23 | visitando a Canuto
XXIII. VISITING PADFOOT
El sábado por la mañana, Allison se levantó más temprano de lo usual. Se dirigió a las cocinas, donde había quedado de verse con Eliza para conseguir comida para darle a Sirius cuando le vieran en unas horas. Guardaron todo en una gran mochila, y en torno a las doce salieron del castillo hacia el pueblo. Eliza llevaba la capa de invisibilidad puesta, y nadie se había dado cuenta de que se encontraba ahí.
Se dieron cuenta de que hacía mucho mejor tiempo de lo que había hecho en todo el año, y al llegar a Hogsmeade ya tenían la capa echada al hombro. Menos Eliza, claro, si se quitaba la capa de invisibilidad la verían.
Como todavía faltaban dos horas, se dedicaron a entrar a Tiroslargos Moda para buscar un regalo para Dobby, quien le había dado a Harry las branquialgas para que las usara en la pasada prueba. Lizzy no se atrevía a quitarse la capa por si la pillaban, y Allison le preguntaba a cada segundo si seguía ahí y si le gustaban más los calcetines que brillaban con dibujos de estrellas o los que chillaban cuando empezaban a oler. Al final cogieron ambos.
Ya a la una y media, empezaron a andar por el camino hacia las afueras del pueblo, por donde nunca antes habían ido. Después de caminar hacia el pie de la montaña y doblando una curva, vieron al final del camino un perro negro y muy grande con unos periódicos en la boca que les esperaba. Era Sirius.
Liz, quien ya se había quitado la capa de invisibilidad y la había metido en la mochila de Harry, corrió totalmente emocionada hacia él. Acarició al perro con cariño, y él olisqueó la mochila que cargaba, poniéndose muy contento.
Empezó a trotar por el campo hacia el pie de la montaña, con los cinco siguiéndole de cerca. El camino resultó algo pesado para los cinco, aunque fácil para Sirius, siendo un perro. El suelo estaba lleno de rocas y cantos rodados, y tenían que subir por la ladera de la montaña. Durante la media hora que tardaron, la que más entusiasmo derrochaba era Lizzy, que iba justo en medio de los cinco y su sonrisa no se borraba a pesar de haberse quedado sin aliento. Allison iba justo delante de ella, y podía asegurar que nunca había subido una montaña tan empinada. Se preguntaba una y otra vez por qué tenía que haberle dicho a Liz que llevaría la mochila ella, porque le dolían los hombros y la espalda le sudaba, y estaba segura de que sin mochila estaría al menos la mitad de feliz de lo que la pelinegra parecía.
Sirius se perdió de vista y, al llegar al lugar en el que había desaparecido, se encontraron una estrecha abertura en la piedra. Con dificultad, los cinco se metieron por ella, dando con una cueva fresca y oscura. Al fondo de esta estaba Buckbeak, el hipogrifo que liberaron el año pasado para salvar a Sirius, que estaba atado a una roca. Después de inclinarse para hacerle una reverencia —le explicaron cómo hacerlo a Eliza, que pareció entenderlo a la primera—, Buckbeak les correspondió, doblando sus rodillas delanteras y permitiendo que Hermione se acercará a acariciarle.
Allison, Liz y Harry estaban mirando a Sirius, que acababa de tomar su forma humana. Tenía la misma túnica gris y andrajosa que llevaba la última —y primera— vez que le vieron, y estaba tanto o más delgado que antes. Su pelo estaba incluso más largo, sucio y enmarañado.
Eliza se quedó medio paralizada, queriendo abrazar a su padre pero con dudas de si debía hacerlo. Entonces decidió que sería mejor darle la comida que le habían traído, y después pasar a los abrazos, por lo que le quitó a Allison la mochila y la abrió al mismo tiempo que Sirius sacaba los periódicos de su boca.
—¡Pollo! —exclamó, cuando su hija le enseñó lo que habían traído y le dejó que cogiera todo lo que quisiese—. Gracias.
