Capítulo 38
Las sirenas encendidas de dos patrullas eran las encargadas de alumbrar en azul y rojo la terrible noche.
Había un gran camión con la caja de carga abierta de par en par, estacionado precisamente a un costado de la entrada del bar.
Varios clientes miraban desde la acera opuesta el panorama sin entender nada, nadie pudo ingresar, ninguno logró disfrutar de una buena velada y NamJoon estaba tratando de ahuyentar a todo el gentío, pidiendo con señas y a gritos que se retiraran de manera organizada.
El clima se había sintonizado con el triste acontecimiento, el viento soplaba en distintas direcciones, revolviendo la cabellera de cualquier peatón.
Jungkook descendió del taxi y se paralizó con el alboroto que había a mitad de calle, le habían quitado un carril a la avenida al cerrarla con los conos naranjas de tránsito y ahora los policías se encargaban de adecuar la afluencia vehicular por el espacio sobrante.
—Que mierda... —masculló con horror.
Taehyung bajó también del transporte, parpadeando repetidas veces al no captar que era lo que había pasado ahí; teorizó un posible asalto a mano armada o en el peor de los casos, un asesinato a sangre fría al interior del inmueble. Cualquiera de las dos opciones parecía viable a juzgar por el número de extraños que veían mortificados la fachada deprimente del club.
Enfocó el acceso y enloqueció al denotar que un cuarteto de trabajadores desconocidos, sacaba sin prisa el refrigerador donde solían guardar las cervezas. Estaba vacío, lo cargaban con cuidado porque tampoco querían terminar entregando la mitad del salario a su jefe por reparaciones del mobiliario transportado.
—¡¿A dónde carajo llevan eso!? —El ojiazul voceó con rabia.
Avanzó a pasos largos hacia los hombres, dispuesto a dar batalla verbal y defender el lugar que le cobijó por tanto tiempo. No obstante, Jungkook le alcanzó a sujetar del antebrazo, antes de que se metiera en problemas por sus inconvenientes arranques.
—¡No, Tae! Espera... —murmuró, sin dejar de ver a quienes entraban y salían con cajas de cartón llenas de distintos objetos—. Están...
—¡Se están llevando las cosas del bar! —gruñó alterado, señalando el cúmulo de empleados con un mismo uniforme—. ¡Nos están robando!
El cerebro del rizado salió de su bloqueo, permitiéndole interpretar mejor las escenas que sus ojos estaban distinguiendo.
—¿Dónde estará Jimin? —cuestionó al aire y agudizó su visión a la fuerza, tratando de encontrarlo en la penumbra.
El alumbrado público no era de ayuda, y peor aún si la luminaria que era la asignada de abastecer con luz artificial ese sector, estaba fundida. A Jungkook le costaba diferenciar entre tanto individuo circulando por el pavimento, y Taehyung, en lugar de ayudarle con la localización del rubio, seguía gritándole a los muchachos que solo le ignoraban sin dejar de cumplir con su labor.
—¡Hey, no, dejen eso! —reclamó, estresado—. ¡Los bancos no!
—¡Cálmate! —El menor le apretó firme, no quería soltarlo y que todo fuese a empeorar—. ¡Necesito que te tranquilices!
—¡Las mesas! ¿¡A dónde las llevan!?
—¡Por favor, Tae!
—¡No toquen!
Pero se empeñaba en no escucharlo y eso le estaba provocando jaqueca.
—Maldita sea —farfulló disgustado, y lo arrastró consigo al avanzar un poco más hacia el local semivacío.
Los clientes estaban igual de indignados que el ojiazul, sacaban fotos con sus celulares y terminaban estorbando en el paso peatonal al no querer moverse de la banqueta, querían saber que iba a pasar con aquel bar tan popular.
La luz cegadora de la sirena le lastimó en los ojos a Jungkook, tuvo que cubrirse la cara y continuó escaneando el área, con el objetivo de hallar a cualquiera de los tres chicos para obtener una explicación.
