces, ella encontró sus miradas y asintió.

—Adelante, hagamos esto.

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