Sirius se puso a devorar un muslo de pollo, mientras pensaba que no tenía ni idea de cómo comportarse en aquella situación. Había estado hablando por cartas con su hija durante meses, pero ahora que se veían en persona no sabía cómo actuar. Llevaba demasiado tiempo encerrado, y hacía menos de un año que conocía de la existencia de la niña, era normal que no supiera qué hacer.
—Me alimento sobre todo de ratas —dijo Sirius, explicando por qué tenía tantas ansias de comida—. No quiero robar demasiada comida en Hogsmeade, porque llamaría la atención.
Les sonrió, y su hija le devolvió el gesto con nerviosismo.
—¿Qué haces aquí, Sirius? —le preguntó Harry.
—Cumplir con mi deber de padre y padrino —respondió Sirius, royendo el hueso de pollo de forma muy parecida a como lo habría hecho un perro—. No os preocupéis por mí: me hago pasar por un perro vagabundo de muy buenos modales.
Al ver la cara de preocupación de Harry y Allison, Sirius se puso un poco más serio.
—Eli me ha estado mandando cartas —dijo refiriéndose a su hija—, contándome todo lo que pasaba. Me explicó lo que les contaste sobre que habías visto a Barty Crouch en el Mapa antes de la segunda prueba, y digamos que cada vez me huele todo más a chamusquina. Voy recogiendo los periódicos que la gente tira, y, a juzgar por las apariencias, no soy el único que empieza a preocuparse.
Señaló con la cabeza los amarillentos números de El Profeta que estaban en el suelo. Ron los cogió y los desplegó.
—Podrían atraparte, Sirius —dijo Allison—. ¿Qué pasará si te descubren?
—Vosotros cinco y Dumbledore sois los únicos por aquí que saben que soy un animago —contestó él, encogiéndose de hombros.
Mientras ellos miraban los ejemplares de El Profeta y Sirius seguía comiéndose el pollo, Lizzy rebuscó en la mochila que había llevado Harry.
—Te hemos traído ropa limpia que hemos comprado en el pueblo. Por si la quieres usar y cambiarte —le informó, tendiéndole una túnica.
—Gracias —dijo Sirius, sonriendo a su hija y dejando la túnica doblada en el suelo junto a la mochila.
Eliza se quedó mirándose las manos por unos segundos, antes de preguntar en casi un susurro:
—¿Puedo darte un abrazo?
Sirius tiró los huesos de pollo al suelo y abrió los brazos con una gran sonrisa, mientras Liz le correspondía con una todavía más grande y se acercaba a él para abrazarle.
Antes de que pudieran decir nada más, Harry habló en voz alta:
—Suena como si se estuviera muriendo —comentó, haciendo alusión a lo que decían de Crouch en el periódico. Decían que estaba enfermo y que nadie le veía desde noviembre—. Pero no puede estar tan enfermo si se ha colado en Hogwarts...
—Mi hermano es el ayudante personal de Crouch —informó Ron a Sirius—. Dice que lo que tiene Crouch se debe al exceso de trabajo.
—Eso sí, la última vez que lo vi de cerca parecía enfermo —añadió Harry pensativamente, sin dejar el periódico—. La noche en que salió mi nombre del cáliz...
—Se está llevando su merecido por despedir a Winky —dijo Hermione con frialdad. Estaba acariciando a Buckbeak, que mascaba los huesos de pollo que Sirius iba dejando—. Apuesto a que se arrepiente de haberlo hecho. Apuesto a que ahora que ella no está para cuidarlo se da cuenta de lo que valía.
—Hermione está obsesionada con los elfos domésticos —le explicó Ron a Sirius, dirigiendo a Hermione una mirada severa.
Allison rodó los ojos, porque Ron no se molestaba en entender nada de la PEDDO. Pero Sirius parecía interesado.
—¿Crouch despidió a su elfina doméstica?
—La noche de los Mundiales de Quidditch —repuso Allison.