—¡Ahí!
Afortunadamente, dio con su jefe tras un último recorrido de inspección forzada. Hasta ese instante, notó la importancia de conseguirse los jodidos lentes que tanto aplazó.
Reconoció a Jimin, éste caminaba de un lado a otro como fiera tras los barrotes de una jaula y con la espalda cubierta por la chamarra de NamJoon.
Por el contrario, SeokJin hacía su mejor esfuerzo por tranquilizarlo, buscando en el archivo de su mente las mejores oraciones de aliento y demás, pues le partía el alma verlo llorar como un pequeño bebé al que le escondían el biberón.
El rubio estaba acabado, con el agobio enmarcando su hermoso rostro y con las mejillas frías por las lágrimas secas a causa del viento. Temblaba, con el labio inferior entre los dientes y sus manos yacían hechas puño por la forma tan ruda en que las apretaba.
—Vamos —Esta vez, fue Jungkook el que tomó el control de la situación—. ¡Están allá!
—¡El escritorio! ¡Se llevan el escritorio de Jimin!
Mientras tanto, Taehyung siguió peleando con la nada, dejándose llevar a tirones por su compañero. Se sentía exaltado, quería respuestas y nadie era capaz de dárselas; veía con terror como todo lo que había en la zona pública y de servicio, era montado y acomodado en el camión de mudanza.
Los empleados que fueron contratados para realizar la tarea, eran efectivos y no tardaban mucho en ir subiendo las pertenencias de Park.
Y por desgracia, al desfilar en el sendero corto, esquivando a los que cumplían con la orden de sacar hasta la última botella vacía del local, el dúo vio algo que fracturó sus corazones.
El letrero que brillaba en luz neón con el nombre reconocido del bar, ese que invitaba a pasar cada madrugada a la multitud y que de vez en cuando arreglaban porque una de las letras se apagaba por un fallo, estaba desmantelado y tirado en el piso, con la conexión a la luz rota al igual que el cable.
—Jimin... —titubeó el castaño y sus latidos se desorbitaron.
—No puede ser cierto —susurró el ojiverde, con la saliva atorada.
Se observaron con el mismo gesto, compartiendo el sentimiento de desamparo; fue como ver caer una fortaleza a causa de una invasión a su territorio, un estallido que eliminó cualquier rastro de vida.
Los estaban desalojando.
—Hay que ir allá —Recordó el menor, sombrío.
Taehyung acató, deslindándose de la histeria que por un breve momento le sofocó.
Tenía que guardar la calma, él sabía que su próxima tarea no sería sencilla, Jimin era un tornado muy difícil de aplacar y tendría que hacer uso de métodos precisos, de palabras adecuadas y de propuestas con alternativas específicas que ayudaran a solucionar el desastre.
Anduvieron con precaución, pidiendo permiso para avanzar y abriéndose paso hasta que se aproximaron al chico desbalanceado. SeokJin ya no sabía que hacer, por más que se esforzaba en dialogar, Jimin no escuchaba de razones y solo se encontraba nadando en su laguna de exaspero; malhumorado y desconsolado, queriéndose arrancar cada maldito cabello desde la raíz.
Jungkook dudó una fracción de tiempo en acercarse, se lo pensó muy en serio al verlo en ese estado tan animal; no quería ser usado como saco de boxeo o algo similar.
—Vas tú —Temeroso, le dio un empujoncito en el hombro al castaño.
—¿Yo? —sondeó de vuelta, rotando su cuello para verlo de perfil.
El otro solo asintió, con una pequeña sonrisa malhecha.
—Sí, Jin dijo que tú eras el único que podía calmarlo.
Taehyung tragó duro, arrugando la frente.
—Si me mata, tú serás el encargado de organizar mi funeral —mencionó, en medida de lo dramático—, lleva las flores que más te gusten.