Le explicaron a Sirius lo sucedido, y cuando terminaron, él se puso a pasear de un lado a otro de la cueva. Se pusieron a repasar los hechos, Sirius preguntando quién se sentaba detrás suyo, y después pasaron a hablar de Ludo Bagman. Hermione seguía repitiendo que Winky no había sido quien invocó la Marca Tenebrosa, y continuaban repasando lo que cada uno hizo al descubrir a la elfina con la varita de Harry.
Sirius pensaba que el comportamiento de Crouch era muy sospechoso, como mandar a Winky guardarle un asiento para luego no aparecer, o trabajar duro en el Torneo y ausentarse también.
—¿Conoces al señor Crouch? —preguntó con curiosidad Eliza.
La cara de Sirius se ensombreció, dándole un toque amenazador.
—Conozco a Crouch muy bien —dijo en voz baja—. Fue el que ordenó que me llevaran a Azkaban... sin juicio.
—¿Qué? —exclamaron a la vez Ron y Hermione.
—¡Bromeas! —dijeron Harry y Allison. Lizzy sólo se llevó las manos a la boca, sorprendida.
—No, no bromeo —respondió Sirius, mientras seguía devorando el pollo—. Crouch era director del Departamento de Seguridad Mágica, ¿no lo sabíais?
Como los cinco negaron, Sirius tuvo que pasar a explicarles que Crouch tuvo mucho poder en el Ministerio durante los años de la Primera Guerra Mágica. Crouch hizo todo lo posible para vencer al Innombrable cuando se encontraba en sus momentos de máximo poder y, aunque sus intenciones eran buenas en principio, acabó por impartir medidas extremadamente duras contra los mortífagos. Sirius les aseguró que no fue el único sin derecho a un juicio antes de ser llevado a Azkaban. Mucha gente apoyaba las violentas ideas de Crouch, pero todo cambió cuando se descubrió que su propio hijo era un partidario del Innombrable, o al menos eso parecía, ya que fue encontrado en compañía de mortífagos que habían evadido Azkaban y buscaban la forma de regresar a su Señor al poder.
Crouch mandó a su propio hijo a prisión, donde murió un año más tarde. Sus padres pudieron ir a visitarlo en el lecho de muerte, y la mujer de Crouch falleció también tiempo después.
Pensaban que Crouch quería investigar a Snape, pero Sirius les dijo que no tenía sentido su forma de hacerlo, siendo que podría espiarlo de cerca su apareciera por los eventos del Torneo. También les habló sobre cómo era Snape en el colegio, siempre había sido un entusiasta de las Artes Oscuras. Maddy y Remus le habían mencionado alguna vez, sobre todo desde que habían entrado a Hogwarts y se quejaban de lo mucho que les odiaba.
Ron prometió que intentaría que Percy le contara si había visto a Crouch últimamente, aunque debía tener cuidado, ya que Percy adoraba a su jefe.
—¿Qué hora es? —preguntó Sirius, después de estar un rato hablando sobre la desaparición de Bertha Jorkins.
—Las tres y media —contestó Liz, mirando su reloj.
—Será mejor que volváis al colegio —dijo Sirius, poniéndose en pie—. Ahora escuchad. —Miró severamente a Harry, Allison y Eliza, pero en especial a su hija—. No quiero que os escapéis del colegio para verme, ¿de acuerdo? Podéis escribirme notas, como ha estado haciendo Eliza estos meses. Quiero estar al corriente de las cosas raras que ocurren.
—Maddy y Remus se van a enfadar cuando se enteren de que te hemos visto —le avisó Harry a Sirius.
—¿De verdad pensáis que sois los únicos que habéis hablado conmigo? Maddy vino a la cueva el otro día, puede transformarse en una lechuza y volar. Además nos hemos escrito más de una vez.
—¿De verdad? —preguntó con sorpresa Allison.
—¡Por supuesto! Y os habrían contado todo lo que os he dicho yo de haberos visto en persona, si no lo han hecho hasta ahora es porque piensan que estáis a salvo con Moody.
—Bueno, pues entonces supongo que no será tan peligroso si a ellos les parece bien —repuso Allison.
—El caso es que no debéis salir de Hogwarts sin permiso: resultaría una oportunidad ideal para atacarte, Harry.