Era cierto que ni en situaciones así de importantes, podía dejar de hacer sus comentarios estúpidos.
Escandalizados, avanzaron con soltura hasta el rubio alocado y Taehyung reflexionó sus rezos más efectivos para sacarle el demonio que llevaba dentro, pues una palabra mal dicha, podría desatar el apocalipsis en menos de un pestañeo.
Jungkook parecía su guardaespaldas, se había acomodado justo detrás suyo, caminando a una distancia mínima y resopló cuando las maldiciones de Jimin aumentaron de volumen. Vieron que SeokJin se había dado por vencido, ya estaba sobándose la frente con la yema de los dedos y tenía los ojos cerrados mientras inhalaba profundamente.
—Jin —cuchicheó, tocándole la espalda.
El aludido giró de inmediato y su rostro fue iluminado por la luz de la esperanza.
—¡Tae! ¡Al fin! —correspondió, tallándose la mitad de su cara—. ¡Hay que hacer algo con él, es un caos!
—¿Por qué está así? —cuestionó, aclarando su garganta—. ¡¿Por qué carajo se están llevando la cosas?!
Los hombros de SeokJin cayeron.
—No nos ha dicho con exactitud —habló menos fuerte, con las letras enredándose en su lengua—. Apenas íbamos a abrir, llegó el camión de mudanza, los empleados con una hoja firmada por la autoridad y empezaron a sacar las cosas...
—¿Sin explicación? —En turno, fue Jungkook quien interrogó.
—Así es. Solo llegaron, nos sacaron y comenzaron a recoger las mesas y luego las sillas —Sus comisuras se extendieron hacia abajo—. Quitaron el letrero...
El dedo del muchacho apuntó hacia el sitio que Taehyung y Jungkook ya habían enfocado con antelación. En ese momento, fueron tres personas las que sintieron el golpe de la melancolía al ver el destartalado anuncio que brillaba noche tras noche.
—¿Y NamJoon? —preguntó el ojiverde, para eliminar la amargura abrasadora—. ¿Dónde está?
—Tratando de vaciar la calle —Jin respondió a la ligera—, la gente es muy chismosa hoy en día y-...
Su plática fue concluida sin remedio, gracias a que Taehyung tuvo que correr como un alma sin descanso hasta un Jimin que desbordó en lágrimas cuando se sentó en el áspero piso de concreto, abrazando sus propias piernas. El castaño reaccionó velozmente, yendo hacia su desolado amigo y se posó a un lado del cuerpo frágil que se desvaneció en sus brazos al sostenerlo.
Jimin era una persona nerviosa; cuando algo en sus parámetros se excedía y las cosas se salían de la línea recta, su sosiego se veía afectado y terminaba en ese abismo del infortunio, en un estado riesgoso de su bienestar emocional.
Bien o mal, Taehyung era el indicado para tranquilizarlo, lo conocía mejor y después de todo, llevaban una buena relación afectiva, se consideraban buenos amigos.
—Aquí estoy... —Le susurró en el oído, antes de estrujarlo con mucha fuerza—. Tranquilo, por favor.
Jimin aceptó tal muestra de afecto y le enterró las yemas de los dedos en el brazo, tensando la mandíbula y ahogó un chillido sobre su camiseta.
Supo que podía llorar sin prejuicios.
—Me jodió, me jodió —farfulló, con mortificación—. Acabó con mi negocio, me jodió.
Al escuchar la voz quebrada y debilitada, Jungkook y SeokJin compartieron un vistazo lleno de pesar, nunca habían visto así a su jefe, siempre ponía en alto su carácter difícil de roer y aunque eran, en teoría, de la misma edad, lo veían como un líder y lo respetaban en demasía; era cotidiano el decir que ese chico había nacido con el mandato en las venas.
Pero las malas noticias siempre llegaban sin anunciar, sin notificar, sin ninguna consideración... Por ello, Taehyung se mantenía apachurrándolo con cariño y acariciando su espalda de forma fraternal.
—Cálmate, escúchame —siseó—. Necesito que me expliques que pasó, pero primero quiero que te tranquilices.
—Mi bar, Taehyung, esto se acabó —sollozó, limpiando su nariz.
—Inhala y exhala, poco a poco —reiteró, subiendo y bajando la mano con lentitud, marcando el compás de una respiración pausada.
—¿Qué voy a hacer ahora? —interpeló, para sí mismo—. ¿De qué se supone que voy a vivir?
Taehyung buscó que le mirase y por lo tanto, lo tomó del mentón, forzando así la unión en sus ojos; los de Jimin no eran del celeste habitual, su luz se había apagado, estaban vacíos, tristes, eran un cristal diáfano que permitía el paso de sus sentimientos más deteriorados, estaba en las profundidades de la miseria.
Orillado en la penuria.
—¿Qué ocurrió? —instó, transmitiéndole la escasa calma que reunió.
Jimin se limpió las mejillas mojadas con su propia camiseta, su nariz picaba y lucía enrojecida e irritada, parecía que incluso, le iba a pegar algún resfriado.
—Roman —casi gruñó con desprecio aquel nombre.
Taehyung curvó la ceja y miró por el rabillo del ojo al par que permanecía a insignificantes metros; ambos los observaban en completo silencio y con los brazos cruzados. Esperaban una señal para intervenir, pero por un rato, mantendrían su distancia y los dejarían conversar.
—¿Qué hizo?
Sabía que la contestación iba a ser desfavorable. El rubio inhaló prolongado, antes de responder:
—Le vendió el local a alguien más —rumió, estampando su puño en el suelo—. Se lo vendió a un extranjero que tenía el dinero para pagarle el precio total y hasta le dio un extra por entregárselo lo antes posible.
—No me jodas...
El trío de jóvenes se quedó inmóvil.
Era un tanto difícil de creer que el bar más popular de Manhattan, el que más reseñas tenía, donde la gente hacía largas filas para poder entrar, el lugar donde los chicos bailaban sobre la barra y se divertían atendiendo a la clientela, ese imponente sitio nocturno de gran renombre... se había derrumbado porque alguien más le había llegado al precio establecido por el dueño.
Roman tenía un trato solo de palabra con Jimin, como muchas veces lo había dicho, el hombre estaba en su derecho de mandarlo al diablo cualquier día, y tal bendito día, había llegado sin siquiera tener la mínima consideración con el patrimonio del muchacho.
—¿Qué fue lo que te dijo? —Taehyung recobró la noción y ladeó un poco su cabeza—. ¿No te avisó?
—Lo hizo, la semana pasada me llamó —confesó, mordiéndose la esquina del labio—. Dijo que tenía que sacar mis cosas, que el lugar había sido vendido y honestamente no le creí... o más bien no le quise creer.
—¿Te pidió que te llevaras todo?
—Me ordenó —Le corrigió, señalando el recorrido de la puerta del club, al camión de mudanza—, pero nunca mencionó que si no lo hacía yo, vendrían todos esos orangutanes a vaciar el bar.
La boca de Taehyung se torció.
—Maldito hijo de puta —bufó y observó a SeokJin para interrogarlo—: ¿A qué hora llegaron todos estos?
El implicado destensó los músculos de la espalda.
—Diez minutos antes de que te llamé —resolvió y se sobó torpemente el brazo.
—¿Les dieron alguna razón?
—No como tal, solo nos mostraron un oficio con la orden de desalojo y nos comentaron que llevarían las cosas a una bodega —farfulló, haciendo un mohín—. Dijeron que las mantendrían ahí por quince días... luego de ese tiempo, tendremos que pagar una renta mensual por el uso del espacio.
Jungkook levantó sus dos cejas, caminando discretamente hasta Taehyung.