—Nadie ha intentado atacarme hasta ahora, salvo un dragón y un par de grindylows —contestó él.
—Me da igual... No respiraré tranquilo hasta que el Torneo haya finalizado, y eso no será hasta junio. Y no lo olvidéis: si habláis de mí entre vosotros, llamadme Hocicos, ¿vale?
Les entregó el frasco y la servilleta vacíos, y se despidió de Buckbeak dándole unas palmadas en el cuello.
—Iré con vosotros hasta la entrada del pueblo, a ver si me puedo hacer con otro periódico.
Antes de transformarse de nuevo en perro, se acercó para volver a abrazar a su hija, quien parecía muy feliz de poder por fin abrazar a su padre.
* * *
El domingo siguiente, Allison se encontraba escondiendo comida en su baúl. Hacía unos minutos que habían salido de las cocinas —más bien los elfos les habían echado, porque Hermione les había dicho que deberían ser libres— y ahora tenía varios pasteles que pretendía ocultar de Ron.
No pasaron más de cinco segundos desde que guardó el último pastelito hasta que la puerta se abrió, dejando ver a Parvati. La chica entró al cuarto sin darse cuenta de que Allison estaba ahí, aunque su presencia fue imposible de no notar cuando la pelirroja se chocó con el baúl y soltó un quejido.
—Oh, hola, Allison —saludó Parvati, dándole una incómoda sonrisa.
Allison se sobó la rodilla, que era donde se había golpeado.
—Yo ya me iba —siguió diciendo Parvati—. Solo había venido a por mi... eh... mi calcetín —dijo, cogiendo lo primero que vio en su cama, y contemplando el calcetín con cara de molestia por no ser cualquier otra cosa.
—No hace falta que te vayas. Tampoco... tampoco tenemos que estar incómodas. Solo fue un beso, ¿no? —dijo Allison, tratando de parecer segura.
Parvati abrió la boca, nerviosa, y poniéndose colorada al instante.
—Ya, perdón, es que... No sé.
—¿Te preocupa algo?
—No se lo has dicho a nadie, ¿verdad? —Allison negó con la cabeza en respuesta—. Vale, bien, creo que no estoy preparada.
—Tranquila, Parv, no se lo voy a decir a nadie. Y no hay nada de malo si te gustan las chicas, ¿vale?, recuérdalo.
—Gracias, Ally.
Ella sonrió y le dio un gran abrazo a su amiga, quien suspiró en silencio y escondió su cabeza en el cuello de Allison.
El lunes, Allison se encontraba desayunando con Harry, Ron y Hermione. Cuando las lechuzas estaban entrando al Gran Comedor, como era habitual, Hermione parecía esperar algo con impaciencia.
—Percy no habrá tenido tiempo de responder —dijo Ron—. Enviamos a Hedwig ayer.
—No, no es eso —repuso Hermione—. Me he suscrito a El Profeta: ya estoy harta de enterarme de las cosas por los de Slytherin.
—¡Bien pensado! —aprobó Harry, levantando también la vista hacia las lechuzas—. ¡Eh, Hermione, me parece que estás de suerte!
Una lechuza gris bajaba hasta ella.
—Pero no trae ningún periódico —comentó ella decepcionada—. Es...
Ante el asombro de todos, no fue la única lechuza que llegó. Otras seis se posaron delante del plato de Hermione, y dos frente al de Allison. Las lechuzas de Hermione intentaban acercarse a ella para entregarle la carta primero, mientras que las de Allison tenían el suficiente espacio para colocarse ante ella sin problemas.
—¿Cuántos ejemplares has pedido? —preguntó Harry, agarrando la copa de Hermione antes de que la tiraran las lechuzas.
—¿Qué demonios...? —exclamó Hermione, que cogió la carta de la lechuza gris, la abrió y comenzó a leerla—. Pero ¡bueno! ¡Hay que ver! —farfulló, poniéndose colorada.
Allison se entretuvo en abrir una de las suyas.