—Se que no es momento, pero... —El ojiverde se acomodó los rizos despeinados por las ráfagas—. ¿Le diste dinero o algo así?
—No, traté de juntar lo que me faltaba para comprarlo, Roman ya no quiso esperarme más porque en unos días se va —Complementó, al agitar su cabeza de lado a lado cierta cantidad de veces.—. No sé qué hacer, no quiero gastarme el dinero que he juntado en cuotas de una maldita bodega, me voy a ir a la quiebra...
Jimin dejó que una larga tira de pensamientos deambulara por su mente; estaba harto, sabía que era demasiado joven para estar sometido a tanta presión, era entendible que se hallara así de consternado, a sus veintiuno tenía la gran responsabilidad encima de mantener a flote un negocio propio.
Era un sueño que a tan corta edad, tuviera tal impacto con un bar que empezó con una barra pequeña que solo surtía cervezas y cuatro mesas de madera con dos sillas cada una. De nuevo, se le hizo un nudo en la garganta y rompió en un llanto silencioso pero lastimero al rememorar como fue que su proyecto obtuvo ese reconocimiento tras varios meses de arduo trabajo sin descanso.
Jungkook tomó partido y se encargó de brindarle el confort y el apoyo moral que tanto le hacía falta a través de otro abrazo.
En su lugar, Taehyung se irguió, replanteando lo siguiente a realizar y creando una buena estrategia en su cerebro. Debían conservar lo mejor que pudieran todas las inversiones a largo plazo de su antiguo jefe, asegurando desde los muebles, hasta el alcohol sobrante que usaban para las bebidas; las pérdidas tenían que ser mínimas.
Recordó esa jodida frase que alguna vez encontró mientras navegaba en su inicio de facebook...
"Cuando una puerta se cierra, otra se abre."
Y sin duda, ellos encontrarían la llave de la cerradura correcta.
—Jin, necesito que busques a Nam y sigan al camión de mudanza —Taehyung dio inicio a las instrucciones—. Corroboren que si dejen las cosas en un sitio decente, vayan en su moto.
Con la indicación, SeokJin no hizo más que acceder, sacando su teléfono para llamarle a su novio y por ese medio, le comunicó el próximo paso a dar.
Luego, Taehyung se rascó la nuca, viendo tenaz a los otros dos y le ofreció la mano al rubio en busca de ayudarle a levantar.
—Y tú vendrás con Kook y conmigo a casa, te quedaras ahí y desde mañana nos dedicaremos a buscar otro local en renta —constató, sellando el agarre de su palma con la ajena.
Los ojos vidriosos del joven jefe se entrecerraron.
—¿Otro local? —preguntó, con voz queda.
—Sí, encontraremos uno a buen precio —Lo alzó con un solo brazo y le obsequió una media sonrisa—, en excelente zona y sobre todo mejor que este.
—Pero-...
—¿Pero? ¿Dijiste pero?
Y en lo recóndito, sumido en su propio universo de sensaciones cósmicas, Jungkook permitió que sus labios se entreabrieran conforme iba enderezándose. Se sacudió la tierra que le ensució el trasero, oyendo las palabras pronunciadas por su compañero y como consecuencia, tuvo que sonreírle maravillado.
Su corazón se desbocó, anunciándole en la peor ocasión, que finalmente el dios del amor había hecho bien su trabajo, una flecha había dado justo en el blanco.
Taehyung representaba todo lo que algún día, Jungkook deseó encontrar en una persona.
—¿En qué te apoyo, Tae? —exclamó, con el semblante brillante.
—Tú me ayudarás a indagar en redes sociales, precioso —aclaró, sin redimirse ante el sobrenombre cariñoso que salió con claridad—. Veremos recomendaciones, precios y direcciones, ya sabes.
Con los cachetes tintados de matiz carmín y envuelto en la sombra de la noche, Jungkook programó su tarea, aturdido por la dulce mención.
—Cuenta con ello —aseguró, mostrando su pulgar arriba.
Entonces, Taehyung se viró nuevamente hacia Jimin, quién seguía de brazos cruzados sin mover siquiera un centímetro sus facciones.
—Tu auto nos puede servir para seguir la búsqueda, así tengamos que viajar por cada puta calle de Manhattan, te juro que habrá un tesoro esperándonos.
El aludido suspiró.
—Tae...
—Te lo prometo, Jiminie —dictaminó, estableciendo un compromiso—. Este no es el fin de Club Bengala.
Dicho eso último, la atención del ojiazul se canalizó en una zona específica y frunció exageradamente el ceño al ver que el letrero luminoso correspondiente al acceso, era recogido por uno de los incontables hombres responsables de despejar el recinto.
Vertiginosamente, corrió hasta el punto donde aquel extraño yacía cargando el letrero, y cuando reparó que pretendía llevárselo, se plantó con energía delante suyo, parando de filo su cometido.
—Disculpe.
Taehyung realizó su mejor intento por no ser grosero, pero la molestia se notó cuando prácticamente, le arrebató de las manos el anuncio fluorescente.
—¿Qué haces? —El individuo le vio de mala gana.
—Este me lo llevo yo —Le refunfuñó con desdén.
Y por si fuera poco, le regaló una mirada retadora antes de darse media vuelta y volver con el artefacto descompuesto bajo el brazo a paso firme.
Así, con la maravillosa imagen de un Taehyung regresando prestigioso y con la maldita dominación desprendiéndose de su marcha, Jungkook se chupó el labio inferior y batió las pestañas.
—¿Ese altanero es tu hombre? —Jimin le cuestionó, soplando una risilla.
El rizado sintió una jungla con fauna salvaje extenderse en su barriga.
—Algo así.
[...]
Jimin despertó a las diez y quince de la mañana, con sábanas delgadas cubriéndole hasta el cuello y desparramado en una de las habitaciones que Taehyung se encargó de acondicionar para que pasara una buena noche.
El desayuno estuvo a cargo de Jungkook, y como ese día no le apeteció cocinar, tuvo la osadía de pedir algunos platillos básicos del menú mañanero que un restaurante cercano ofrecía a través de la aplicación de comida a domicilio; en términos generales, ordenó ensaladas.
Y desde muy temprano se quedó acostado solo y hecho un ovillo en la cama, pues el castaño abandonó la habitación ya que quería comenzar con su labor de búsqueda lo más pronto posible.
Realizó una llamada a sus amigos, ellos lo recibieron con la noticia de que la bodega donde habían guardado los muebles estaba cerrada y le mencionaron que la llave la tendrían por los quince días próximos.
Así que, tenían dos semanas para conseguir un local con buena localización, accesible en cuanto a lo económico y si no era mucho pedir, ligeramente más presentable que el anterior. El antiguo no estaba nada mal, pero por fuera hacía dudar un poco de lo bien que podías pasarla estando dentro.
Entonces, era cuestión de investigar hasta en los rincones.
Cuando el rubio descendió hasta la planta baja, se cubrió la boca al bostezar y sus ojos se estrecharon. Se rascó el muslo derecho y se acomodó la pijama que su anfitrión amablemente le prestó, era un short común y corriente pero bastante cómodo para dormir.
Sin embargo, la perspectiva inicial que su cerebro recién activo procesó, fue tan hogareña como el pan recién horneado de su abuela.
Se trataba de Taehyung, sentado con las piernas arriba del sofá, vistiendo solamente un pantalón de chándal y con el torso desnudo mientras tecleaba con rapidez en su laptop. A su lado, Jungkook masticaba y sostenía un recipiente de plástico que contenía su desayuno, portando su pijama de mushu mientras leía algo en la pantalla del computador portátil ajeno.