—«No deberías enfadarte con tu hermano, tiene bastante con lo suyo, chica egoísta» —leyó en un murmullo—. Qué original. «Eres una...» Oh, santa Morgana, deberían lavarle la boca con jabón. «... por ponerle los cuernos a tu novio y además tratar tan mal a Harry Potter».
Asomó la vista a las cartas que había recibido Hermione, que parecían más de lo mismo. Personas que creían saber qué había sucedido por leer un artículo en una revista de cotilleos. Pero lo verdaderamente malo llegó cuando Hermione abrió la última carta, y un líquido verde amarillento salió de ella, olía a gasolina y se derramó en las manos de la chica, llenándose de granos amarillos. Hermione chilló del dolor.
—¡Pus de bubotubérculo sin diluir! —exclamó Ron, cogiendo con cuidado el sobre y oliéndolo.
La chica intentaba limpiarse las manos con una servilleta, mientras Allison también trataba de ayudarle. Pero fue en vano, porque sus manos ya estaban repletas de úlceras.
—Te acompaño a la enfermería —se ofreció Allison, poniéndose de pie y dejando un montón de servilletas manchadas en la mesa.
—Nosotros le explicaremos a la profesora Sprout adónde habéis ido...
Hermione estaba tan adolorida que ni siquiera le ordenó a Allison que fuera a clase en lugar de acompañarle, y ambas salieron corriendo del Gran Comedor.
En cuando llamaron a la puerta de la Enfermería, la señora Pomfrey les abrió y les miró con cansancio al darse cuenta de que eran ellas.
—¿Qué os ha pasado esta vez? —preguntó antes de ver las manos de Hermione.
Mientras que la enfermera curaba a la chica, Allison se entretuvo mirando los estantes de la sala y leyendo los nombres de las pociones.
—Señorita Potter, tienes que volver a clase.
—¿Para qué sirve esta, Poppy? —quiso saber Allison, ignorando lo que le había dicho y señalando un frasco pequeño y con una poción violeta.
—Si te sigues saltando clases por venir aquí con tu amiga, nunca lo sabrás —contestó la enfermera, malhumorada.
—¡No podía dejarla sola! —exclamó Allison, fingiendo estar muy indignada.
—La señorita Granger ya se encuentra bien, solo necesita reposar una hora, vendajes y podrá retomar las clases de la mañana. Lo que tú deberías hacer ahora, vamos —insistió madame Pomfrey, señalando la puerta.
—No puedes echarme, conozco mis derechos —se quejó Allison, pero cuando vio la feroz mirada que le lanzó, decidió que había sido suficiente por aquel día.
Se despidió de Hermione, cuyas manos parecían estar en mejor estado, y salió de la Enfermería. Caminó por los pasillos arrastrando los pies, porque había planeado saltarse la clase de Herbología, pero no había dado resultado. Llegó tarde al Invernadero, pero la señora Sprout no pareció molesta con ello, ya que Harry y Ron le habían explicado que había acompañado a Hermione a la enfermería. Tal vez se compadecía porque ella sabía lo que dolía el pus de bubotubérculo.
Cuando la clase terminó, Hermione aún no había vuelto, así que se dirigieron sin ella a Cuidado de Criaturas Mágicas. Allison iba más atrás que sus dos amigos, porque trataba de meter los libros en la mochila sin mucho éxito, ya que Ron en uno de sus momentos de inteligencia había volcado su mochila. Había huido antes de que Allison pudiera golpearle con los libros, pero no se iba a librar en cuanto llegara a su lado.
—Vaya, Potter, ¿por qué estaba tan alterada tu amiga en el desayuno? —dijo de forma burlona Pansy Parkinson cuando pasó cerca suyo—. ¿La has besado y ha salido espantada?
Las demás chicas que iban con ella se rieron.
—¿Quieres probar tú también o qué, Parkinson? —preguntó en tono sarcástico Allison—. ¿Te da miedo darte cuenta de que te gustan las chicas?
—¡Eso no es cierto!
Allison se encogió de hombros y siguió su camino.
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