Lo que sorprendió a Jimin no fue precisamente encontrarlos juntos, eso ya no era extraño. En realidad, fue el hecho de ver que Jungkook, le estaba dando de comer en la boca al ojiazul, picando los trozos de vegetales con el tenedor y haciendo eso de intercalar equitativamente los bocados, uno y uno.
Taehyung abría su boca para recibir los alimentos sin dejar de mirar la pantalla encendida y el otro se encandilaba viéndolo disfrutar de su ensalada compartida al realizar sus tareas.
El rubio inspiró y para darse a notar, solo tosió en serie. Jungkook levantó la vista, sonriendo al contemplarlo en el área.
—Buen día, Jimin —saludó con amabilidad, dejando el tenedor dentro del recipiente reciclable.
—Buen día —correspondió, apretando los labios—. ¿Qué hay, Tae?
El nombrado no le miró, pero le sonrió desde su sitio.
—Tenemos dos posibles opciones —avisó, peinando su flequillo desaliñado—, anotaré los teléfonos para marcar más tarde y pedir informes.
—Oh —Se mostró despistado—. Eso es... bueno, mi pregunta iba enfocada a tu estado de ánimo.
—Estoy bien —masculló y chasqueó la lengua—. ¿Qué hay de ti?
Jimin repitió la acción del mayor y se deslizó hasta sentarse en el sillón de una sola plaza.
—Mejor que ayer, creo —anunció, jugando con sus propios dedos.
—¿Quieres desayunar? —El ojiverde le ofreció—: En la barra dejé tu orden, espero te guste la ensalada con pollo.
—Está perfecto, ahora lo tomo, gracias Kook.
Con una sonrisita sincera, el menor asintió.
—Hablé con los chicos —Taehyung pausó su navegación por el internet y dio el siguiente informe—: Todo está bajo llave, si lo trasladaron a una bodega cercana, a unos veinte minutos de dónde estaba el club.
—¿Qué les dijeron? —cuestionó, interesado.
—Lo mismo, tenemos solo quince días.
—Es muy poco tiempo... ¿Cuánto pagaríamos de renta a partir de esas dos semanas?
—No querrás saberlo.
Taehyung fue honesto, si le decía, solo iba a preocuparlo más.
—¿Sabes que es lo peor de todo? —Jimin se remojó los labios con su lengua—. Que ya no me faltaba tanto dinero para comprarle el puto lugar...
—Deja eso a un lado —El castaño pidió—. Hay que soltar esa idea, el trato no se pudo concretar pero no es el fin del mundo.
—No del mundo pero si de mi bar —bufó, decaído.
—Ni siquiera lo pienses así —El tono animoso del rizado, retumbó en los oídos de los dos—, nos tienes a nosotros y te ayudaremos a levantar.
—Hay que ser realistas —farfulló—, las rentas en Manhattan son elevadas, Roman me tenía consideraciones, pagaba algo lógico y el lugar no estaba mal ubicado, era la oportunidad de mi vida...
Jungkook sonrió con melancolía y Taehyung sintió un atisbo de tristeza que inmediatamente alejó al retomar su actividad.
—Te haré esta pregunta solamente una vez —canturreó Taehyung y no dudó en poner las cartas sobre la mesa.
—Te escucho —instó.
—¿Te interesa reinaugurar Club Bengala o no? —Le observó directamente a los ojos—. Si me dices que no, respeto tu decisión y nos olvidamos de esta mierda, vende tus muebles y recupera un poco de la inversión.
Jimin sintió la garganta reseca, así que carraspeó y se deshizo del contacto visual.
—Sí quiero hacerlo —murmuró, afligido—, pero me aterra comenzar de cero, subir otra vez los escalones y no tener el mismo éxito de antes.
—¿De qué rayos hablas? —Jungkook agregó—: Tus clientes son terriblemente fieles, esto no sería iniciar de nuevo, yo lo veo más como una nueva etapa, algo como una evolución.
—Puede ser que no les guste el nuevo concepto, o que desistan por lo que se diga en redes sociales, son muchos factores.
—No lo creo —insistió el de hebras onduladas—. Además, en lugar de decaer, lo que harás con el sitio será crecer, aumentar la calidad de todo.
—¿Tú crees? —cuestionó, torturado por la incertidumbre.
Jungkook movió su cabeza de abajo hacia arriba en afirmación.
—Por supuesto. Además, siempre puedes implementar algo nuevo, si tu quieres que me quite la playera en medio del show...
La sugerencia fue rechazada... y no precisamente por su jefe.
—No —gruñó Taehyung.
—Solo es para incentivar a las personas.
—Dije que no —determinó.
El menor resguardó una sonrisa pícara.
—Yo solo decía —pronunció con suavidad.
—Tonterías.
Jimin jaló aire por la nariz y rodó los ojos sin evitar reír por lo bajo. Ese lado de su amigo no lo conocía y le causaba gracia hasta cierto grado.
—Presiento que soy el mal tercio aquí —musitó, poniéndose de pie y se encaminó rumbo a la barra—. ¿Puedo tomar cualquier ensalada?
—¡No! —Apresurado, Jungkook volteó para focalizarlo—. La que no lleva aguacate es de Tae.
—Claro —Le contestó burlón y tomó la que le correspondía—. Estoy familiarizado con su odio por esa cosa.
—Ridículo, ¿no? —anexó.
—Bastante, no sabe mal —Regresó al sofá con el tenedor entre sus dedos.
—Lo mismo digo yo.
—¿Quieren dejar de hablar de mi como si yo no estuviera aquí? —murmuró Taehyung, despegando la visión de su portátil—. No me critiquen.
—Nadie te critica, solo compartimos el mismo pensamiento —musitó el rizado—. Tus gustos son raros.
El mayor achicó sus ojos al plisar la frente.
—Mis gustos son selectos —Aportó con arrogancia.
—Sí tu lo dices... —cacareó, dejando reposar su recipiente en la mesita central y se levantó para ir a la cocina.
—¿Lo dudas?
—No, Tae —voceó en su trayectoria, antes de internarse en el espacio y abrir el refrigerador en busca de una gelatina.
Por lo pronto, Taehyung arqueó la ceja y aprovechó para hacer uso de su dote sarcástico.
—Entonces considérate raro —dijo en voz alta.
Con la frase, Jimin se quedó con un pedazo de pollo resguardado en su mejilla interna y abrió los ojos como dos platos llanos. Al mismo tiempo, Jungkook agitó su mano extendida, quitándole importancia al no comprender la intención del enunciado y el castaño estiró sus comisuras al sonreír irónico.
—Déjame ver si yo entendí... —El ojiceleste habló con sorna e intentó opinar.
—Jimin, por favor... —alegó y le mandó callar con el tono que empleó.
El nombrado se rio con humor y no protestó.
—Bien... ¿Entonces? —exclamó, tomando posición a su lado en el sofá—. ¿Te ayudo a buscar locales?
—Tú búsqueda será terrestre, necesito que vayas en tu auto pero hasta que lleguen Nam y Jin —espetó, abriendo otra pestaña en el buscador.
—De acuerdo, eso haremos, ¿y Jungkook?
—Él se queda conmigo, me está ayudando con redes sociales.
—Mhn, ya... —Picoteó la lechuga y un trozo de queso que planeaba ingerir—. Yo lo vi ayudándote pero al darte de comer.
Y maldita sea, todo era tan obvio que ya no existía forma de negarse.
A Taehyung se le salían de la boca las frases sin pensar, su abrupta sinceridad le estaba jodiendo la faceta del arrogante inmutable que solo se preocupaba por sí mismo.
Porque actualmente, ya no ocultaba que también le era primordial el bienestar de cierto chico con veinte años de edad, que bebía un jugo de uva con sorbete, mientras le acechaba seductoramente desde la barra de cocina.
Mataba su mente.
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